Paula, Bonito y Doloroso Motivo Para Escribir


Paula, Un Canto Hermoso a la Vida

Rolando J. Núñez H.


“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte,
la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”
Isabel Allende (1994), Paula, Barcelona. Editorial: Plaza&Yanes, p. 304


           
En Paula (1994), Isabel Allende ajusta cuentas con lo que lleva vivido, hasta ese momento, y hace un balance de los distintos filones que constituyen su riquísima historia de vida. De manera ligera, a veces austera, a veces melodramática, a ratos jocosa pero siempre profunda, hace inventario de su infancia, de sus sueños, sus lecturas de niña y adolescente, su escolaridad trashumante, de sus aciertos y de sus desatinos: “Mi vida se hace al contarla y mi memoria se fija con la escritura; lo que no pongo en palabras sobre papel, lo borra el tiempo” (p. 17). Llevados de la mano de esta estupenda narradora paseamos por el romance, por la política, por la vida de una familia, tan común y corriente como cualquiera y al mismo tiempo tan peculiar y sorprendente. En varias ocasiones se detiene en esa infancia que forja al futuro lector, al potencial escritor: “Mi madre me dio un cuaderno para registrar lo que antes pintaba: un cuaderno de anotar la vida. Toma, desahógate escribiendo, me dijo. Así lo hice entonces y así lo hago ahora en estas páginas” (p. 78). ¿Cuáles son esos filones, esas facetas? Tratemos de tocarlos todos, en las líneas que siguen, aunque sea someramente.
            El motivo inmediato para este libro de memorias es su hija enferma, Paula, que convalece por una extraña enfermedad en un centro de salud de la ciudad de Madrid. En medio de la angustia, en las interminables horas de espera, al lado de la cama de su hija enferma, la escritora de Casa de los Espíritus (1982) llena páginas en blanco que le ha dejado su editora para que libre batalla contra ese tiempo Kronos que por momentos quiere aniquilar al kairós: “O tal vez el tiempo no pasa, sino que nosotros pasamos a través del tiempo” (p. 215).  Así, la escritora chilena avanza en un monologo con su hija inconsciente en donde la interpela, la consiente, le recuerda cosas y le pide que le dé fuerzas. Su silente hija se convierte en la musa que inspira una obra donde Allende pasa revista a su íntima relación con la escritura pero donde también hace incursiones en la política y en el compromiso social.
            Llama la atención como la autora, a lo largo de todo el libro, reflexiona, medita, bromea y hasta alecciona acerca de lo que para ella ha significado y significa escribir, revelando así un sinfín de claves, secretos y desconciertos acerca de lo que significa poner por escrito la narrativa existencial, la vida, las anécdotas, las creencias y las visiones de mundo que puede tener el escritor, el artista de la palabra: “La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación. Escribo a tientas en el silencio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por el mundo” (p. 18). Es esta una obra llena de reflexiones, de meditaciones interesantes que no pretenden ser moralizantes pero que en más de una ocasión llegan hondo y, especialmente, en el plano de la escritura, la autora constantemente está volviendo sobre lo que significa escribir, cincelar la palabra, dejar por escrito lo que se vive, lo que se piensa y lo que se dice: “Supongo que de ese sentimiento de soledad nacen las preguntas que impulsan a escribir, en la búsqueda de respuestas se gestan los libros” (p. 71).

            Por otra parte, cuando Allende nos deja entrar en sus noticias biográficas, lo hace con una honestidad camusiana que asombra, sorprende; hay mucha transparencia en sus relatos, en su intimidad compartida, pareciera que no se guarda nada. Allí está todo, su infancia, sus miedos, sus temores, sus fantasías, sus “metidas de pata”; nos comparte sus amores, sus infidelidades, sus devaneos amorosos, ideológicos y de género; nos entrega también sus sueños, sus luchas y sus alegrías, su vida familiar, laboral y social. Ahonda también en más de una ocasión en torno a la idiosincrasia chilena, desde su visión, claro, desde su ser chilena, ¿desde la autoflagelación? Pareciera que no porque se detiene en las luces y en las sombras de su país, de su sociedad, de sus compatriotas; de ahí que la figura de su abuelo materno sea una constante en el libro, como llave para entrar en la intimidad de la familia y en manera de ser del chileno, por lo menos el del siglo XIX y XX. Así, ya en las primeras páginas escribe sobre el patriarca de la familia: “Trató con humor desprendido de inculcar a sus descendientes su filosofía estoica; la incomodidad le parecía sana y la calefacción nociva, exigía comida simple-nada de salsas ni revoltijos-y le parecía vulgar divertirse” (p. 15).
            La artífice de Eva Luna (1987), El Cuaderno de Maya (2001) y Largo Pétalo de Mar (2019), entre muchas otras, dedica iluminadoras páginas acerca del tema del exilio, el suyo y el de sus compatriotas debido al asunto político que aquejó a su querido Chile en la década de los 70’: “La herida profunda que partió al país en fracciones irreconciliables comenzó durante la campaña, cuando se dividieron familias, se deshicieron parejas y se pelearon amigos” (p. 217). No es una exposición teórica o académica la que nos presenta acerca de los exiliados y el drama por el que estos tienen que pasar; no, es una narración – reflexión que parte y se nutre del exilio que tiene que experimentar ella misma desde que tiene que huir hacia Venezuela y luego desde esa condición de expatriada en la que se tiene que instalar incluso cuando, en un momento determinado, bien pudiera retornar a su país después de muchos años, pero como ella misma expresa, ya el exilio, la diáspora, se ha convertido en una condición existencial.
           
Allende también comparte y reflexiona sobre sus años en Venezuela, lo difícil que fueron los inicios, su proceso iniciático en un país que primero no entendía y que luego terminó amando; su despegue venezolano – caribeño en la escritura, la sensualidad que no tenía y que le aportó la Caracas que se le presentó como un caos urbano y como un refugio humano que le cambió la vida. Sobre este episodio de su vida dirá: “me costó muchos años entender las reglas de esa sociedad y descubrir la forma de deslizarme sin demasiado roce en el terreno incierto del exilio, pero cuando finalmente lo conseguí me sentí libre de las cargas que había llevado sobre los hombros en mi país. Perdí el temor al ridículo, a las sanciones sociales, a ‘bajar de nivel’, como llamaba mi abuelo a la pobreza y a mi propia sangre caliente. La sensualidad dejó de ser un defecto que debía ocultar por señorío y la acepté como un ingrediente fundamental de mi temperamento y más tarde de mi escritura. En Venezuela me curé de algunas heridas antiguas y de rencores nuevos, dejé la piel y anduve en carne viva hasta que me salió otra más resistente, allí eduqué a mis hijos, adquirí una nuera y un yerno, escribí tres libros y terminé con mi matrimonio. Cuando pienso en los trece años que pasé en Caracas siento una mezcla de incredulidad y alegría” (p. 312).
            La escritora hace un repaso también en estas “memorias” por sus amores: su primer novio, el abnegado primer esposo que en algún momento tuvo que salir de su vida para no fenecer entre rutinas y cotidianidades: “A mediados de 1987 mi matrimonio ya no daba para más, el tedio se había instalado definitivamente entre nosotros y para no encontrarnos despiertos a la misma hora entre las mismas sábanas volví a mi antiguo hábito de escribir de noche” (p. 385). Así mismo da cuenta de sus amores pasajeros, sus tristezas y desengaños.
            Escribe también acerca de buena parte de su última etapa de vida en los Estados Unidos, su rehacer y recomponer ritos, formas, vivencias y hasta manías. Una mujer que se nos revela muy humana y al mismo tiempo muy sui generis, muy particular, muy aventurera y fuera de lo común. Cuando se leen algunos de sus libros, posteriores a este que comentamos, y muchas de las entrevistas que ha concedido en los últimos años, no deja de sorprender la unidad en su andar vital y la coherencia en el discurso, en las ideas, en los puntos de vista y hasta en la disciplina de escritura pues mantiene su máxima de que comienza a escribir todos los ocho de enero su nueva novela y que sigue creyendo en una suerte de fuerzas espirituales que le dictan sus historias y tramas escriturales. A sus más de setenta años toda una heroína de las letras.  
            Este libro llega incluso a aportarnos ideas acerca del asunto educativo y pedagógico pues la escritora, en más de una ocasión, alude en su texto el contraste entre la educación tradicional chilena que ella en buena medida recibió y lo que luego, de adulta, pudo ver en los modelos y sistemas pedagógicos “modernos”; así, en algún momento nos dice: “Mi madre nos defendía con el ardor de una leona, pero no siempre estaba cerca para protegernos, en cambio el Tata tenía la idea de que los juegos bruscos fortalecían el carácter, eran una forma de educación. La teoría de que la infancia debe ser un período de inocencia plácida no existía entonces, ése fue un invento posterior de los norteamericanos, antes se esperaba que la vida fuera dura y para eso nos templaban los nervios. Los métodos didácticos se fundamentaban en la resistencia: mientras más pruebas inhumanas superaba un crío, mejor preparado estaba para los albures de la edad adulta. Admito que en mi caso dio buen resultado y si fuera consecuente con esa tradición habría martirizado a mis hijos y ahora lo estaría haciendo con mi nieto, pero tengo el corazón blando” (p. 46). De modo que la novelista nos plantea el contraste y la comparación, de manera muy sencilla y nada sofisticada, entre dos visiones y dos prácticas de criar, de educar.
              

Comentarios

  1. Es excelente la reseña que usted hace del libro que inspira e invita a leerlo. Eso sin nombrar que su texto está cuidadosamente redactado dejando ver su esencia como escritor. Gracias por compartir tan bonito escrito.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Creo que el libro inspira, motiva, llama a leerlo, a comentarlo y a reflexionar con él y desde él. Gracias por leer, Mariela! Saludos!

      Borrar
  2. Excelente lectura, que invita a repasarlo en varias ocasiones. El mensaje motivador, desde le punto de vista educativo es muy relevante. Exitos, amigo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias por el comentario; es un libro imprescindible para quien quiere ahondar en el alma humana.

      Borrar
  3. Excelente Rolando, una reseña que transmite la esencia de Isabel Allende como escritora, como mujer, madre y exiliada...gracias

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias por el comentario, María. La escritura de Isabel Allende es un hontanar para los amantes de la literatura.

      Borrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Mi Padre El Inmigrante, Un Poema a la Vida, a la Existencia

¿Cómo escribir ensayos?

Pensamiento Filosófico y Pedagógico: David Hume