Reseña: 21 Lecciones Para el Siglo XXI

En Torno a Las Lecciones Para el Siglo XXI

Rolando J. Núñez H.

rolandonunez70@hotmail.com

 

“Algunas personas no pueden soportar tanta libertad e incertidumbre”

(Yuval Noah Harari).

 

           

Leer un libro, leer a un autor, es sumergirse en un diálogo, es adentrarse en una fuente rica en voces, murmullos, incluso sensaciones y percepciones, significados y sentidos que subyacen, y emergen, de los acuerdos y desacuerdos que podamos ir consiguiendo con ese libro, y con ese autor, a lo largo del camino que es la lectura. De alguna manera, es lo que el lector puede llegar a sentir leyendo 21 lecciones para el siglo XXI (2018), del escritor hebreo Yuval Noah Harari. A lo largo de esas casi cuatrocientas páginas, se va desarrollando una relación de esas que llaman de “amor – odio” por cuanto hay momentos, y párrafos, en los que sientes que te identificas totalmente con las ideas del autor pero hay otros en los cuales difieres radicalmente; hay, incluso momentos en los cuales el diagnóstico se confunde con la propuesta y eso desubica, descoloca al lector, rasgo que siempre se valora en un buen libro pues la lectura a veces es un bálsamo y a veces es un puñetazo a nuestras creencias, a nuestras certezas; pareciera que eso es lo que ocurre cuando un escritor discurre, a lo largo de su texto, por temas de gran interés y actualidad para cualquier hombre contemporáneo que se acerque a leerle.

            Cinco grandes temas pasan frente a nosotros en la medida que leemos las líneas y las páginas escritas por este historiador judío: lo que él llama el “desafío tecnológico”, el “desafío político” luego, la “desesperación y la esperanza”, en tercer lugar, para luego pasar a un cuarto tema que el centra en el asunto de la “verdad” y, finalmente, su cierre en el quinto filón que él va a bautizar como “resiliencia”; a partir de esos cinco núcleos va a desplegar esas veintiún lecciones que considera vitales para el siglo XXI. Quien haya leído sus dos obras anteriores, Sapiens: de animales a dioses (2014) y Homo Deus: Breve historia del mañana (2016), se dará cuenta de que el autor no está sino desarrollando una trama a lo largo de su trilogía ensayística, que tiene muchos puntos neurálgicos y una tesis que taladra en el análisis en forma de espiral para insistir en aspectos que para el autor son claves, nodales.

           

  Desarrollando su lección sobre la “libertad” Harari nos advierte: “El peligro es que, si invertimos demasiado en desarrollar la IA y demasiado poco en desarrollar la conciencia humana, la inteligencia artificial muy sofisticada de los ordenadores solo servirá para fortalecer la estupidez natural de los humanos (p. 93 de la edición del libro en español publicado por la editorial Debate). Y es que el tema de la biotecnología, la bioingeniería y la Inteligencia Artificial (IA), son una constante a lo largo de toda la obra; el autor vuelve una y otra vez sobre estos asuntos, al punto de poner en tela de juicio el que realmente podamos llegar a ser “libres” como tanto anhelamos, y tanto creemos ser, en un mundo que cada día se encamina más y más hacia la gobernanza de los algoritmos y del predominio de las computadoras. Toca el historiador un tópico que para quien estas líneas pergeña es clave, tanto en la educación de los jóvenes como en la constante meditación de los adultos que el autor luego va a recomendar: el problema, la pregunta por la “conciencia”. Harari pone el dedo en la llaga al decir que aun sabemos muy poco sobre la conciencia y no podemos estar más de acuerdo con él cuando cotidianamente constatamos que es de lo que menos se habla dentro y fuera de la escuela, de la academia, de la universidad. Nuestros estudiantes asisten a multitud de cursos a lo largo de toda su escolaridad pero cuando le preguntados a estudiantes universitarios, de cualquier nivel, cuántas veces han estudiado el tema de la conciencia la respuesta es nula, nunca han recibido un curso que trate en forma específica, pero tampoco tangencialmente, el asunto de la conciencia. De nuevo el autor acierta cuando sostiene que “conciencia” e “inteligencia” no son la misma cosa y que, cuando fantaseamos con computadoras y robots que evolucionan hacia el dominio de los humanos, tal como se predica una y otra vez en el cine y en la literatura de ciencia ficción, no estamos más que confundiendo estos dos conceptos que la psicología distingue muy bien. De aquí la importancia de buscar equilibrios, cuando de educar a las jóvenes generaciones se trata, entre la formación tecnológica y la humanística, esa que insiste en educar para el pensamiento, para la reflexión, para la filosofía, que no se queda en la pura historia, y en la mera anécdota sino que va mucho más allá para entender la conciencia como una brújula para el bien y un freno para el mal.

            Alerta también, en su libro, Harari que “Estamos investigando y desarrollando capacidades humanas sobre todo según las necesidades del sistema económico y político, y no según nuestras propias necesidades a largo plazo como seres conscientes” (p. 94). Y no es que no sea importante investigar en estas áreas pero en lo que el escritor llama la atención es en que no se puede perder de vista cuál es el centro de interés, que no es otro que el sujeto concreto de carne y hueso, ese que las ideologías, y/o lo que el autor llama “relatos”, suelen olvidar en aras de un dios, una nación, un ideal o un discurso.

            Hay que señalar que Yuval Noah Harari no se pretende pitoniso ni profeta del desastre; es muy contundente cuando señala que solo trata de prever escenarios con base en lo que ya no has reportado la historia y los acontecimientos que se van dando contemporáneos a nosotros. Esas proyecciones de futuro no tienen nada de extraordinarias ni sobrenaturales; se trata de manejar datos, cifras, significados, sentidos, en fin, se trata de interpretar el pasado y el presente para anticipar, no determinar, posibles acontecimientos. De eso se trata, en buena medida, el ensayo que tenemos entre manos.

            Insiste el historiador judío, a lo largo de su texto, en los peligros que enfrenta nuestra libertad cuando afirma que “A medida que cada vez más y más datos fluyan de nuestro cuerpo y cerebro a las máquinas inteligentes a través de los sensores biométricos, más fácil les resultará a las empresas y a los organismos gubernamentales conocernos, manipularnos y tomar decisiones en nuestro nombre” (p. 102). De ahí que, la pregunta clave, para el escritor será: ¿quién posee los datos? El asunto está entonces en que esos datos caigan en manos de las elites, sean estas económicas o gubernamentales. Una vez más cobra importancia fundamental aquí el tema de la educación, de la formación crítica de la juventud pues solo con una sociedad civil madura, formada e informada, se puede desarmar a los grupúsculos que siempre existirán y siempre querrán monopolizar la información, el conocimiento, los recursos materiales y el poder. Así, la respuesta es la educación y el trabajo mancomunado y especializado de “nuestros abogados, políticos, filósofos e incluso poetas para que se centren en este misterio: ¿cómo regulamos la propiedad de los datos?”

            Uno de los ejes de 21 lecciones para el siglo XXI es el tema de los “relatos”; el autor se refiere al relato “liberal”, al relato comunista, al relato bíblico, al de la ciencia, al de los nacionalismos, entre otros muchos. Y podemos afirmar que este es un aspecto axial del discurso del autor porque está presente en toda la obra; el ensayista se dedica a exponer y desmontar estos “relatos” hasta el punto de dejarnos en el vacío, en el desfondamiento por cuanto él sostiene que todos estos relatos, sean de corte religioso, intelectual o político, son ficciones que hacen que las personas empeñen toda sus acciones y esfuerzos en quimeras que al final no están en ninguna parte. Como lector uno se llega a preguntar cuál puede ser la propuesta o alternativa que está en la cabeza del autor o si simplemente este apuesta por el nihilismo; en algún momento aclarará que su planteamiento no es filosófico, a pesar de haberse dedicado por bastante tiempo a la filosofía, sino más bien individual. Como lector nos invade la sensación de que su tesis es bastante filosófica, a pesar de que insista en lo contrario. ¿Será el relato del “amor” el camino, la salida? ¿Somos un relato?

            Muchos son los rasgos e ideas que se pudieran destacar de la lectura de este libro, pero vale la pena recuperar su propuesta en el plano educativo, pues con ella cierra la parte conclusiva de su libro.

            Al dedicarse al tema de la “resiliencia”, que para nada plantea como mera moda, y menos aún como resignación, el autor reflexiona en torno a lo que debería enseñar una educación remozada y acorde con nuestros tiempos. Esta educación, según Harari, debiera partir de la premisa de que la única constante es el cambio, él no lo menciona pero ya eso lo había dicho Heráclito de Éfeso siete siglos antes de Cristo y vaya si acertó.  En la lección XIX, el escritor se hace la siguiente pregunta: “Cómo prepararnos y preparar a nuestros hijos para un mundo de transformaciones sin precedentes y de incertidumbres radicales?” (p. 285). Al hablar de “incertidumbres radicales” el pensador judío se anticipaba, sin saberlo, a los interrogantes y retos que ha significado para el mundo el llamado “virus chino” o COVID-19, que para muchos analistas significa un “antes y un después” para el mundo que conocemos.

            El autor, como es de esperar, critica la insistencia de la gran mayoría de las escuelas en el mundo en centrarse en el aprendizaje memorístico, excepción hecha, claro está, en sistemas educativos como el venezolano, el cual, tras la llegada de Chávez al poder, y el llamado “socialismo del siglo XXI”, se convirtió en un sin sentido que dejó de ser conservador para simplemente graduar a los estudiantes sin haber estudiado nada; todo ello con el único fin de convertir la escuela en un centro de adoctrinamiento y barbarización de la sociedad venezolana.  

            Volviendo a Harari, que ningún momento se acuerda en sus páginas de dramas como el que se acaba de mencionar, este dice que lo que abunda, y sobreabunda, en el mundo actual es información, por la cual no tiene mucho sentido atiborrar de datos a los estudiantes. El autor sostiene que lo que las personas necesitan es “la capacidad de dar sentido a la información, de señalar la diferencia entre lo que es y no es importante y, por encima de todo, de combinar muchos bits de información en una imagen general del mundo” (p. 287).

            Se pregunta en entonces el autor: “¿qué tendríamos que enseñar?” (p. 288). Haciéndose eco de lo que plantean muchos pedagogos, Harari dice que en los colegios y liceos habría que enseñar las cuatro “c”, esto es: “pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad” (p. 288). Vale la pena decir que no podemos estar más de acuerdo con una propuesta como esta dado que sabemos por experiencia que los curricula escolares se han ido llenando de materias y cursos que pueden sonar muy interesantes pero en la vida práctica suelen ser bastante inútiles. Esta propuesta, junto con la invitación que el autor hace a meditar cotidianamente y habitualmente, nos parece de una sencillez y, al mismo tiempo, importancia, capitales. Nadie dice que esto sea la panacea pero si podemos afirmar, desde nuestra experiencia estudiantil y docente, que eso de ejercitar el pensamiento crítico (no criticón), entrenarnos y formarnos en el diálogo y la comunicación; eso de educarnos en el aprendizaje colaborativo y en fomentar la creatividad de niños, jóvenes y adultos y, además, cultivar la meditación diaria, podría ser la clave, o por lo menos uno de los caminos, para salir de la crisis educativa que nos sacude y del fracaso escolar que esto conlleva.

            Harari no escribe, a nuestro modo de ver ni un manual ni un catecismo laico; escribe, ante todo, un libro que si bien nos puede enseñar muchas cosas, sobre todo nos invita a pensar, a cuestionar, a crear y recrear el mundo que nos toca vivir. Vale la pena leerlo.


Comentarios

  1. Muy interesante su reseña! Lo que plantea el autor, de que tenemos mucha información, es cierto, y es magnífico, esto de darle sentido a toda la información que tenemos en vez de ir buscando más sin saber para qué es. Me quedo reflexionando, sobre la propuesta de enseñar para: el pensamiento crítico, la comunicación, la colaboración y la creatividad. Tiene sentido esa propuesta, son otros tiempos. Además, considero que con este tipo de enseñanza buscamos mas darle importancia a lo humano, que cada día perdemos y no nos damos cuenta.

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  2. Me encanta este libro. Me impresionó mucho la visión futurista del autor

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