Crítica de Televisión: Merlí, Maestro de Filosofía
Merlí: Un Maestro de la Sospecha
Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso
“Fui a los bosques porque
deseaba vivir deliberadamente,
hacer frente solo a los
hechos esenciales de la vida,
y ver si era capaz de
aprender todo lo que la vida
me tenía que enseñar;
no quería descubrir, a la
hora de la muerte,
que no había vivido”
(David Thoreau/1817 – 1862. Citado
por Merlí en el cap. VII, III Temporada).
Merlí toca distintas fibras desde el primer momento:
la estética, la profesional, la vocacional, la humana y la intelectual. Es un
profesor, un maestro, y es una serie, que llega provocando y se va habiéndote marcado
pero positivamente pues te hace sentir, te hace pensar y te hace valorar lo que
haces, has hecho y el mundo que te rodea.
Esta serie catalana que no solo ha llamado la atención
y ganado seguidores allí en Barcelona sino además en varios países de América
Latina como Brasil, Argentina y Chile, aparece para distraer, tal como lo dice
sin eufemismos su creador Héctor Lozano, pero termina siendo, según nuestro
entender, un espejo en el que podemos ver relejados muchos de los dramas y
comedias que vivimos a diario, en nuestro trabajo, en nuestras casas y en el
mundo que nos ha tocado vivir; pero además, la tira televisa nos enseña y
mucho, nos acerca, de una manera distinta, novedosa, a ese mundo de la
filosofía (tan idealizado y tan satanizado) y de la educación oficial (tan
cercano y al mismo tiempo tan incomprendido), en fin, el seriado nos hace
volver a realidades de la que hemos formado parte (y en muchos casos, aun
formamos) para pensarlas y re – pensarlas, para vivirlas y re – vivirlas y para
reelaborarlas a la luz de nuestros propios dramas y aventuras.
Merlí nos parece un “Maestro de la Sospecha” por
varias razones. En primer lugar porque es un “maestro” en sentido pleno de la
palabra, es decir, no es un “dador de clases”, es más bien un provocador, sí,
un provocador de inquietudes, de cuestionamientos, pero sobre todo de auto
cuestionamientos, en sus alumnos; es un maestro de verdad porque no da todas
las respuestas ya encapsuladas sino que quiere provocar preguntas y dudas en
quienes le oyen. Es un maestro porque quiere chocar, porque quiere importunar a
aquel que se va quedando dormido en sus propios prejuicios, en sus seguridades,
así, cual tábano, cual mosca inoportuna que no te deja dormir la siesta; tal
cual decía Sócrates de sí mismo: “yo soy como el tábano que no deja dormitar en
paz al caballo; yo soy el tábano, Atenas es el caballo”.
Merlí es también maestro porque se dedica a la
educación por gusto, porque siente que esa es su vocación; de ahí que en algún
momento dirá: “¿Qué es lo que más desea un profesor vocacional? Dejar huella”. Eso
lo lleva a interesarse en sus alumnos, es tenerlos presente a la hora de entrar
al aula de clase, a la hora de enseñar. Eso lo conduce además a no amarrarse al
programa, a lo estipulado, antes bien, los temas y autores van surgiendo, casi
siempre, de acontecimientos que tocan a sus estudiantes en el día a día, al
entorno del colegio, a una familia o a él mismo. A pesar de ser Merlí el “profe
de filo” (vinculada la filosofía por lo general a la formalidad y a lo
distante) no es para nada aburrido ni acartonado; más bien es el que hace la
pregunta incomoda, el que expresa la verdad demoledora; sus “merlinadas” lo
convierten en un profesor particular que termina convirtiéndose en el
confidente, en el amigo, que no deja de ser profesor, en el consejero de sus
estudiantes que comparte con ellos lo bueno y lo malo, el que los apoya y el
que los sacude cuando hace falta.
Merlí es además maestro porque no solo enseña lo que
sabe sino también, y especialmente, lo que vive y ha vivido, ya sea como
persona, como docente o como “filósofo”.
En la serie, además, van apareciendo los distintos
pliegues que tiene la cotidianidad de una institución escolar: las travesuras
de los alumnos, los premios y castigos, la relación y reacciones de los padres, la rebeldía propia de los adolescentes. la política;
fluyen, a lo largo de los cuarenta capítulos, la convivencia entre los
profesores, los temas recurrentes que tienen que ver con la disciplina, la
didáctica e incluso las relaciones humanas que se van dando entre colegas:
simpatías, antipatías, amistades, encuentros y desencuentros y hasta noviazgos
y “enredos sexuales” entre ellos.
Merlí es un maestro, y la serie lo es de maestros,
porque no idealiza educativo, sino que más bien lo retrata con sus altibajos,
con sus contradicciones; con sus luces y sus sombras. Después de haber visto la
serie, quien tiene sensibilidad por la enseñanza sale movido en sus creencias,
en sus perspectivas; después de vivir, capítulo a capítulo, los pequeños dramas
junto a los personajes, el telespectador no es el mismo, algo se ha removido
dentro.
Los personajes de Merlí
no son para nada excepcionales, son seres comunes que tienen problemas
cotidianos como los tiene cualquiera, y sin embargo, la historia humana que
allí se va gestando se va convirtiendo en algo particular porque a cada paso,
va profundizando en un aspecto que toca a muchos jóvenes (y adultos) de
nuestras sociedades contemporáneas: la soledad, la rutina, las heridas
espirituales mal curadas, los conflictos mal canalizados, o no canalizados; problemáticas
tan acuciantes y presentes como las drogas, la diversidad sexual, la relación
entre padres e hijos, la expectativas frente al futuro y un largo etcétera.
Así mismo, Merlí es un maestro de carne y hueso,
contradictorio, egocéntrico a ratos, con sus defectos, pero, no obstante,
siempre dispuesto a ayudar, a meterse en lo que no le importa con tal de echar
una mano. Esta es una imagen de maestro que va a contracorriente con esa que “normalmente”
se construye de lo que debería ser un maestro; pareciera que el “maestro ideal”
no se tendría porque equivocar ni tener vida privada como todos los demás; pues
este es un maestro que tiene virtudes y tiene defectos, como todo el mundo, y
no obstante eso, destaca por su particular manera de enseñar, de vivir y de ser.
¿Y por qué hemos dicho que es un maestro de la “sospecha”?
pues porque más que enseñar filosofía, enseña a filosofar; en ese sentido es
muy kantiano, no por lo racional sino por la concepción que de pedagogía tenía
el filósofo alemán. Así, Merlí usa la sospecha como plataforma porque insiste
en cuestionar, preguntar, incomodar, enseñar a sus “peripatéticos” el verdadero
sentido de la libertad, que es para él, la capacidad de no dejarse subyugar o
conducir por otro. Con este talante Merlí
nos pasea por el pensamiento de autores del mundo antiguo, medieval,
moderno y contemporáneo, para recalcarles a sus estudiantes que la filosofía es
como la lechuza, “un ave solitaria que ve en la oscuridad, como los filósofos, ‘que
vemos cosas que los demás no ven’”.
Al final, nos parece que la serie humaniza la
filosofía, la acerca a todos; nos hace ver que detrás de cada drama humano concreto
hay un poco de filosofía; que la filosofía no tiene que ser un rollo de gente distante
y ajena al mundanal ruido; que los filósofos fueron hombres y mujeres que
vivieron como todos los demás y a partir de allí pensaron, reflexionaron y
filosofaron. Merlí inspira a sus alumnos e inspira a quien lo ve enseñar,
discutir, gozar la vida, deprimirse, equivocarse y permanecer. Merlí: una serie que vale la pena ver,
aunque no sea norteamericana o precisamente por eso.
Sólo un maestro habla y escribe con pasión, y en la mayoría del tiempo anda contracorriente despertando conciencias y sacudiendo el pensamiento. O no Maestro?
ResponderBorrarSi no hay pasión el ser maestro pierde buena parte de su sentido. Gracias por la lectura, Anaid.
Borrar"Es un maestro porque quiere chocar, porque quiere importunar a aquel que se va quedando dormido en sus propios prejuicios, en sus seguridades, así, cual tábano, cual mosca inoportuna que no te deja dormir la siesta" y cuántas veces ha pasado uno por ahí, se ha metido en lo que "no le importa" porque hay quienes dicen que al maestro no le debe vincular a los alumnos algo más que los estrictamente "académico"...y resulta que una frase que se va molestando y taladrando la mente de un chamo es la que lo hace volver en esa órbita genial de la pregunta, a decirte, "epa... explícame otra vez lo de la caverna. Me sumo a la admiración y a la identidad que ha generado en ti Merlí. En este instante siento que acabo de pasear por una de las apuestas artísticas más sólidas y degustables de las que he disfrutado. ¿Que si vale la pena verla? puedo decir que ya la vi tres veces y comienzo a sabérmela de memoria como me pasa con las cosas que más me gustan.
ResponderBorrarMerlí nos lleva a revalorizar la apuesta por los estudiantes, por su futuro, por sus posibilidades; es poesía pero es una poesía muy tangible.
BorrarLa serie atrapa sin duda, por su bien cuidada factura, su humor y sus ocurrentes situaciones. Y sobre todo por su refrescante visión, por un lado, de la filosofía no como un saber establecido e inerte, sino como una reflexión viva sobre nuestra forma de encarar el mundo que nos toca vivir, y por el otro de la docencia misma -del acto de enseñar y dejarse enseñar-. Y qué decir de Merlí... ¡Ah, Merlí!
ResponderBorrarEl personaje Merlí rompe de entrada los esquemas, se mantiene todo el tiempo en límite de lo atractivo y lo chocante. Enamoradizo, provocador, impulsivo, vividor -en el buen y mal sentido de la palabra-. Frente a este personaje manifiestamente contradictorio no podía, a medida que avanza la serie, dejar de preguntarme: ¿de qué se trata con este tipo? ¿es simplemente su modo de cuestionar nuestras ideas preconcebidas, de romper el estereotipo del "educador"? ¿se trata simplemente de un sirvengüenza seductor, inteligente y simpático? ¿o son más bien de los extravíos del afán contestatario convertido en un nuevo ideal?
Pero es el episodio sobre el examen birlado el que llevó al extremo mi incomodidad (lo admito, en ese punto de eso se trataba), no sólo por el hecho en sí, sino por la posición de Merlí frente a las consecuencias de su acto. Me dije: ¿pero qué es este tipo, un cínico? No, no se trata de un canalla tampoco: a este tipo le interesan sus alumnos de verdad, realmente le interesan los demás, por más que su empeño en "enderezar sus entuertos" resulte tan poco convencional. No. ¿Entonces qué?
Pues, es un adolescente. Sí. Ni más ni menos.
Esto me hace recordar una frase de André Malraux en sus Antimemorias (1967), muy citada por los lacanianos: “Lo que he llegado a creer, fíjese, en ese ocaso de mi vida, le digo, es que no hay personas mayores [grandes personnes = adultos]". Y es que la adolescencia interminable es algo muy de nuestra época.
P.D. 1: No voy a relatar, por supuesto, detalles del robo y sus consecuencias -¡alerta de spoiler!-. Pero me acordé de que estamos hablando justamente del capítulo de "Socrates", y me animo a decir que Sócratesno habría seguido, por supuesto, los consejos de su madre de no beberse la cicuta y hacer que otro la bebiera en su lugar -¡Madre sólo hay una, gracias a Dios!-; y lo verdaderamente ejemplar es que lo hizo sin convertir esto tampoco en un acto trágico: espero su hora aprendiéndose una última tonada en la flauta.
BorrarCosas de muchacho, pues...
P.D. 2: No sé si en capítulos posteriores el hombre se habrá bebido la cicuta...
Excelente el comentario, Ángel! Muy de acuerdo contigo en tus apreciaciones sobre Merli-personaje y sobre la serie en general. Gracias!
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