Paula, Bonito y Doloroso Motivo Para Escribir
Paula, Un Canto Hermoso a la Vida
Rolando J. Núñez H.
“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte,
la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”
Isabel Allende (1994), Paula, Barcelona. Editorial:
Plaza&Yanes, p. 304
El motivo
inmediato para este libro de memorias es su hija enferma, Paula, que convalece
por una extraña enfermedad en un centro de salud de la ciudad de Madrid. En medio
de la angustia, en las interminables horas de espera, al lado de la cama de su
hija enferma, la escritora de Casa de los
Espíritus (1982) llena páginas en blanco que le ha dejado su editora para
que libre batalla contra ese tiempo Kronos que por momentos quiere aniquilar al
kairós: “O tal vez el tiempo no pasa, sino que nosotros pasamos a través del
tiempo” (p. 215). Así, la escritora
chilena avanza en un monologo con su hija inconsciente en donde la interpela,
la consiente, le recuerda cosas y le pide que le dé fuerzas. Su silente hija se
convierte en la musa que inspira una obra donde Allende pasa revista a su íntima
relación con la escritura pero donde también hace incursiones en la política y
en el compromiso social.
Llama
la atención como la autora, a lo largo de todo el libro, reflexiona, medita,
bromea y hasta alecciona acerca de lo que para ella ha significado y significa
escribir, revelando así un sinfín de claves, secretos y desconciertos acerca de
lo que significa poner por escrito la narrativa existencial, la vida, las anécdotas,
las creencias y las visiones de mundo que puede tener el escritor, el artista
de la palabra: “La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las
cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación. Escribo a tientas
en el silencio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños
cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por el mundo”
(p. 18). Es esta una obra llena de reflexiones, de meditaciones interesantes
que no pretenden ser moralizantes pero que en más de una ocasión llegan hondo
y, especialmente, en el plano de la escritura, la autora constantemente está
volviendo sobre lo que significa escribir, cincelar la palabra, dejar por
escrito lo que se vive, lo que se piensa y lo que se dice: “Supongo que de ese
sentimiento de soledad nacen las preguntas que impulsan a escribir, en la
búsqueda de respuestas se gestan los libros” (p. 71).
Por otra
parte, cuando Allende nos deja entrar en sus noticias biográficas, lo hace con
una honestidad camusiana que asombra, sorprende; hay mucha transparencia en sus
relatos, en su intimidad compartida, pareciera que no se guarda nada. Allí está
todo, su infancia, sus miedos, sus temores, sus fantasías, sus “metidas de pata”;
nos comparte sus amores, sus infidelidades, sus devaneos amorosos, ideológicos
y de género; nos entrega también sus sueños, sus luchas y sus alegrías, su vida
familiar, laboral y social. Ahonda también en más de una ocasión en torno a la idiosincrasia
chilena, desde su visión, claro, desde su ser chilena, ¿desde la
autoflagelación? Pareciera que no porque se detiene en las luces y en las
sombras de su país, de su sociedad, de sus compatriotas; de ahí que la figura
de su abuelo materno sea una constante en el libro, como llave para entrar en
la intimidad de la familia y en manera de ser del chileno, por lo menos el del
siglo XIX y XX. Así, ya en las primeras páginas escribe sobre el patriarca de
la familia: “Trató con humor desprendido de inculcar a sus descendientes su
filosofía estoica; la incomodidad le parecía sana y la calefacción nociva,
exigía comida simple-nada de salsas ni revoltijos-y le parecía vulgar
divertirse” (p. 15).
La artífice
de Eva Luna (1987), El Cuaderno de Maya (2001) y Largo Pétalo de Mar (2019), entre muchas
otras, dedica iluminadoras páginas acerca del tema del exilio, el suyo y el de
sus compatriotas debido al asunto político que aquejó a su querido Chile en la
década de los 70’: “La herida profunda que partió al país en fracciones
irreconciliables comenzó durante la campaña, cuando se dividieron familias, se
deshicieron parejas y se pelearon amigos” (p. 217). No es una exposición
teórica o académica la que nos presenta acerca de los exiliados y el drama por
el que estos tienen que pasar; no, es una narración – reflexión que parte y se
nutre del exilio que tiene que experimentar ella misma desde que tiene que huir
hacia Venezuela y luego desde esa condición de expatriada en la que se tiene
que instalar incluso cuando, en un momento determinado, bien pudiera retornar a
su país después de muchos años, pero como ella misma expresa, ya el exilio, la diáspora,
se ha convertido en una condición existencial.
La escritora
hace un repaso también en estas “memorias” por sus amores: su primer novio, el
abnegado primer esposo que en algún momento tuvo que salir de su vida para no
fenecer entre rutinas y cotidianidades: “A mediados de 1987 mi matrimonio ya no
daba para más, el tedio se había instalado definitivamente entre nosotros y
para no encontrarnos despiertos a la misma hora entre las mismas sábanas volví
a mi antiguo hábito de escribir de noche” (p. 385). Así mismo da cuenta de sus
amores pasajeros, sus tristezas y desengaños.
Escribe
también acerca de buena parte de su última etapa de vida en los Estados Unidos,
su rehacer y recomponer ritos, formas, vivencias y hasta manías. Una mujer que
se nos revela muy humana y al mismo tiempo muy sui generis, muy particular, muy
aventurera y fuera de lo común. Cuando se leen algunos de sus libros,
posteriores a este que comentamos, y muchas de las entrevistas que ha concedido
en los últimos años, no deja de sorprender la unidad en su andar vital y la
coherencia en el discurso, en las ideas, en los puntos de vista y hasta en la
disciplina de escritura pues mantiene su máxima de que comienza a escribir
todos los ocho de enero su nueva novela y que sigue creyendo en una suerte de
fuerzas espirituales que le dictan sus historias y tramas escriturales. A sus
más de setenta años toda una heroína de las letras.
Este libro
llega incluso a aportarnos ideas acerca del asunto educativo y pedagógico pues
la escritora, en más de una ocasión, alude en su texto el contraste entre la
educación tradicional chilena que ella en buena medida recibió y lo que luego,
de adulta, pudo ver en los modelos y sistemas pedagógicos “modernos”; así, en
algún momento nos dice: “Mi madre nos defendía con el ardor de una leona, pero
no siempre estaba cerca para protegernos, en cambio el Tata tenía la idea de
que los juegos bruscos fortalecían el
carácter, eran una forma de educación. La teoría de que la infancia debe ser un
período de inocencia plácida no existía entonces, ése fue un invento posterior
de los norteamericanos, antes se esperaba que la vida fuera dura y para eso nos
templaban los nervios. Los métodos didácticos se fundamentaban en la resistencia:
mientras más pruebas inhumanas superaba un crío, mejor preparado estaba para
los albures de la edad adulta. Admito que en mi caso dio buen resultado y si
fuera consecuente con esa tradición habría martirizado a mis hijos y ahora lo
estaría haciendo con mi nieto, pero tengo el corazón blando” (p. 46). De modo
que la novelista nos plantea el contraste y la comparación, de manera muy
sencilla y nada sofisticada, entre dos visiones y dos prácticas de criar, de
educar.
Es excelente la reseña que usted hace del libro que inspira e invita a leerlo. Eso sin nombrar que su texto está cuidadosamente redactado dejando ver su esencia como escritor. Gracias por compartir tan bonito escrito.
ResponderBorrarCreo que el libro inspira, motiva, llama a leerlo, a comentarlo y a reflexionar con él y desde él. Gracias por leer, Mariela! Saludos!
BorrarExcelente lectura, que invita a repasarlo en varias ocasiones. El mensaje motivador, desde le punto de vista educativo es muy relevante. Exitos, amigo.
ResponderBorrarGracias por el comentario; es un libro imprescindible para quien quiere ahondar en el alma humana.
BorrarExcelente Rolando, una reseña que transmite la esencia de Isabel Allende como escritora, como mujer, madre y exiliada...gracias
ResponderBorrarGracias por el comentario, María. La escritura de Isabel Allende es un hontanar para los amantes de la literatura.
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