Rostros del Mal

En torno al Problema del Mal

Rolando J. Núñez H.


“Solo se perdona a quien reconoce el mal que ha hecho y se arrepiente”
(Hannah Arendt)


¿Estamos preparados para lidiar con el “Mal”? ¿A qué llamamos “Mal”? ¿Cómo se manifiesta? Si oímos a alguien decir que hay algo “malo” en este o en aquel, por lo general el asunto va asociado a la creencia en fuerzas sobrenaturales o demoníacas. Comúnmente oímos decir que a fulano le echaron un “mal” o a mengano lo posee un espíritu del mal. Es decir, el imaginario popular suele asociar este concepto con un ser que tiene cuernos, huele a azufre y quiere robarnos el alma; muy vinculado todo a las creencias comunes en muertos, aparecidos y espíritus del más allá.
            Pocas veces, por no decir nunca, relacionamos la noción del mal con las personas y menos aun con las que solemos tratar cotidianamente. Decir que tal o cual individuo es malo no suele estar en el vocabulario comúnmente utilizado. ¿A qué se puede deber esta tendencia inconsciente en el común del venezolano en particular y en las gente de la gran mayoría de las sociedades en general? El “piensa mal y acertarás”, tan común en otras sociedades e idiosincrasias, no parece ser moneda de uso en nuestros predios y en muchos otros más allá de nuestras fronteras; la escritora chilena Isabel Allende confiesa en su memoria autobiográfica Paula: "...el mundo me parecía un lugar espléndido y la gente esencialmente buena, creía que la maldad era una especie de accidente, un error de la naturaleza" (p. 152 de la edición de Plaza&Janés de 1999). ¿Significa esto que no hay gente mala entre nosotros? ¿No ocurren actos de maldad en nuestro diario trajinar? Los niveles de violencia y agresión que diariamente presenciamos, o de los que tenemos noticias, nos dicen que no estamos precisamente en el Paraíso Terrenal. ¿Por qué nos cuesta entonces tanto identificar la maldad, o al “malo”, en nuestra cotidianidad?
            La comprensión de esta dificultad pudiéramos hallarla en la manera de actuar de la cultura venezolana tradicional. Lo primero que hay que tener en cuenta es que venimos de una tradición convivencial que asume que el otro, cuando me dice algo, me está diciendo la verdad, está siendo sincero. Pareciera que, como cultura, hemos tenido, hasta ahora, una predisposición a creer en el otro, a confiarnos. Esto, obviamente, habla de un sujeto cultural, y en consecuencia social, que también se vive desde la bondad, no desde la maldad. Esto nos permite, y nos obliga además, a decir que, en toda sociedad, o en la mayoría de ellas, la gran mayoría de la gente se vive y se conduce desde esa condición existencial de lo “bueno”.
            Esa condición de bondad, que estamos asumiendo como característica de la mayoría, pareciera convertirse en algún momento en un impedimento para reconocer el rostro del mal, ¿sería por eso que ya Jesús, en el Evangelio, advertía que debíamos ser “mansos como palomas y sagaces como serpientes”?

            ¿Qué define al “malo” entonces? ¿Cómo nos podemos prevenir ante el daño que nos puede causar ese mal que habita en algunas personas (felizmente no la mayoría) y que por lo general nos agarra “fuera de base” o que, aún intuyéndolo, no logramos neutralizar? Y sobre todo: ¿cómo hacer para no juzgar equivocadamente a todo el que se me acerca, o para no convertirme en el psicólogo de cafetín, o de pasillo, que ve gente “perversa” en todas partes?
            Una manera, muy común, de reaccionar ante actos, y conductas, que nos dañan, o que juzgamos maliciosas es decir: “este o esta persona es loca”. Esa manera de despachar el asunto nos suministra una respuesta tranquilizante pero no nos da pistas de solución, más bien deja el tema ahí, en “espera”. Cuando decimos que alguien actúa mal porque es “loco” estamos cerrando la figura porque nos angustia quedar en el limbo, en medio de un interrogante, pero no concientizamos que al decir que tal o cual actúa mal porque es “loco” lo estamos disculpando, le estamos quitando responsabilidad en el acto que ha realizado pues el “loco”, no sabe lo que hace, no es dueño de sus actos, mientras que el que hace el “mal”, quien actúa malignamente, está consciente de lo que está haciendo y ha podido elegir hacer el bien. Es decir, el mal es una opción, así como el obrar bien también lo es. El “malo” ha decidido no contener sus bajas pasiones y las canaliza dañando al otro. Es muy posible que detrás haya una historia personal de infelicidad, de insatisfacción, de abandono afectivo, etc., pero, a menos que haya una condición psiquiátrica extrema, o psicológica, debidamente diagnosticada, nada justifica a quien libremente ha decidido hacer el mal.
            La otra pregunta que se nos impone a continuación es: ¿qué rasgos caracterizan al que ha optado por el mal? ¿Cómo me prevengo ante quien se me presenta con una cara y resulta ser otra cosa? Tenemos la sospecha de que hay ciertos rasgos y conductas que nos pueden ayudar a activar las alarmas en momentos claves de nuestras relaciones cotidianas.
            Lo primero que hay que tener muy claro es que el poseer una actitud crítica o reflexiva ante la realidad no significa catalogar a todo el mundo como nativos del reino de las tinieblas. Todo lo contrario, la tendencia humana pareciera orientarse más bien hacia lo bueno, hacia lo loable. Y aquí podemos ya encontrar un rasgo que debiera ponernos en guardia pues cuando conseguimos a una persona que desconfía de todo el mundo y piensa mal de todo el que le pasa cerca tenemos que preguntarnos porque este interlocutor nuestro tiene un concepto tan negro de todo y de todos. ¿Será que el auto concepto que lo define es tan bajo que tiene que bajar a los demás a sus abismos para poder sentirse a gusto, cómodo?  Todo apunta a que la mejor manera que tiene el alma vil, y también la pusilánime, de justificar sus errores, sus omisiones, sus silencios cómplices y sus propias miserias, es desacreditando al otro, o convalidar ese descrédito sin investigar su origen o veracidad; el alma noble, o la que aspira serlo, escucha, sopesa, equilibra, oye las distintas versiones, no tuerce o disimula verdad.
            Así mismo, quien se presta para la manipulación se vuelve parte de ella; quien solo oye una versión se pone de parte de quien ha optado por la maldad. Quien pretende hacerse el neutro favorece al injusto. Quien ha tenido un cierto conocimiento de las partes y tendenciosamente se pone de parte del que malpone y difama se envilece tanto como este.

           
No es fácil reconocer el mal, pero ayuda mucho prevenirse ante aquellos que son alérgicos a la felicidad ajena; no podemos contar con un “medidor del mal” o “malómetro” pero conviene cuidarse de quien se queja por todo y con frecuencia pretende victimizarse para manipular; no hay manuales escritos pero sí vale la pena estar alerta ante quienes quieren controlar todo y a todos; no ser trata de ser jueces de los demás pero sí ayuda mucho prender las alarmas frente a quien habla mal de todos apenas dan la espalda. En fin, aquello de que ser manso no es ser menso cobra capital relevancia a la hora de verle la cara al mal y reconocerle, por mucho que el lobo se disfrace de oveja; esto sin dejar de mencionar que no hemos tocado aquí el tema de la naturaleza del mal que para autores como Rousseau tenía un origen externo al hombre, pues este sostenía que el hombre es bueno por naturaleza pero la sociedad lo corrompe, mientras que Hobbes decía que el hombre era lobo para el hombre y por tanto el estado debía controlarlo; aunque no vamos a ahondar aquí en ese filón más metafísico y antropológico, podemos decir que, más allá de determinismos, el hombre es un cosmos complejo y tiene tendencias al bien y tendencias al mal; la educación, la crianza, es la que le forma para que esas tendencias buenas predominen y también para que se tenga bajo control, dentro de los límites, esas tendencias al mal, control que debe estar guiado por la razón, por la afectividad y por la ética. En resumidas cuentas, hacer el bien  o hacer el mal es una decisión que cada uno toma, nunca un evento producto del azar o de un agente externo.  

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo con lo disertado aquí. Pocas veces nos detenemos a meditar sobre el mal y su manifestación. Cotidianamente justificamos las acciones malignas del prójimo, muchas veces alegando "entenderle", olvidando que nuestras acciones van guiadas por la decisión. Decidimos y actuamos en consecuencia.

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  2. Un tema de mucha riqueza desde el punto de vista filosófico, teológico y literario. pero que, a mi modo de ver, descansa sobre el eje de la libertad, de las decisiones fundamentales, es decir, creo que se juega en el plano de la ética. Gracias, Anaid, por la lectura y el comentario.

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