Reseña: El Último Marqués


Los Acomodos y Reacomodos de un Marqués

Rolando J. Núñez H.


“Patriota sin mancha, encanecido en el servicio de mi patria,
el más tremendo fallo que recayese sobre mi reputación,
sería a mis ojos menor que cualquier nota que me haga aparecer,
como desleal a los principios que promoví, proclamé y juré en 1810…”
(Carta de Francisco Rodríguez del Toro a la
Cámara de Representantes del Congreso de Venezuela,
6 de marzo de 1841)

           
     
La historia que nos enseñan en la escuela es para niños y eso estaría bien si luego la que nos enseñan en el bachillerato, y permanece en nuestro imaginario incluso más allá de la universidad, no fuera también una narrativa bastante pueril, plana y sesgada. En Venezuela lo que queda en la memoria de la gente es una serie de anécdotas, algunos nombres y datos que se pasean por batallas, uniformes y cuadros estereotipados que exaltan héroes, próceres y cuasi santos que nos libraron de los villanos españoles. Así, se deja fuera cualquier análisis, interpretación o comprensión que nos permita ir más de unas fechas difusas sobre las que no hay que pensar o reflexionar sino simplemente creer ingenuamente.
            Una de esas figuras hieráticas e imprecisas es la de Francisco Rodríguez del Toro (1761 – 1851), el también conocido como Marqués del Toro, emparentado con Bolívar y con el mantuanaje caraqueño, aquel que hacía cualquier cosa por distinguirse, y distanciarse, del resto de las clases sociales surgidas durante la colonia e incluso de los españoles venidos de la península a ocupar cargos en nombre del rey o a hacer su vida en América, y aquel también desde donde luego salieron los principales promotores de la “gesta” emancipadora.
            En su libro El Último Marqués (2005), la historiadora venezolana Inés Quintero  se dedica, a lo largo de 239 páginas, a desnudar a este prócer en sus luces y en sus sombras; lo que la investigadora nos hace descubrir es que el ilustre caraqueño pasó de ser un ferviente defensor del sistema de “desigualdades” que rigió durante tres siglos, a un “patriota sin mancha” que se presentaba como el más aguerrido defensor de la independencia venezolana; en el ínterin tuvo sus momentos en los que rogó piedad y perdón por haber apoyado la insurgencia y también tuvo tiempo para jurarle a Bolívar, y a su causa, lealtad y devoción. El marqués fue “hidalgo”, fue patriota, fue prócer, volvió a ser realista rogándole perdón al rey para después regresar, ya triunfante la causa independentista, a reclamar sus galones de prohombre de la naciente república.
            Según la investigación que recoge Quintero en este volumen, el “Marqués”, como el cuarto en la sucesión que tenía derecho a aquel título, defendió con denuedo los fueros y privilegios que ostentaba la clase social a la que pertenecía pues eso, se argumentaba, garantizaba la paz y tranquilidad ciudadana, por eso cuestionó con pasión “cédulas reales” que le reconocían derechos y beneficios a negros y pardos; antes de 1810 siempre fue leal al rey y enemigo declarado de cualquiera que se revelara contra la “Corona Española”, entre ellos Francisco de Miranda, Manuel Gual y José María España; las pruebas y señales de esa apología de statu quo son abundantes, baste decir que el simple señalamiento de que un blanco criollo de linaje entraba a casa de alguien inferior a su clase era ya motivo de ofensa grave;  pero, oh sorpresa, en 1810 Rodríguez del Toro se nos aparece como uno de los primeros en proponer una “junta” que, en principio iba a defender los derechos de Fernando VII (usurpados por Napoleón) pero que los españoles muy rápidamente sospecharon sería el germen de una insurrección criolla, por lo que en todo momento rechazaron su instauración. Como bien habían entrevisto los peninsulares, la “junta” pronto se convirtió en Congreso que, al año siguiente, el 5 de julio de 1811, firmó el Acta de Independencia de Venezuela. Un dato que llama la atención es que el Cabildo de Caracas, antes de esta fecha, estaba totalmente controlado por los “blancos criollos” o “mantuanos” y en 1810 la “junta de gobierno” de nuevo quedó controlada por esa misma “oligarquía caraqueña” y ahí estaba el Marqués del Toro para expoliar al “antiguo régimen” (ese que poco antes él tanto había defendido) y defender al nuevo; tanto es así que muy pronto Rodríguez se convierte en el primer comandante de las tropas que salen a defender la decisión tomada por el Cabildo de Caracas. La cuestión es que al querer someter a la ciudad de Coro, leal al rey, el Ulises criollo pierde la batalla y tiene que retirarse a Caracas aunque en su informe sostenga que a aquella retirada “debemos el haber salvado nuestro ejército y haber consumado una retirada de las más ordenadas, que inmortalizará la gloria de nuestra nación”.

            A continuación se le encomendará al marqués la tarea de reclutar tropas para luchar contra los españoles pero él, junto a uno de sus hermanos, se va al oriente del país y desde allí huye a Las Antillas en 1812, es decir, recién iniciada la guerra de independencia, y no retornará al país sino en 1822, es decir, diez años después; en ese periodo guarda absoluto silencio con respecto al tema de la guerra, nunca responde las misivas que le envía Bolívar pidiéndole que se reincorpore a la causa independentista y envía muchas rogativas al rey y a las autoridades españolas para que perdonen su traición pues, según él, aquello ha sido un traspiés propiciado por las circunstancias y la responsabilidad de un montón de gente, menos de él. Cuando finalmente le llega el tan ansiado perdón, el ejército español reconoce su derrota frente a Bolívar y el marqués tiene que regresar a Venezuela a convencer a todos de que él es uno de los prohombres que inició la ahora triunfante revolución, a intimar con un gente de origen humilde como José Antonio Páez que, aunque en aquel momento era el hombre más importante de Venezuela, después de Bolívar, venía de ser un llanero sin el linaje y la prosapia que tanto valoraban otrora mantuanos como el marqués.
            Si bien es cierto que, como asegura la misma Inés Quintero, estos hombres del siglo XIX venezolano, y latinoamericano, fueron hijos de su época y de sus circunstancias, no deja de ser menos cierto que en el volumen que nos presenta la historiadora hay abundante material como para concluir que el marqués no fue tan inmaculado y probo como siempre se quiso presentar y que pareciera que siempre tuvo sus intereses personales y de clase muy por encima de los sociales y humanitarios, prueba de ello podría ser que al morir deja a sus herederos una ingente fortuna, en un país que venía de catorce años de guerra y en donde muchos habían perdido patrimonio, bienes e incluso la vida; el marqués, por su parte, murió en su cama, a los casi noventa años, poseyendo una gran cantidad de muebles e inmuebles.
            Lo que nos permite ver esta obra es que los próceres independentistas no fueron los “santos” de altar que nos ha presentado la historia oficial y la que ha pasado a formar parte del imaginario popular venezolano: muchos de estos personajes se cambiaron de bando con frecuencia, otros fueron patriotas o realistas por puro interés crematístico o buscando privilegios y prebendas; los hubo quienes hubiesen querido pelear en el ejército  patriota pero los continuos desprecios de los godos los arrojaron al campo realista, como es el caso de José Tomás Boves. Nadie puede negar tampoco que sí hubo hombres que renunciaron a sus privilegios por la causa de la libertad, así como hubo quien nada tenía que perder y no obstante dio su vida en el campo de batalla.
            La peripecia biográfica del último marqués no hace recordar que no todo es blanco y negro, que la realidad nunca es superficial, que el paisaje histórico, vital, tiene muchos matices y que en muchas oportunidades la superficialidad de nuestro ojo no nos deja ver los pliegues, los claroscuros, las complejidades.   
Ficha Técnica: Quintero, I (2005). El Último Marqués. Francisco Rodríguez del Toro (1761 – 1851). Caracas. Editorial: Fundación Biggot.

Comentarios

  1. Muy buena reseña. La historia es bastante compleja, llena de matices y memorias no contadas. Lastimosamente, pocos, muy pocos, se interesan por leer sobre ella, se conforman con las versiones escuetas de muchos autores. Gracias por el texto. Excelente como siempre.

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    1. Así es, Anaid. Nadie, o casi nadie, lee. Tenemos un conocimiento bastante superficial, fantasioso, de nuestra historia, lo cual nos lleva a cometer y a repetir los mismos errores. Gracias por leer.

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  2. Tal y como usted lo plantea, nuestra historia y vidas de patriotas y héroes de nuestro país, siempre ha sido enseñada y aprendida como una verdad casi irrefutable. Tener comentarios del lado no conocido de estos es muy escaso. Fueron seres humanos con sus pro y contra, con sus luces y sombras. Excelente reseña, siempre aprendo de ellas.

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    1. Gracias, Mariela por tu comentario. La historia es un gigante de mil caras y nuestra tarea es tratar de conocer algunas de esas tantas caras. Saludos!

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