Fenomenología y Hermenéutica: ¿Cómo Producir Conocimiento?
Fenomenología, Hermenéutica e Investigación Educativa
Rolando J. Núñez H
rolandonunez70@hotmail.com
La opción "metódica" responde por lo menos a
dos razones: lo primero es que supone una crítica a la forma tradicional de
producir o legitimar conocimiento en el ámbito académico. La forma tradicional de buscar la verdad, en el ámbito científico, ha
sido la cuantitativa, y el único instrumento válido ha sido el “método
científico”. De modo que el método debería ser ante todo propuesta, puesto que más que
un método se plantea una “metódica”, es decir, un tipo de investigación que sin
renunciar al posible uso de algún aporte hecho por el método científico
tradicional, elige “procedimientos hermenéuticos”, que parten de una realidad
concreta, histórico social, de sus prácticas, lenguaje, discursos, etc., y que
acceden a sus códigos cognoscitivos, arribando, a través de ellos, a la matriz
epistémica que la hace comprensible. Es un sentido epistémico lo que se busca.
Este sentido no es de por sí universal; es más bien antropológico-histórico,
particular de una realidad humana determinada. En segundo lugar, y ligado a lo
primero, la metodología es una opción, como propone Franco Ferrarotti (2012),
es una apuesta epistemológica, apuesta que implica al “otro”, es decir, al
prójimo (es decir, al próximo) y que en palabras de Paul Ricoeur, - en un texto
suyo titulado como Ética y Moral y
recogido en el ya conocido volumen Doce Textos Fundamentales de la Ética del
Siglo XX (2007), publicado por Alianza Editorial, - ese otro es “el que
puede decir yo como yo mismo lo hago y, como tal, tenerse por un agente, autor
y responsable de sus actos. Si no fuera así, no sería posible ninguna regla de
reciprocidad” (pp.243-244).
Para llegar a lo anteriormente señalado la
“metódica” no es otra que la de una “Hermenéutica” que se sustenta en “Técnicas
de Investigación” tales como: la “Entrevista en profundidad”, complementada con
el “Registro Anecdótico e interpretativo” de la vivencia propia como alumno y
como docente; se puede hacer uso además de la fuente de generación teórica que constituye el “Grupo
Focal” a través de la sistematización de una o varias sesiones de trabajo. Podemos apoyarnos, además, en “Textos Breves”
que estudiantes y/o participantes y/o hayan elaborado a partir de: discusiones en
clase, su propia vivencia como estudiantes a lo largo de su paso por el sistema
educativo formal e incluso su reflexión al contrastar teoría y práctica
vivencial concreta. Dado que lo que estamos buscando son estructuras
político-educativas ligadas a un determinado contexto cultural, nos bastaría un
sujeto para que se dé la epifanía de ese mundo y de la “polis” regida por ese
mundo. En consecuencia se prescinde de criterios y componentes cuantitativistas
tales como “población”, “muestra”, "dato", etc.
A continuación se intentará profundizar en
las herramientas e instrumentos teóricos fundamentales, que nos servirán de
base para ejecutar la investigación.
Se puede hacer hermenéutica de un texto, de una obra
de arte, de un discurso; nos podemos interesar, por ejemplo, por el discurso político que
revela la educación, qué hay detrás, etc. Pero ¿qué es la hermenéutica? Su
significado es, en principio, “interpretación”; es como lo entiende Platón en La República (1992). Aristóteles
postulará que es más bien posibilidad de
enunciar pensamiento, y esto básicamente a través del lenguaje, como veremos
que proponen, además, autores como Paul Ricoeur, para quien “(…) el
lenguaje depende de la posibilidad de dos tipos de operaciones, la integración
en totalidades más grandes y la disociación en partes constitutivas. El sentido
parte de la primera operación; la forma, de la segunda” (p. 21). La búsqueda de
ese sentido es lo que define el esfuerzo investigativo del hermeneuta, que ve
en el lenguaje el espacio y el horizonte donde hallar esas respuestas que le
remiten y al propio tiempo le regresan a la vivencia misma; allí se va a dar un
espléndido juego dialéctico entre acontecimiento y sentido que Ricoeur va a
recoger de la siguiente manera:
“podemos decir que el lenguaje es en sí el
proceso por el cual la experiencia privada se hace pública. El lenguaje es la
exteriorización gracias a la cual una impresión se trasciende y se convierte en
una expresión o, en otras palabras, la transformación de lo psíquico en lo
noético. La exteriorización y la comunicabilidad son una y la misma cosa, pues
no son nada más que esta elevación de una parte de nuestra vida al logos del discurso.
Entonces, la soledad de la vida es por un momento, de cualquier forma,
iluminada por la luz común del discurso” (p. 33).
Partiendo de este hermoso texto de Ricoeur acerca de las posibilidades comunicativas y relacionales del lenguaje, sigamos, en las líneas que siguen, el recorrido histórico - epistemológico que hace Alejandro Moreno, en El Aro y la Trama (2005), acerca de la hermenéutica. Así, nos dirá Moreno, en el Renacimiento prolifera el interés por
la lectura deconstructiva de los textos clásicos y de los sagrados – Lorenzo
Valla (1407-1457), Erasmo de Rotterdam (1469-1536), Nebrija (1441-1522) –
caminos que confluyen en los siglos XVII y XVIII en la formación de la
hermenéutica como “teoría” y “técnica” de la justa interpretación de la Biblia.
Como veremos, Gadamer tendrá sus críticas para con esta concepción y para con
la romántica, aunque obviamente no dejará de reconocerle méritos.
No obstante, si, hasta la Reforma de Lutero
(1519), los textos bíblicos tenían su horizonte en la tradición, desde donde debían ser interpretados, aquí aparece el principio de que la
Biblia tiene su sentido en sí misma, es un sentido literal. El texto debe ser
interpretado desde sí. Pero, el texto es texto es su totalidad, y,
en la relación de las partes con el todo hay que buscar la justa interpretación. De modo que, de lo particular hay que pasar al todo y del todo
a la “comprensión”[1] de lo particular. De modo
que el círculo hermenéutico permanecerá como norma de ahí en adelante.
Schleiermacher (1768 – 1834) sale del campo de la teología y se extiende hasta
convertirse en una teoría del arte de “comprender” un texto oral o escrito.
Según Schleiermacher, el texto no se expone
por sí mismo pues siempre es posible el error y, puesto que no se puede
reclamar una inspiración teológica ni una racionalidad que se aplique en todo
caso, se debe acudir a una "ciencia y un arte" de los que emanen unas reglas de
interpretación que exorcicen los velos. La labor hermenéutica se concentra en
el restaurar el camino que ha seguido el autor del texto para llegar a
elaborarlo, y acompañarlo en él.
Partiendo de Dilthey (1833 – 1911),
Heidegger (1889 – 1976) y su discípulo Gadamer (1900 - 2002) se establece la hermenéutica actual que, como
expresa Ortiz Osés, se convierte en “una teoría y praxis de la interpretación
hermenéutica”.
Para el Heidegger de Ser y tiempo (1927), la manera originaria de ser es la apertura del
horizonte de sí mismo. De esta manera, la hermenéutica se propone como la
interpretación de esta comprensión originaria
de sí y de lo que acontece en el hombre.
En Gadamer (1900-2002), tras los
pasos de Heidegger, el problema de la hermenéutica no es elaborar unos preceptos
del comprender, ni pesquisar los
fundamentos teóricos de las ciencias del espíritu, sino admitir el compromiso
que de cierto ocurre en toda comprensión. Así lo expresa en El Problema de la Conciencia Histórica (2007)
cuando afirma: “(…) todo método filosófico comporta él mismo ya un cierto
problema ético”. Nótese que el autor, entiende aquí “problema” no como lo entendería un funcionario de
alcaldía que tiene que “resolver un problema” coyuntural (calles rotas, etc),
sino como lo visualiza un intelectual y/o un académico, es decir, como “Planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe
obtenerse a través de métodos científicos”, que es como lo recoge el DRAE
(2002) en su quinta acepción. De modo que lo ético implica aquí que cuando el
investigador busca comprender no solo activa en sí un ejercicio puramente
intelectual, sino que además toma una decisión, opta por implicarse en esa
realidad que investiga y busca comprender, porque, a fin de cuentas, esa
realidad es también la suya, por eso es que una hermenéutica del compromiso del
investigador, del hermeneuta, va incluso más a allá de la dicotomía de sujeto y
objeto, la trasciende y le da totalidad, le da plenitud.
Gadamer se pregunta ¿cómo es posible la
comprensión? Esta pregunta encierra que la comprensión no es un problema de
subjetividad, psicológico, sino el modo de ser del propio “estar ahí”,
heideggerianamente hablando. La finitud del estar ahí y su distintividad están
dadas en su moverse en el tiempo; por eso
es que el movimiento de la comprensión es abarcante y universal. Una
hermenéutica, pues, que contiene todo el conocimiento, incluso el que
representa las llamadas ciencias exactas. La comprensión se instala, de esta
manera, en una mirada histórica en la que se juntan dos horizontes: la
tradición, y el del interpretante, además del que está, históricamente, en el
texto. Por esto, cualquier comprensión será concreta e histórica, nunca acabada
y nunca la correcta. Entre la precomprensión del intérprete y el sentido del
texto se da un diálogo siempre dinámico, en el cual se manifiesta una generalidad
que los cobija a los dos. En el camino a esa “generalidad”, siempre situada, se
da la “comprensión”.
La insistencia de Gadamer va a estar en que
la hermenéutica se da en el lenguaje; por tanto, se trata de interpretar la
palabra. En su obra Verdad y método (1977) el autor dirá que para interpretar hay
que jugar; la interpretación es un juego que implica representar, dinamismo.
Una de las características del juego es que significa participación activa del
sujeto; aquí radicará la dinamicidad de la hermenéutica.
En
el ámbito metodológico la hermenéutica sigue tres pasos, a saber: a) descubrir
el significado textual; b) explicar el significado intertextual y c) comprender
el sentido contextual. Estos tres pasos estarán implicando, como consecuencia,
tres elementos, que permitirán comprender el texto, y son los siguientes: 1) la
situación del intérprete, pues cada uno interpreta desde su situación
existencial[2]; 2)
la tradición, dado que el intérprete está en un contexto a través de la
tradición que lo une con el autor del texto. La fusión de horizontes representa
un mundo humano, una comunidad de vida, y 3) diálogo, puesto que toda
interpretación es un diálogo con el texto; para llegar a la fusión hace falta
el diálogo.
¿Cómo
fundamentamos teóricamente esta práctica investigativa hermenética? Ese
horizonte epistemológico nos lo ofrece “La Fenomenología”, puesto que ésta
representa una perspectiva distinta a la concepción clásica del positivismo, y
del neopositivismo, pues va mucho más allá de los meros datos, de la pura
información, de lo que en aquel momento
el autor calificaba como “ciencias naturales”. Esto lo deja claro
Husserl (1859-1938) en su obra Invitación
a la Fenomenología (1992) cuando sostiene:
La fenomenología como ciencia de
todos los fenómenos trascendentales concebibles, y por cierto en cada caso en
las configuraciones totales sintéticas únicamente en las cuales son
concretamente posibles – las de los sujetos trascendentales singulares,
vinculados en comunidades de sujetos – es eo
ipso ciencia apriorística de todos los entes concebibles; pero no meramente
del todo de lo que objetivamente [ob]
es y de ningún modo en una actitud de positividad natural, sino en plena
concreción, del ente en general, en tanto que extrae su sentido de ser y su
validez de la constitución intencional correlativa (p. 65).
Nuestra premisa, desde la
fenomenología, es que hay realidades cuya esencia y sentido únicamente pueden
ser captadas desde y en el entorno referencial interno de la persona que las
experimenta. Ilusoriamente se podrán comprender esas realidades encasillándolas
en una grilla conceptual y en un método prefabricado por quien investiga.
Cuando etiquetamos, de esa manera, destruimos la esencia de la vivencia
concreta con la que estemos relacionándonos.
La fenomenología es, sin duda, una
de las escuelas filosóficas más representativas del pensar contemporáneo. Su
figura principal es Edmundo Husserl, que nace en 1859 y muere en 1938. Es este
un movimiento alemán, por excelencia.
En aras de la claridad conceptual, y
a riesgo de parecer redundantes, hay que señalar que “Fenomenología” viene del
griego “Fenómenos”, que significa “lo que se me aparece”, lo que se revela o
manifiesta a mis sentidos. Los griegos lo entendían como el manifestarse del
ente o de los entes; los griegos pensaban que la apariencia es algo que siempre
se manifiesta. Pero no fue todo tan plano en lo que se refiere a este concepto
en el mundo de los griegos; para Platón (427 – 347 a. C), esta noción se
reviste de un carácter engañoso, a contracorriente con el Ser, que es estable y
real; para el fundador de La Academia, el “fenómeno” viene a ser el mundo de lo
sensible, formado, por tanto, de “sombras”, no de realidades, tal como lo
expone magistralmente al inicio del Libro VII de La República (1992). Sin embargo, más radical será Protágoras (485
– 411) y los Escépticos, pues estos van a afirmar que conocemos lo que se nos
aparece, ya sea el fenómeno o las impresiones del mundo sensible, pero
desconocemos totalmente lo oculto bajo tales apariencias. Será Aristóteles (384
– 322 a. C) quien restituya al término “fenómeno” el significado original de
apariencia sensible y verdadera de la realidad. Posteriormente, con autores
modernos como David Hume (1711 – 1776),
John Locke (1632 – 1704) e Inmanuel Kant (1724 – 1804) se reelaboró la
noción y comenzó a ser entendida como separada de la “cosa en sí” y único
objeto de nuestro conocer. Esta dicotomía, que no consideraban ni griegos ni
medievales, viene como conciencia del encierro en la inmanencia de la
conciencia, que lleva a la modernidad a producir toda una forma de conocer por
separaciones, y su producto más acabado no es otro que el “Método Científico”, que estructura el movimiento del conocer en base a un “Sujeto” que conoce y un
“Objeto” que es conocido.
Para entender la naturaleza, y
sentido, de la fenomenología husserliana, y seguidores, hay que tener en cuenta
que ésta surge como reacción, y al mismo tiempo como ruptura, a dos tendencias
filosóficas que aún en las primeras décadas del siglo XX eran muy fuertes;
estas son el “idealismo” y el “positivismo”.
Husserl postula la “vuelta” a las cosas mismas en el afán de penetrar en
la “realidad” en toda su pureza, al margen de toda clase de prejuicios, teorías
o interpretaciones. El punto de vista del autor era que la perspectiva que
había de la realidad estaba harto “velada” tanto por la filosofía como por la
psicología; sostenía que la realidad en su crudeza quedaba oculta por las
múltiples teorías y prejuicios que tanto filosofías como opiniones habían ido
diseminando a lo largo de siglos. Por eso la fenomenología es conceptuada como
“ciencia de fenómenos”, porque pretende llegar a la esencia de estos.
Evidentemente, los fenómenos, desde la óptica husserliana, no deben verse
subjetivistamente, que era como los habían concebido autores modernos, como
Hume o Kant, ni tampoco en el sentido positivista de Augusto Comte (1798 –
1857), en cuanto apariencias sensibles separadas de la honda realidad, sino más
bien en el sentido de lo inmediatamente dado a sí mismo, tal como se revela a
la conciencia. El fenomenólogo busca acercarse a las “cosas mismas”, no a los
matices accesorios o que Aristóteles hubiera considerado accidentales, por
cambiantes o pasajeros; a fin de cuentas lo que quiere es desvelar, en los
datos fenoménicos, su contenido esencial. De modo que la meta última es la "esencia", esto es, el contenido inteligible ideal de los fenómenos, que es
aprehendido desde una cierta visión inmediata o intuición de la esencia. Valga
señalar que, aquí se entiende por intuición el contacto que los sentidos tienen
con las cosas, dejando fuera la connotación coloquial de “intuición” entendida
como pre conocimiento o premonición, que ve en sueños, fogonazos mentales o
visiones, el futuro. Nada tiene el planteamiento husserliano de adivinatorio o
cabalístico.
La fenomenología es pues una
“actitud metódica”, un método de investigación “radical” puesto que quiere ir a
la raíz. Propone un camino intuitivo en el que la vivencia de la conciencia
“desvele” a través del análisis significativo del propio contenido, todas las
bifurcaciones y sentidos que encierra. El método husserliano está regido, en
primer lugar por la norma negativa que implica “ausencia de prejuicios”, la
exclusión de toda clase de sugestiones e intereses, sean ellos creados o no;
contempla además la ausencia de dogmatismos, de esquematismos cientificistas o
de lenguajes que puedan traicionar la
originaria inmediatez del dato. En segundo término, el método está también
marcado por el recurso a la “intuición inmediata” como el instrumento que tiene
por función asir la realidad en toda su pureza, sopesando todos sus resquicios
y variables. De lo que se trata es de una comprensión originaria y descriptiva
del fenómeno antes de toda elaboración estructurada o evaluación interpretativa,
para arribar, a través de la esencia, al “ser” en cuanto se manifiesta.
La fenomenología de Husserl hace su
aparición, entonces, en el fragor de un entusiasta positivismo; la nueva
escuela propugna el retorno a las cosas mismas frente a un naturalismo que
bordea los límites de la simplificación y el reduccionismo, tanto fisicalista
como biologicista. Ante la euforia del sistema, Husserl propone retornar a la
soberanía de la experiencia inmediata, situando la labor investigativa en la
conciencia y situando el origen de los conceptos lógicos en la “intuición”.
El deseo de Husserl de construir una
filosofía que sea ciencia se explica desde el hecho de que el autor viene de la
matemática, esa es su formación inicial; es natural pues que la mentalidad
matemática perdure en sus reflexiones filosóficas; la influencia de Descartes y
Kant, también grandes matemáticos, es llamativa. En su obra La Filosofía Como Ciencia Rigurosa, el
autor sostiene que la filosofía, desde su origen, ha buscado ser ciencia. Para
ser honestos, el autor da en el clavo puesto que ir a los orígenes de la
filosofía griega, con los Presocráticos del siglo VII a. C., es toparnos con un
saber, una sabiduría, que es filosofía, que es ciencia, que es religión,
medicina, etc, etc. Es decir, autores como Heráclito, Parménides o Tales de
Mileto, no pueden concebir en su horizonte epistemológico la división, que para
nosotros es tan normal hoy, entre disciplinas; para los sabios de Jonia, el
saber era una totalidad, un todo, y esa concepción la heredarán y mantendrán
autores como Sócrates, Platón y Aristóteles, para quienes ciencia, saber,
conocimiento y verdad será “episteme”; en ese genial concepto incluirán todo lo
que la fragmentación moderna aislará en compartimentos estancos.
El
problema, para Husserl, ha sido que la filosofía no ha podido satisfacer esa
pretensión, y esto lo demuestra, según el antiguo alumno de Brentano, la
fragmentación de los diferentes sistemas o “concepciones de mundo” que se han
ido sucediendo a lo largo de la historia de la filosofía; para este matemático,
devenido en filósofo, todo en el pensamiento occidental es controvertido, lo
que resulta en la ausencia de una auténtica filosofía como ciencia rigurosa. El
norte del autor es, pues, fundar una filosofía rigurosa y exacta, es decir,
científica. El ideal de una filosofía así planteada vendrá a ser la posesión de
verdaderas absolutas; según Husserl, lo que la ciencia debe perseguir son
verdades válidas de una vez para todas y para todos. Si la filosofía busca ser ciencia,
no debe consentir nada que no se constituya sobre una evidencia “apodíctica”,
la cual tiene para el filósofo la particularidad de no ser solamente certeza de
la existencia de las cosas o hechos, sino que se muestra, al mismo tiempo, a la lectura crítica como inconcebibilidad
absoluta de su no-existencia, y en consecuencia, descarta, por adelantado, toda
incertidumbre imaginable, como desprovista de sentido. La evidencia
“apodíctica” es totalmente indudable, y por consiguiente suprime cualquier duda
concebible.
A propósito de esto, y a modo
ilustrativo, queremos traer a colación la interesante anécdota que refirió una
docente de lo que hoy se llama Educación Inicial, y que realizaba su labor
educativa en una zona popular de Maracay. La maestra relata que el personal
docente se mostraba preocupado porque uno de los niños mostraba conductas, para
ellas, atípicas; es decir, mientras el resto de los niños jugaba con carritos y
objetos propios de su sexo, uno de ellos se negaba a soltar una muñeca; todas
se angustiaban presas de sus interpretaciones y miedos ante la situación, pero
ninguna se sentía capaz de abordar el problema. Una de las auxiliares,
sostenida por su experiencia y ecuanimidad, se decidió a hablar con el niño.
Cuando le preguntó acerca de su preferencia a jugar con la muñeca, el niño, de
forma muy natural le respondió: “Lo que pasa es que esta (señalando a la
muñeca) es mi novia, y así como mi mamá es la novia de mi papá, y ellos van
juntos a todas partes, y hacen todo juntos, así mismo, mi novia me acompaña
siempre a mí y hace todo conmigo”. Esta
respuesta dejó sin habla a las docentes y le desmontó el conjunto de prejuicios
y opiniones que habían fabricado. Es decir, que la Auxiliar que fue capaz de
dejar de lado sus prejuicios, sus preconceptos y pre comprensiones, fue la
única que pudo llegar a la esencia del problema, pues, para alivio de las
maestras, lo que mostraba el infante eran conductas muy masculinas, para nada
homosexuales. Más allá de las consideraciones que se pudieran hacer aquí acerca
de la diversidad sexual, o de género, lo que quisiéramos destacar acá es que la
educadora, seguramente sin haber leído a Husserl, hizo fenomenología, quitó los velos que cubrían la realidad del
niño y fue al fondo del fenómeno.
¿Qué es, entonces, a la luz de lo
hasta ahora expuesto, la “epojé”? el concepto, que está tomado de los
escépticos griegos, es, su origen etimológico, “retención”, “cesación”. Para
estos sabios de la antigüedad el término significaba “suspensión del juicio”,
“estado de duda”. Husserl lo toma para fundirlo con “desconectar”, “eliminar” o
“poner fuera de juego” y más genéricamente “poner entre paréntesis”. “Epojé”,
viene a ser, pues, poner entreparéntesis, fuera de juego y desconectar. El acto
con el que el mundo es colocado entreparéntesis es la “epojé” o “reducción
fenomenológica”.
En esencia, lo que la Fenomenología
nos indica es que el investigador que quiere comprender los procesos humanos,
existenciales, o sociales, debe preocuparse por develar el contexto global en
el que se viven los sujetos y desde los cuales expresan sus pensamientos,
sienten y hacen, para poder llegar a la realidad, tal cual ella es.
Ahora, vivir en el siglo XX, y lo que
va del XXI, nos dota de un privilegio del que no gozaron ni los antiguos, ni
los que existieron durante la mal llamada Edad Media, o Feudo aristocracia;
tampoco los modernos disfrutaron ese privilegio. Nos referimos a esa
“conciencia” histórica que para Gadamer es propia solo del hombre contemporáneo;
dirá el autor que es un privilegio pero es al mismo tiempo una carga. Para
Gadamer, la “conciencia” es mucho más que la razón individual cartesiana; es,
ante todo, pleno conocimiento de la “historicidad de todo presente” y de la
relatividad de todas las opiniones. Es decir, hoy estamos mucho más conscientes
de lo que el filósofo alemán llama, en su obra El Problema de la Conciencia Histórica (2007) “los inmensos cambios
espirituales de nuestra época” (p. 42) y al mismo tiempo de los conflictos de
cosmovisiones que esos cambios han implicado. De modo que el pensador sostiene
que “Es necesario que cada una de las partes sea plenamente consciente del
carácter ‘particular’ de su perspectiva” (p. 42). Lo cual implica que en ese
diálogo que se propicia en la Entrevista, o en la reminiscencia de la propia
vivencia y/o en la comprensión de los textos escritos por los estudiantes, debe
prevalecer ese “pensar expresamente en el horizonte histórico que es coextensivo
con la vida que vivimos y que hemos vivido” (p. 43). Allí las particularidades van a encontrarse desde
su visión, percepción y vivenciación y van a producir una enriquecedora
síntesis que no habla más de de la realidad de donde vienen esas subjetividades
que se encuentran y dialogan.
“Este
comportamiento reflexivo cara a cara de la tradición se llama ‘interpretación’”
(p. 43), nos dice Gadamer y continúa: “Hablamos de interpretación cuando el
significado de un texto no se comprende en un primer momento” (p. 43). Para el
autor “(…) es necesario mirar más allá del sentido inmediato para poder
descubrir el ‘verdadero’ significado oculto” (p. 44). De modo que la
interpretación que nos conduce a la comprensión, y no solo a la mera
explicación, debe darse en ese diálogo llano y directo, ya sea con el texto (en
nuestro caso textos breves producidos por los estudiantes desde la dinámica del
debate de clase), ya desde la resonancia que el paso por las aulas nos ha
dejado acerca de esta y otras preocupaciones inherentes a la educación y la
escuela, ya sea ante lo que el interlocutor expresa en una entrevista. Partir
pues desde la armonía de ese texto con su contexto, pues las ideas
preconcebidas, prefabricadas, nos alejan de la real comprensión; por eso Gadamer,
haciendo uso de su cercanía con el universo nietzscheano dirá: “Según
Nietzsche, todos los enunciados que reconstruyen la razón son susceptibles de
una interpretación, ya que su sentido verdadero o real no nos llega más que
asimilado o deformado por las ideologías” (p. 44). Es pues, tarea del
investigador, que asume la hermenéutica como lámpara que le ilumina el camino,
en la medida de las posibilidades, deslastrarse de esas ideologías para poder taladrar en la
realidad hasta su médula significativa.
La hermenéutica
gadameriana nos plantea un modo de ver la ciencia y la investigación científica
que se inscribe en toda la crítica que tiene lugar a lo largo de todo el siglo
XX con respecto al modo de circular por la investigación, teorización y
elaboración de conocimiento científico clásico y tradicional. De este modo
Gadamer nos alerta:
Si las
ciencias humanas están en una relación determinada con la filosofía no es
únicamente en razón de un esclarecimiento puramente epistemológico. Ellas no
son solo un problema para la filosofía, ellas representan por el contrario un
problema de la filosofía (p. 45).
Se hace
evidente aquí que Gadamer, que viene de Husserl y le debe a él mucho, desde el
punto de vista metodológico, quiere ir más allá de éste puesto que la Fenomenología
pretendía precisamente instituirse como “la ciencia” pero con obvios rezagos,
para los críticos, propios de las ciencias naturales. Lo que
Gadamer nos está proponiendo es que la ciencia deje de una vez por todas de pretender ser “la ciencia” y que el enfoque sea más una visión filosófica global que abarque mucho más que los estándares cientificistas clásicos. De nuevo Gadamer recurre a la tradición occidental, en el sentido de que si nos retrotraemos al mundo griego y el nacimiento del conocimiento en ese contexto, vamos a conseguir que ya desde los presocráticos la concepción de ciencia, filosofía y saber son radicalmente distintas a los parcelamientos que aún hoy, después de casi un siglo de crítica y revisión epistemológico – metodológica, seguimos padeciendo. Expliquémonos: solo las malas traducciones o los manuales escolares hechos a la carrera hacen distinciones, desde Tales de Mileto hasta Plotino, entre ciencia, religión, filosofía, arte o política. En Grecia no había politólogos o teólogos, había “sabios”; este sabio se dedicaba a investigar, a cuestionar y tratar de comprender la realidad. No es gratuito que entre el anecdotario consigamos que el citado Tales ganó mucho dinero prediciendo el clima y comprando todas las prensas de aceite de Mileto; o que Heráclito se destacara por sus conocimientos médicos, además de los filosóficos. El sabio pues, desde los presocráticos pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles, era un personaje que se dedicaba a cultivar todo el saber que se podía tener en la época; un saber que tenía que ver con la totalidad de lo real, no con parcelas de ella; esta tradición, de alguna manera se mantuvo durante el Medioevo y llegó incluso al Renacimiento; es la modernidad ya avanzada la que parcela, pone alambradas, fragmenta. Asumir la hermenéutica gadameriana es asumir esta concepción del conocimiento omniabarcante, omnicomprensiva, que ve al sabio – científico – filósofo, no como un tótem sabelotodo, sino como un curioso de la realidad que se cuestiona, que se esfuerza por comprender e integrar todos los aspectos de la realidad que la racionalidad moderna se encargó de dispersar y que Husserl parece no superar del todo.
Gadamer nos está proponiendo es que la ciencia deje de una vez por todas de pretender ser “la ciencia” y que el enfoque sea más una visión filosófica global que abarque mucho más que los estándares cientificistas clásicos. De nuevo Gadamer recurre a la tradición occidental, en el sentido de que si nos retrotraemos al mundo griego y el nacimiento del conocimiento en ese contexto, vamos a conseguir que ya desde los presocráticos la concepción de ciencia, filosofía y saber son radicalmente distintas a los parcelamientos que aún hoy, después de casi un siglo de crítica y revisión epistemológico – metodológica, seguimos padeciendo. Expliquémonos: solo las malas traducciones o los manuales escolares hechos a la carrera hacen distinciones, desde Tales de Mileto hasta Plotino, entre ciencia, religión, filosofía, arte o política. En Grecia no había politólogos o teólogos, había “sabios”; este sabio se dedicaba a investigar, a cuestionar y tratar de comprender la realidad. No es gratuito que entre el anecdotario consigamos que el citado Tales ganó mucho dinero prediciendo el clima y comprando todas las prensas de aceite de Mileto; o que Heráclito se destacara por sus conocimientos médicos, además de los filosóficos. El sabio pues, desde los presocráticos pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles, era un personaje que se dedicaba a cultivar todo el saber que se podía tener en la época; un saber que tenía que ver con la totalidad de lo real, no con parcelas de ella; esta tradición, de alguna manera se mantuvo durante el Medioevo y llegó incluso al Renacimiento; es la modernidad ya avanzada la que parcela, pone alambradas, fragmenta. Asumir la hermenéutica gadameriana es asumir esta concepción del conocimiento omniabarcante, omnicomprensiva, que ve al sabio – científico – filósofo, no como un tótem sabelotodo, sino como un curioso de la realidad que se cuestiona, que se esfuerza por comprender e integrar todos los aspectos de la realidad que la racionalidad moderna se encargó de dispersar y que Husserl parece no superar del todo.
No
obstante, Gadamer advierte que no es tarea sencilla liberarse de este tutelaje del cientificismo pues “Las ciencias humanas quieren también ser verdaderas
ciencias empíricas, libres de toda intromisión metafísica y evitan toda
construcción filosófica de historia universal” (p. 47). Es decir, nos
conseguimos con un desatino de los investigadores que hoy se ubican en el campo
de lo cualitativo (Gadamer lo llama Ciencias Humanas o Ciencias del Espíritu),
y es que se pretende hacer una ciencia divorciada del positivismo y del
racionalismo pero validando las investigaciones con parámetros muy parecidos a
las llamadas “ciencias duras”. Este
desacierto de la investigación contemporánea, pese a que sabe, o
sospecha, que necesita de la filosofía, al mismo tiempo desconfía de ella,
pues, presa del prejuicio ilustrado dieciochesco, asume la reflexión epistemológica
o metafísica como pura habladuría, como discusión intrascendente que no aporta
nada al trabajo intelectual. Y es por esto que Gadamer apuntala que “Las
ciencias humanas, desarrollando sus métodos histórico – críticos, continúan
siendo atraídas por el modelo de las ciencias naturales” (p. 47). De aquí que
el autor proponga desprenderse de las ciencias naturales pues estas trabajan
con un método único, y en cierta medida dictatorial. Según Gadamer, desde
Aristóteles para acá esto no es más que una “falsa abstracción”, pues “es el
objeto mismo el que debe penetrar el objeto de penetración” (p. 47). Es decir,
pretender que producir conocimiento es circunscribirse a un método único y
reduccionista es barnizar de verdadera ciencia los productos del trabajo pero
dejarlo vacío de contenido. En este sentido, una hermenéutica que quiera ir más
allá del puro formulismo del método científico debe ir también más allá del
“puro dato”, incluso debe ir más allá del “dato”. En este sentido, no podemos
dejar de destacar la exigencia, y la insistencia que deviene en imposición, de
los evaluadores cualitativos de justificar cuantitativamente aquello que se
supone está tras la pista de lo estructural, de lo esencial. En nuestro caso,
lo que perseguimos es precisamente develar el sustento que deja la
escolarización en el venezolano la educación política que supuestamente la
escuela desarrolla; por tanto, no tiene sentido desgastarse en múltiples
“sujetos” de estudio (Gadamer los llama “objeto”, preso él también del
paradigma histórico occidental, y más propiamente moderno) sometidos a
encuesta, cuando que según la lógica que venimos fundamentando, bastaría con un
“sujeto” representativo de la sociedad y cultura venezolana. Nosotros, hemos
optado por dos entrevistas y textos breves que contienen en su seno las
estructuras y significados que estamos buscando en lo sociopolítico venezolano.
Ambos: las dos entrevistas y los textos breves, junto con la propia vivencia
del tesista a lo largo de de diecisiete años, constituyen una totalidad
existencial, parte de un todo que expresa ese “mundo de la vida” del cual habla
Husserl en su propuesta fenomenológica. Es eso lo que queremos sistematizar,
apoyados metodológicamente en la propuesta de hermenéutica gadameriana.
Para
esto debemos tener muy claro, y dejar muy claro, que, como dice Gadamer
(…) con
la simple constatación del descubrimiento de regularidades no se realiza un
progreso efectivo en las ciencias humanas, no se llega más que a enmascarar el
verdadero problema que presentan estas ciencias. La adopción de este modelo
humano no permite circunscribir la experiencia de un mundo social e histórico;
al contrario, se desconoce totalmente la esencia de esta experiencia cuando se
le plantea únicamente en medio de procesos inductivos (p. 50).
De lo
que el autor nos está hablando, pues, es de tomar esas regularidades como si
fueran un pliego, un pergamino enrollado, que en apariencia nada nos dice, o
solo nos habla de “constataciones objetivas”, y hacer el esfuerzo por
desenrollarlo, desplegarlo para poder leer el contenido que oculta, para
develar aquello que en él está velado.
Esto implica partir de la premisa de que la realidad nunca es superficial, el
superficial es mi ojo, porque el ojo moderno, en el que en buena medida hemos
sido formados (¿o deformados?), es bastante superficial, por objetivista, por
positivista, porque exige una y otra vez datos, pruebas, saturación de
información. La hermenéutica exige más bien preguntarse por lo que está más
allá de lo obvio, de lo simple, de lo verificable empíricamente, lo cual no
implica que lo obvio, lo puramente
fenoménico (en sentido kantiano) se desconozca, sino que se supere, que lo
redimensione al preguntarme por su significado. Permítasenos un ejemplo, para
ilustrar el asunto. Si un domingo vamos de paseo a la Abadía Benedictina “San
José”, de Güigüe (en el Estado Carabobo - Venezuela), nos conseguiremos en lo alto de un
empinado y solitario cerro una gran mole roja de ladrillos que extiende sus
tres alas a partir de una iglesia que nos toca en lo profundo por su sobriedad,
pulcritud y austeridad. Al entrar en aquel templo nos recibe un pórtico que se
eleva hasta lo alto y nos tropezamos con unas puertas inmensas giratorias de
madera que custodian la entrada; dentro, una larga edificación rectangular con
dos filas de bancos y paneles cuadriculados, así como pequeñas naves, a los
lados, que concluye en un Altar que destaca por la sillería de madera de lado y
lado. Mucha luz natural inunda todo el espacio y el silencio reinante nos hace
oír hasta cuando traga saliva la persona que tenemos al lado. Esta es, grosso
modo, la descripción del interior del templo. Pero ¿Qué hermenéutica de esta
obra arquitectónica podemos hacer? Aquí es donde Gadamer nos invita a acudir a
la tradición, tradición que está ahí pero que no la podemos ver con la
superficialidad del ojo objetivista moderno. En la parte superior de las
paredes vemos ventanales inmensos y redondos ornamentados con vitrales; estos
quieren significar la perfección de Dios representados en el círculo. Pero
además esta iglesia llama la atención porque, a diferencia de la casi totalidad
de las iglesias que podemos conseguir en cualquier sitio de Venezuela, aquí no
hay imágenes, no hay “santos”, diríamos en lenguaje coloquial. Esto, a primera
vista no se ve, pero en una “contemplación” más reposada activa nuestra
percepción más reflexiva. El significado de esto es que la casi totalidad de
iglesias en Venezuela, y la tradición católica que nos ha marcado desde la
colonia, es una visión barroca, que fue la que trajeron los conquistadores y
definió la colonia y la vivencia religiosa posterior en Venezuela. Por eso
nuestras iglesias, casi todas ellas con impronta colonial, están atiborradas de
santos. La iglesia de la Abadía de la que hablamos, en cambio, a pesar de ser
una construcción moderna, viene de una tradición y concepción religiosa y de la
espiritualidad alemanas, que tiene en su genealogía todo el problema que trae
consigo la reforma protestante (luterana) y la Contrareforma Católica (liderada
por San Ignacio de Loyola). Aunque el catolicismo de raíz española y el alemán
son el mismo, no obstante, dentro de esta Iglesia abacial “comprendemos”
estupendamente la historia de ambas tradiciones. Obviamente, mil detalles más
se podrían dilucidar de esta obra de arte enclavada en lo alto de esta colina
carabobeña, y una investigación completa se podría realizar en torno a toda la
totalidad que es la Abadía, pero nos detenemos en este solo aspecto para
argumentar las posibilidades hermenéuticas que tienen muchos acontecimientos y
textos con los que nos topamos cotidianamente y ni siquiera reparamos en ellos.
Lo que
estamos sosteniendo con Gadamer, para los efectos de sustentar el marco
metodológico de nuestra investigación, es que lo que nos interesa no es
explicar un fenómeno concreto sino más bien
(…) comprender un fenómeno histórico en su
singularidad, en su unicidad. Lo que interesa al conocimiento histórico no es
el saber cómo los hombres, los pueblos, los Estados se desarrollan en general,
sino, por el contrario, cómo este hombre, este pueblo, este Estado ha llegado a
ser lo que es; cómo esto ha podido pasar y llegar a suceder allí (p. 1).
El énfasis de Gadamer en el pronombre
demostrativo “este” es fundamental pues está llamando nuestra atención en
cuanto que lo que nos interesa investigar no es la existencia de entes
abstractos, o universales, tales como “el hombre”, “el pueblo”, “el Estado”,
que es lo que ha venido haciendo la ciencia moderna desde autores como el
español Francisco Súarez (1548 – 1617) o René Descartes (1596 – 1650), para
quienes el hombre es uno solo, el europeo, el moderno, el racionalmente
pensable. De lo que no está hablando Gadamer es de un conocimiento científico
históricamente situado, es decir, encarnado en una cultura, en una situación
concreta, en el caso nuestro la situación histórica de la cultura y sociedad
venezolana, en donde “acontece” una manera particular y concreta de vivir la
política, vivir la educación y habérselas con su realidad socio históricamente
situada, contextualizada.
Es por
todo lo anterior por lo que Gadamer nos advierte acerca de la importancia de la
pregunta “(…) de qué especie de conocimiento hablamos en el presente y qué es
preciso entender aquí por ciencia” (p. 51). Esta es pues una ciencia situada
históricamente, sin pretensiones de universalidad; a lo sumo pudiéramos hablar
de un conocimiento general, de generalizar la teorización a partir de lo que
consigamos en la realidad real y concreta que nos develen entrevistas, textos y
vivencia.
Gadamer,
en su obra La Actualidad de lo Bello,
se pregunta:
¿Qué es
lo que podemos conocer aquí? ¿Qué tiene esa individualidad aislada de
importante y significativa para reivindicar que también ella es verdad, que el
‘universal’, tal como se formula matemáticamente en las leyes físicas, no es lo
único verdadero? (pp. 25-26).
Acá nos
toca responder a nosotros, más allá de Gadamer, puesto que este autor está
consciente de que lo que él está planteando es un camino lo supera a él
mismo. Lo que el autor nos está
señalando es que el conocimiento de lo general, es decir, de nuestra realidad
históricamente situada, debe estar condicionado solo por ese topos, ese
lugar que define vivencia, manera de ser
y de hacer, y la manera de entender la vivencia y la experiencia, la existencia
toda. Nuestro interés no es generar un conocimiento que pueda ser aplicado a
todo el género humano, en el sentido universal y abstracto que el método
científico impuso; lo que nos interesa es conocer, comprender y, a fin de
cuentas, convivir con la circunstancia que nos ha tocado vivir; es decir, no
queremos ni dominar, ni transformar ni domesticar, solo entrar en el interior
de esa realidad a la que muchas veces violentamos por no entenderla, o por no
escucharla suficientemente.
Pero,
¿cómo hacemos esto? ¿Con qué sentidos accedemos a este conocimiento
comprensivo? También Aristóteles había buscado una entelequia de los sentidos
pero, al final de su pesquisa, llegó a la conclusión de que todos los sentidos
eran importantes a la hora de percibir, a la hora de conocer y a la hora de
interactuar con el mundo. Eso es así, cuando menos a nivel de la teoría, pero,
en la práctica, el conocimiento científico moderno ha privilegiado el sentido
de la vista como el vehículo privilegiado para conocer y manejar la realidad.
Cuando el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre sentenciaba que “el
infierno son los otros”, no estaba sentando cátedra de catequesis, ni mucho
menos, puesto que hacía tiempo que se había declarado rabiosamente ateo; no era
pues del infierno con pailas de aceite invierno lo que Sartre tenía en su
mente; de lo que estaba hablando era precisamente de ese ejercicio existencial
“humano” de volver a los demás “objeto” de nuestro conocimiento a través de
nuestro ojo, a través de nuestra mirada. El razonamiento es el siguiente:
cuando yo veo al otro lo vuelvo objeto de mi conocimiento, puesto que yo soy el
sujeto que conoce; al volver a la otra persona objeto de mi conocimiento lo
cosifico, lo vuelvo “cosa”, le deshumanizo, solo que el otro también me mira y
hace lo propio conmigo, también me vuelve objeto de su conocimiento; así, las
relaciones humanas se vuelven un acto de pura posesión, incluso un acto tan
sublime como se supone que es la relación sexual, que teóricamente expresa el
amor entre dos personas, se vuelve un acto de posesión, de apropiarme del otro;
así los otros se vuelven “infierno”. Esta visión extrema y nihilista del
existencialismo ateo del siglo XX no está sino expresando una crítica tenaz
contra esa epistemología, que implica una ontología y una axiología, que ubica
el sentido de la vista, de la “observación” (tan cara a la metodología
científica de la modernidad) como el sentido axial de todos los demás sentidos
y del conocimiento todo en el mundo occidental. Lo que Gadamer propone, y nosotros
compartimos, es que el conocimiento hermenéutico supone contar con todos los
sentidos en condiciones de igualdad entre ellos, pero que incluso esos
sentidos, que Aristóteles había dividido en externos (gusto, tacto, olfato,
oído y vista) e internos (sentido común, memoria y fantasía), deben luego ser
acompañados, o complementados, con esa facultad tan nuestra que es la de la
interpretación y comprensión del acontecimiento, no del dato (que es estático)
sino de lo que se “está dando”, aquello que está “aconteciendo”. Y esto tiene
un sentido y una razón: los sentidos me dan cierta intencionalidad, me generan
la función gnoseológica. Esto es lo que explica que toda la sensibilidad
pertenezca a la realidad total de la persona. Todo esto indica pues que la
comprensión de la realidad a investigar implica superación de visiones
parcializadas, de reduccionismos. Lo que aquí nos proponemos, y por eso
seguimos el camino trazado por el pensador alemán, y uno de los artífices de la
hermenéutica, Gadamer, es otear la realidad desde lo alto del monte, no desde las simas de
los reduccionismos positivistas o de una determinada parcela del saber. He ahí
el camino que queremos trazar, abierto a la novedad que la realidad, la
vivencia, nos quiera brindar, hacer camino, no buscarlo ya hecho, parafraseando
al poeta español Antonio Machado.
[1] En un sentido amplio, y
en contextos filosóficos, equivale a «entender» los aspectos globales de una
cuestión o problema, pero en el ámbito de las ciencias del espíritu, se emplea
en un sentido más restringido, como opuesto a «explicación». Las ciencias de la
naturaleza «explican» los fenómenos físicos recurriendo a leyes, sobre todo
causales, mientras que las ciencias humanísticas o morales, o las ciencias del
espíritu, como son la historia, la psicología, la sociología, el derecho, la
moral, el arte, la filosofía etc., es decir, todas aquellas ciencias que, según
Dilthey, configuran el mundo del espíritu objetivo, intentan «comprender» su
objeto: la naturaleza, los fenómenos, se explican, pero la realidad, esto es,
lo que se capta en la percepción íntima, se comprende; es autognosis. La
comprensión es, en este caso, el proceso mediante el cual conocemos algo
psíquico e interior a través de los signos sensibles en que se manifiesta. La
comprensión es, por lo mismo, interpretación y hermenéutica de situaciones
empíricas en busca del elemento mental o psíquico que les da vida y sentido.
Por interpretación cabe entender la exposición metódica de la comprensión. Las
ciencias del espíritu han de fundamentarse, según entiende Dilthey, en una
psicología comprensiva, o de la comprensión, que él llama «descriptiva y
analítica».
[2] Merleau-Ponty (1908 - 1961), desde su
propuesta fenomenológica, afirma que nuestro topos o espacio, no geográfico
sino epistemológico, se mueve con nosotros.
Excelente disertación. Despeja las nubes que pueden estar en el pensamiento respecto a la fenomenología y la hermenéutica. Una vez más, gracias.
ResponderBorrarGracias a ti por tu lectura, Anaid! "Despejar es un término muy acertado para hablar de hermenéutica y fenomenología que buscan interpretar, develar, revelar lo que está oculto...
BorrarMil Gracias mi Prof. por el escrito, complementa, enriquece mi labor de lectura y de indagación, para mi trabajo investigativo.
ResponderBorrarMe alegra que te sea de utilidad. Gracias por la lectura. Éxitos en tu investigación.
BorrarGracias por compartir tan excelente disertación. Interpretar, develar y revelar son términos que nos permiten entender y comprender aspectos globales de una cuestión o problema que esta aconteciendo en la realidad, en las vivencias, en la percepción intima del ser humano. Mi trabajo de Grado se baso en la Fenomenología Hermenéutica.
ResponderBorrarGracias a usted por la lectura y el comentario, Marjory. El fascinante mundo de la hermenéutica y la fenomenología e s un horizonte abierto e infinito que nos da múltiples visiones, perspectivas y aprendizajes. Saludos!
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