Iglesia y Educación: la formación del hombre, la perfección del espíritu

                                                                                                                               Rolando J. Núñez H.

rolandonunez70@gmail.com

@Sisifodichoso

Introducción

Desde los orígenes del cristianismo, hasta la actualidad, el tándem Iglesia- Educación ha sido una realidad, una concreción, un dato, si queremos ponerlo en términos cientificistas; es decir, esa simbiosis, esa común – unión ha sido un acontecimiento vital que, sin estar desvinculado del contexto, para nada ha estado determinado, o sometido, a variables economicistas, ideológicas o políticas, puede que condicionado, sí, pero no determinado. Ese largo, y fructífero, camino que comienza con las enseñanzas de Jesús a través de parábolas llega hasta nuestros días a través de hombre y mujeres que, dentro de la Iglesia, vieron, y siguen viendo, en la educación un medio para la perfección humana y espiritual, y que de ninguna manera percibieron que educar al hombre lo aleja de Dios, o que anunciar la buena noticia, y asumirla, esté reñido con la educación.






Jesús, el Maestro

Jesús anuncia la buena noticia y lo hace enseñando, educando; es el maestro por excelencia. La suya es la educación del alma, del espíritu que no descuida lo material pues habla y se conduce con una claridad meridiana que concede al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Su didáctica destaca porque domina el lenguaje de los maestros de la ley pero al mismo tiempo tiene un excelente manejo del lenguaje popular de la gente sencilla: a los pescadores les habla a través de parábolas que ellos entienden y a los agricultores les enseña usando hermosas imágenes relacionadas con el campo, la siembra y la cosecha; siempre con el objetivo de anunciar el evangelio pero con un poder de convicción que llama la atención de todos y no deja indiferente a ninguno. Su potencia comunicativa llega a lo más hondo de la persona. La enseñanza de un maestro como Jesús se distingue de la de los maestros de la ley porque mientras estos imponen, decretan y emiten juicios moralistas, el maestro de Nazareth habla con alegorías, con lenguaje llano y sobretodo propone; al joven rico le habla con claridad pero no lo condena, lo ve con tristeza cuando aquel se aleja. La enseñanza de Jesús es pues una invitación, no persigue, no hostiga, deja que el otro decida. He aquí una potente premisa para los maestros que educan, o pretenden hacerlo, en el contexto de un mundo postmoderno: se trata de proponer, con firmeza, pero sin autoritarismo; más bien desde la autoridad que da el hablar con la verdad, con convicción y con la moral suficiente para respaldar aquello que se dice.

Ese hablar el lenguaje de la gente común, de la gente de a pie, no es solo un recurso retórico; esto nos indica que la educación que nos viene de Jesús se encarna en la cultura, en la vida, en cada uno de los que le escuchan; no es un panfleto ajeno a sus destinatarios. Es un mensaje abierto a todos y no una escuela para iniciados, para unos pocos. Se ofrece a todo el que quiera oír y asumir en su vida esas enseñanzas. Esto marca una gran diferencia entre Jesús y aquellos maestros que abundaban en la antigüedad, pero también en épocas posteriores, que “transmitían” doctrinas cripticas, arcanas, extremadamente selectivas.


Esta forma de enseñar va a ser seguida y asumida por sus discípulos; basta leer el Nuevo Testamento para entender cómo a través de cartas y enseñanzas orales se fue comunicando a las primeras comunidades cristianas el sentido profundo de la nueva fe. Evidentemente no fue una educación escolarizada como la que tenemos ahora, fue una enseñanza viva, sustentada en la vida, en las acciones, convicciones y opciones fundamentales que tocaban lo individual y lo comunitario. Aquí nos topamos con otra gran enseñanza: lo que se aprende y se asume como verdad debe estar atado a la forma de vivir la propia existencia; y esto tiene una gran relevancia porque, entre otras cosas, en los tiempos que corren nos conseguimos con titulados en carreras que en su vivir cotidiano no aplican nada de lo que se supone que aprendieron; uno de los grandes dramas contemporáneos es precisamente la dicotomía, la división entre lo teórico y lo práctica, lo que se dice, o representa, y lo que se hace y vive. La enseñanza que nos viene de Jesús, a través de los discípulos y esas primeras comunidades cristianas, y que no pierde vigencia, es la de mantener una armonía entre lo que se dice y lo que se hace; esto se dice fácil y rápido pero en la práctica no es tan palpable ni común. Como podemos ver, desde el principio, en lo educativo, la Iglesia ha ido afrontando y superando retos y desafíos que vienen de esa realidad que constantemente nos interpela.

 

Los Padres de la Iglesia: la educación en la fe

Como sabemos, en los primeros siglos, la fe cristiano tuvo que abrirse paso en medio de un mundo convulso, caótico y plagado de medias verdades así como de imposturas tan bien urdidas que bien podían pasar como sana y recta doctrina. La labor de los Padres de la Iglesia fue, ante todo, de defensa de la fe; esa labor fue desarrollada en y desde un espíritu educador que buscaba orientar, decantar y sistematizar las enseñanzas y las verdades cristianas; aunque el norte de esa noble actividad siempre fue la salvación de las almas, estos primeros apologetas se valieron de las herramientas de la razón, y de lo que consideraron rescatable de la filosofía antigua, para apalabrar y poder comunicar las verdades trascendentales del cristianismo.


En ese sentido, es San Agustín quien afirma, en el De Magistro, que: “(…) las palabras no pueden hacer otro cosa que incitar al hombre a aprender (…) (p. 153). A lo largo de esa breve obra, y usando como recurso expresivo el diálogo, el obispo de Hipona se dedicará, en una brillante muestra de erudición en el campo de lo que luego se llamará filosofía del lenguaje, a argumentar acerca de que para enseñar necesitamos los signos lingüísticos, pero no como meros sonidos o palabras vacías, sino como formas para comunicar significados y sentidos de la más honda profundidad.

Pero no se queda Agustín en la cuestión lingüística, su punto de partida implica que “(…) es manifiesto que al hablar queremos enseñar. Pero aprender, ¿de qué manera? (…) Pienso que aun entonces solo queremos enseñar. Pues, ¿acaso preguntas por alguna otra razón más que para enseñar lo que quieres a quien preguntas? (p. 41).

El padre de la Iglesia recupera el diálogo socrático – platónico como forma de enseñanza, como forma de compartir las verdades que permanecen, que trascienden. Estilo pedagógico que no riñe con la forma de enseñar Jesús pues también este dialoga, interpela a sus interlocutores. Es claro que en la filosofía de la educación de la Iglesia, desde sus cimientos, el enseñar no es una cuestión de imposición, un puro monologo; la enseñanza agustiniana concreta aquí es: no es simple maestro el que más habla; el buen maestro es aquel que se ha preparado lo mejor posible para su clase y va al encuentro con sus estudiantes a plantear preguntas, a interactuar con ellos, a interpelarles. Pero, ¿cómo convive esto con la máxima agustiniana de la “luz interior”? convive, y lo hace muy bien, porque para San Agustín la relación del hombre es doble y es una: es relación con Dios y con el prójimo, esto es, con el próximo, con el que está a tu lado. No puedo relacionarme con Dios sin hacerlo con el prójimo y viceversa, y esto está muy presente en su concepción educativa; por eso, aunque Agustín hace suyo, en De Magistro, el consejo evangélico que dice: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar ‘Rabbi’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos” (Mateo 23:8), no obstante entiende que quien enseña es mediación, incitación a oír al Maestro por excelencia. Así, dirá Agustín en la obra citada:

Cuando se trata de las cosas que captamos con la mente, esto es, con el intelecto y la razón, hablamos de cosas presentes que son vistas en aquella luz interior de la verdad con la que se ilumina y de la que se regocija el llamado “hombre interior”. Sin embargo, también el que escucha, si ve las cosas mismas con aquel ojo simple e interior, supo que dijimos por medio de su contemplación y no de mis palabras. Por lo tanto, ni siquiera a este, que contempla la verdad, le enseño la verdad hablando; en efecto, mis palabras no le enseñan sino que las cosas mismas le son manifiestas al ser reveladas por Dios en el interior. De esa forma puede responder acerca de esas cosas al ser interrogado”. (p. 141)

En el pensamiento agustiniano queda así establecida la enseñanza como uno de los puntales fundamentales de la Iglesia y de su labor al servicio de los hombres.

San Isidoro de Sevilla y las escuelas para líderes


Un aspecto que hay que considerar, desde el punto de vista socio – histórico, lo constituye el hecho de que tras las invasiones bárbaras, al imperio romano de occidente, Europa central queda sumida en la debacle, en el caos; los caminos están destruidos; las grandes bibliotecas, los centros de cultura, o han sido devastados o es muy difícil acceder a ellos; es una época en la que, por dramático que suene, es arriesgado viajar de un lugar a otro porque muchos viajeros simplemente desaparecen durante el viaje; el historiador francés Jacques Le Goff (1924 – 2014) llega a afirmar que la hambruna es tal, en estos primeros siglos de la mal llamada Edad Media, que no eran pocos los viajeros desaparecidos que eran comidos por salteadores de caminos. En este contexto terrible la Iglesia es la única institución que va a quedar en pie; será ella quien se encargue de aquellas labores que el estado inexistente está incapacitado para asumir: la labor hospitalaria, la administración de cementerios, etc., y, evidentemente, terminará asumiendo también la conservación y difusión de la cultura, de lo educativo.

Una figura descollante a este respecto es la de San Isidoro de Sevilla que, sin perder nunca el norte espiritual y divino, difunde el conocimiento y educa de diversas maneras. Este erudito santo de la época visigoda escribe un libro clave para la comprensión del surgimiento de la cultura europea post romana: Las etimologías (publicado en el 625 después de Cristo), que es una obra enciclopédica pues reúne todo el conocimiento que se tenía hasta ese momento en lo científico, teológico y filosófico; lo curioso es que, dado el contexto antes descrito de dificultad para acceder a los centros de saber, Isidoro escribe buena parte de esta obra de memoria, de enseñanzas que ha recibido de sus maestros. Sobre Isidoro, y la obra citada, dice Manuel de León (2018):

Ya en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla, escribía su obra cumbre, ‘Las etimologías’, en las que establecía lo que sería la división de las ciencias desde entonces en el mundo académico. El Trivium, con la gramática, la retórica y la dialéctica; y el Quadrivium, con las matemáticas, la geometría, la música, y la astronomía. (De León, 2018, Las matemáticas y Dios)

 Pero además Isidoro es considerado, por muchos estudiosos, el artífice de las Escuelas para Catequistas o Escuelas para líderes, que fueron las encargadas de formar en la fe; en las comunidades estos líderes y/o catequistas jugaron un papel fundamental en lo terreno y en lo divino, que a fin de cuentas, en la visión cristiana de mundo forman parte de un todo.  

 

El Auto Sacramental como recurso didáctico


Sabido es que en la Feudoaristocracia (conocida popularmente por el sesgado rótulo de Medioevo), y durante muchos siglos, la gran mayoría de la población es analfabeta; es en ese momento histórico que nace, en el seno de la Iglesia, el “auto”, una representación teatral de carácter religioso que también fue conocida en la época como misterios o moralidades; mucho después, en el siglo XVI, se les llamó Autos Sacramentales. Pues bien, dado que la gran mayoría no tenía acceso al texto escrito, y por tanto estaba impedida de leer los textos bíblicos, en las puertas y pórticos de las iglesias se representaban escenas de la biblia que enseñaban y catequizaban al pueblo a través de estas escenificaciones que luego constituirán un antecedente clave del teatro moderno y contemporáneo. De nuevo, la inventiva y modos de educar, dentro de la Iglesia, se multiplican y diversifican. No es solo la palabra que tiene su origen en lo alto, no es solo el significado y el sentido, es además la imagen, la representación de escenas y acontecimientos evangélicos, bíblicos. Un dato curioso acerca de los Autos es que luego, en el siglo XVIII, el racionalismo ilustrado, al calor de la Revolución Francesa, los perseguirá y no descansará hasta prohibirlos…, paradojas de la razón moderna.

 

 Las Escuelas Palatinas

En el mundo occidental que deja atrás el esplendor, y también la decadencia del Imperio Romano, se imponen los gobernantes y reyes bárbaros; no solo el pueblo llano carece, en este periodo, de conocimientos en lectura y escritura, de cultura general; muchos de los nuevos hombres en el poder también son analfabetos.

Gobernantes como Carlomagno (768 – 814) ven la necesidad, no solo de formar a los funcionarios y administradores de las instituciones emergentes y del naciente estado, sino además de sentar las bases para una cultura que se solidifique en el tiempo; esto propicia un renacer de las artes latinas y de la cultura que cristaliza en un identidad europea común. Pero, ¿a quién encargar tan loable pero colosal empresa del conocimiento y de la cultura? ¿Quiénes poseen el talento, la formación y la disposición para enseñar, divulgar y educar? De nuevo es la Iglesia la que da un paso adelante y asume el reto, y el primero que asiste a clase en el rey de los francos y lombardos: Carlomagno. Estas escuelas palatinas, y todo este movimiento educativo, contaron con la conducción de grandes figuras de la Iglesia e intelectualidad feudoaristocrática. Otra clave de lectura: la razón y la fe conviven en armonía en una época en la cual las versiones sesgadas de la ilustración, y luego del marxismo, nos han querido hacer creer que la filosofía fue una mera esclava de la teología y que a lo largo de mil años solo reinó la oscuridad.

La mala prensa de la Santa Inquisición


Aunque la imagen que primero aflora en cualquier debate o conversación acerca de la Inquisición es la que hemos recibido a través de películas o panfletos anticlericales, en su origen, la Santa Inquisición (1184, al sur de Francia) tuvo una función educativa y orientadora; ante la aparición de las herejías albigenses la Iglesia encargó a esta institución de alertar, prevenir y corregir desviaciones en las prácticas y fe cristiana. Ante la avalancha de “libres interpretaciones” o “interesadas creencias”, este tribunal eclesiástico buscó poner límites y dar luces a la cristiandad para distinguir la verdad de las falsas doctrinas; este hecho, o no aparece, o aparece tan velado que normalmente se deja de lado. Nadie niega que se hayan dado desviaciones y excesos pero el valor de distinguir, poner límites y sanear las verdades de fe queda allí como un legado histórico que aun hoy permanece y se hace necesario en un mundo relativista y nihilista como en el que vivimos.

El Maestro en Tomás de Aquino

Tomás de Aquino nace, vive y produce su pensamiento y obra en una encrucijada histórica fundamental para occidente: el siglo XIII. Este siglo es el escenario de la Alta Edad Media pero también la puerta de entrada de lo que luego será conocido como la modernidad, cuya paternidad se le atribuye a Descartes pero hoy sabemos que germina mucho antes: dos pensamientos y dos mundos de vida que coexisten pero que también rivalizan. Este será el momento de la aparición de las universidades, también en el seno de la Iglesia. Estamos pues ante el momento de oro de la Escolástica. Una vez más Le Goff (2001), en su libro Los intelectuales en la Edad Media, es quien sostiene que el escolasticismo se construye en el quehacer universitario con métodos y recursos que le pertenecen; es decir, la clase, en la naciente universidad, no es para nada autoritario ni monológico; antes bien:

La base es el comentario de textos, la lectio, un análisis en profundidad que parte del análisis gramatical que da la letra (littera), se eleva a la explicación lógica que suministra el sentido (sensus) y termina en la exégesis que revela el contenido de ciencia y de pensamiento (sentencia). (p. 92)

De nuevo, podemos observar cómo en el contexto de la Iglesia surge una institución, la universitaria, que se caracteriza por educar y producir conocimiento desde el debate que construye y recoge la investigación que los intelectuales de la época, en su gran mayoría clérigos y religiosos, se han dedicado a desarrollar.

En este clima académico – intelectual de la Alta Escolástica escribe Tomás de Aquino, en un opúsculo que forma parte de una obra de mayor extensión, su propia versión del De Magistro, tal como lo había hecho siglos atrás San Agustín. En un texto estructurado dialécticamente (es decir, desde el debate y la discusión académica) el Aquinate se plantea cuatro cuestiones: 1) ¿Puede el hombre enseñar a otro y recibir el nombre de Maestro, o lo puede solo Dios? A lo que, después de una sustentada argumentación,  responde con la tesis siguiente: “El hombre sí puede enseñar y recibir el nombre de Maestro”. 2) ¿Puede decirse que alguien es maestro de sí mismo? y riposta: “Nadie puede ser y llamarse con propiedad maestro de sí mismo. 3) ¿Puede un ángel enseñar al hombre? La demostración filosófica replicará: “el ángel sí puede enseñar al hombre”. 4) ¿Pertenece la actividad docente a la vida activa o contemplativa? Ante esto sostendrá el filósofo: la docencia tiene su principio en la vida contemplativa, pero es actividad propia de la vida activa.


Estas tesis de Tomás de Aquino no son, como mentes superficiales y ligeras pudiesen pretender, mera especulación. Son preguntas y respuestas que surgen de una realidad, de una vivencia, de un mundo – de – vida, el feudo aristocrático, que tiene unas prácticas de vida centradas en las relaciones jerárquicas que vienen de Dios a los hombres para regresar al creador; en la episteme feudo aristocrática hay una ordenación que viene de lo divino y garantiza, en lo educativo, que la enseñanza se base en la relación con Dios y con los hombres; mientras la modernidad va a introducir una pedagogía y una práctica educativa centrada en el individuo, la Iglesia va a conservar una filosofía de la educación que va a salvar siempre a la comunidad, y dentro de esa comunidad, al sujeto relacionado, hermanado, vinculado siempre con Dios y con el Otro.

Esa huella relacional que ya estaba en las enseñanzas, y en la manera de educar de Jesús, que mantiene Agustín y todo el pensamiento “medieval”, estará también presente en la obra educativa eclesial en América, en el proceso de evangelización que cuenta con un Fray Bartolomé de las Casas que se pregunta, por primera vez en aquel contexto histórico: ¿Y si nosotros fuéramos indios? Pregunta de hondo significado, entre otros, epistemológico y, en consecuencia, pedagógico. Esa impronta relacional seguirá vigente en la labor educativa de la Iglesia a lo largo de los convulsionados siglos XVIII y XIX europeos, en los cuales congregaciones religiosas, órdenes y clero secular se encargarán de atender, una vez más, las necesidades educativas y espirituales dejadas por la revolución francesa, la revolución industrial y los vaivenes políticos de las emergentes naciones.

No fue distinto en la Venezuela colonial y de buena parte del siglo XIX y del siglo XX, en la cual, por diversas razones de carácter socio – política no abundaba la oferta educativa para la gente del pueblo, para ese pueblo de Dios.

En la actualidad esa presencia pastoral – educativa sigue presente y vigente en todas partes de nuestro país. Ese camino educativo que comenzó con las enseñanzas de Jesús y llega hasta nuestros días por supuesto que plantea que plantea retos y desafíos; el principal reto, y el mayor desafío, sigue siendo educar a la persona, educar integralmente, para la ciudad terrena y para la ciudad de Dios. En lo coyuntural, termino con un titular de la prensa que implica un enorme reto y un colosal desafío, “Venezuela se queda sin educadores, el futuro del país está en riesgo”.

Referencias

- AAVV (2010). Apuntes sobre la filosofía medieval. Maracay: Editorial Ediciones de la Subdirección de la UPEL – Maracay.

- Biblia de Jerusalém. Bilbao: Editorial Española Desclée de Brouwer.

- De Aquino, T (2008). El maestro. Cuestiones disputadas sobre La Verdad. C. 11 Suma Teológica 1. C. 117. Perú: Fondo Editorial de la universidad Católica Sedes Sapientiae.

- De Sevilla, I (2004). Etimologías. Madrid: Editorial Biblioteca de Autores Católicas.

- De Hipona, A (2020). Sobre el maestro/De Magistro.  Buenos Aires: Editorial Universitaria.

- De León, Manuel (2018). Las matemáticas y Dios. Recuperado de: https://www.madrimasd.org/blogs/matematicas/2018/03/25/144980

- Hughes, P (1963). Síntesis de la historia de la Iglesia. Barcelona: Editorial Herder.

- Le Goff, J (1996). Los Intelectuales en la Edad Media. Barcelona: Editorial Gedisa.

- _________ (2017). La Edad Media explicada a los más jóvenes. Argentina: Editorial Paidós.

- Moreno, A (2008). El aro y la trama. Episteme, modernidad y pueblo. Miami: Editorial Conviviumpress.

- Sgarbossa, M y Giovannini, L (1991). Un santo para cada día. Colombia: Ediciones Paulinas.

Nota: este texto fue presentado como ponencia en el marco de la Jornada Filosófica 2023 realizada en el Seminario Diocesano de Maracay el 27 de enero de 2023.

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Mi Padre El Inmigrante, Un Poema a la Vida, a la Existencia

¿Cómo escribir ensayos?

Pensamiento Filosófico y Pedagógico: David Hume