Crítica de Televisión: Juego de Tronos

 Juego de Tronos, Los Juegos del Poder

Rolando J. Núñez H.


“Cuando el poder del amor sea más grande que el amor al poder,
El mundo conocerá la paz” Jimi Hendrix


           
 En una de esas tensas e interesantes conversaciones entre Cersei Lannister y Lord Baelish, mejor conocido como “El Meñique”, este le suelta a la reina aquella máxima baconiana de que “el conocimiento es poder”, esto con el fin de insinuarle que él le conoce sus secretos más oscuros y que eso le da poder sobre ella; acto seguido la altiva mujer le ordena a su guardia personal que le corten el cuello en el acto al intrigante consejero real, para luego ordenar a los soldados que lo dejen vivir. Cuando los guardias se retiran la sagaz mujer le dice al aterrado Meñique: “El poder es poder”. Y es que ese es el talante general de Juego de Tronos (2011) o Game of Thrones, por su nombre en inglés; esta es una serie agresiva, cruda, llena de giros y sorpresas que no te dejan reaccionar del todo sin que a continuación pase algo que te deja boquiabierto, pasmado. Además, el seriado hace uso de un sinfín de recursos que no te dejan más alternativa que rendirte a sus historias seductoras y, muchas veces, duras: música, escenarios, vestuarios, actuaciones, personajes, etc, te raptan pero, más allá de la estupenda estética, ¿qué subyace como piso, como meta ficción, como meta lenguaje o, incluso, meta teoría?
            Por supuesto que en esta controversial historia hay muchos temas y subtemas, pero según nuestro enfoque, el eje que sostiene toda la trama y propuesta artística es el tema del “poder”; es la lucha despiadada y sin cuartel de todos contra todos por llegar al "trono", por usufructuarlo. Es el anhelo, y la contienda de las diversas Casas Nobles (Los Stark, Lannister, Targaryen, Arryn, Greyjoy, Tyrell, etc)  por llegar a ese poder y luego mantenerse en él; la pelea es vencer a morir, así se lo dice la ya citada Cersei a Eddard Stark, lo cual este va a comprobar luego.

            No podemos dejar de pensar, ante esta obra de arte, en el autor de El Leviatán (1651), el inglés Thomas Hobbes (1588 – 1651), considerado padre de la filosofía política moderna, quien en su esfuerzo intelectual por comprender el asunto político, y los altibajos de poder que este implica, llega a retomar una máxima que ya venía de la antigüedad: “Homo homini lupus”, esto es, “el hombre es lobo para el hombre”. No debe ser gratuito el que el escudo de los Stark sea un lobo. Pues bien, lo que Hobbes propone, a partir de una comprensión mecanicista del hombre, es que la vida sin un “gobierno”, en un estado que él llama de “naturaleza” (el modo de vida de los “salvajes”, que bien podrían ser también “bárbaros” para griegos y romanos, o más allá de la “muralla”, de “Castle Black”) la convivencia sería imposible porque cada quien se sentiría con derecho a hacer lo que le viniera en gana. En Juego de Tronos precisamente el conflicto entre los “salvajes”, que se consideran a sí mismos “libres” y los que viven al sur de la muralla, es que los primeros no tienen rey, no se arrodillan ante nadie, mientras que los del sur se sienten "hombres", de alguna manera “ciudadanos” porque se someten a las leyes de un rey, al Trono de Hierro. 
     Hobbes dirá que si no hay un monarca, un gobierno, se produce la “guerra de todos contra todos” y los hombres se devorarían entre ellos; se necesita pues, según el filósofo, ese leviatán que es el estado, el gobierno, que ponga orden y someta a la gente; solo que el “leviatán” es un monstruo marino que infunde terror y eso nos plantea la pregunta: ¿deben los ciudadanos temerle a sus gobernantes o deben los gobernantes temerle a los ciudadanos? Tyrion Lanister le espeta a Daenerys Targeryan que “un gobernante que mata a aquellos que le son devotos no es un gobernante que inspire devoción..., inspira miedo.
            Esta clarísimo que Juego de Tronos es una suspicaz e inteligente alegoría a la historia de occidente, pues incrusta en ese magistral puzzle de imágenes, sonidos y estupendas actuaciones, episodios de la historia universal, de la literatura, de la política, desde la antigüedad hasta la actualidad; pero, ¿basta el enfoque filosófico de la modernidad, mostrado en Hobbes aunque de ninguna manera agotado en él, para tratar de verle el filón reflexivo a la serie inspirada en la saga de George R.R. Martin?
           
Un pensador contemporáneo, Michel Foucault (1924 – 1984), en varias de sus obras, pero de modo especial en Vigilar y Castigar (1975) y en La Microfísica del Poder (1978), dirá que lo que explica y sustenta el funcionamiento de cualquier sistema social, cultural o particular son las “relaciones de poder”; así, la familia, la sociedad y el mundo están regidos por un poder que establece qué se conoce, cómo se conoce; qué se cree y qué no se cree; cómo se vive y cómo se muere. Según el pensador francés, ese poder circula por todos y no reside en nadie; no está en el rey, no está en el presidente; no está en el padre de familia ni en el maestro; todos somos vehículos de ese poder y en cualquier momento podemos llegar a ser sus víctimas aunque podamos haber sido sus ejecutores. 

     
Esa circulación del poder lo vemos evidente a lo largo de todos los episodios y capítulos de Juego de Tronos; vemos como reyes caen, vemos como señores y subalternos someten y son sometidos; asistimos a juicios y decapitaciones; vemos como los “cuerpos” (en la semántica foucaultiana) gozan y sufren, sufren y gozan, pero incluso la sexualidad, las relaciones más íntimas y personales son objeto del poder; en Juego de Tronos  nadie se salva, todos están expuestos y es por esto una excelente ilustración del pensamiento que Foucault expone a lo largo de sus clases, libros y conferencias. ¿Es el poder un puro ejercicio de la violencia ejercida sobre los cuerpos? Ya Nietzsche, antes de Foucault, había hablado de la “voluntad de poder”, del poder como capacidad, como potencial, como expresión de lo más íntimo y vital del hombre; y el autor de La Voluntad de Poderío (1901) no es el único que trata el tema, más allá de Foucault y Hobbes; pensemos, por ejemplo, en De Principatubus (1513), por su título original, o El Príncipe, en español, de Nicolas Maquiavelo (1469-1527). La cosa es, ¿surge en algún momento una orientación de poder distinta a la violenta, perversa, en Juego de Tronos? Queda como tarea pendiente, responder esta pregunta, para el lector y para el autor de estas líneas.       



              

Comentarios

  1. Excelente enfoque! El poder como vehículo para hacer la maldad, es lo que tiene a la humanidad mal. Pero nunca es tarde para cambiar, a pesar de los daños.

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  2. Así es, Mariela! No es el mal lo que define al ser humano; el poder también puede ser instrumento para hacer el bien, para humanizar, para buscar la felicidad de todos. Gracias por tu comentario.

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