Modernidad y Postmodernidad, ¿Cómo se Educa en los Margenes?

Cultura Moderna y Cultura Postmoderna: Implicaciones Educativas


Rolando J. Núñez H.
rolandonunez70@hotmail.com
@Sisifodichoso

"El Pensamiento débil es una forma de anarquía no sangrante"
G. Vattimo

     
Hemos perfilado y delimitado, en una entrada anterior de este blog, desde el punto de vista histórico y desde el punto de vista epistemológico, cómo en el seno mismo de la Edad Media (Siglo XI) se gesta el germen que da origen a la modernidad. Evidentemente no se manifestará de inmediato ni de un día para otro. Sabemos que los procesos históricos, socioculturales y, a fin de cuentas, humanos, no se dan de esa manera. Solo para comprendernos decimos, de manera muy esquemática y plana, que la historia de occidente pasa por cuatro grandes momentos que son: a) Mundo o Edad Antigua. Aunque son muchos los pueblos o civilizaciones del mundo antiguo (Egipcios, sumerios, mesopotámicos, babilónicos, etc) los que normalmente más se citan y recuperan como objeto de estudio suelen ser griegos, romanos y, en menor medida, en los ámbitos académicos, los judíos o hebreos. Esto se entiende puesto que es fácil identificar en nuestras instituciones, lenguas y cosmovisiones actuales innumerables rasgos y huellas que tienen su origen en estas culturas. Aspectos significativos del mundo griego podemos rastrear hasta el siglo XIII, antes de Cristo, que es la época que canta Homero en La Ilíada y La Odisea ocho siglos después, también antes de Cristo. En el siglo VII, a. C, hará su aparición, en las colonias griegas de Asia Menor, el pensamiento científico y filosófico, como uno solo, y comenzará un recorrido racional que aun hoy vierte ríos de tinta y ocupa páginas, horas y gente que se dedica a reflexionar, a comprender y a inventar mundos. Paralelamente a la trama homérica, jónico – naturalista y socrática, se desarrolla la historia del pueblo de Israel que recoge la Biblia en el Antiguo y Nuevo Testamento; este periodo que abarca más de dieciséis siglos llegará hasta el siglo IV, después de Cristo, cuando se gesta la decadencia y caída del Imperio Romano de Occidente; b) Mundo Feudo Aristocrático. Como ya hemos señalado, la Ilustración, para poder brillar con luz propia, se encargará de estigmatizar a este periodo con el rótulo de Edad Media, o Medioevo, para que se traduzca así en sinónimo de “oscurantismo” o “atraso”, cuando la verdad es que fue un momento histórico, que, como todos, tuvo sus luces y sus sombras. Este momento histórico surge de las cenizas romanas dejadas por las “Invasiones Bárbaras” y va del siglo V a. C., hasta el siglo XIV,  que vendrá a ser nicho y escenario del Renacimiento; c) Mundo Moderno. La modernidad, como todo proceso histórico – social, se gesta en el seno de la Alta Edad Media, pero solo se empieza a manifestar en el siglo XIII, para mostrarse plenamente en los siglos XV, XVI y, en el plano propiamente filosófico – científico, en el siglo XVII, aunque ese proceso no es uniforme pues hay sitios de Europa en donde se da antes, y sitios donde se dará después;
d) Mundo Contemporáneo. Así como estas periodizaciones no son estáticas, y para nada exactas, pues la vida, la vivencia, como acontecimiento no es en realidad susceptible de estandarizaciones y esquematizaciones fijas: así mismo, y por esto mismo, se discute cuándo concluye la llamada “Edad” Moderna y cuándo empieza la “Contemporánea”, si es que realmente ha terminado la modernidad y existe algo que se llame contemporaneidad. Los criterios varían y pudiéramos optar, en primer lugar por decir que la modernidad termina con el siglo XIX y lo contemporáneo comienza en el siglo XX; una segunda opción nos llevaría a ubicar el fin de la modernidad al término de la II Guerra Mundial y el inicio de lo contemporáneo después de 1945, con la crisis de conciencia que genera la bomba atómica sobre Japón y la creación de organismos como la ONU. En el campo de la filosofía un posible esquema de quiebre de la modernidad se ubica con la muerte de Hegel y la emergencia de la contemporaneidad con la eclosión de tendencias que reaccionaron contra el ahogo generado por los excesos del idealismo, del racionalismo y del cientificismo. Refiriéndose a la división de la historia de la pedagogía, que a nosotros aquí tanto nos importa (y que corre parejo con la de la filosofía y la cultura), Francisco Larroyo, en su ya clásico libro Historia General de la Pedagogía (1967), sostiene:

"La división tradicional de la historia en antigua, medieval, moderna y contemporánea, comprende periodos demasiado amplios y generales, y está impedida, por ello, en penetrar en las particulares formaciones del pasado pedagógico que hemos llamado unidades y tipos históricos de la educación. En los Tiempos Modernos, por ejemplo, se producen tan profundos cambios en la teoría y arte educativos, que es preciso delimitar épocas pedagógicas muy concretas y específicas, que sólo admiten como marco periférico los llamados caracteres de la ´modernidad´. Por otra, parte, la transición política de la Época Moderna a la Época Contemporánea, no coincide, ni con mucho, con el desarrollo de la pedagogía a fines del siglo XVIII. La razón de ello reside en que, junto al hecho político, hay que tener en cuenta el factor pragmático y el progresivo" (p. 47). 

     La visión sintética y especializada del autor nos permite sacar algunas conclusiones acerca del tema. En primer lugar, hay que tener en cuenta que ninguna periodización, ya sea en el plano filosófico, político o pedagógico, puede ser plana ni simple, todo esquema vela un realidad compleja y este no es la excepción. En el acontecimiento de la vida, de lo humano, se entrecruzan y tejen las distintas dimensiones de la realidad y en cualquiera de ellas que analicemos (si la vivencia es, de hecho, susceptible de ello) aparecen rasgos comunes a la época o mundo estudiado. Lo segundo es que todo indica que lo más pertinente aquí es decidirnos por un punto medio que, en primera instancia, tenga claro que no se pasa de un periodo, o momento histórico, de la noche a la mañana (nunca mejor dicho) pues no es que anochezca siendo Edad Antigua y amanezcamos en la Edad Feudo Aristocrática, ni pasemos de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea como si pasáramos la página de un libro. En la Feudo Aristocracia conseguimos muchísimas huellas del Mundo Clásico, incluso en la decadencia de la primera y en Modernidad podemos descubrir variados aspectos de la llamada Edad Media.
     De modo que los procesos históricos, son, en lo fundamental, inaprensibles, no se pueden encasillar tal como pretenden sistemas ambiciosos y “perfectos” del tipo hegelianos. Lo que emerge además aquí es que no todos las disciplinas fluyen de la misma manera y al mismo ritmo, tal como lo señala la cita de arriba, pues la política (como ejercicio del poder y de las funciones de lo público) avanza más veloz y raudamente que disciplinas como la pedagogía, que tienden a ser de metabolismo más lento y conservador, por lo cual la primera tiende a arrastrar y llevar a su redil la función y actividad de la segunda. Esto ocurre también con la manera como cada sociedad, región o país, va procesando ese movimiento cultural que conocemos como modernidad, pues esta no llegó igual, ni al mismo tiempo, a Francia, Alemania o España; ejemplo de ello es que los planteamientos filosóficos que nosotros conseguimos en Renato Descartes (1596 – 1650), y que consideramos hoy como piedras angulares del pensamiento moderno, ya los conseguimos en los escritos del filósofo español Francisco Suárez (1548 – 1617); hay que hacer notar que Descartes publica el Discurso del Método en 1637, cuando ya Suárez había publicado sus Disputaciones Metafísicas en 1597, es decir, un año después de haber nacido Cartesio. De igual manera, en países como Alemania, para el momento la Prusia, la modernidad tardará aún más en imponerse. Es prudente, pues, afirmar, con todo lo dicho que, en nuestro contexto latinoamericano, y venezolano, tanto o más que en la vieja Europa, la modernidad aún tiene manifestaciones y vigencias muy evidentes en las instituciones, en la sociedad y en la política, pero lo contemporáneo, que es el pensamiento y son las tendencias que van apareciendo y van pugnando por sustituir lo anterior, o lo establecido, va dando nuevas respuestas, abriendo nuevos caminos y, a fin de cuentas, llenando los vacíos que la “ciencia normal” (en términos kuhnianos), por ejemplo, ya no puede solventar. Así, si por algo se caracteriza la contemporaneidad es por la aparición de innumerables “ismos” que vienen a desplazar (o por lo menos a intentarlo) a los grandes sistemas y corrientes de pensamiento, y de acción, que prevalecieron en la modernidad desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX. Algunos de estos “ismos” son el existencialismo, el marxismo, el estructuralismo, el personalismo, el anarquismo y el neopositivismo, entre otros. En este bazar de tendencias y corrientes filosóficas, que tienen a su vez sucedáneos y consecuencias en la psicología, en la antropología, en la sociología, en la lingüística y, obviamente, en la pedagogía y en la política, merece mención aparte el postmodernismo y todo el fenómeno cultural que implica la postmodernidad; volveremos sobre este último para profundizarlo.

     Aunque el pensamiento y la cultura moderna comprenden, como se puede ver a lo largo de esta exposición, muchos autores y aristas, es conveniente, para ilustrar el despliegue discursivo, presentar a un autor moderno que pudiéramos considerar representativo de esa manera de mirar el mundo en lo científico, en lo social y, en general, en lo cultural; nos referimos a David Hume, de quien Kant dijo que lo había despertado del sueño dogmático; por eso, en otra entrada de este blog hemos dedicado un texto a la filosofía de este pensador titulado "David Hume: Un Pensador Ilustrado y las Implicaciones Filosófico - Educativas de sus Ideas".
     Así ubicados, tenemos que preguntarnos: ¿Cuáles son los rasgos que definen a la modernidad y a sus instituciones, donde juegan papel preponderante la política y la educación? Veamos. Ítalo Gastaldi, en su obra Educar y Evangelizar en la Postmodernidad (1994) señala seis rasgos definitorios de la modernidad, a saber; 1) la revolución científico – técnica, que desde figuras renacentistas como Leonardo Da Vinci (1452 – 1519), hasta hoy “nos ha llevado a crear aparatos cada vez más complejos y sofisticados, hasta llegar a esos sistemas de pensamiento inerte‟ que son los ordenadores” (p. 14); 2) la revolución cultural, “que nos viene de la Ilustración, definida por Kant como el estado adulto de la humanidad (razón y libertad)” (p. 15); 3) la revolución democrática, en el plano político, pues “A la tradicional estructura jerárquica sucedió una concepción funcional de la sociedad, que desembocó en la democracia representativa como forma de gobierno” (p. 16); 4) la fe indefinida en el progreso, que como “utopía” lleva al hombre “a soñar en un futuro como superación continua del presente” (p. 16); 5) la Secularización, que “consiste en reconocer la justa autonomía de las realidades terrenas‟, que tienen sus leyes propias, su valor propio, independientemente de la religión” (p. 17), y finalmente 6) el individualismo, que en el campo ético “fue alejando a mucha gente, especialmente a los jóvenes, de los problemas sociales (…). La actitud ´quemimportista´ fue creando el espíritu burgués” (p. 17). Como hemos dicho, estos rasgos no se dan nunca en estado puro ni en Europa ni en América, siempre van a estar en pugna, aunque en muchos casos predominen, con los valores propios de la aristocracia "medieval" y con la axiología que inspira la vivencia en las distintas culturas y contextos en donde la modernidad vino a instalarse. Como ya hemos señalado, este “topos” cultural moderno, es decir, este espacio que no es solamente físico sino además humano, científico, estético, sociopolítico y sobre todo vivencial, va copando todo el mundo occidental desde el Renacimiento hasta ya bien entrado el siglo XX. Las nociones de cientificidad, progreso, desarrollo y racionalidad, diluyen y avasallan cualquier otra manifestación existencial que pueda asomarse al escenario global. Pero, como ya hemos anotado también, esta visión de mundo entra en crisis cuando la racionalidad da muestras de que no es tan buena y tan perfecta como todos creían. La industria bélica, y su maquinaria de muerte; el fracaso de las utopías e ideologías políticas y el hartazgo que producen en el hombre contemporáneo los reduccionismos modernos, pone en una “crisis de conciencia” a todo el mundo considerado moderno; con él entraran en crisis sus instituciones, sus creencias y sus derivados filosóficos, científicos y mundanos en general. Ante esta crisis de conciencia la misma modernidad trata de dar respuestas, de recomponerse, pero no parece que el problema se limite a un puro reacomodo tecnológico o utilitario. A todas luces la modernidad, como época y situación existencial, no es un asunto meramente utilitario, sino más bien toda una visión de mundo, una forma de situarse, y vivirse, frente al mundo que nos rodea y el que nosotros mismos constituimos; es, a fin de cuentas, como ya hemos señalado, una "cultura", que implica todo lo que hacemos, vivimos y pensamos en una contexto históricamente situado. Cuando esta trama vital moderna entra en crisis, ¿qué es lo que aparece? Como hemos apuntado, sobreviene la crisis, un cierto vacío, un cierto caos que se manifiesta en quiebre ético, epistemológico e incluso antropológico. Empieza entonces a emerger, a veces calladamente, a veces ruidosamente, una serie de síntomas y manifestaciones que nos hablan de preguntas sin respuestas, de problemas no resueltos con los métodos que la “ciencia normal” ha ido elaborando a lo largo de siglos, de vacíos existenciales que ya no llena la espiritualidad y la psicología en uso. Aparece así lo que se ha denominado la “postmodernidad”.


Por las Derivas Postmodernas

     En un artículo titulado “La Postmodernidad: Presupuestos e Implicaciones Culturales, Filosóficas y Psicológicas” (1997), aparecido en la revista Anthropos – Venezuela, Alejandro Moreno sostiene que “la postmodernidad aparece en la arquitectura como la cita erudita y descontextualizada, donde distintas citas de la historia de la arquitectura pueden estar juntas circunstancialmente, sin necesidad de ningún concepto que las una, sino simplemente la experiencia y el gusto del momento” (p.6). Lo primero que notamos en esta caracterización, que tiende a definición, es que la postmodernidad no es, en principio, un constructo ni filosófico ni científico, es una expresión del pensamiento, eso sí, y de la “sensibilidad” del hombre contemporáneo, que aparece en el plano artístico, esto es, en el mundo de lo estético, en el mundo de las formas y de lo aparente; de ahí pasa a los otros campos del saber y se convierte en un discurso crítico que copa el quehacer académico pero también el cotidiano. Lo segundo es que nos habla de la “cita” erudita, sí, es decir, culta, ilustrada, pero arbitraria y sin contexto, antojadiza, vehiculada por lo epidérmico y no por lo racional. Esto nos habla ya de un rasgo que perfila, en gran medida, el talante postmoderno, a saber, el relativismo que significa que lo que hoy es bueno mañana puede ser malo y lo que hoy es lindo ya mañana es feo, para, pasado mañana volver a ser bonito. Ese “todo vale” se va a expresar no solo en lo estético sino también en lo epistemológico y de modo especial en lo axiológico. Lo más común es conseguir  hoy adultos, jóvenes y niños que ondeen la bandera de “mi verdad no es tu verdad”, “cada quien tiene su opinión”. Así pues, para la postmodernidad lo que rige, si es que algo rige en esta atmósfera que carece de todo peso ontológico, es lo ligero, lo "light", sin ninguna clase de sujeción ni adherencia; todo, absolutamente todo, lo va a regir el momento, lo visceral, las “ganas”, lo intrascendente y pasajero; y esto, a su vez, nos introduce en lo que se ha llamado la desilusión y el desencanto ante el fracaso de la utopía y el proyecto moderno, que parece, a cierto punto, haber fingido, simulado o escenificado todos sus triunfos y bondades. Al respecto sostiene Jean Baudrillard, en el libro La Ilusión y la Desilusión Estéticas (1998):
"Si se admite que el postmodernismo es la era de la simulación, quiero hacer una distinción: hay la buena y la mala. La irrupción de la simulación en el mundo moderno es un acontecimiento, forma parte de lo moderno como fenómeno extremo. Pero la mala simulación es lo posmoderno, pues da una especie de ficción clasificadora y descriptiva a algo cuyo encanto y especificidad no tienen definición" (pp. 39 y 40). 
     Desde esta perspectiva, no hay definiciones, no hay conceptos, como ilusamente la modernidad nos hizo creer, según este enfoque, no hay esencias, no hay compromisos y no hay fundamento; solo hay epidermis, formas, modas. En este mismo orden de ideas plantea Gianni Vattimo, en Ética de la Interpretación (1992): 
"La ontología nihilista nietzscheano-heideggeriana ultrapasa la metafísica, principalmente, porque ya no sigue considerando necesario el deber de buscar estructuras estables, fundamentos eternos o nada semejante, ya que precisamente esto significaría seguir pretendiendo que el ser hubiera de tener aún la estructura del objeto, del ente" (p.10). 
     En este sentido, Marino Menini, en un artículo titulado “Modernidad y Postmodernidad” (1993), aparecido en la Revista Antropos – Venezuela, nos dice que la postmodernidad levanta como bandera:
1. Frente a la razón totalizante, el "pensamiento débil".
2. Frente a los "metarrelatos", los relatos.
3. Frente a los compromisos definitivos, los "consensos blandos‟.
4. Frente a los valores absolutos, el "politeísmo‟ de valores.
5. Frente a la Historia unitaria, las historias parciales.
6. Frente a un mejor Futuro colectivo, el esteticismo presentista.
7. Frente a la Universalidad, el fragmento.
8. Frente a Prometeo, Dionisos y Narciso.
9. Frente a la militancia, el microgrupo.
10. Frente a lo productivo, lo comunicativo.
11. Frente a la uniformidad, la diferencia (p. 37).

     Una cultura como la postmoderna, pues, plantea una seria dificultad a una política y a una educación que nacieron y se constituyeron desde las bases de la modernidad ya señaladas arriba (ciencia, racionalidad y progreso). Es decir, la escuela, y el ejercicio del poder político, que de alguna manera la capitaliza e instrumentaliza, son “artefactos” de la modernidad para que esta pudiera, y pueda, sostenerse y extenderse; el clima que plantea la postmodernidad pone otras condiciones de posibilidad que le quitan vigencia, y sobre todo sentido, a la escuela y a la concepción política tradicional. ¿Qué opciones plantea entonces este estado de cosas al educador, a la educación y a la pedagogía del siglo XXI? Plantea varios escenarios. El primero sería asumir una actitud reaccionaria y negadora de lo que ocurre, pretender que la educación tradicional moderna es la buena y las manifestaciones de la postmodernidad son diabólicas y contra ellas hay que ir cual Cruzados a Tierra Santa. La segunda sería asumir aquello de que “si no pueden contra ellos, úneteles”, ser un maestro postmoderno, diseñar una escuela a la medida. Una tercera vía, pero que está muy vinculada a la anterior, es la indiferencia, y finalmente, está la posibilidad de buscar comprender los códigos y juegos que se dan en la postmodernidad y, como docentes y como instituciones educativas, asumir una actitud firme, aunque no rígida, en cuanto a que en un ambiente postmoderno, donde todo vale, el docente no puede imponer pero tampoco conviene plegarse sin más; se trataría entonces de “hacer propuestas” en una sociedad donde hay que educar para la toma de decisiones. Un docente así debe ser congruente, consistente, firme y seguro de lo que propone, aunque no se considere poseedor de la verdad absoluta, que hasta donde sabemos, en los tiempos postmodernos que corren, es bastante inviable y fatua.

     Tampoco hay que perder de vista, frente al fenómeno postmoderno, y pasados ya algunos lustros desde que este movimiento cultural se empezó a manifestar y sobre todo “sentir”, que, en la medida que las cosas se han ido decantando, la postmodernidad, como fenómeno, y como reflexión intelectual, ha ido perdiendo empuje y parece haberse subsumido en aquello que criticado. Veamos. Se supone que la postmodernidad surge como reacción y crítica frente a los excesos y vacíos de la modernidad; es pues ruptura, punto de quiebre; sin embargo, en el fondo lo que termina ocurriendo es que se deja de lado aquello que de la modernidad resulta incomodo, tal como es la razón esencialista, el compromiso, la verdad, etc., pero no se abandona en ningún momento las mieles de las comodidades que la tecnología moderna, por ejemplo, trae consigo; no se abandona tampoco una categoría que desde Descartes y Kant resultó muy cara al proyecto modernizador: la “individualidad”. Si la modernidad apostó por el individuo la postmodernidad llevó esa apuesta hasta el extremo, pues el compromiso es solo consigo mismo (y a veces ni eso), la verdad es la de cada quien y la razón es un instrumento que se amolda al gusto y sensibilidad del sujeto postmoderno. Visto así, todo parece indicar que la postmodernidad, más que ruptura, es un reacomodo de la modernidad que reinventa y mimetiza para no salir así de la escena.
     En un contexto como este, que tiene como escenario básicamente el europeo, ¿cómo quedamos los latinoamericanos y en concreto los venezolanos? ¿Somos modernos, premodernos, postmodernos? ¿En dónde se ubica nuestra política y nuestra educación en este estado de cosas? Como sospecha tenemos que decir que Venezuela es producto de una cultura propia, emergente y novedosa; por tanto, ni premoderna ni postmoderna, en principio, pero que recibe eso sí, muchos elementos que le tocan y afectan, tanto de esa modernidad que nos viene desde antes del Renacimiento, y que recibe influjo también de ese vendaval postmoderno que ha sacudido al mundo occidental de los últimos tiempos y que ya asoma con nuevos rostros y desempeños. Por tanto, coherentes con lo que hemos sostenido ya, en el sentido de que ninguna tendencia o corriente se da en estado puro, hemos de mantener que la “sociedad venezolana actual”, y la cultura que la sustenta, tiene matices y caracterizaciones propias, pero que, obviamente, no está exenta de las influencias de una modernidad que vino con la conquista, echó raíces con la colonización y proceso de emancipación y republicano; y recibimos también influjo de esa postmodernidad globalizada y globalizadora que, en mayor o menor medida, va penetrando instituciones tan presentes en nuestra vida como lo son la escuela y la política.

Comentarios

  1. Como de costumbre, es un deleite leerle. Cada escrito revela la seriedad, compromiso y pasión hacia la educación, y por ende, al desarrollo humano. Disfruté el excelente paseo por la periodización del pensamiento humano. Más, el guiarnos por el entendemiento de que todo en la historia, en el hombre mismo, y en la educación, es complejo. Tal como lo expresa, lo lineal no beneficia en esta comprensión. Finalmente, lo que más valoro, es el aporte hacia el cómo educar en la postmodernidad. Al igual que usted, pienso que no debemos satanizar las manifestaciones propias de la época, tampoco, verlas como la panacea. El educador debe hacerse de conocimiento para desarrollar su pensamiento propio, y por ende, sus mecanismos pedagógicos. Insisto, si no se lee, si no se cultiva la criticidad, se seguirá en la indiferencia (tal como lo plantea).
    Anaid Castillo

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    1. Gracias por la lectura y por tu comentario, Anaid. Creo que captas el espíritu del texto. La búsqueda debería ser la de buscar equilibrios y valoraciones críticas que nos permitan "examinarlo todo y quedarnos con lo Bueno. Saludos!

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