Alejandro Moreno Olmedo: una vida poliédrica para la ciencia, para los Otros*

 

Rolando J. Núñez H.

rolandonunez70@gmail.com

Twitter: @Sisifodichoso

“(…) la vida se me convirtió en pregunta,

la pregunta en investigación

y la investigación en cuestionamiento radical,

en preocupación filosófica”

(Alejandro Moreno Olmedo,

El Aro y la trama, episteme, modernidad y pueblo, 2008, p, 17).

 

Resumen

El texto que a continuación se comparte quiere presentar la figura de Alejandro Moreno en las distintas facetas que desplegó en su vivir, pensar y ser. El objetivo de exponer estos filones es llegar a la totalidad de una persona que vivió en una constante búsqueda que expreso de las diversas maneras que aquí se esbozan. Así, daremos algunas pinceladas en el trayecto existencial de Moreno recorriendo los siguientes aspectos: su ser maestro, sacerdote, religioso; sus preocupaciones políticas así como las investigativas; tocaremos también el aspecto intelectual así como su pensamiento, y su andadura profesional. Llegaremos luego al ser humano que fue y recoge, en gran medida, el recorrido de esas diversas facetas.

Palabras claves: Maestro, sacerdote, política, investigación, intelectual, pensamiento, ser humano.

Abstract

The text that follows is intended to present the figure of Alejandro Moreno in the different facets that he displayed in his life, thought and being. The aim of exposing these lodes is to reach the totality of a person who lived in a constant search that expressed in the various ways outlined here. Thus, we will give some brushstrokes in the existential journey of Moreno covering the following aspects: his being teacher, priest, religious; his political concerns as well as research; we will also touch the intellectual aspect as well as his thinking, and his professional career. We will then arrive at the human being who was and collects, to a great extent, the route of these various facets.

Keywords: master, priest, politics, research, intellectual, thought, human being.

 

1.-  Introito



Hay figuras humanas inabarcables, polifacéticas e impermeables a ser ubicadas en una sola categoría o renglón; como bien dijo Gregorio Marañón (1939): “La Vida (…) es más ancha que la Historia (pp. 9 y 10). Cuando nos detenemos en la historia de vida (Historia – de – Vida) de Alejandro Moreno nos conseguimos con una de esas figuras. En los diversos espacios académicos venezolanos ha sido muy frecuente conseguirse, en las últimas décadas, con gente que expresa haber tenido algún tipo de contacto con la obra de Moreno, y cada quien añade o quita a su recorrido vital aspectos, ideas, anécdotas o rasgos; muchos ciertos, otros no tanto.  Este trabajo quiere aproximarse a esa figura que dejó una huella, y una obra, en la sociedad venezolana; una obra que no parece vaya a desdibujarse tras el fallecimiento de Moreno en la navidad de 2019.

Una pregunta de arranque podría ser: ¿Fue Moreno maestro, educador, pedagogo, profesor universitario, investigador, cura, político (o politólogo), sociólogo, psicólogo, teólogo? ¿Fue escritor? ¿Era español…, era venezolano?   Pues de entrada habría que decir que su recorrido existencial incluyó todos estos aspectos y muchos otros: así de rica en facetas fue la vida de este hombre que, además, desplegó una personalidad, y un carácter, muy humano y que, como todos, tuvo problemas, altibajos y tropiezos, luces y sombras; parece importante señalar esto para que el lector no perciba el texto como un panegírico hagiográfico que evidentemente Moreno no hubiera agradecido ni mucho menos aplaudido.

En algunas de esas áreas del conocimiento, y espacios vitales, antes mencionados, obtuvo Moreno títulos académicos, en otros no, porque evidentemente quien, como él, hace una opción por el trabajo social, educativo, investigativo y pastoral, no puede dedicarse a coleccionar títulos; en breve: obtuvo el título de maestro normalista, siguió estudios de filosofía, en el Filosofado Salesiano y, luego, estudios teológicos en Roma; hizo también estudios de pedagogía en España y se graduó de psicólogo en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), para luego hacer maestría en psicología (Universidad Simón Bolívar – UCV). Posteriormente obtendría el título de doctor en Ciencias Sociales, en la Universidad Central de Venezuela  (UCV), y cursaría en esa misma universidad un postdoctorado. Lo cierto es que cuando en las conversaciones surge el nombre Moreno y alguien asegura  que fue sociólogo o antropólogo, lo que en realidad eso está expresando es que nuestro autor, en su obra, transitó por todas estas disciplinas, rompiendo así con el esquema positivista que impuso la departamentización o fragmentación de los saberes, aproximándose muchísimo a la figura de personajes que, a lo largo de la historia, hicieron del conocimiento una totalidad organizada que nos ayuda a comprender el mundo, aunque sea de manera parcial e incompleta. Hablamos, por ejemplo, de Aristóteles, con su Ética, Metafísica o su Política; de Isidoro de Sevilla, con sus Etimologías; Tomás de Aquino, con su Suma Teológica; Dante Alighieri y su Divina Comedia, entre otros.

Estos autores mencionados construyen obras, como las citadas, que son verdaderas enciclopedias, no en el sentido racionalista de la Enciclopedia Ilustrada del siglo XVIII, sino más bien en el sentido de la suma de conocimientos y saberes, y no solo datos, que buscaban comprender al hombre en su totalidad, en su antropología, en su ontología, en su epistemología y en su axiología.

Aunque Moreno publicó una abundante obra, desde folletos pensados para el trabajo con jóvenes en ambientes parroquiales y escolares, orientados a temas como la sexualidad, lo pastoral o la orientación vocacional, pasando por artículos científicos para revistas especializadas y libros que daban cuenta de sus investigaciones, no obstante, su obra “enciclopédica”, en el sentido antes mencionado, es el Aro y la trama, episteme, modernidad y pueblo, cuya primera edición se publicó en 1994, y posteriormente ha aparecido en varias ediciones, dentro y fuera de Venezuela. La obra mencionada fue el fruto de una ardua y profunda investigación que luego se convirtió en su tesis doctoral. Allí se detiene en la crisis del pensamiento moderno, en los fundamentos tanto vitales como filosóficos de la feudo – aristocracia (mal llamada por la ilustración, por la modernidad, Edad Media), y plantea la elaboración teórica de una manera distinta, “Otra”, de investigar y comprender la realidad venezolana.  Nociones/realidades tales como: mundo – de – vida, episteme, cultura, paradigma, “practicación” e “implicancia” son elaboradas y/o reelaboradas por Moreno para ir más allá de los parámetros y perspectivas clásicas de la ciencia moderna tradicional. Moreno puso el foco de su interés, tal como el mismo lo expresa en el libro Y salimos a matar gente (2009), en:

La vida, no en sentido universal y abstracto, sea científico o filosófico, sino en concreto, tal como acaece en la existencia, históricamente, se revela constitutivamente no como esencia sino como ejercicio del vivir mismo que se constituye en cuanto acaece su mismo ejercerse, como ejercitación viviente. Previo a toda vivencia, a toda conciencia, a todo ser de la vida, está su propio acontecer y ejercitación” (p. 29)

Lo que nos proponemos pues, en estas líneas, es desarrollar un intento de respuesta a esas preguntas que se han esbozado en las líneas de arriba; respuesta que seguramente dejará muchos vacíos y abrirá puertas al debate, el disenso y a la posibilidad de otros textos, otras miradas, otras aproximaciones.

2.- El Maestro



Alejandro Moreno Olmedo (1934 – 2019) llegó a Venezuela a mediados de 1950, proveniente de España. Venía de un país que aún se recuperaba de las cicatrices sociales, políticas y económicas dejadas por la Guerra Civil española (1936 – 1939) y de los “daños colaterales” de una II Guerra Mundial en la que no participó pero en la cual el régimen franquista siempre se mantuvo muy cercano a la Alemania nazi. El Ávila que recibió a aquel todavía adolescente seminarista le sedujo de tal forma que una de sus grandes opciones de vida fue enamorarse de esa Caracas que lo vería crecer, madurar, florecer y luego morir, dejando una trayectoria vital que incluye ex alumnos, discípulos, un novedoso y valioso trabajo de investigación y una obra escrita que constituye todo un legado, en Venezuela y más allá de sus fronteras.

Moreno vino a América, a Venezuela concretamente, como miembro de la congregación, o familia salesiana, una institución de la Iglesia Católica dedicada a la educación que privilegia el trabajo pastoral y educativo en ambientes en situación de vulnerabilidad socio – económica. Dentro de esa congregación se mantuvo hasta el final de sus días aunque sus opciones de vida lo llevaran a implicarse en esos ambientes populares a los que dedicó su talento, su trabajo y su amor. Como hemos mencionado arriba, si algo evade en forma constante el tránsito existencial de Moreno es la adscripción a una etiqueta, a una profesión, pero sí aparecen aspectos de su andar vital que parecen atravesar su vida y obra; uno de esos aspectos es su ser “maestro”, y esto en el sentido más amplio y rico del término; en ese orden de ideas, en el prólogo de la obra de Moreno intitulada Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal (2006), destaca el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta lo siguiente: “Desde su juventud ha ejercido la docencia con pasión y sin interrupciones” (p. 11).

 Sus inicios fueron como “maestro” de primaria en colegio salesianos; luego fue profesor de bachillerato en una época en la que las casi únicas opciones de estudio, en Venezuela, eran los “internados” de curas y monjas en un país donde la educación aun no era accesible a todas las regiones del país, como luego lo llegó a ser en el periodo democrático que va de 1958 al 2000. Después, Moreno incursionaría en la educación universitaria, en la cual desarrollaría una trayectoria que lo llevaría a la jubilación, aunque esta no significó ausentarse de las aulas, de la investigación y de la producción escrita.


La irreverencia, así como la inquietud vital e intelectual, que siempre caracterizó a Alejandro Moreno, se manifestó de manera particular en su modo de enseñar, en su didáctica iconoclasta, cuestionadora, agitadora de espíritus adormecidos. Eso sí, lejos estaba del típico profesor alborotador que a falta de conocimientos y preparación llega al salón a ver qué improvisa. Sí algo hay que resaltar de Moreno es que bastante oírle cinco (5) o diez (10) minutos para aprender varias cosas que antes no sabías, planteadas además de manera sumamente novedosa. Un verdadero libro abierto que además, continuamente cuestionaba esos conocimientos y datos que solemos conseguir en libros, manuales o en la red. Sus alumnos de Psicología del Aprendizaje le oyeron decir más de una vez: “Yo no preparo clase, lo cual me obliga a leer y estudiar todos los días”. Y es que sus “clases”, que él prefería no llamarlas así, eran del todo particulares pues en lugar del profesor clásico que daba la lección, Moreno fungía de “maestro socrático” que cuestionaba los lugares comunes y los trillados latiguillos ideológicos que plagan libros de texto, manuales y creencias en uso en los espacios escolares. La pregunta que descoloca, que sacude mitos y creencias, ese era el motor que activaba las “sesiones de trabajo” en los cursos que Moreno asumía. Por lo que él mismo contaba no era esta una práctica que había adoptado en las aulas universitarias sino que ya como profesor de bachillerato, más que una clase magistral, desarrollaba una clase tipo debate, participativa, llegando a la conclusión de que sus jóvenes estudiantes eran capaces de hacer “análisis” tan buenos, o mejores, que los que venían en los consabidos libros de texto

Una de las grandes deficiencias de nuestra educación ha sido siempre que pareciera que lo que se enseña en la escuela, o en liceos y universidades, no tiene relación con la realidad que viven tanto estudiantes como docentes; ese ejercicio de contraste, de comparación parece estar ausente del ejercicio docente; se supone que lo que se enseña sirve para “algo” pero casi nunca se nos dice para qué.

Si algo descolló del modo de enseñar de Moreno es que siempre conectaba, a veces de la manera más imprevisible, lo que se discutía en clase con la realidad socio política, y cultural, circundante. Decía él que le había sorprendido sobremanera el hecho de que al llegar a Venezuela y presentar evaluaciones para hacer equivalencias de los estudios hechos en su país, debían estudiar mucha biología, fisiología, etc., al punto de que se llegaba a preguntar de si iba a estudiar para ser maestro o médico; luego, compartía Moreno en su testimonio, se dio cuenta de que lo que ocurría era que en Venezuela, en aquella época de los años 50’, del siglo XX, el sistema de salud y el sistema educativo estaban totalmente acoplados, y que el esfuerzo que se hacía para erradicar epidemias y enfermedades endémicas se hacía en conjunto con los maestros que en su actividad docente fungían de agentes sanitarios que formaban a los niños y jóvenes, y a través de ellos a sus familias, para prevenir plagas y enfermedades. Este tipo de relaciones y conexiones eran muy comunes en las clases de este maestro que impactaba por su forma de hablar y no dejaba impasible a nadie. Esa labor docente se extendió por más de 50 años y marca, en buena medida, su trabajo intelectual, pastoral, académico y social.     


Podríamos decir, pues, que Moreno es, primeramente un maestro de vocación, y de acción. Un maestro que se curte en las aulas escolares, desde los primeros grados hasta los cursos postdoctorales del más alto nivel. En ese mismo contexto nos conseguimos con un pedagogo, en el sentido de que no solo se dedica a “dar clases” (expresión que siempre combatió con el verbo y con su accionar), sino que además que, sobre la marcha fue elaborando una teoría pedagógica, pues su cosmovisión no se quedaba en el puro hacer, o en un “estilo” de enseñar. Para Moreno no tenía sentido “desarrollar” un programa, unos “contenidos”, según pautaba un diseño curricular o un determinado pensum de estudios. Su sesión de clase era, como él mismo la definía, una “sesión de trabajo”, en donde no se aprendían “cosas, “contenidos”, sino más en donde se debatía, se discutía y se “producía conocimiento”, leyendo el texto, sobre el que se “trabajaba” en ese momento, a la luz del contexto, de la vivencia. Moreno es pues, un maestro en el aula pero es además, y sobre todo, un maestro que hace escuela, que deja huella, que entusiasma y forma discípulos; además, no es solo un maestro en lo escolar, es, además, un maestro que formó investigadores inquietos, cuestionadores, innovadores.

3.- El sacerdote, el religioso


Moreno supo armonizar su vida religiosa y sacerdotal con su actividad académica y social como pocos. En las últimas décadas del siglo XX, muchos hombres y mujeres que pertenecían a congregaciones y órdenes religiosas confundieron roles y opciones y, al final, terminaron abandonando sus votos y, en muchos casos, también sus ideales de una sociedad más justa y más equitativa. El caso de Moreno es emblemático pues, a pesar de haber tenido que afrontar momentos muy difíciles en su vida como religioso y, al mismo tiempo como universitario, intelectual y figura relevante en procesos sociales significativos, nunca perdió el norte ni desdibujó la opción que había hecho siendo muy joven.


Quien conocía a Alejandro Moreno sabía que provenía de una formación eclesiástica sólida y conservadora, con las fortalezas y debilidades que eso pudiera implicar. Desde el punto de vista teológico y pastoral Moreno fue contrastando la formación recibida con las nuevas tendencias y visiones hasta lograr una síntesis que le permitió recuperar lo valioso de la tradición y elaborar/re – elaborar la novedad que muchos no supieron entender. Como sacerdote y religioso Alejandro pasó muchos años dentro de colegios salesianos que exigían una intensa y fuerte rutina a un clérigo que tenía que compartir su rutina diaria entre dar clases, tener presencia educativa en los patios del colegio, o del oratorio/centro juvenil, acompañando en todo momento a los estudiantes o a los jóvenes de las comunidades populares atendidas por la comunidad salesiana, y además luego, como sacerdote, desempañar funciones litúrgicas como sacerdote en los lugares en los cuales fuera requerido. Era un ritmo de vida sumamente agotador y quizá por esto muchos tiraban la toalla, aunque otros, como Moreno, llegaron a desarrollar una capacidad y un ritmo de trabajo incansable, realmente admirable.

Con el Concilio Vaticano II, las reglas y concepciones se flexibilizaron bastante pero la vida de un sacerdote y religioso como Moreno siguió siendo bastante exigente, sin embargo Alejandro, desde su ser salesiano, siempre fue un sacerdote que puso por delante sus principios y su opción vocacional como pastor y educador de los jóvenes.

Alejandro Moreno rompió con muchos dogmas y rigurosidades pero no fue un rebelde sin causa o un “tira piedra” sin más. En lo litúrgico, incluso, fue respetuoso del rito y la tradición. Pudiéramos decir que Moreno fue en religión y en su vida sacerdotal, lo que el filósofo español Fernando dice acerca de lo que debiera ser el educador: en parte conservador, porque tiene que transmitir el legado de una generación, y en parte innovador, irreverente porque tiene que mostrar la forma de abrirse a un mundo nuevo.


Esta forma de ser y de actuar, en Moreno, en el sentido de ser tan de avanzada, tan irreverente, y al mismo tiempo saber valorar el pasado, la tradición y lo legado por las generaciones anteriores, le permitió hacer una magnífica síntesis entre su ser sacerdote, religioso, intelectual y agente pastoral y social. Pocos hombres en su circunstancia podemos llegar a conocer que logren esos justos equilibrios, los cuales no se consiguen de la noche a la mañana y es seguro que a Moreno le costaron muchos sacrificios y momentos duros. En ese sentido supo seguir la máxima moral de Aristóteles de que “virtud está en el centro”, o aquella de Santa Teresa de Jesús de que “hasta en la virtud los extremos son peligrosos”. En el lenguaje popular que Moreno tanto estudio se diría: “Ni tan calvo ni con dos pelucas”.

4.- El psicólogo


Es probable que la de psicólogo fuera la faceta que más se conociera de Moreno en los ambientes en los que su nombre salía a relucir: el cura/psicólogo. Moreno, como ya se ha señalado, hizo estudios de pregrado en psicología en la UCAB en la década de los sesenta, del siglo XX. De lo leído y oído en libros, revistas y clases de Moreno se puede inferir una sólida formación. El mismo Moreno dio buena cuenta de ello en más de una ocasión: además de una completa formación general en la clínica, en el debate teórico y práctico, tuvo excelentes maestros y profesores formados en el campo de la psicología, muchos de ellos en el psicoanálisis aunque Moreno nunca se dedicó propiamente a la consulta psicoanalítica pero no dejaba de reconocer la excelencia de sus profesores en ese campo.

Desde el punto de vista práctico dio también Moreno testimonio de las herramientas y recursos de los cuales se proveyó mientras hacía sus estudios universitarios. Una anécdota es ilustrativa al respecto: Contaba Moreno que en sus estudios de psicología le habían enseñado a hipnotizar. Esto llama mucho la atención porque normalmente esto de la hipnosis lo asociamos a cuestiones paranormales, engaño o asunto de película; incluso, decía el mismo Moreno, la gente sencilla lo asocia a asuntos religiosos. Él insistía siempre que la hipnosis no era más que una técnica que en manos inexpertas o irresponsables puede hacer más daño que bien.

Durante muchos años Moreno formó parte del Centro Salesiano de Psicología que prestaba su servicio a instituciones educativas, especialmente a colegios salesianos. Los tests que aplicaban anualmente en esas instituciones buscaban orientar vocacional y profesionalmente a los jóvenes que estudiaban en esos liceos y colegios; también prestaban un valioso apoyo en el camino de discernimiento vocacional a muchachas y muchachos que se planteaban optar por la vocación sacerdotal y/o religiosa.

Los conocimientos, herramientas y recursos con los que contaba le sirvieron a Moreno en su labor investigativa aunque, por el camino, muchos de ellos fueron pensados y reelaborados; ya en el trabajo con los colegios Moreno había hecho la encomiable labor de “adaptar” los tests que aplicaban a la realidad venezolana pues habían sido elaborados para otro tipo de sociedad.

En algún momento Moreno deja de lado la práctica psicológica como clínica y se dedica a la investigación yendo más allá de diagnósticos y teorías. Evidentemente, la capacidad de escucha, de interpretación y comprensión siempre estará en total desarrollo pero sin encasillarse en los parámetros tradicionales.

5.-  El político


Debemos partir aquí de la premisa de que “político” no es solo el que se dedica al ejercicio de la política, y milita, y hace campaña, en un determinado partido para optar a cargos de elección popular. Entendemos aquí por política el ejercicio de la ciudadanía, en el sentido griego de autores como Platón y Aristóteles, que entendían política como todo lo que sucede dentro de la “polis”, es decir, dentro de una determinada sociedad. Esto implica un sentido histórico y de participación en los asuntos que atañen a todos, para que estos mejores y se haga justicia en el reparto de bienes y servicios.

Moreno, vivió su ser docente y su ser sacerdote desde esta perspectiva, entendiendo siempre que no se trataba de encerrarse ni en su sacristía ni en su salón de clases, sino más bien de ser sacerdote y ser educador en medio de la sociedad que exigía respuestas y soluciones a distintas problemáticas y carencias. Así, para Moreno, interesarse por la política significó implicarse en los procesos sociales que afectaban a la población, a la gente en lo espiritual y en lo material. Contemplaba también asumir posiciones críticas y comprometidas que no siempre gustan a todos. No era un “cargo político” ni el deseo de prebendas lo que motivó a Moreno a interesarse en asuntos políticos en una sociedad convulsa como la de que emergió en las últimas décadas del siglo XX, especialmente en América Latina. Su motivación era, ante todo, evangélica, humanística y educativa. Esto no fue siempre del todo bien comprendido, en una época que, como hemos señalado, muchos se fueron a los extremos (izquierdos o derechos, da igual), y esto le llegó a costar a Moreno incluso la separación, por cierto periodo de tiempo, de la Venezuela que asumió como su tierra y parte fundamental de su vida.

El reflexionar sobre el tema político, y participar en algunos momentos de manera más o menos directa del convulso acontecer político venezolano, le dio una amplitud de miras a Moreno que impactó positivamente en su ser maestro, en su sacerdocio, e incluso en su desempeño profesional como psicólogo al servicio de los jóvenes con los que trabajó en las obras educativas con las que tuvo contacto. Ese lado político se vio muy bien expresado en los artículos de opinión que por varios años publicó Moreno en el diario El Nacional, en donde cada quince días tomaba el pulso de lo político, partiendo en su análisis de lo social, de lo cultural y de lo social, con una perspectiva investigativa altamente solvente.

Uno de los legados que Moreno dejó a aquellos que decidieron convertirse en sus discípulos fue el desarrollo de un sentido crítico de la política que supera las meras militancias o simpatías, para desarrollar criterios y recursos que permiten situarse frente al acontecimiento político de manera madura y proactiva, aportando ideas y concreciones a los problemas, debates y proyectos que puedan surgir en momentos determinados.

La preocupación política, como hemos señalado, no fue un asunto puramente intelectual; fue parte del compromiso y la opción por un “pueblo” muy concreto, el venezolano; fue el afán de comprender a ese pueblo desde sus propios códigos y sus auténticos significados. En una sociedad donde ese pueblo siempre ha sido vehículo para, Moreno vio la razón de ser de la polis; un pueblo que siempre ha sido visto, desde la visión foránea, como al margen, Moreno lo vio, y lo vivió como la polis propiamente dicho. De modo que lo educativo, lo religioso y lo político, en Moreno, está integralmente situado en lo popular venezolano, con sus altos y sus bajos, sin idealizaciones ni estigmatizaciones. La gran preocupación de Moreno fue siempre el que esas dimensiones de la realidad estuvieran pensadas desde la modernidad, no desde el pueblo; ese fue el objetivo que él se trazó y propuso a los que se sintieron atraídos por su modo de investigar.

6.- El Investigador


En la segunda edición de El Aro y la trama…, dice Moreno (1994): “En un principio mi intención no fue de ningún modo científica. La labor investigadora surgió, por cierto muy pronto, exigida por la misma experiencia que vivo. Así, junto con la vida, se ha ido produciendo un proceso de reflexión sobre la vivencia” (p. 12). Como maestro – docente – profesor impacta, Moreno deja huella en quienes tuvimos la oportunidad de ser sus alumnos, por las razones ya expuestas; como sacerdote católico, sin llegar a ser extravagante o motivo de escándalo, sale con frecuencia de los estereotipos que la gran mayoría tenemos en la cabeza acerca de lo que es un “cura”; si hurgamos en su filón político, descubrimos, como también hemos visto, que no se acerca a la política por las razones ya consabidas (dinero, poder y privilegios) sino por una sensibilidad genuinamente humanística, de preocupación por el “otro”, por la gente, especialmente aquella más vulnerable en lo educativo y en lo social. Lo propio ocurre con su inquietud y hacer investigativo: Moreno llega a la investigación porque quiere comprender el mundo  - de – vida popular venezolano por el cual opta desde su vocación religiosa y su visión humanística de la realidad. Así lo referencia el investigador William Rodríguez (2002):

La labor investigativa de Alejandro Moreno en Venezuela se inició hace muchos años, con su inmersión en la vida de un barrio caraqueño de esos que hasta hace poco llamaban ‛marginal’. Tal inmersión lo condujo, sin saberlo inicialmente, al conjunto de prácticas de vida de un grupo humano. (p.113)

Esto no significa que la investigación sea accesoria o secundaria en su vida, de hecho Moreno se consolida como un investigador consagrado que comparte ese ejercicio investigativo con su cotidianidad, con su sacerdocio, con ser maestro, profesor y con sus opciones vitales fundamentales.

En Moreno, conseguimos que la investigación va mucho más allá de ser un oficio, una mera actividad para adquirir prestigio académico o para sacar réditos económicos, sociales o de otro tipo; la investigación, para él, fue el medio para comprender mejor la realidad popular venezolano, aunque el ser investigador se convirtió, en buena medida, en su modo de vida; esto le llevó a cuestionar, y desmontar, las maneras y modos de hacer ciencia establecidos y aprendidos en la academia, a través de los distintos estudios que hizo, y lo condujo, luego, a construir un andamiaje epistemológico para practicar y proponer una “investigación convivida” que fuera más allá, a esa “episteme otra” que no reprodujera visiones extrañas y conclusiones artificiales del ser – estar – convivir del venezolano.


La investigación, y el dar cuenta de ella a través de libros, revistas y otros medios, se convirtió en una necesidad para poder sistematizar, “apalabrar” lo que el investigador, y el equipo que posteriormente se fue incorporando a su trabajo, iba consiguiendo.

La investigación para Moreno, y luego para el Centro de Investigaciones Populares (CIP), se convirtió pronto es una búsqueda de la total novedad que la realidad revela, haciendo todo un esfuerzo hermenéutico por deslastrarse de las predisposiciones y ataduras de carácter ideológico, teórico o epistémico a las que está expuesto que se arriesga con  seriedad en el mundo de la ciencia y la investigación social.

Al tener una sólida formación en filosofía, teología, pedagogía, sociología, psicología, política, literatura, historia, entre otras disciplinas, Moreno fue desarrollando una actividad, y una teoría investigativa de gran envergadura, al punto de ir edificando un método, un lenguaje y una metodología para llevar adelante una investigación novedosa y de alto impacto. Basta revisar su producción escrita, desde los años 80, del siglo XX, hasta poco antes de su muerte, en 2019, para corroborar lo aquí planteado. Fue una investigación, una meta teoría y un cuerpo teórico que se fue elaborando a pulso, a lo largo de varias décadas, siempre hallando aspectos nuevos, siempre en escritura y re – escritura, nunca acabada ni cerrándose; siempre abierta a toda posibilidad de método y de novedad. En esa senda existencial, de vida, Alejandro fue consiguiendo personas que sintonizaron con su modo de entender el estudio, la investigación y la realidad, y se fueron incorporando a su opción investigativa, unos más de cerca, como miembros del Centro de investigaciones Populares; otros, en distintas universidades, centros de estudio e investigación, que habiendo tenido contactos circunstanciales con Moreno, y/o su obra, vieron en la propuesta investigativa de Moreno una manera distinta de hacer ciencia.    

 

7.- El Intelectual


La figura del intelectual es percibida por el común de la gente como alejada, extraña, extravagante, incluso inútil, ociosa; pero, ¿cómo rebatir ese prejuicio? ¿Cómo responder ante ese prejuicio que mete a todos en un mismo saco? El historiador francés, Jacques Le Goff (2001), en su libro Los Intelectuales y la Edad Media sostiene:

Sabio y profesor, pensador por oficio, el intelectual puede también definirse por ciertos rasgos psicológicos que se disciernen en su espíritu, por ciertos aspectos del carácter que pueden endurecerse, convertirse en hábitos, en manías. Razonador, el intelectual corre el riesgo de caer en exceso de raciocinio. Como científico, lo acecha la sequedad. Como crítico, ¿no destruirá por principio, no denigrará por sistema? En el mundo contemporáneo no faltan los detractores que lo conviertan en cabeza de turco. (pp. 22 y 23)

Ciertamente que Moreno tuvo siempre una tendencia fuerte y potente hacia los libros, hacia el mundo del pensamiento y de las ideas; si algo lo caracterizó fue su inmensa vocación como lector de filosofía, teología, literatura, ciencia; en fin, un talento privilegiado para leer con mucha rapidez pero también con mucha profundidad; si algo recomendaba con frecuencia a sus allegados, a sus estudiantes y a sus discípulos, era: 1) leer mucho, 2) leer directamente a los autores (en vez de interpretaciones o “refritos”) y 3) leer a los clásicos (a los griegos, a los medievales, a los modernos, a los del Siglo de Oro español, etc). Un lector muy particular por cuanto no era uno pasivo, no era sumiso al texto ni al autor; Moreno leía dialogando, discutiendo, increpando al autor, a su obra; un lector muy proactivo, muy inquieto, productivo. En alguna ocasión contó que cierta vez tomó, poco antes de irse a dormir, la novela Cien años de soledad, y no pudo parar hasta terminarla, lo cual significó no pegar ojo aquella noche.

Siguiendo a Le Goff, no obstante, en la cita arriba hecha, hay que decir que Moreno fue un “sabio”; no fue un lector o un erudito sin más, no; si de algo era enemigo fue de esa narcisismo onanista que con frecuencia conseguimos en muchos círculos intelectuales (o intelectualoides) en el cual la gente se auto complace en los conocimientos que posee y en los libros que ha leído. Moreno fue un sabio en el sentido de que esa catarata de libros que leyó, a lo largo de su vida, siempre fue contrastada con la realidad, con la vivencia; la comparación, tan ausente en nuestras escuelas y universidades, con ideas, acontecimientos y situaciones estaba constantemente en su horizonte de interpretación, de comprensión. Fue un sabio, además, porque se atrevía a proponer ideas, porque sin pretender ser futurólogo (como en más de una ocasión aclaró) atisbaba escenarios (políticos, sociales, intelectuales) en base a lo que leía en los libros y en la realidad, en la trama relacional en la cual estaba implicado. Ese ser “sabio” se traslucía a cada momento en su ser ese profesor que rompía moldes y echaba a latigazos a los mercaderes del templo que vendían baratijas como lecciones y como contenidos de un programa. Evidentemente eso le atrajo la admiración y el respeto de muchos, y la antipatía de otros. En torno a él se fue tejiendo el consabido repertorio de anécdotas e “historia en clases”, muchas ciertas, otras no tanto.


Con respecto a los “hábitos” del intelectual, que señala Le Goff, ciertamente que también Moreno privilegiaba los momentos de soledad, de apartamiento, para poder leer, pensar y sobre todo escribir; no obstante, la construcción intelectual de Moreno fue eminentemente en “relación”, esto por varias razones: 1) porque en su quehacer intelectual e investigativo se topó con una realidad totalmente nueva con respecto a aquella en la que él había nacido, se había formado y vivido; este fue el mundo – de – vida popular venezolano, cuya piedra angular es la familia matricentrada y relacional; Moreno se sumergió en ese mundo hasta hacerse parte de él y vivirlo como auténticamente suyo; 2) esto lo llevó a plantearse de modo distinto el proceso intelectual; pronto se le fue sumando gente que atraídos por su carisma, propuesta y trabajo, se sumó a ese quehacer intelectual de producir conocimiento, generado de la investigación implicada en lo popular venezolano,   pero en convivencia, en relación; de allí surge la “investigación convivida” propuesta y practicada por Moreno y su grupo de investigadores.

La altura intelectual que Moreno poseía le habría permitido hacer un camino en solitario; no obstante, él optó por hacerlo en compañía de otros que, aun sin tener el bagaje intelectual y cultural que él fue acumulando, quisieron acompañarlo en ese camino de descubrimiento y creación académica, intelectual y de elaboración del conocimiento popular venezolano. El discurrir intelectual que Moreno eligió fue el del diálogo, el de la convivencia, el de la interlocución que escucha y se hace escuchar; quien haya participado en los distintos coloquios, tertulias, cursos y reuniones de trabajo promovidas por Moreno no puede dejar de pensar en la manera como Sócrates, Epicuro, Platón y Aristóteles produjeron conocimiento filosófico y científico en su momento; es difícil no evocar los diálogos platónicos y la manera como acontecieron y fueron recogidos. Solo que Moreno, irreverente y brillante como estos maestros mencionados, le imprimió a su quehacer intelectual sentidos muy propios, muy “otros”. La epifanía, hermenéutica y elaboración teórica de la cultura que emerge de la episteme popular venezolana fue el norte del andar intelectual, y dialogado, de Moreno.

Lejos de perderse en lo puramente racional, como previene Le Goff, Moreno fue tallando una racionalidad transida de afectividad, de “humaneza” (como él redefinió la abstracta “humanidad”) encarnada en la trama cultural venezolana. Distante también de momificarse en esa “sequedad” científica sobre la que alerta Le Goff, Moreno fue construyendo unos significados, y unos sentidos, científicos que no partieran de abstracciones y concepciones etéreas sino que dieran cuenta de la vida vivida en su plenitud. No se trataba simplemente de “criticar” para “destruir”; la crítica que Moreno hace en torno a la modernidad, y sobre la ciencia moderna, no deja de reconocer sus valores y su pertinencia en su contexto, incluso las bondades de esa modernidad instrumental presente en el mundo – de – vida popular venezolano; solo que insiste Moreno en que llega la hora también de acercarse a la cultura venezolana desde el reconocimiento de sus valencias y de su existencia, como tal, pues lo que él consigue, desde el principio de su investigación, en los inicios de los años 80’, es desconocimiento y asimilación a la cultura dominante.  

8.- Su pensamiento


En una temprana publicación que llevaba por título Dios increíble e insospechable aseveraba Moreno: “Las cosas nos ocupan, se nos meten por dentro y nos transforman en cosas a nosotros mismos. Y una cosa no puede plantearse problemas. Una cosa no piensa” (p. 2). Entrar y recorrer el tejido vital de Alejandro Moreno nos adentra en la convicción de que todo su caminar fue combatir contra esta amenaza, a la que todos estamos expuestos, por cierto, que pugna por cosificarnos, por arrancarnos la conciencia del sentido de nuestra existencia. El pensamiento de Moreno fue siempre inquieto, activo, irreverente, inconforme, pero además, y sobre todo, propositivo, constructor, visionario.  

Quien tuvo la oportunidad de oír, y aprender de Moreno, asistió a una manera de razonar, de enfocar realidades, temas y autores que bien pudiéramos calificar de “dialéctico”, no en el sentido hegeliano – marxista de tesis – antítesis – síntesis, pues este siempre implica un eliminar al oponente sino más bien en el sentido de Heráclito (movimiento que dinamiza la vida), de Sócrates (hacer parir la ideas mediante la pregunta para que la verdad emerja) y de Freire (dialogamos sin más, en una relación no de sujeto – objeto, sino más bien en una convivencia de sujeto – sujeto). 

El de Moreno fue – es, un pensamiento de los que no se pliegan, no se someten a la “normalidad”, al “se hace”, “se dice” “se piensa” (difícil no pensar en Heidegger, a quien Moreno leyó y estudio a fondo, sin quedarse en él y sin dejar de cuestionarlo). Ese pensamiento “dinamita” (otro a quien también leyó e increpó hondo fue Nietzsche) lo llevó a, como ya hemos señalado, ser un profesor, un cura, un psicólogo, un investigador, sui generis, pues en su pensar, y en su actuar, derribaba muros  e ídolos que pocos se atrevían a tocar. Eso fue lo que precisamente lo llevó, en un determinado momento, a cuestionar su forma de convivir y comprender la realidad. Por ese camino, a veces boscoso, a ratos más claro, se planteó la necesidad de cuestionar (se) los modos de conocer y producir conocimiento acerca, y desde, la realidad popular venezolana.

En contacto con el ambiente popular venezolano entendió que las herramientas teóricas y epistémicas con las que contaba le eran insuficientes para comprender verdaderamente a la cultura popular venezolana. El saberse en ese quicio epistemológico le permitió apalabrar esa cotidianidad venezolana, esa vivencia, como mundo  - de vida popular venezolano, y a partir de allí ir hacia las “epistemes”, es decir, no se trató de desconocer lo ya conocido para quemar las naves en aras de lo nuevo; Moreno habló de una episteme moderna, de la cual él provenía, y de una episteme popular venezolana; más allá de Kuhn (con sus paradigmas, como esquemas mentales que condicionan el aprendizaje, el conocimiento, las creencias), más allá de Foucault (con la episteme entendida como unas reglas generales para el conocer, acercándose bastante a lo propuesto por Kuhn), Moreno entendió la episteme como la matriz generadora de conocimiento que pone las condiciones de posibilidad para: experimentar, percibir, creer, conocer, elaborar conocimiento y relacionarnos con el mundo, con la cultura, incluso con otras epistemes.


El lugar ontológico, epistemológico, axiológico y antropológico que le reveló esto a Moreno fue una cultural matricentrada, que en un primer contacto se le ocultó tras las clásicas etiquetas que el pensamiento oficial, y dominante, suele poner para que podamos acceder al conocimiento del mundo que nos rodea y del cual somos parte. Lo primero que Moreno percibió fue “familia sin estructura, disfuncional, en crisis” y esos otros epítetos que las ciencias sociales le han puesto, desde fuera, desde la “mismidad” avasallante, a lo que no comprenden o prefieren meter en los esquemas reduccionistas de siempre.

 Moreno, desde esa convivencia que fue develando, asumiendo, valorando, fue entrando en una trama vital que tenía como centro a una familia cuyo centro es la madre, en relación con sus hijos, que propicia, a su vez, una trama relacional que se extiende a la comunidad primero, y luego a la cultura. A partir de allí, Moreno inició un trabajo intelectual, investigativo, que se asentaba en la vida, y no al revés, hasta elaborar todo un cuerpo teórico que fue consiguiendo aristas en lo social, en lo educativo, en lo político y en lo económico, incluso. No pretende este texto exponer el pensamiento de Moreno sino más bien invitar al lector a profundizar en lo escrito por Moreno, y otros muchos investigadores, sobre el particular, a lo largo de bastante más de treinta años.

9.- A modo de conclusión: el ser humano


Cuando los primeros contactos que tienes con una persona son a través de un libro, de la clase que da o de las referencias de otros, por lo general la idea que te formas de esa persona es bastante incierta. Frente al autor de un libro sientes admiración, veneración, distancia; ante un docente que parece saberlo todo, sientes temor, nerviosismo; de cara a la investidura de un cura/psicólogo/intelectual, simplemente no sabes dónde pararte.  

Cuando luego tienes la oportunidad de compartir con esa persona, escucharle en una situación más distendida, más familiar, esa genialidad (que ciertamente Moreno tuvo en sus afirmaciones, interpretaciones, intuiciones, iniciativas), que antes experimentabas como muy distante, ahora se llena de humanidad, de un hombre de carne y hueso que sin dejar de ser brillante intelectualmente, exhibe rasgos tan humanos como cualquiera. Evidentemente, no hay que perder de vista el que somos una totalidad y esos rasgos que nos constituyen son parte de un solo ser, pero al ir conociendo a alguien como Moreno, más allá de las aulas, de los libros y del púlpito, descubres a una persona que ríe, que llora, que disfruta de la buena comida y de los ratos de esparcimiento, de los libros, de la música; te encuentras con alguien que ofrece su amistad y que cree en el otro, aunque eso implique que el otro no siempre sea honesto con él.

Moreno fue un hombre de carácter fuerte y convicciones firmes que podía llegar a revelar un corazón inmenso y abierto a los otros; como se dijo al principio, no son estas líneas una idealización de su figura; como todos se equivocó, erró, y luego rectificó, como solo puede hacerlo un sabio. El despliegue intelectual de Moreno se debe precisamente a su robusta humanidad, sensibilidad y lucidez para conocer a las personas, intuir situaciones y arriesgarse a vivir, saber y soñar.

10.- Referencias

Le Goff, J (2001). Los intelectuales en la Edad Media. Barcelona. Editorial Gedisa.

Marañón, G (1939). Tiberio, historia de un resentimiento. Buenos Aires. Editorial: Espasa – Calpe.

Moreno, A (1989). Dios, increíble e insospechable (Colección Nueva Molienda). Caracas. Editorial: Librería Editorial Salesiana.

Moreno, A (1995)2. El aro y la trama. Episteme, modernidad y pueblo. Caracas. Editorial: Centro de Investigaciones Populares.

Moreno Olmedo, A (2007). Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a don juan Vicente de Bolívar. Caracas. Editorial: bid&co.editor.

Moreno, A (2008).  El aro y la trama. Episteme, modernidad y pueblo. Miami. Editorial: Convivium Press.

Moreno, A – Campos, A – Pérez, M – Rodríguez, W (2009). Y salimos a matar gente. Investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular Tomo I). Caracas. Editorial: Centro de Investigaciones Populares.

Rodríguez, W (2002). Psicología social de la liberación en la acción en la acción y pensamiento de Alejandro Moreno. Heterotopía 22. Caracas, pp. 109 – 120.

*Nota: Este texto fue originalmente publicado en la revista HUMANITAS - ITER (Enero - Diciembre 2020), Revista de Filosofía y Humanidades. Año XVII. N° 33 y 34. Edición 40 Aniversario del Instituto de Teología para Religiosos (ITER). Homenaje a Alejandro Moreno (Caracas/Venezuela). 

 

Comentarios

  1. El profesor Carlos Azuaje, jubilado de la UPEL-Maracay, me envía este comentario sobre el artículo: "Excelente semblanza, Rolando.Escrita en un lenguaje fluído,acompasado,consistente,que genera gusto en el lector.Recoge en varias cuartillas,lo esencial de una vida que se convirtió en un referente fraterno para muchos venezolanos del mundo de vida popular.Buen inicio,con las preguntas que abren una ruta para decodificar el ser y el hacer de este gran hombre.Lo psicológico,por razones de profesión, siempre fue un aspecto que capturó mi atención en sus textos.Por cierto,estos constructos estuvieron muy presentes en su producción investigativa,tanto en en el ámbito de la familia popular venezolana,cómo en en los estudios acerca de la violencia.Es motivo de gozo intelectual acercarnos a esas lecturas con el tratamiento que Alejandro Moreno le dió a ese discurso. Felicitaciones Rolando por este aporte tan cercano.!!" Agradecido con el colega y amigo por la lectura y comentario.

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  3. Excelente texto que ha sido escrito con mucho detenimiento y delicadeza, para acercar al lector a la esencia de la vida y obra de Alejandro Moreno. Más allá de ser un texto que nos educa, nos invita a conocer en profundidad el legado de este estudioso como lo fue Moreno. ¡Felicitaciones, Dr. Rolando!

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  4. Un artículo biográfico lleno de calidez y admiración. Disfruté leerlo al tiempo de hacerme preguntas y de cuestionar mi vivencia académica, religiosa, y humana. Hay personas grandes de corazón, grandes de intelecto, que merecen ser honradas y reconocidas. Y este texto, sin duda, ha dejado una clara y afectuosa honra a quien fuera su maestro.

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