Mi Tránsito por el Sistema Educativo Venezolano.
Una
Mirada Personal a la Cuestión Educativa Venezolana
Rolando J. Núñez
H.
@Sisifodichoso
“No
hay democracia sin educación”
(Fernando
Savater).
La
década de los setenta será siempre recordada en Venezuela como la de la creación
de las Becas Gran Mariscal de Ayacucho, que nacieron por decreto en 1975, en el
primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Al año siguiente comenzaría yo mi
educación preescolar, o Inicial como la llaman ahora, en un colegio de uno de
los tantos barrios del sur de Valencia, estado Carabobo. Dos recuerdos conservo
de aquello: el primero es el de unas niñas que me molestaban y, un día al
llegar, me quedé en la puerta del salón porque aquellas muchachitas me sacaban la lengua
y yo solo atinaba a mirar por el vidrio que había en medio de la puerta de
entrada; después de cierto rato la maestra notó mi presencia y me hizo pasar;
le dije que me sentía mal, que me dolía el estómago y me permitió irme a mi casa. Se
ve que eran otros tiempos pues la maestra dejó que un niño de seis años caminara
varias cuadras por las calles del barrio hasta la casa; hoy cualquier docente
se cuidaría más. Al siguiente día le llegué con la misma historia y la maestra
captó que yo lo que tenía era miedo o ganas de irme a mi casa.
El
otro recuerdo es que nos acostaban en unas colchonetas que tenía la institución
y nos leían; en aquella ocasión nos leyeron acerca de cómo se gestaban y nacían
los bebés. Ambos sucesos sorprendieron mucho a mí mamá: el que me hubiese
regresado solo a la casa y el que nos hablaran de “sexo” y de embarazos en el
preescolar. Este fue un primer momento de mi formación académica, en una zona
urbana, en un ambiente popular, de barrio. Me parece interesante destacar, de
esto, una escuela que acoge al niño, lo hace sentir seguro, lo hace entrar en
ese proceso de socialización que en teoría es una de las funciones de esa
primera etapa de escolarización, la Educación Inicial. Destaca también el ambiente que rodeaba
aquella escuela y el hogar de los niños que asistían a ella, pues a pesar de que
era un ambiente de barrio, y no dejaba de haber “malandros”, era un ambiente
sano por el cual un niño pequeño podía caminar sin mayores peligros. Destaca también
que los padres y representantes (o madres) no iban a “pelear” con la docente
ante una imprudencia como aquella de dejar al chamo irse solo a casa.
De
primero a cuarto grado estuve en una escuela rural, en Canoabo, al occidente
del estado Carabobo. Una de estas escuelas donde meten varios grados en un
mismo salón. Yo era un niño bastante avispado e inquieto, creo que eso me
permitió descollar como un alumno destacado aunque en el trabajo de campo, en el
huerto escolar, no brillara mucho; me parece recordar que aquello se debía a
que no veía la asignatura en la boleta y me negaba a realizar las actividades
que el maestro nos indicaba. Parece que se me daba mejor la lectura y la
realización de las tareas en el aula. Recuerdo la presencia de maestros muy jóvenes que se
llamaban, en la época, "normalistas", muchachos que al terminar el tercer año de
bachillerato seguían tres años de estudios para ser docentes. De ese periodo
tengo más recuerdos que del preescolar. Destaca, entre esos recuerdos, la
visita que una vez al año hacíamos, maestros y alumnos, a cada una de nuestras
casas; ese día no había clase y como era un caserío nuestras viviendas quedaban
relativamente cerca; íbamos casa por casa, los maestros llevaban unos formatos
que usaban para hacerle una serie de preguntas a los padres y representantes y
los niños observábamos. Otro recuerdo importante tiene que ver con los
programas de alimentación que el estado venezolano mantenía para la época;
vienen a mí memoria unas galletas de leche, o de chocolate, que proveían una serie
de vitaminas y proteínas a los niños; en algún momento también disfrutamos del
servicio de comedor y en otro momento de arepas con algún relleno y jugos
naturales o "cuarticos" de cartón, como los llamaban en la época. Haciendo la retrospectiva, cabría destacar que
probablemente la calidad de la enseñanza no era óptima por cuanto había varios
grados en un salón, si la comparamos con la que se recibía en la ciudad, pero
no dejaba de ser buena. Los maestros insistían en los valores y en las buenas costumbres; era una escuela que conservaba rasgos de esa educación tradicional que a veces acudía al castigo físico; yo, que era medio tremendo y necio, recuerdo haber recibido algunos reglazos de uno de los maestros en la palma de la mano.
Para hacer cuarto, quinto y sexto grado me
llevaron de nuevo a la ciudad, a Valencia, a estudiar muy cerca de donde había
hecho el preescolar. Ese cambio fue brusco pues fue pasar de una escuela rural
donde las exigencias eran bastante menores en comparación con la escuela urbana
en donde tenía una maestra para cada asignatura y los grupos rotábamos por los
salones; a eso habría que sumar que el ambiente es distinto, otros niños, otra
realidad, "chamos de ciudad" que eran más "pilas". Maestras exigentes, dedicadas, todas formadas en la Escuela Normal. Recuerdo
mucho al maestro de música y a la de artes plásticas, aunque nunca tuve
cualidades artísticas destacadas; también recuerdo a la maestra de lengua, disciplina
que sí fue luego de mi interés y en la cual demostré ciertas competencias. Luego a nivel universitario y profesional me dedicaría a las humanidades.
En
1983 comencé el bachillerato y puedo rememorar que en primero y segundo año
(que los hice en un liceo público de Valencia) nos evaluaban tres lapsos y
luego había pruebas finales de año, que nos examinaban acerca del contenido que
habíamos visto durante todo el año y luego eso se promediaba con la nota de los
tres lapsos; existía también la figura del eximido para aquellos que sacaban 19
o 20 puntos, aunque en primer años se eximía con 16. A pesar de que el liceo al
que fui “zonificado” tenía mala fama, allí conseguí muy buenos profesores y
también buenos compañeros; había también, por supuesto, estudiantes que poco
estudiaban y que se dedicaban a la “lucha estudiantil”, pero que en muchas
ocasiones terminaba siendo la excusa para empujar a la suspensión de clases, en
ocasiones por manifestaciones y protestas pero en otras para organizar las
famosas “minitecas” (tan propias de la época) y matinés, en los cuales había
mucho licor, no faltaban las drogas y por supuesto baile, fiesta, etc. En ese
liceo se estudiaba hasta tercero año aunque yo solo lo hice hasta segundo porque el
tercero, que en ese año se pasó a llamar “noveno”, lo fui a estudiar a Los
Teques, con los Salesianos. Además del nombre de los cursos, con aquella reforma curricular, cambió la forma de
evaluación (desapareciendo las pruebas finales de año) y la denominación de
algunos cursos. Se empezaba a “flexibilizar” la exigencia académica sin
sospechar que llegaría a los niveles de laxitud que tenemos en la actualidad.
Creo
que vale la pena destacar que al terminar el “noveno” grado tuve que elegir
entre estudiar “ciencias” o “humanidades”, que eran las menciones predominantes
aunque “humanidades” había iniciado ya su declive y se insistía mucho en que
era preferible estudiar “ciencias” porque habría más posibilidades de estudio a
nivel universitario. También hay que decir que ya había algunas instituciones
de educación media que ofrecían otras especialidades de carácter más técnico y
profesional. Me gradué de bachiller en Ciencias en 1988 con la sensación de que
tendría que haber estudiado humanidades, por mis inclinaciones personales, pero
ciencias, por diversas razones, era lo que había. Un vacío que me parece tiene
nuestra educación media, desde aquella época es el poco apoyo que tiene el
estudiante desde el punto de vista de la orientación vocacional y profesional. Suele ocurrir que en las instituciones donde se cuenta con psicólogo, y/o orientador, este termina haciendo trabajo administrativo o tratando de atender a un número infinito de alumnos que requiere la atención de "un" profesional de la psicología o de la orientación.
Evidentemente,
si comparamos aquel sistema educativo con lo que ha ocurrido en Venezuela, tras
veinte años de “socialismo y revolución”, con todos los defectos que pudo haber
tenido aquella educación siempre será muy superior a este “régimen escolar” que
rige en la actualidad, en el cual, por muy diversas razones, la escuela
venezolana ha dejado de enseñar y los maestros se ven imposibilitados de
formar, de instruir y de educar, entre otras muchas razones, porque la realidad
socio política los ha llevado a abandonar la aulas escolares o a mantenerse en
ellas en muy precaria situación, esto último, sería tema para una reflexión posterior...
Una buena historia, con sus matices altos y bajos. Siempre es muy lindo recordar esa época de la escuela y el liceo! Sí, tiene razón cuando explica de lo tranquilo que era el país y de los aportes que hacía el Estado a la educación de esa época.
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