Reseña: Didáctica y Cognitivismo.

El Cognitivismo y Los Modelos Didácticos

Rolando J. Núñez H.

Reseña del libro Modelos Didácticos de Base Cognitiva de Fredy González (Ed.), Margarita Villegas y Aracelis Arana. (2007). Maracay: Ediciones CIEP, UPEL-Maracay.

“No se puede enseñar nada a un hombre;
sólo se puede ayudarlo a encontrar la respuesta dentro de sí mismo”.
-Galileo Galilei)

Todo el que ha elegido como profesión, y como modo de vida, la docencia, en algún momento de su vida, y de su ejercicio docente, tiene que plantearse el problema didáctico. Nadie está exento; no hay quien pueda decir: “a mí eso no me toca”. Nos toca, nos roza, nos acosa y nos interpela. Así como Jean Paul Sartre sostiene que “estamos condenados a ser libres” (aunque lo retórico y lo poético no siempre impliquen, en esta afirmación, consenso con el autor, de nuestra parte, en lo que al contenido se refiere), en este caso tendríamos que decir que “estamos condenados a habérnoslas con la didáctica”, nos guste o no.
¿Cómo enseñar?, ¿de qué medios valerse?, ¿qué caminos seguir? Estas son sólo algunas de las preguntas que Freddy González, Margarita Villegas y Aracelis Arana buscan responder en el libro Modelos didácticos de base cognitiva (2007), en donde el mismo Freddy González oficia de editor. Estos investigadores, venidos del campo de la educación, se esfuerzan por de-construir, comprender y re-construir el problema didáctico a la luz de algunos enfoques y planteamientos derivados de la psicología cognitiva.
Son varias las premisas de las que parten los autores para sustentar su trabajo. Así, un actor constante y recurrente en el texto va a ser el alumno (podemos llamarlo también aprendiz, discípulo, discente o participante, dada la atmósfera actual de cuestionamientos, irreverencias y rasgaduras de vestiduras ante el asunto educativo); refiriéndose a éste insistirán en que la modalidad didáctica que proponen se centra en el estudiante y su pretensión es “…tratar de que lea en el texto de su propia práctica cotidiana” (pág. 22). Alejados de visiones románticas e idealizadas, de lo que es el quehacer didáctico dentro de un aula de clase, los autores llaman la atención en torno a la naturaleza de la teoría constructivista enfatizando que: “Según esta corriente es su actividad (la del alumno) lo que determina lo que una persona aprende y no el comportamiento del profesor ni la estrategia o materiales usados” (pág. 25). Más adelante, para reafirmar esta idea, leeremos: “El profesor es asumido como un facilitador, mediador de procesos de pensamiento e investigador; asume un papel protagónico preponderante, pero propiciador del desempeño cognitivo de los alumnos” (pág. 102).
Esta poligrafía de textos está constituida por cuatro trabajos independientes, producto, cada uno de ellos, de investigaciones que confluyen en la pregunta de “cómo enseñar”. Así, Fredy González se ocupa, en la presente publicación, con dos textos: “El sistema de mediación tutorial y La dinámica P2. MA”. Margarita Villegas aborda el tema de la “Pedagogía de la comprensión. Un modelo para la formación integral”, y Aracelis Arana hace su propuesta de los “Entramados ambientales”. Todos los textos, desde su punto de vista, comparten el hecho de que “las posturas constructivistas vygotskianas se basan en la idea de que el desarrollo cognoscitivo, y la cognición misma, es una empresa inescapablemente social” (pág. 26).
No se necesita mucho esfuerzo intelectual para constatar que nuestra escuela (no se trata de renegar de ella, el problema precisamente es asumirla), desde sus fundamentos, ha estado transida por un esquema conceptual y pragmático orientado a repetir más que a reflexionar; la institución educativa que hemos conocido ha pretendido “premiar al que repite y castigar al que piensa”, aunque el maestro (o más bien maestra) venezolano/a no siempre sea consciente de esto, e incluso lo desdiga y lo deshaga en su quehacer y en su vivencia, más que en su reflexión y en su desempeño institucional. La cuestión es que “…si se continúa teniendo aulas donde el conocimiento no sea debatido, ni cuestionado, ni problematizado, se adquirirán muy pocos saberes propios del ámbito disciplinario del cual se trate; y mucho menos se logrará desarrollar un modo de actuación social basados sobre principios democráticos, de tolerancia, de respeto a la diferencias, y de simpatía por el otro” (pág. 40). Este es quizá uno de los aportes más significativos de este trabajo: constatar que ante una ideología escolar estructuralmente dogmática y vertical, que en apariencia es cuestionada por las tendencias innovadoras y que en la práctica es sostenida aún por aquellos enfoques presentados como “revolucionarios” y “humanistas”, es imperativo proponer salidas verdaderamente diversas. En ese sentido la propuesta del libro comentado es “por ello, examinar un modelo didáctico alternativo a los prevalecientes, obliga a revisar la pedagogía para la comprensión” (pág. 40), pues “(…) muchos estudiosos desde que se consideraron las escuelas como las concebimos hoy, han reconocido la comprensión como un elemento importante en la formación de individuos críticos, conscientes de su ser y su entorno” (pág. 40).
Si la “didáctica” va a ser entendida como la “parte de la pedagogía que estudia las técnicas y métodos de enseñanza”, tal como nos dice el Larousse Diccionario Enciclopédico 2005, se hace necesario entonces una revisión realmente profunda de estas técnicas y estos métodos, e incluso exige la pregunta por el trasfondo epistemológico que subyace a cualquier propuesta didáctica, aspecto que los autores del texto atisban aunque no llegan a desarrollar.
Con cierta frecuencia conseguimos en la obra la insistencia en la implicación que docente y alumnos deben hacer en aquello que están estudiando e investigando, de modo que “(…) la inmersión como estrategia exige que el docente, conjuntamente con los alumnos, diseñe un conjunto de actividades y de acciones que les permitan comprometerse activa y apasionadamente con su trabajo (…) lo cual contribuye al enriquecimiento del patrimonio cognitivo que los integrantes del grupo con todos los beneficios que esto conlleva” (pág. 55). En este contexto M. Villegas señala como ejes de este “camino” el escribir, preguntarse e investigar; elementos claves, a nuestro juicio, en la formación del futuro docente y profesional en general.
Una pregunta que se nos impone, ante la propuesta hecha líneas arriba, a quienes en forma continua nos planteamos el problema didáctico, es cómo superar el hecho cierto de que el estudiante, hablando en forma concreta del estudiante universitario de la carrera de Educación, frente a la posibilidad de desarrollar la clase, no en base a la transmisión de contenidos sino en y desde el diálogo, éste simplemente no asume esta posibilidad y sencillamente se calla, no interviene o se autoexcluye. Esta es clara evidencia de que la unidireccionalidad en las aulas de clase no es producto, estrictamente hablando, de la tendencia dictatorial de un docente, aunque no estemos excluyendo que haya docentes que sufran de este mal; es sólo que la verticalidad y naturaleza monológica de la clase se corresponde más a una “estructura mental” subyacente al aparato escolar en la que ninguno de los participantes del hecho escolar se detienen. Dicho de otra manera, esta propuesta que pasa por concebir el aula como una comunidad de aprendizaje, en donde la resolución de problemas y la comprensión son vistas como una verdadera experiencia de mediación y de construcción de saberes, implica necesariamente plantearse muy en serio romper con una concepción epistemológica que entiende las cosas en función de “sujeto” que conoce y “objeto” que es conocido.
La propuesta misma del libro de sumergirse en las aguas de la complejidad, de la mediación y de la comprensión conduce, si sacamos las consecuencias, a romper con la visión “subjetivista” del pensamiento moderno cartesiano. El diálogo, dentro o fuera de un aula de clases, por lo menos en Venezuela, significa “convivencia humana” sin más, asunción plena y total del proceso de producir conocimiento por parte del docente y por parte de todos los estudiantes que estén dentro del salón. Esto es un compromiso ético, no es un problema sólo de técnicas y métodos, va muchos más allá, implica pues una opción ética. Así, esto solo se logra si se “procura que el alumno, como profesional en formación, se haga consciente de que el rol de estudioso se ha de ejercer a lo largo de toda su vida (…).” (pág. 48).

Nota: el texto fue originalmente publicado como presentación del libro reseñado y luego en la revista “Psinergesis” (Vol. 1/N° 3).en 2007.

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