Maestros que Dejan Huellas: P. Strba
Stanislao Strba, Un Maestro de Física y de
Metafísica
Rolando J. Núñez
H.
Los chamos de primer año decían por los pasillos que su profesor de matemáticas era ruso. El “profesor ruso” salía todas las mañanas a las 6:30 de La Macarena, donde vivía, y hacía una “caminata”, como él decía, pasando por el barrio El Vigía, hasta el Liceo “San José”, frente a la Urb. Simón Bolívar de Los Teques. Los todavía niños de Séptimo Grado, como le llamaban en aquella época al primero de bachillerato, veían entrar a clase a un hombre alto, de piel muy blanca, con un escaso cabello cano como diadema, ojos azules, vestido ordinariamente con ropa de color oscuro y una seriedad en el rostro de la que no sabías muy bien que esperar. Al poco tiempo de conversar con él aquella seriedad se tornaba en sonrisa tímida, moderada. Aunque disfrutaba enseñando matemáticas su real pasión intelectual era la física, enseñarla, practicarla, cultivarla. En La Macarena, en el Aspirantado Salesiano “Santa María”, o “seminario”, donde el padre Strba, el “profesor ruso” vivía desde hacía ya varios años, tenía un enorme “laboratorio” donde había ido acumulando enseres e instrumentos con los que montaba las prácticas con sus estudiantes de física y pasaba largas horas del día entre escalímetros y calibradores. Difícil no recordar, años después del bachillerato, haber coincidido con él y otros salesianos que pasaban unos días de vacaciones en la playa y el padre decía: “Voy a divertirme un rato leyendo”; nos imaginábamos que se iría a leer una novela o algún libro de meditación pero tenía en sus manos un libros que hablaba sobre ¡transformadores! Eso nos hizo recordar que mientras estudiábamos, en algún recreo le oímos decir al padre, en tono de broma, que él no entendía porque había que estudiar tanta literatura y tanta historia, que solo había que estudiar física. Varias veces le oímos también contar como en unas vacaciones en Maracaibo había logrado salvar la vida aplicando vectores pues no se ahogó en el mar porque sumó el vector de su nado al vector de las olas que lo ayudaron a llegar a la orilla.
En realidad el padre Strba era checoslovaco y la razón de
que sus pequeños estudiantes le llamaran ruso era que nunca habló del todo bien el español; esto y sus rasgos físicos lo identificaban como venido de tierras lejanas.
Su lugar de nacimiento fue Nová Baña (Eslovaquia), un 11 de junio de 1931
(actual República Checa).
Había llegado a Venezuela el ocho de agosto de 1954, dejando atrás toda una historia personal producto de los abusos y atropellos, primero de los nazis y luego de los comunistas, en su país natal. En la carta de petición para hacer “votos perpetuos” como salesiano expresa: “… Mientras tanto, cuando estaba cursando el segundo año de filosofado, en la noche del 13 al 14 de abril de 1950, los comunistas confiscaron todas las casas de nuestra inspectoría y con esa medida todos los hermanos se convirtieron en prisioneros. Después de pasar 5 meses en prisión tuve la posibilidad de regresar al seno de mi familia, como estudiante del bachillerato y más tarde de la universidad. Así, después de un año y medio pasado fuera de nuestra amada Congregación, con el permiso especial que recibieron de Turín nuestros superiores, renové los votos (hasta el servicio militar) en manos del Reverendísimo Padre José Baviak, maestro de novicios, porque el Padre Inspector se encuentra hasta el momento presente (octubre de 1954) en la cárcel”. Era algo de lo que prefería no hablar, a pesar de que continuamente los precoces seminaristas le inquirían para que contara; como los adolescentes insistían él les prestaba una vieja revista en la que se narraba el drama y travesía de un joven clérigo salesiano que también había tenido que huir de Europa del este para poder desarrollar su vocación y proyecto de ser salesiano; visto en perspectiva, más de veinticinco después, pasa por nuestra mente la posibilidad de que aquella fuera su propia historia aunque el nombre del protagonista no fuera Stanislao sino simplemente “Luis”. Lo cierto era que en aquella antigua publicación, reproducida en esténcil y de hojas amarillentas, se narraba como aquel imberbe religioso había tenido que salir de noche de su casa, sin despedirse de sus padres, a quienes no volvió a ver, para cruzar la frontera y llegar hasta Italia, donde estuvo un tiempo antes de venir a Venezuela, donde se dedicó a la enseñanza, a la labor pastoral y a la formación de jóvenes venezolanos que manifestaban la intención de entrar a formar parte de la congregación salesiana.
A pesar de su función como docente, sacerdote y formador,
el padre Stanislao era un hombre de poco hablar, era más de hacer, de hacerse
útil desde el silencio, desde el trabajo cotidiano y callado; de esos maestros
que te enseñan más con su vida, con su sencillez que con su discurso.
Antes de trabajar como formador, como profesor, en Santa
María, había estado en otras casas salesianas, pero quizá donde más lo
recuerden sus ex alumnos es en ese oasis de enseñanzas que fue el Aspirantado, donde el padre Strba y otros
muchos salesianos durante años se dedicaron a formar, en lo académico y en
lo espiritual, a chicos de todas partes del país que llegaban allí ávidos de
experiencias, vivencias, aprendizajes.
De modo que el padre Strba (así, con una sola vocal en su apellido), además de ser el profesor de física por excelencia (antes había sido profesor en el “filosofado salesiano” y había enseñado asignaturas, llamémoslas, más metafísicas, más filosóficas) dirigía el “Grupo X”; cuando se le preguntaba por la razón de ese nombre respondía: “El grupo sin nombre, no queremos figurar, solo trabajar”. Quien esto escribe tuvo la oportunidad, y el privilegio, de pertenecer a ese grupo, a pesar de no ser muy bueno en física y en matemáticas, y puede dar fe de que fue una experiencia rica en aprendizajes, en experiencia y en vivencias felices que marcan para toda la vida. ¿Qué se hacía en el “Grupo X”? pues, ante todo disfrutábamos y aprendíamos. El padre Strba aplicaba sus conocimientos de electricidad para, junto con los integrantes del grupo, construir adornos luminosos cada vez que había una celebración religiosa (la fiesta de Don Bosco, el 31 de enero; la celebración de María Auxiliadora, el 24 de mayo; la fiesta de la Inmaculada el ocho de diciembre; la Pasión, Muerte y Resurrección en Semana Santa, entre otras muchas celebraciones litúrgicas y religiosas). Llamaba la atención, por ejemplo, que en las barandas de los pasillos superiores del edificio que daban a los patios y canchas, el padre hacía letreros alusivos a la celebración del momento; esos letreros luminosos los hacía con luces de neón que habían sido retiradas porque ya estaban dañadas, quemadas decíamos entonces, pero él, con un pequeño transformador las hacía encender. Esto significaba todo un trabajo de preparación, en las horas libres y recreos, pero era una oportunidad para nosotros de “aprender haciendo”, de aplicar muchas de las cosas que nos enseñaba en la clase de física y además ambientar la “casa” (como se llamaba a las instalaciones y edificios del seminario o Aspirantado, según lo que le oíamos a nuestros formadores) para la celebración que se daba, que no solo eran actos religiosos sino además encuentros deportivos, representaciones de obras teatrales o ver alguna película, para lo cual se suspendían las actividades académicas ordinarias.
Otra de las actividades de grata recordación con el Grupo
X, del padre Strba, eran las caminatas o paseos que normalmente se hacían en días
feriados. Mientras el resto de Aspirantes y salesianos se iban a la playa el
padre decía: “Yo no quiero chupar gasolina dos o tres horas de ida y tres más
de vuelta para ir la playa; yo prefiero caminar por la montaña y respirar aire
puro”, y después preguntaba: “¿Quién se anota?” obviamente los primeros éramos
los del Grupo X. Mientras el resto de la
comunidad salía rumbo a la playa nosotros, despuntando el alba, salíamos a
recorrer alguna zona de Los Teques, o sus alrededores, que ya previamente el
padre Strba había señalado en un mapa; ordinariamente elpaseo ocupaba toda la jornada. De
nuestra época podemos recordar llegar en transporte público hasta la alcabala
de la Guardia Nacional, entre Los Teques y Tejerías, bajar caminando hasta el
pueblo de Paracotos y después subir hasta San Diego de Los Altos: desde las
seis de la mañana hasta las seis de la tarde, toda una odisea. Mientras caminábamos
conversábamos, reíamos, rezábamos el rosario y nos deteníamos a comer y beber
el bastimento que nos habían preparado previamente y que normalmente eran unos
sándwiches de jamón (o mortadela) y queso, naranjas y algún refresco. Así también caminamos hasta la Colonia Tovar, pasando por El Jarillo, entre otras rutas. De estos
viajes a pie terminábamos extenuados pero felices de haber quemado energías y
compartido durante un día distinto; también así aprendíamos, conocíamos, ampliábamos
nuestra visión de mundo.
A pesar de venir de una formación, de un mundo bastante
conservador y tradicionalista, el padre Strba se mostraba siempre cercano y
paternal con todos; una calidez y una cercanía muy sobria, muy aristocrática pero
que se hacía sentir y que te marcaba afectiva, emocionalmente; en un país como
el nuestro en donde normalmente la figura paterna brilla por su ausencia, el
talante y la actitud de un maestro como este venía a llenar un vacío
significativo. Con muy pocas palabras, debido a su dificultad con el español,
el padre lograba ser un gran comunicador y hacía juegos de lenguaje que
divertían a todos. Diversas generaciones de ex alumnos recuerdan términos por
él inventados y que a todos divertían como “lechoide” o “gallinoide” para
referirse a los estudiantes. Cuando le preguntaban qué significaba eso decía: “lechoide
es que toma mucha leche” y todos reían; “gallinoide” es que parece una gallina”
y de nuevo brotaban las risas.
Quizá una de las experiencias más significativas en este
orden de ideas del calor humano y educativo fue el año 1986, el año del Cometa
Halley y del cual el padre nos había hablado en clase. Los de tercer año, que
erámos doce y las hormonas nos empujaban a hacer travesuras y trastadas,
decidimos por nuestra cuenta que, a media noche, nos íbamos a escapar del
dormitorio para subir a la azotea y ver el famoso Cometa. Para nosotros era
toda una aventura y todo un reto porque había que pasar por el pasillo que
estaba en medio de las habitaciones de los salesianos y subir hasta el techo,
todo eso sin ser descubiertos; el lector debe imaginar el ruido que hacen doce
adolescentes corriendo por un edificio antiguo y ruidoso que reproduce sonido y
ecos a todo lo largo y ancho. Pues bien, hicimos el recorrido nocturno y ya en
la azotea nos afanábamos por ver el cometa con la ayuda de binoculares y
catalejos y, a cierto punto, vemos una figura alta que se acerca en medio de la oscuridad y que nos
hizo, por un momento, entrar en pánico; cuando ya no sabíamos hacia donde huir
descubrimos que era el padre Strba que
se había dado cuenta de toda nuestra muchachada y venía a traernos un binocular
mucho más preciso para poder observar el cometa. Así, en vez de darnos un
regaño, nos dio una lección, una nueva oportunidad para aprender.
Algunos
compañeros decían que padre sabía Yuyitsu
y cuando le preguntabas si era cierto respondía: “Sí, y alguna vez lo he tenido
que usar para ahuyentar a los ladrones que se quieren meter a llevarse las
cosas del seminario”. Al parecer también acudió a las técnicas del Yuyitsu para dominar a Kirbi, un pastor
alemán que, junto a otros perros, fungía de guardián durante la noche en
Santa María. Estas y otras historias eran contadas una y otra vez por los
estudiantes que tenían más años en el Aspirantado. Casi siempre eran ciertas
cuando íbamos a preguntarle al propio protagonista que normalmente las matizaba
y le quitaba importancia. Así por ejemplo, muchas veces habían contado los de
cuarto y quinto año que el padre, hacía muchos años, había recibido una carta
de la NASA para ir a trabajar allá pero que él había rechazado la oferta pues
prefería seguir siendo salesiano. Cuando le preguntamos nos respondió
minimizando el asunto y diciendo que solo se trataba de una beca para ir a
estudiar física, o algo así; como se ha dicho, no es que le gustara hablar
mucho de sí mismo.
Cuando el modelo de internado, como obra educativa,
llegaba a su fin en Venezuela, por allá en la década de los 90’, del siglo
pasado, la congregación salesiana reorientó el funcionamiento del Aspirantado y
el padre Strba, así como el resto del personal que allí hacía vida, fue destinado
a otras obras salesianas, aunque finalmente se le dio un anhelo que él llevaba
años manifestando, y era que lo enviaran a trabajar a una de las parroquias que la
obra salesiana tiene en el país. Sus últimos años los pasó en la Parroquia San
Juan Bosco, al sur de Valencia. Allí, entre la gente pobre y sencilla,
celebrando la misa cada día en una de las muchas capillas e iglesias que tienen
los salesianos, visitando a los enfermos y compartiendo la cotidianidad con las
comunidades populares, vivió el padre sus últimos "aventuras", bien hubiera dicho jocosamente él. El padre Stanislao
Strba falleció el 24 de septiembre de 2012.
Qué vida tan interesantes y rica... me gusta.
ResponderBorrarQué vida tan interesantes y rica... me gusta.
ResponderBorrarExcelente artículo.
ResponderBorrarLeyéndolo es inevitable trasladarse a esa maravillosa época.
Sin duda el P. Strba fue un excelente salesiano y un ser humano con una riqueza inusitada.
Recuerdo todas esas historias tal como las reseñas magistralmente y con suma fidelidad.
El paseo en el cual no el P. Strba se sentó plácidamente a leer su libro de física es verídico. Recuerdo que fue en Altos de Sucre. También estuve allí y sin duda eso nos impactó positivamente.
Felicidades por ese artículo, en estos predios digitales, para honrar la vida de un excelso hombre y salesiano como lo fue el P. Stanislaw Strba. Gracias por plasmar tu experiencia formativa en este artículo.
Saludos fraternos
Excelente reseña, Rolando. Mi experiencia con el Padre Strba, fue en la parroquia. En varias ocasiones me ofrecí llevarlo y siempre fue la misma respuesta ¨yo sigo a pie¨, si usted quiere se viene conmigo... Recuerdo sus caminatas con varios profesores del colegio y del CCI. Siempre dispuesto a sus celebraciones litúrgicas, a sus enriquecedores sermones, a atender a los enfermos, a los difuntos... De una impecable puntualidad...Y un excelente confesor, maravilloso director espiritual... Siempre una sonrisa, siempre una palabra amable y siempre su recuerdo de la Auxiliadora todos los 24 y partió un 24... con su querida María Auxiliadora..Y ¨si uno come, es porque está vivo¨... Un gran cristiano y excepcional salesiano. Agradecida al Señor por la vida del padre Strba.
ResponderBorrarEramos felices y no lo sabiamos
ResponderBorrarExcelente relato, reviví mis años de aspirantado, tiempos felices y de mucho aprendizaje. El padre Strba una persona tal y como lo describes, yo ingresé en el año 1986 - 1987 y mis paseo con él fueron a las vías del tren del encanto, me contaron los de años superiores que en la visita papal en 1985, se fueron caminando para la concentración por la carretera vieja, (supongo que tu fuiste uno de los protagonista de esa peregrinación), y un montón de aventuras más, el laboratorio era increíble, lastima que para mi época teníamos que ir a estudiar al Liceo San José y no lo aprovechamos para recibir clase. Una persona que transmitía mucho con su sonrisa y su forma de hablar pausadamente.
ResponderBorrarAgradecido con este relato que dice mucho de una tremenda persona.
Otra cosa, ya no recordaba la palabra lechoide y el juego de Pica y dale que siempre organizaba en la hora de deporte cuando tenía el tiempo disponible.
ResponderBorrar