Reseña: Radiografía Psicológica de la Sumisión Política
Antropología Política del Venezolano: ¿Otredad o Sumisión?
Rolando J. Núñez H.
rolandonunez70@hotmail.com
Tras esa pista de una antropología política del venezolano, que hemos venido recorriendo, en otras entradas de este blog, otra perspectiva psicocultural y
psicopolítica que nos parece fundamental traer a colación es la que nos aporta
un grupo de investigadores y estudiosos venezolanos en el libro Radiografía Psicológica de la Sumisión
Política (2007). El libro se escribe habiendo transcurrido ocho años de
gobierno chavista y habiendo vivido una serie de situaciones sociales y
políticas que apuntan hacia el abandono progresivo de las libertades
democráticas que se habían venido conquistando, con sus altos y sus bajos, a lo
largo de todo el siglo XX, y la instauración de un régimen no solo político y
económico sino también con implicaciones en la vida personal y privada de los
ciudadanos. Ante ese panorama, que reviste la aparición de un fenómeno,
bastante discutido por filósofos y teóricos en el siglo XX, como lo es el
“Totalitarismo”, como sistema de gobierno, los autores de esta compilación se
detienen en la arista que constituye la “sumisión política” en Venezuela. Así,
el compilador del texto, Ángel Oropeza, comienza definiendo: “La sumisión, por
su parte, implica una aptitud psicológica de entrega y alienación, aún en ausencia
de la fuerza física, y en ocasiones sin que haya conciencia por parte de la
persona de estar en tal situación o condición” (p. 10). De modo que la sumisión
política implica una evasión de la realidad y un dejarse seducir por la
banalización que de lo social hace el líder al simplificar hechos y
acontecimientos para ponernos al servicio de sus intereses. Por este camino,
además, la persona, y el grupo, se conduce a la adulación y a la construcción
de un culto a la personalidad de un individuo carismático que maneja muy bien
el discurso y conecta afectivamente con la gente para hacerse de fieles
súbditos, en vez de copartidarios o pares. En un estado de cosas como ese,
mientras más endiosado sea el líder, y más soberbio se muestre, más fácil es
para el sumiso rebajarse a nivel del piso frente a este nuevo amo. Un culto
como este, por otra parte, va a promover el “voluntarismo político” puesto que
aquí:
La política no es ya el delicado arte de identificar
problemas sociales, jerarquizarlos siguiendo criterios tecnopolíticos en
función de las necesidades populares, y diseñar las mejores políticas públicas
– con su correspondiente evaluación y seguimiento – para resolverlos, sino un
asunto de simples arrestos o buenos deseos personales de quien dirige (p.13).
Esto, claro está, va a generar una
dependencia muy grande del buen o mal ánimo del caudillo totalitario, que se
convierte así en esa suerte de “padre” que castiga y que premia a capricho, sin
ningún, o escasos, límites legales e instituciones. Esto, que como estamos
señalando, está muy vinculado a: “El culto a la personalidad, como derivación
inevitable de la sumisión, es en definitiva la negación del protagonismo del
pueblo” (p. 13). En este mismo orden de ideas, el texto se va a referir a “los
que necesitan ser mandados” y lo que hay detrás de esa necesidad de ser
sumisos. Nos conseguimos entonces con aspectos, en primer lugar, tales como la
noción de igualdad que se cultivó en Venezuela desde la época de independencia
y continuó siendo objeto de debate a lo largo de todo el siglo XIX y el XX.
Este concepto va a generar muchas controversias y equívocos, al punto que en
algún momento se va a confundir con “igualitarismo” y va a generar muchos mitos
y deformaciones. En esa búsqueda de igualdad, buena parte de la población va a
buscar refugio en un líder, o caudillo, que le diligencia esa tan deseada
igualdad y ese afán le va a empeñar su propia autonomía como sujeto. Un segundo
aspecto va a ser entender la “democracia” como una condición o nicho
existencial, y menos como una metodología para organizar la vivencia común en
sociedad. Al entender a la democracia
como un estado sustantivo, como lo llama Oropeza, esta se va a diluir en
abstracciones tales como libertad, dignidad y soberanía, y la dimensión concreta
de estos valores, que es lo que en el fondo genera lo que hoy día se conoce
como “calidad de vida”, se va a empeñar para el futuro o solo como ideal. Luego
tenemos el tercer elemento de este trinomio, que viene a ser una “cierta
tendencia encontrada en la cultura política de muchos venezolanos hacia el
paternalismo y la dependencia del Estado” (p. 20). Esta dependencia va a
generar una pobre relación de los sujetos con las instituciones y el asunto
público, propiciando, una vez más, el buscar filiaciones y enlazamientos con
sujetos concretos, personalizados en figuras fuertes que vienen a ser los
caudillos o lideres modernos. Así, los deberes y derechos, tan necesarios en
una sociedad madura y abierta, se van a enajenar por la entrega a la figura
fuerte que se haga con el poder. Esto trae, a su vez, una situación en donde el
colectivo va a ir tras alguien que ponga “mano dura” en lugar de pugnar por
pactos, diálogos y negociaciones, que es lo que, a fin de cuentas, constituye
el meollo de una democracia.
Un aspecto recurrente en el análisis de los
autores es la evidenciación en el venezolano de, primero, la “presencia
hipertrofiada de una orientación hacia la causalidad externa a la hora de
explicar los acontecimientos personales y del entorno; y en segundo lugar, una
evidente tensión entre los polos orden y libertad dentro de su política” (p.
26). Lo primero tiene que ver con lo que se conoce como “foco de control”, es
decir, dónde se ubican los móviles que me llevan a actuar, a tomar decisiones,
a ser exitoso o a fracasar. Pareciera que hay un grupo grande de la población
que prefiere atribuir al destino, a los demás o al entorno lo que ocurre en su
vida, esto, obviamente, pasa al plano político y le resta capacidad de decisión
y de acción a aquel que, a lo sumo, solo se limita a votar. A esto se suma el
hecho de que una gran cantidad de la población entienda la libertad como
ausencia de orden y normas para la convivencia, por lo que la única manera de
poner ciertas reglas sociales y políticas es contando con figuras fuertes, o
autoritarias, en el poder, que, por una parte,
tomen decisiones por cada uno, y por la otra impongan el orden de manera
vertical y hasta cierto punto dictatorial. El autor, nos dirá, entre otras cosas,
para concluir, que “sin embargo, existe una resistencia a los intentos de
sumisión de la clase política dominante hoy en Venezuela” (p. 33).
En la misma obra, Axel Capriles, al
preguntarse por los determinantes de la obediencia patológica y la sumisión,
dirá que “Las personas aceptan la sujeción, y se someten a la voluntad del
caudillo, a cambio de un beneficio personal, de dinero, riquezas, estatus o
seguridad” (p. 39), aunque para ello tengan que envilecerse. Para esto harán
uso de vías como la llamada “viveza criollo”, por ejemplo; en esta tónica se
práctica con mucha frecuencia el “se acata pero no se cumple”. Por esta misma
vía la persona se acostumbra a sortear obstáculos para siempre conseguir
beneficiarse de las rentas del Estado benefactor que lo acostumbró a mirarse a
sí mismo como desvalido e incapaz de hacer y ganarse las cosas por sí mismo.
Así, la sumisión opera de la siguiente forma: “Al identificarse
inconscientemente con el caudillo, la persona se proyecta bajo la aureola de un
ser superior que lo apoya y cuida” (p. 43). Esto, como nos podemos dar cuenta,
y como bien previene el autor, a un “totalitarismo”, que viene a ser “un
dominio sobre la mente, una presencia continua, una invasión de la interioridad
de las personas para ocupar todo su espacio psicológico” (p.43). Esto va a
implicar un sometimiento en todos los
planos y ámbitos de la vida personal y social y la entrega de toda capacidad de
elegir, disentir o reflexionar.
A los aspectos anteriores habría que
agregar lo que Mercedes Pulido de Briceño denomina “Sumisión Romántica”, que es
aquella por la que un pueblo opta en la búsqueda de ideales perdidos tales como
la dignidad; según esta lógica en Venezuela se habría perdido esa dignidad
desde que en el siglo XIX nuestra sociedad traicionara a Bolívar. Al aparecer
una figura fuerte que prometa recuperar esa dignidad perdida, el pueblo es
capaz de renunciar a su independencia económica, política, e incluso personal,
para que el “hegemón” tenga vía para realizar su tarea heroica e histórica. Nos
dice la autora que “No es difícil entender el vínculo afectivo entre la
sumisión romántica y la capacidad de corrupción de voluntades y autonomías, que
facilita el miedo y el silencio como mecanismos que sustentan la
racionalización y justificación de medios y fines” (p. 51).
Parece necesario hacer un inciso en la
recensión que estamos haciendo de este enfoque, y este tiene que ver con el
hecho de que ninguno de los autores pretende establecer teorías o sentencias de
carácter universalista ni verdades absolutas; antes bien, todos coinciden en
una premisa que, hoy por hoy, matiza en buena medida las investigaciones de las
ciencias sociales más actualizadas, y es que las cosmovisiones esencialistas
han perdido sentido, es decir, lo que toda investigación puede arrojar son
tendencias, orientaciones que emergen en un pueblo o una cultura. Hoy ningún
científico social se arriesgaría a decir “el venezolano es así”, de forma
dogmática o tajante, pues las esencias, las antropologías absolutas y
universales murieron con el quiebre de las verdades absolutas de la modernidad
avasallante. Es por esto mismo, que en el mismo trabajo colectivo, que venimos
reseñando, el psiquiatra Franzel Delgado Senior se refiere, no a la totalidad
del pueblo venezolano, sino al fenómeno de “las sectas como mecanismo de
sumisión”. Es decir, lo que en la sociedad venezolana pudiera estar
favoreciendo ese mecanismo de dependencia y sumisión es el surgimiento de estos
grupos, alentados desde el poder y favorecidos por sectores minoritarios que al
contar con poder y recursos ponen en jaque al grueso de la población. Según el
autor, las características de estos grupos políticos – ideologizados sectarios
serían:
1. Estructura piramidal.
2. Sumisión incondicional
a un líder, a quien se le debe sumisión absoluta, pues se considera predestinado
a cumplir una misión que él solo puede lograr. Este líder al crecer la secta
asume una postura dictatorial.
3. Anulación de la crítica
interna y prohibición del pensamiento individual.
4. Persecución de
objetivos económicos enmascarados bajo una ideología, destinados sólo a
reforzar el poder del líder.
5. Manipulación de los
adeptos para obtener los fines de la secta.
6. Ausencia de control de
una autoridad superior sobre la secta.
7. Fábrica de palabras,
frases y consignas para descalificar a quienes no pertenecen a la secta, a
quienes se consideran inferiores.
8. Uso de algún color y
vestimenta particular para identificarse y darse fortaleza de grupo.
9. Prohibición de
abandonar a la organización, y quien lo hace, es severamente penado (p. 63).
La conducción de la política del país en
esta clave sectaria conduciría a la negación total de todos aquellos valores y
actitudes democráticas que en Venezuela se han venido propiciando desde
mediados del siglo pasado hasta el presente y generaría un modelo de sociedad
totalmente cerrado y totalitario que no permitiría sino aquello que el Estado –
Gobierno considerara bueno y lícito; el país como una gran cárcel o campo de
trabajo.
Roberto De Vries, por su parte, dirá que
hay por lo menos siete fallas que nos hacen sumisos políticamente hablando a
los venezolanos, a saber: 1) incorrecta forma de vivir los “tres tiempos”, pues
llevamos mal el pasado, lidiamos con incapacidades severas en nuestro presente
y tememos a lo que el futuro nos depara; 2) no contamos con la formación educativa
requerida para intervenir en los debates que, por una parte nos fascinan y por
la otra necesitamos; 3) marcada incapacidad para amar – nos y amar a los demás,
en el sentido real del término en cuanto que este implica oblación y compromiso
y no solo placer sensual; 4) colocamos la solución a nuestros problemas fuera
de nosotros y no dentro; 5) la élite política busca por todos los medios
mantenerse en el poder y el monopolio quitando real participación a la
población; 6) la traumática mezcla de patriarcado y matriarcado que confunden e
imponen el caos tanto en lo personal como en lo social y 7) la tendencia del
venezolano a vivir en una perenne alegría, que a la hora de la verdad es solo
externa pero que no se traduce en un bienestar espiritual real de dicha y
armonía consigo mismo; se vive en la “fiesta” pero solo en la externalidad.
Ángel Oropeza, como compilador en este
trabajo, va a sacar algunas conclusiones, para decir que de lo que se trata no
es de simplificar sin más ciertas características que hacen al venezolano
sumiso, sino más bien comprender desde lo psicocultural el problema y sacar
consecuencias e implicaciones, pero, también sentará el autor, lo que sí es
claro es que la sumisión, en sí misma, “no sólo envilece a la persona y la
minimiza en su dignidad. También es incompatible con el verdadero sentido y fin
de la Política, la cual se inventó, parafraseando a Hannah Arendt, porque
teníamos que vivir juntos los que pensamos distinto” (p. 99). Es decir,
convertir el actuar y ejercicio político en un acto de sumisión y entrega a un
individuo, por muy carismático que este sea, simplemente desvirtúa y
desnaturaliza el hecho y el acontecimiento político sino al sujeto mismo, en
cuanto que, como ya hemos dicho antes, el hombre es un animal político, pero
solo en tanto y en cuanto ejerce su capacidad de reflexión, de disenso,
consenso, y pacto. De aquí la urgencia que los autores ven en recuperar esa
capacidad del ciudadano de debatir, elegir, y desmontar al poder, por eso
propone:
La tarea de estimular y acompañar estrategias de
liberación popular es, entonces, necesaria e inaplazable. Y parte importante de
este esfuerzo liberador consiste en ayudar, desde una perspectiva pedagógica y
de acompañamiento, a la indispensable y progresiva toma de conciencia, por
parte de las personas en condición de sumisión política, de su condición de
explotación (p. 100).
Parece fundamental subrayar, en el contexto
de esta investigación que vincula “política y educación”, el llamado que hace
el autor en el sentido de que el proceso de liberación de esta tendencia a la
sumisión tiene en la “perspectiva pedagógica” un valor y una fortaleza clave,
pues en lo que precisamente queremos insistir, nosotros aquí, es en que, es
labor ineludible de la educación, especialmente de la escolarizada, formar e ir
generando y aportando herramientas que permita al venezolano participar cívica
y políticamente de los procesos e instituciones sociales que posee nuestra
nación, independientemente de sus raíces culturales e intereses particulares;
la escuela debería estar en condición de, sin que el sujeto renuncie a su
cultura, prepararlo para hablar y experimentar esos lenguajes que los distintos
espacios y ámbitos sociales nos imponen.
Sin abandonar el tema de la “sumisión
política del venezolano”, vamos a adentrarnos en una última aproximación a lo
sociocultural venezolano que viene de las investigaciones hechas por Alejandro
Moreno a lo largo de los últimos treinta años y que reviste un carácter
epistemológico (epistémico, nos dirá Moreno), pero que recibe aportes de lo
sociológico, de lo antropológico y de lo psicológico, así como de lo filosófico
y teológico). El postrero capítulo del ya varias veces citado Radiografía Psicológica de la Sumisión
Política (2007), que está a cargo del mencionado autor, va a
contracorriente del resto de los textos que constituyen la publicación;
intitulado “¿Sumisión Política Versus Liberación Popular?”, el artículo se
asienta sobre la tesis siguiente:
(…) el sector de población integrado al mundo – de – vida
– moderno está muy preocupado porque se encuentra convencido de que nos amenaza
una dominación política, una omniabarcante tiranía, aborrecida y hasta ahora no
experimentada, cuya inminencia y posibilidad de realización se apoyaría, por lo
menos en buena parte, sobre la ya mentada actitud y postura de sumisión
atribuidas al pueblo.
Ese pueblo hasta ahora no parece compartir esa
preocupación (p. 85).
¿Pero qué entiende Alejandro Moreno por
“mundo – de – vida popular”? El autor nos responde en su obra fundamental El Aro y La Trama. Episteme, Modernidad y
Pueblo (2008) de la siguiente manera: “(…) la totalidad del vivir
organizada en mundo. Es este el sentido que le doy al concepto mundo-de-vida (…)” (P. 61). Quiere
hacernos ver, el autor, que no es de un mundo abstracto ni universal del que
nos habla sino que está refiriéndose a una concreción vital distinta de
cualquier otra y por tanto no asimilable al concepto moderno de “humanidad”. Se
está refiriendo al mundo – de – vida popular venezolano, al que los otros
autores mencionados han llamado “pobre”, “marginal”, etc. Está pues diciéndonos
que en Venezuela coexisten dos mundo-de-vida, el popular, constituido por
aquella parte mayoritaria de la población de extracción fundamentalmente
venezolana y un mundo-de-vida moderno, constituido por una elite o minoría que
ha sido formada por la racionalidad cartesiana y europea que ha dominado las
instituciones y el pensamiento a lo largo de cinco siglos, según su enfoque. La
amenaza de dominación política a la que se refiere es a la llamada “Revolución
Bolivariana”, encabezada por Hugo Chávez, ya fallecido, pero cuyas
repercusiones todavía hoy vivimos, y todavía es difícil precisar hasta dónde y
cuándo. Lo que el autor está sosteniendo es que, contrariamente a lo que creen
el resto de los autores del libro citado sobre la sumisión, el pueblo
venezolano no se somete, ni se ha sometido nunca, sino que más bien resiste
ante el proyecto político modernizador, en forma global, y ante los regímenes
de corte autoritario o dictatorial que ha sufrido el país a lo largo de su
historia. Postula Moreno que el pueblo venezolano ha tomado de lo que la
modernidad le ha dado solo lo que le interesa, los aspectos instrumentales y
pragmáticos, fundamentalmente, ignorando y saboteado (en forma subrepticia e
incluso inconsciente) el resto. Así, para el autor, el mundo-de-vida popular
venezolano lo que ha hecho es “resistir”, en lugar de ser “sumiso”, solo que
los analistas son ciegos ante esa realidad. Dirá Moreno, en apoyo a su planteamiento
que “Una estructura cultural sólida, un mundo-de-vida como el popular, perdura
in-sistiendo en su identidad y así puede decirse que resiste” (p. 85). Así, lo que para otros autores, de la misma
publicación ya citada, son anclajes y rémoras que nos sumergen en la sumisión
al statu quo, para Moreno son mecanismos inteligentes para evadir el
sometimiento directo al dominador. Ejemplo de esto sería la llamada “”viveza
criolla”.
Pero, ¿de qué estructura cultural sólida
habla Moreno? Esta refiriéndose a lo que
él denomina “las prácticas de vida” del mundo popular. ¿Cuáles son esas
prácticas de vida? Moreno plantea que sus investigaciones le han revelado que
toda la sociedad, más aún, toda la cultura, y más allá todavía, todo el
mundo-de-vida popular venezolano está asentado sobre una familia matricentrada
(no matriarcal y para nada patriarcal o patricentrada). Esto significa, para el autor, que aunque
formalmente la familia que manejamos a nivel de conceptos es triangular, en la
vivencia está constituida por madre e hijos. El autor es enfático es afirmar
que esto no implica disfuncionalidad ni ausencia de estructura; simplemente que
obedece a “otra” estructura y otras funciones. Esto trae como consecuencia que
en Venezuela, y desde hace quinientos años, el padre esté totalmente ausente y
toda la dinámica cultural se monte sobre la base de las “relaciones afectivas”,
haciendo hincapié en que está “relación afectiva” va a llenar todos los ámbitos
de la vida del venezolano, incluidos, como es obvio, el educativo y el
político. En este último plano, pues, el discurrir público y ciudadano no se va
a dar desde los parámetros tradicionales modernos de institucionalidad,
racionalidad y formalidad que conseguimos en los tratados teóricos de
politología o sociología, sino que los asuntos de la “res – pública”, de la
república, estarán signados por esas relaciones afectivas matricentradas y
“familistas” que todo lo sentidizan en la cultura venezolana. Por eso Moreno
escribía en 2007, para explicar la situación política de los últimos quince
años, lo siguiente:
La relación de fondo, simbólica y afectiva, con un
líder político, como el actual presidente del país, que sí es percibido como
uno de la propia familia para muchos venezolanos, que puede ser percibido simbólicamente
como quien ocupa el puesto de hermano mayor, será una relación de confianza
matricentrada como la he descrito. A este líder se le dejan pasar muchos errores que puede cometer mientras no
traicione a la familia, mientras no deje de lado el cometido que la cultura le
tiene asignado en el mundo-de-vida. Hasta que eso no suceda, los hermanos no se
van a sublevar porque sienten que no se trata de sumisión ni de imposición
tiránica sino de relación familiar de confianza, de buena fe (p.91).
Desde estas afirmaciones Moreno sostiene
que el constructo “sumisión” se edifica en base al concepto de dominio y poder
de unos sobre otros, pero que en la trama relacional matricentrada lo que hay
es afectividad, no dominio signado por poder. Moreno está convencido que:
Si el poder entra en la simbólica de lo paterno, la
relación convivial cae dentro de la simbólica materna.
El venezolano popular construye sociedad, o comunidad,
sobre la imagen, la vivencia, la idea, la categoría, el significado, el símbolo
de esa relación al margen de la sociedad oficial y moderna construida sobre el
poder y la razón (p. 91).
Ante este panorama no podemos dejar de
preguntarnos: ¿está el pueblo venezolano entonces determinado a discurrir como
una dimensión paralela a lo que ocurre en el mundo contemporáneo de hoy? ¿Son
estos rasgos de la cultura tan inamovibles como para que la sociedad venezolana
no pueda participar plenamente en el acontecimiento político del resto de
mundo, o mundos posibles? ¿Son las culturas tan estáticas o poseen un carácter
dinámico que las hace cambiar a lo largo del tiempo y de su propia historia?
¿Por qué hay entonces gente del pueblo venezolano que sí entra y participa de
la política y de la modernidad? El autor responde a esto argumentando:
Sectores de las clases medias y de la clase alta
pueden más fácilmente entrar en procesos de verdadera oposición política
porque, aunque también en ellos laten en su fondo esos mismos componentes
culturales, pueden sobreponerse con cierta facilidad por otra educación
recibida, por el desarrollo más sistematizado de ideas políticas y sociales,
por el entrenamiento en el uso de la razón calculadora, previsiva y ordenadora,
por diversos aprendizajes sociales, por intereses económicos y de todo
tipo (p. 92). (Subrayado nuestro).
Todo lo cual nos indica que, si nos
queremos mantener aislado al pueblo de esos proceso políticos oficiales e
institucionalizados, debemos potenciar esos procesos “educativos” y de
“aprendizaje” que provean herramientas e instrumental teórico para poder
moverse adecuadamente en ese ajedrez que es la política y lo social, sin querer
decir con esto que el pueblo venezolano tenga que renunciar a su cultura y a
sus prácticas de vida, sino a aquello que no le permite resolver problemas y
sortear a aquellos lideres que pugnan por convertirse en dictadores o
autócratas. Lo otro sería idealizar románticamente al pueblo a tal punto de
pretender que las fallas y vacíos de la cultura (tales como la impuntualidad,
la falta de claridad en las decisiones o actitudes, etc.) se conviertan en
parámetros para la elaboración de la política. La cultura popular venezolana,
que como cualquier otra tiene sus baches, debe formarse para dialogar con las
valencias de ese otro mundo venido de fuera pero que en muchos sentidos ya forma
parte de la cotidianidad popular venezolana. Ese diálogo tiene que implicar
revisar luces y sombras de lo que Moreno denomina mundo-de-vida popular y
radiografiar también luces y sombras de ese llamado mundo-de-vida moderno.
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