Iglesia y Educación: la formación del hombre, la perfección del espíritu
Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso
Introducción
Desde los orígenes del cristianismo, hasta la actualidad, el tándem Iglesia- Educación ha sido una realidad, una concreción, un dato, si queremos ponerlo en términos cientificistas; es decir, esa simbiosis, esa común – unión ha sido un acontecimiento vital que, sin estar desvinculado del contexto, para nada ha estado determinado, o sometido, a variables economicistas, ideológicas o políticas, puede que condicionado, sí, pero no determinado. Ese largo, y fructífero, camino que comienza con las enseñanzas de Jesús a través de parábolas llega hasta nuestros días a través de hombre y mujeres que, dentro de la Iglesia, vieron, y siguen viendo, en la educación un medio para la perfección humana y espiritual, y que de ninguna manera percibieron que educar al hombre lo aleja de Dios, o que anunciar la buena noticia, y asumirla, esté reñido con la educación.
Jesús,
el Maestro
Jesús
anuncia la buena noticia y lo hace enseñando, educando; es el maestro por
excelencia. La suya es la educación del alma, del espíritu que no descuida lo
material pues habla y se conduce con una claridad meridiana que concede al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Su didáctica destaca
porque domina el lenguaje de los maestros de la ley pero al mismo tiempo tiene
un excelente manejo del lenguaje popular de la gente sencilla: a los pescadores
les habla a través de parábolas que ellos entienden y a los agricultores les
enseña usando hermosas imágenes relacionadas con el campo, la siembra y la
cosecha; siempre con el objetivo de anunciar el evangelio pero con un poder de
convicción que llama la atención de todos y no deja indiferente a ninguno. Su
potencia comunicativa llega a lo más hondo de la persona. La enseñanza de un
maestro como Jesús se distingue de la de los maestros de la ley porque mientras
estos imponen, decretan y emiten juicios moralistas, el maestro de Nazareth
habla con alegorías, con lenguaje llano y sobretodo propone; al joven rico le
habla con claridad pero no lo condena, lo ve con tristeza cuando aquel se
aleja. La enseñanza de Jesús es pues una invitación, no persigue, no hostiga,
deja que el otro decida. He aquí una potente premisa para los maestros que
educan, o pretenden hacerlo, en el contexto de un mundo postmoderno: se trata
de proponer, con firmeza, pero sin autoritarismo; más bien desde la autoridad
que da el hablar con la verdad, con convicción y con la moral suficiente para
respaldar aquello que se dice.
Ese hablar el lenguaje de la gente común, de la gente de a pie, no es solo un recurso retórico; esto nos indica que la educación que nos viene de Jesús se encarna en la cultura, en la vida, en cada uno de los que le escuchan; no es un panfleto ajeno a sus destinatarios. Es un mensaje abierto a todos y no una escuela para iniciados, para unos pocos. Se ofrece a todo el que quiera oír y asumir en su vida esas enseñanzas. Esto marca una gran diferencia entre Jesús y aquellos maestros que abundaban en la antigüedad, pero también en épocas posteriores, que “transmitían” doctrinas cripticas, arcanas, extremadamente selectivas.
Esta
forma de enseñar va a ser seguida y asumida por sus discípulos; basta leer el Nuevo
Testamento para entender cómo a través de cartas y enseñanzas orales se fue
comunicando a las primeras comunidades cristianas el sentido profundo de la
nueva fe. Evidentemente no fue una educación escolarizada como la que tenemos
ahora, fue una enseñanza viva, sustentada en la vida, en las acciones,
convicciones y opciones fundamentales que tocaban lo individual y lo
comunitario. Aquí nos topamos con otra gran enseñanza: lo que se aprende y se
asume como verdad debe estar atado a la forma de vivir la propia existencia; y
esto tiene una gran relevancia porque, entre otras cosas, en los tiempos que
corren nos conseguimos con titulados en carreras que en su vivir cotidiano no
aplican nada de lo que se supone que aprendieron; uno de los grandes dramas
contemporáneos es precisamente la dicotomía, la división entre lo teórico y lo
práctica, lo que se dice, o representa, y lo que se hace y vive. La enseñanza
que nos viene de Jesús, a través de los discípulos y esas primeras comunidades
cristianas, y que no pierde vigencia, es la de mantener una armonía entre lo
que se dice y lo que se hace; esto se dice fácil y rápido pero en la práctica
no es tan palpable ni común. Como podemos ver, desde el principio, en lo
educativo, la Iglesia ha ido afrontando y superando retos y desafíos que vienen
de esa realidad que constantemente nos interpela.
Los
Padres de la Iglesia: la educación en la fe
Como sabemos, en los primeros siglos, la fe cristiano tuvo que abrirse paso en medio de un mundo convulso, caótico y plagado de medias verdades así como de imposturas tan bien urdidas que bien podían pasar como sana y recta doctrina. La labor de los Padres de la Iglesia fue, ante todo, de defensa de la fe; esa labor fue desarrollada en y desde un espíritu educador que buscaba orientar, decantar y sistematizar las enseñanzas y las verdades cristianas; aunque el norte de esa noble actividad siempre fue la salvación de las almas, estos primeros apologetas se valieron de las herramientas de la razón, y de lo que consideraron rescatable de la filosofía antigua, para apalabrar y poder comunicar las verdades trascendentales del cristianismo.
En
ese sentido, es San Agustín quien afirma, en el De Magistro, que: “(…) las palabras no pueden hacer otro cosa que
incitar al hombre a aprender (…) (p. 153). A lo largo de esa breve obra, y
usando como recurso expresivo el diálogo, el obispo de Hipona se dedicará, en
una brillante muestra de erudición en el campo de lo que luego se llamará
filosofía del lenguaje, a argumentar acerca de que para enseñar necesitamos los
signos lingüísticos, pero no como meros sonidos o palabras vacías, sino como
formas para comunicar significados y sentidos de la más honda profundidad.
Pero
no se queda Agustín en la cuestión lingüística, su punto de partida implica que
“(…) es manifiesto que al hablar queremos enseñar. Pero aprender, ¿de qué
manera? (…) Pienso que aun entonces solo queremos enseñar. Pues, ¿acaso
preguntas por alguna otra razón más que para enseñar lo que quieres a quien
preguntas? (p. 41).
El
padre de la Iglesia recupera el diálogo socrático – platónico como forma de
enseñanza, como forma de compartir las verdades que permanecen, que
trascienden. Estilo pedagógico que no riñe con la forma de enseñar Jesús pues
también este dialoga, interpela a sus interlocutores. Es claro que en la
filosofía de la educación de la Iglesia, desde sus cimientos, el enseñar no es
una cuestión de imposición, un puro monologo; la enseñanza agustiniana concreta
aquí es: no es simple maestro el que más habla; el buen maestro es aquel que se
ha preparado lo mejor posible para su clase y va al encuentro con sus
estudiantes a plantear preguntas, a interactuar con ellos, a interpelarles.
Pero, ¿cómo convive esto con la máxima agustiniana de la “luz interior”?
convive, y lo hace muy bien, porque para San Agustín la relación del hombre es
doble y es una: es relación con Dios y con el prójimo, esto es, con el próximo,
con el que está a tu lado. No puedo relacionarme con Dios sin hacerlo con el
prójimo y viceversa, y esto está muy presente en su concepción educativa; por
eso, aunque Agustín hace suyo, en De
Magistro, el consejo evangélico que dice: “Vosotros, en cambio, no os
dejéis llamar ‘Rabbi’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois
todos hermanos” (Mateo 23:8), no obstante entiende que quien enseña es
mediación, incitación a oír al Maestro por excelencia. Así, dirá Agustín en la
obra citada:
Cuando se trata
de las cosas que captamos con la mente, esto es, con el intelecto y la razón,
hablamos de cosas presentes que son vistas en aquella luz interior de la verdad
con la que se ilumina y de la que se regocija el llamado “hombre interior”. Sin
embargo, también el que escucha, si ve las cosas mismas con aquel ojo simple e
interior, supo que dijimos por medio de su contemplación y no de mis palabras.
Por lo tanto, ni siquiera a este, que contempla la verdad, le enseño la verdad
hablando; en efecto, mis palabras no le enseñan sino que las cosas mismas le
son manifiestas al ser reveladas por Dios en el interior. De esa forma puede
responder acerca de esas cosas al ser interrogado”. (p. 141)
En
el pensamiento agustiniano queda así establecida la enseñanza como uno de los
puntales fundamentales de la Iglesia y de su labor al servicio de los hombres.
San Isidoro de Sevilla y las escuelas para líderes
Un
aspecto que hay que considerar, desde el punto de vista socio – histórico, lo
constituye el hecho de que tras las invasiones bárbaras, al imperio romano de
occidente, Europa central queda sumida en la debacle, en el caos; los caminos
están destruidos; las grandes bibliotecas, los centros de cultura, o han sido
devastados o es muy difícil acceder a ellos; es una época en la que, por
dramático que suene, es arriesgado viajar de un lugar a otro porque muchos
viajeros simplemente desaparecen durante el viaje; el historiador francés
Jacques Le Goff (1924 – 2014) llega a afirmar que la hambruna es tal, en estos
primeros siglos de la mal llamada Edad Media, que no eran pocos los viajeros
desaparecidos que eran comidos por salteadores de caminos. En este contexto
terrible la Iglesia es la única institución que va a quedar en pie; será ella
quien se encargue de aquellas labores que el estado inexistente está incapacitado
para asumir: la labor hospitalaria, la administración de cementerios, etc., y,
evidentemente, terminará asumiendo también la conservación y difusión de la
cultura, de lo educativo.
Una
figura descollante a este respecto es la de San Isidoro de Sevilla que, sin
perder nunca el norte espiritual y divino, difunde el conocimiento y educa de
diversas maneras. Este erudito santo de la época visigoda escribe un libro
clave para la comprensión del surgimiento de la cultura europea post romana: Las etimologías (publicado en el 625
después de Cristo), que es una obra enciclopédica pues reúne todo el
conocimiento que se tenía hasta ese momento en lo científico, teológico y
filosófico; lo curioso es que, dado el contexto antes descrito de dificultad
para acceder a los centros de saber, Isidoro escribe buena parte de esta obra
de memoria, de enseñanzas que ha recibido de sus maestros. Sobre Isidoro, y la
obra citada, dice Manuel de León (2018):
Ya en el siglo
VII, San Isidoro de Sevilla, escribía su obra cumbre, ‘Las etimologías’, en las
que establecía lo que sería la división de las ciencias desde entonces en el
mundo académico. El Trivium, con la gramática, la retórica y la dialéctica; y
el Quadrivium, con las matemáticas, la geometría, la música, y la astronomía.
(De León, 2018, Las matemáticas y Dios)
Pero además Isidoro es considerado, por muchos
estudiosos, el artífice de las Escuelas para Catequistas o Escuelas para
líderes, que fueron las encargadas de formar en la fe; en las comunidades estos
líderes y/o catequistas jugaron un papel fundamental en lo terreno y en lo
divino, que a fin de cuentas, en la visión cristiana de mundo forman parte de
un todo.
El Auto Sacramental como recurso didáctico
Sabido
es que en la Feudoaristocracia (conocida popularmente por el sesgado rótulo de
Medioevo), y durante muchos siglos, la gran mayoría de la población es
analfabeta; es en ese momento histórico que nace, en el seno de la Iglesia, el
“auto”, una representación teatral de carácter religioso que también fue
conocida en la época como misterios o
moralidades; mucho después, en el
siglo XVI, se les llamó Autos
Sacramentales. Pues bien, dado que la gran mayoría no tenía acceso al texto
escrito, y por tanto estaba impedida de leer los textos bíblicos, en las
puertas y pórticos de las iglesias se representaban escenas de la biblia que
enseñaban y catequizaban al pueblo a través de estas escenificaciones que luego
constituirán un antecedente clave del teatro moderno y contemporáneo. De nuevo,
la inventiva y modos de educar, dentro de la Iglesia, se multiplican y
diversifican. No es solo la palabra que tiene su origen en lo alto, no es solo
el significado y el sentido, es además la imagen, la representación de escenas
y acontecimientos evangélicos, bíblicos. Un dato curioso acerca de los Autos es que luego, en el siglo XVIII,
el racionalismo ilustrado, al calor de la Revolución Francesa, los perseguirá y
no descansará hasta prohibirlos…, paradojas de la razón moderna.
Las Escuelas Palatinas
En
el mundo occidental que deja atrás el esplendor, y también la decadencia del
Imperio Romano, se imponen los gobernantes y reyes bárbaros; no solo el pueblo
llano carece, en este periodo, de conocimientos en lectura y escritura, de
cultura general; muchos de los nuevos hombres en el poder también son
analfabetos.
Gobernantes
como Carlomagno (768 – 814) ven la necesidad, no solo de formar a los
funcionarios y administradores de las instituciones emergentes y del naciente
estado, sino además de sentar las bases para una cultura que se solidifique en
el tiempo; esto propicia un renacer de las artes latinas y de la cultura que
cristaliza en un identidad europea común. Pero, ¿a quién encargar tan loable
pero colosal empresa del conocimiento y de la cultura? ¿Quiénes poseen el
talento, la formación y la disposición para enseñar, divulgar y educar? De
nuevo es la Iglesia la que da un paso adelante y asume el reto, y el primero que
asiste a clase en el rey de los francos y lombardos: Carlomagno. Estas escuelas
palatinas, y todo este movimiento educativo, contaron con la conducción de
grandes figuras de la Iglesia e intelectualidad feudoaristocrática. Otra clave
de lectura: la razón y la fe conviven en armonía en una época en la cual las
versiones sesgadas de la ilustración, y luego del marxismo, nos han querido
hacer creer que la filosofía fue una mera esclava de la teología y que a lo
largo de mil años solo reinó la oscuridad.
La mala prensa de la Santa Inquisición
Aunque
la imagen que primero aflora en cualquier debate o conversación acerca de la
Inquisición es la que hemos recibido a través de películas o panfletos
anticlericales, en su origen, la Santa Inquisición (1184, al sur de Francia)
tuvo una función educativa y orientadora; ante la aparición de las herejías
albigenses la Iglesia encargó a esta institución de alertar, prevenir y
corregir desviaciones en las prácticas y fe cristiana. Ante la avalancha de
“libres interpretaciones” o “interesadas creencias”, este tribunal eclesiástico
buscó poner límites y dar luces a la cristiandad para distinguir la verdad de
las falsas doctrinas; este hecho, o no aparece, o aparece tan velado que
normalmente se deja de lado. Nadie niega que se hayan dado desviaciones y
excesos pero el valor de distinguir, poner límites y sanear las verdades de fe
queda allí como un legado histórico que aun hoy permanece y se hace necesario
en un mundo relativista y nihilista como en el que vivimos.
El
Maestro en Tomás de Aquino
Tomás
de Aquino nace, vive y produce su pensamiento y obra en una encrucijada
histórica fundamental para occidente: el siglo XIII. Este siglo es el escenario
de la Alta Edad Media pero también la puerta de entrada de lo que luego será
conocido como la modernidad, cuya paternidad se le atribuye a Descartes pero
hoy sabemos que germina mucho antes: dos pensamientos y dos mundos de vida que
coexisten pero que también rivalizan. Este será el momento de la aparición de
las universidades, también en el seno de la Iglesia. Estamos pues ante el
momento de oro de la Escolástica. Una vez más Le Goff (2001), en su libro Los intelectuales en la Edad Media, es quien
sostiene que el escolasticismo se construye en el quehacer universitario con
métodos y recursos que le pertenecen; es decir, la clase, en la naciente
universidad, no es para nada autoritario ni monológico; antes bien:
La base es el
comentario de textos, la lectio, un
análisis en profundidad que parte del análisis gramatical que da la letra (littera), se eleva a la explicación
lógica que suministra el sentido (sensus)
y termina en la exégesis que revela el contenido de ciencia y de pensamiento
(sentencia). (p. 92)
De
nuevo, podemos observar cómo en el contexto de la Iglesia surge una
institución, la universitaria, que se caracteriza por educar y producir
conocimiento desde el debate que construye y recoge la investigación que los
intelectuales de la época, en su gran mayoría clérigos y religiosos, se han
dedicado a desarrollar.
En este clima académico – intelectual de la Alta Escolástica escribe Tomás de Aquino, en un opúsculo que forma parte de una obra de mayor extensión, su propia versión del De Magistro, tal como lo había hecho siglos atrás San Agustín. En un texto estructurado dialécticamente (es decir, desde el debate y la discusión académica) el Aquinate se plantea cuatro cuestiones: 1) ¿Puede el hombre enseñar a otro y recibir el nombre de Maestro, o lo puede solo Dios? A lo que, después de una sustentada argumentación, responde con la tesis siguiente: “El hombre sí puede enseñar y recibir el nombre de Maestro”. 2) ¿Puede decirse que alguien es maestro de sí mismo? y riposta: “Nadie puede ser y llamarse con propiedad maestro de sí mismo. 3) ¿Puede un ángel enseñar al hombre? La demostración filosófica replicará: “el ángel sí puede enseñar al hombre”. 4) ¿Pertenece la actividad docente a la vida activa o contemplativa? Ante esto sostendrá el filósofo: la docencia tiene su principio en la vida contemplativa, pero es actividad propia de la vida activa.
Estas
tesis de Tomás de Aquino no son, como mentes superficiales y ligeras pudiesen
pretender, mera especulación. Son preguntas y respuestas que surgen de una
realidad, de una vivencia, de un mundo – de – vida, el feudo aristocrático, que
tiene unas prácticas de vida centradas en las relaciones jerárquicas que vienen
de Dios a los hombres para regresar al creador; en la episteme feudo
aristocrática hay una ordenación que viene de lo divino y garantiza, en lo
educativo, que la enseñanza se base en la relación con Dios y con los hombres;
mientras la modernidad va a introducir una pedagogía y una práctica educativa
centrada en el individuo, la Iglesia va a conservar una filosofía de la educación
que va a salvar siempre a la comunidad, y dentro de esa comunidad, al sujeto
relacionado, hermanado, vinculado siempre con Dios y con el Otro.
Esa
huella relacional que ya estaba en las enseñanzas, y en la manera de educar de
Jesús, que mantiene Agustín y todo el pensamiento “medieval”, estará también
presente en la obra educativa eclesial en América, en el proceso de
evangelización que cuenta con un Fray Bartolomé de las Casas que se pregunta,
por primera vez en aquel contexto histórico: ¿Y si nosotros fuéramos indios?
Pregunta de hondo significado, entre otros, epistemológico y, en consecuencia,
pedagógico. Esa impronta relacional seguirá vigente en la labor educativa de la
Iglesia a lo largo de los convulsionados siglos XVIII y XIX europeos, en los
cuales congregaciones religiosas, órdenes y clero secular se encargarán de
atender, una vez más, las necesidades educativas y espirituales dejadas por la
revolución francesa, la revolución industrial y los vaivenes políticos de las
emergentes naciones.
No
fue distinto en la Venezuela colonial y de buena parte del siglo XIX y del
siglo XX, en la cual, por diversas razones de carácter socio – política no
abundaba la oferta educativa para la gente del pueblo, para ese pueblo de Dios.
En
la actualidad esa presencia pastoral – educativa sigue presente y vigente en
todas partes de nuestro país. Ese camino educativo que comenzó con las
enseñanzas de Jesús y llega hasta nuestros días por supuesto que plantea que
plantea retos y desafíos; el principal reto, y el mayor desafío, sigue siendo
educar a la persona, educar integralmente, para la ciudad terrena y para la
ciudad de Dios. En lo coyuntural, termino con un titular de la prensa que
implica un enorme reto y un colosal desafío, “Venezuela se queda sin
educadores, el futuro del país está en riesgo”.
Referencias
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Maracay: Editorial Ediciones de la Subdirección de la UPEL – Maracay.
- Biblia de Jerusalém. Bilbao: Editorial
Española Desclée de Brouwer.
- De Aquino, T
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sobre La Verdad. C. 11 Suma Teológica 1. C. 117. Perú: Fondo Editorial de
la universidad Católica Sedes Sapientiae.
- De Sevilla, I
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Editorial Biblioteca de Autores Católicas.
- De Hipona, A
(2020). Sobre el maestro/De Magistro.
Buenos Aires: Editorial Universitaria.
- De León,
Manuel (2018). Las matemáticas y Dios.
Recuperado de: https://www.madrimasd.org/blogs/matematicas/2018/03/25/144980
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Hughes, P (1963). Síntesis de la historia
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Le Goff, J (1996). Los Intelectuales en
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_________ (2017). La Edad Media explicada
a los más jóvenes. Argentina: Editorial Paidós.
-
Moreno, A (2008). El aro y la trama.
Episteme, modernidad y pueblo. Miami: Editorial Conviviumpress.
-
Sgarbossa, M y Giovannini, L (1991). Un
santo para cada día. Colombia: Ediciones Paulinas.
Nota: este texto fue presentado como ponencia en el marco de la Jornada Filosófica 2023 realizada en el Seminario Diocesano de Maracay el 27 de enero de 2023.
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