Crisis y Política en Venezuela


¿Cuándo Comenzó la Crisis Venezolana?

Rolando J. Núñez H.


 “Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.” 
Albert Einstein.


“El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre”
(Napoleon I).


           

        Nací en 1970 y, desde que tengo conciencia, en Venezuela, estamos en crisis. En 1983 yo tenía trece y ese año fue el famoso “Viernes Negro” que devaluó en céntimos a unas de las monedas hasta ese momento, más estables en América Latina y el mundo. El país había tenido años de bonanza económica y desarrollo, aun cuando ese desarrollo no había sido todo lo equitativo que hubiéramos querido. El país era, en las cifras de los economistas, uno de los más prósperos del mundo, gracias a la riqueza petrolera que nos puso en el camino de la llamada “modernidad” y, no obstante, una buena parte de la población carecía del acceso a los beneficios completos de esa prosperidad. La población había crecido bastante y pese a que se había avanzado en aspectos relacionados con salud, educación y servicios, muchas eran las carencias a las que se enfrentaba un grueso importante de los venezolanos; evidentemente, aquellas carencias no eran, ni son, ni de lejos las que pasamos a sufrir más del 90% de los venezolanos con la debacle propiciada, auspiciada y ejecutada tras veinte años de régimen chavista y madurista en el poder. Nuestro país tenía una situación socio – política y económica con fallas pero perfectible y Chávez, con Maduro como sucesor, pretendió, y en buena parte lo hizo, sustituirlo por un régimen, entre socialista y comunista, que no es que sea defectuoso, es que no ha servido, a lo largo de todo el siglo XX sino para generar pobreza, miseria, dolor y muerte allá donde se aplicó.

            De modo que ya son varias las generaciones de venezolanos que han vivido, crecido e incluso envejecido con la cancioncilla de la palabra “crisis” en su cotidianidad; son décadas de oír, padecer y vivir en medio de la crisis y se supone que las crisis son pasajeras, transitorias y que, incluso, son necesarias para que maduremos, para que aprendamos y avancemos. Lo atípico en este país es que pasan los años y seguimos oyendo, incluso repitiendo y respirando el término crisis como algo de nuestra cotidianidad; esto, trae una consecuencia  y es que hablar de crisis se vuelve “normal” y la noción se desgasta, se banaliza y le quitamos significado, convirtiendo los padecimientos en parte del paisaje.

            Ahora, pareciera que los acontecimientos y la cotidianidad le dieran la razón al manido cliché marxista de que la economía es lo que mueve el mundo puesto que cuando hablamos de la tan mentada crisis siempre nos referimos, especialmente en el caso venezolano, a lo que tiene que ver con lo monetario, con la producción y con el uso (o abuso) de los recursos materiales de nuestro país; pero, ¿realmente es ese el origen de todas nuestras desgracias? ¿Por qué 1983 pareciera ser el año de nacimiento de nuestra crisis contemporánea? Algún analista ha dicho que en Venezuela la crisis es política, es económica y es social, cierto, pero ante todo es moral; el colocar el acento en esto último ubica el asunto en el plano de la reflexión ética y el estudio de lo axiológico, necesario per se, pero, visto en su conjunto, lo lleva incluso al ámbito de lo cultural, que toca las dimensiones arriba mencionadas pero incluso las supera, las abarca.
            De modo que eso que se refleja palmariamente en los vaivenes económicos venezolanos, ya treintañeros, es un fenómeno que tiene aristas en todas los aspectos antes mencionados pero muy especialmente en lo moral y en lo cultural, que en buena medida es la que produce los valores y antivalores de una sociedad. Así, de una Venezuela que todavía en los 80’ dormía con las puertas abiertas en muchos lugares, pasamos muy poco a poco, sin darnos cuenta casi, a un país, en los 90’en donde mataban personas por un par de zapatos, por lo que algunas instituciones (como la Iglesia Católica) e intelectuales venezolanos comenzaron a hablar (y a analizar/comprender) de una “cultura de la muerte”. Precisamente en la década de los 90’ asistimos a la profunda crisis de los partidos y a la epifanía de la anti política venezolana, una de las peores desgracias que nos han podido ocurrir, por cierto.
            La pregunta que nos interesa es: ¿cómo se traduce eso de la crisis de valores en la práctica? ¿Cómo evitamos caer en el odioso, por trillado, discurso ese de que “es que en Venezuela se han perdido los valores”, tan cierto como genérico y/o ambiguo?
            En ese país de puertas abiertas, del que hablé líneas arriba, se vivía en la convivencia abierta y franca en la que por poco que hubiera siempre se podía compartir con los demás. En la medida en que la riqueza petrolera fue llegando a la población (bien o mal distribuida, como mencionamos también arriba) el país se acostumbró a que siempre había algo para dar al que llegaba, al vecino, al que “estaba peor que yo”; esa frase tan popular de que “donde comen dos comen tres” era posible porque incluso los más pobres tenían la posibilidad de comer e incluso dar a otros para que también lo hicieran, cosa que el drama alimentario propiciado por Hugo Chávez y rematado por Maduro, es impensable o por lo menos bastante cuesta arriba. En esa Venezuela que venía de lo rural y muy abruptamente se introdujo en lo urbano también era muy poco común que la gente se robara las cosas; ya desde muy pequeños, en un altísimo porcentaje de los hogares venezolanos, oíamos aquello de que “lo ajeno no se toca”. El respeto, especialmente, a los mayores, era cosa sagrada. En el aspecto sexual había mucho celo por el recato y el cuido de ciertas normas y formas; ni hablar del lenguaje pues se podía ser muy pobre, muy humilde y muy poco ilustrado pero se cuidaba mucho el lenguaje. En algún momento, ya desde finales de los 70’ estos valores, intocables para los venezolanos, se fueron deteriorando, tímidamente al principio, abiertamente después y eso trajo como consecuencia el fenómeno de la poca responsabilidad en lo social y en el desempeño en funciones públicas, la corrupción, que pasó a ser tolerada y hasta admirada en muchos casos, la desfachatez con que actuó como presidente de la república un Chávez, cosa que muchos le reían y aplaudían  y, obviamente, aquellos polvos nos trajeron a estos lodos en los que estamos atascados en la actualidad y que, como estamos diciendo, impacta todas las dimensiones de nuestra existencia cotidiana, incluida la económica.

            ¿Cómo se sale de esto? Obviamente que esto pasa por lo político pero no hemos mencionado la educación y es obvio que sin educación nunca vamos a superar este bache en el que estamos atascados. La educación, la de la casa y la de la escuela, la de la calle y la de los medios de comunicación, tienen necesariamente que retomar esos valores del respeto, de la convivencia armoniosa y generosa, del trabajo que definieron no hace tantas décadas al venezolano y que no es que se hayan perdido totalmente puesto que, incluso, habría que decir que si algo ha sostenido, y sostiene, en medio de esta terrible tragedia nacional, propiciada por el chavo- madurismo, al pueblo venezolano, son esos valores que todavía subsisten en su andar diario pero que, claro, parecieran muertos porque más ruido hacen los malos que la inmensa mayoría buena que sigue haciendo las cosas correctamente. La clave, pues, está en esa venezolanidad que ha perdido vistosidad pero que sigue allí, latente, en espera, paciente/actuante. La crisis se supera en la medida que la asumimos, no en la medida que la negamos; de esto depende nuestro presente pero especialmente nuestro futuro como país y como individuos y, sobre todo, el futuro de nuestros hijos, de las jóvenes generaciones.

Comentarios

  1. Totalmente cierto lo que usted describe, la crisis en Venezuela ya es algo que se desprende desde la cotidianidad hasta los niveles más altos que se puedan conocer. Claro está, lo que hoy vivimos es toda una perversidad que así como usted también lo plantea, no podemos comparar con los años 80.

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  2. Cierto, el punto de inflexión está en que no nos podemos acostumbrar a vivir en crisis o tenemos que romper con su normalización. Gracias por leer, Mariela

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