Política y Educación: Micro-historia de una relación

Política y Educación a lo Largo de la Historia de Occidente

Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso
rolandonunez70@hotmail.com


     
Frente al recorrido de la práctica política desde los griegos, hasta nuestros días, nos toca preguntarnos: ¿cómo ha influido lo educativo en todo este proceso? ¿Tiene verdaderamente algún peso la educación en el desempeño político tanto de dirigentes como de los “ciudadanos”?
     Para los griegos, el hombre “bien educado” debía ser capaz de mandar y hacerse escuchar; pero la educación enseñaba solo a unos cuantos a gobernar, a los “hombres libres”, que eran los que podían cultivar el cuerpo (mediante la educación física) y el espíritu (a través de las artes y la filosofía). Los esclavos y clases “inferiores”, entre ellas las féminas, no podían dedicarse a lo intelectual, sino que estaban destinados a la guerra, a la servidumbre y los trabajos que resultarían indignos para la aristocracia. Estamos pues ante una sociedad bien estratificada, en donde lo educativo está ordenado a sostener la estructura socio política a través de lo que esta sociedad llamó la Paideia, es decir, una educación integral que fusionaba individualidad y sociedad en una relación simbiótica perfecta. Produjeron así una cultura de la eficiencia que se tradujo en un gran esplendor político, económico y cultural, que llega hasta nuestros días y permanece en algunas de las manifestaciones y nociones de mundo que aun tenemos. Son dos las Ciudades – estados más representativas de lo griego en el mundo antiguo, cada una con sus particularidades, pero en ambas el aspecto político estaba bien posicionado: entre los espartanos prevalecía la educación moral y la gimnástica, pero sometida al poder del Estado, al que estaba totalmente rendido el ciudadano – guerrero, pues él por sí solo muy poco valía. Los atenienses, por su parte, daban muchísima importancia al deporte, pero insistían mucho más en la formación teórica que debía conducir al ejercicio de la política, insistimos de los “hombres libres”, que eran los que podían acceder a esa esfera. De hecho, Platón (427 – 347) “llegó incluso a desarrollar un currículo para preparar a sus alumnos para ser reyes. Y, de hecho, veintitrés de ellos llegaron al poder. Él mismo, Platón, quería ser rey” (p. 17), según refiere Moacir Gadotti en su libro Historia de la Ideas Pedagógicas (1988). De modo de que nuestra sospecha de que la educación no es sino política, en los griegos la vemos evidentemente clara, pues la enseñanza está pensada, y gestionada, para educar de una determinada manera a los gobernantes, y de otra a los artesanos y esclavos; todo esto con el fin de mantener el estado de cosas que la clase dirigente, la aristocrática, cree que debe prevalecer. Esto se ve, incluso muy claro, en Aristóteles, que representa, desde el punto de vista político y social, un pensamiento reaccionario, pues ya los cambios, en su momento histórico eran indetenibles, y sin embargo, tanto en su concepción educativa, como científica y moral, Aristóteles lucha por volver al predominio y a los grandes valores aristocráticos, ya en ese momento en crisis.

¿Cómo se da este tándem de “política – educación en Roma? Seguirán, en buena medida, el camino trazado por los griegos, pues no hay que olvidar que así como Roma conquistó por las armas a Grecia, así Grecia conquistó por la cultura a Roma. De modo que en la Monarquía, en la República y en el Imperio, Roma mantuvo una educación clasista que reservaba la educación para las clases altas y la instrucción en artes y oficios para las clases menos favorecidas, cuando no el analfabetismo, que era lo que predominaba en buena parte de la población. Después de la Caída del Imperio Romano de Occidente, Europa queda destruida, desarticulada, las ciudades son abandonadas y las instituciones desaparecen, excepto la Iglesia Cristiana Católica. Podemos establecer como fin del Imperio Romano en siglo V, y con él llega a su fin también el Mundo Antiguo, asociado, para nosotros, de herencia occidental, a la cultura grecorromana. Las invasiones bárbaras, de tipo violento y guerreras, han arrasado todo lo que una vez representó poder político y esplendor cultural. Es la Iglesia la que se dedica a reconstruir, a rescatar, a conservar lo que ha quedado después de la devastación. Esto se va a manifestar de modo muy particular en el plano educativo y también en el plano político, temas de nuestra investigación. En el siglo VI, un autor como Isidoro de Sevilla (556 – 636 d. C), realiza una labor titánica al escribir Las Etimologías (1982), que es, según leemos en la “Introducción general” que la Biblioteca de Autores Católicos (BAC) hace a la obra, “una vasta enciclopedia de todos los saberes antiguos destinada simultáneamente a facilitar una visión científica integral, a partir de los conocimientos lingüísticos del mundo clásico, y un repertorio de noticias que permiten comprender mejor los textos antiguos” (p. 180). Es decir, que en medio de una realidad que había quedado sin instituciones, sin centros educativos o culturales, Isidoro escribe una obra de más de mil páginas que reúne todo el saber que se podía tener hasta aquel momento, y la finalidad es didáctica, es informar, formar y producir saber. Lo más interesante de todo es que, en medio de una Europa en donde habían desaparecido los caminos y vías de comunicación, en donde las bibliotecas habían sido destruidas o quedaban distantes, y para llegar a ellas había que atravesar parajes infestados de salteadores y asesinos que no dudaban en matar al viajero, en medio de ese caos, Isidoro escribe esta inmortal obra prácticamente de memoria, de lo que había aprendido de sus maestros y de lo que podría llegar accidentalmente.
     Pero no solo a escribir se dedica Isidoro, también es el creador, o por lo menos de los más conocidos, de las “Escuelas para Líderes” o “Escuelas para Catequistas”, que eran aquellos miembros de las comunidades, fuertemente influidas, o mediadas, por la Iglesia, que iban a dirigir la grey de creyentes y, especialmente, a los catecúmenos, o neófitos, que eran los que se iniciaban en la religión y deseaban recibir el bautismo. Es ahí donde nace la escuela, no tal como la conocemos hoy, pero sí como antecedente de la educación oficial moderna. Aunque el fin no era formar para el ejercicio del poder, era inevitable que estos hombres formados en estas escuelas, dada su formación y rol de conductores, terminaran teniendo un carácter de dirigentes y figuras públicas que influían sobre la vida de la comunidad, de la aldea o de la villa; especialmente en un contexto, como ya hemos señalado, en donde las instituciones habían desaparecido. De la misma manera van a nacer abadías, monasterios, que, siglos después, darán origen a las universidades, escuelas catedralicias, al amparo de iglesias y catedrales, en donde la catequesis, que pasa a ser la forma educativa de la época, se da en pórticos y corredores de los templos. Más aun, en este orden de ideas didáctico y pedagógico, desarrollado por la iglesia, surgen lo que hoy llamaríamos en universidades pedagógicas y escuelas de educación, “recursos para el aprendizaje” y “estrategias didácticas” como las imágenes que reproducen el via crucis y los “actos sacramentales”, que escenificaban escenas de los evangelios para una feligresía que no tenía la posibilidad de acceder a lo escrito, ya porque no sabían leer y escribir, ya porque los libros habían sido destruidos o significaba un gran esfuerzo producirlos y adquirirlos, entre otras cosas porque la imprenta tardará varios siglos en aparecer.

     No hay que olvidar tampoco que los caudillos y jefes bárbaros, que no tenían una práctica del poder basada en instituciones sino en la figura de un hombre fuerte, poco a poco irán ocupando los espacios de poder, después de haber desplazado a Roma, y todo lo que ella representaba. Pero los bárbaros carecían de toda cultura letrada o ilustrada, tal como griegos y romanos habían desarrollado. De modo que muchos de los bárbaros que llegan a ser reyes, emperadores o señores feudales eran semi analfabetas o totalmente analfabetas. Por eso, en algún momento, entienden la necesidad de formarse como gobernantes, y formar a sus funcionarios. Por eso que en el siglo VIII Carlomagno (742 – 814 a. C) decide fundar las Escuela Palatina, bajo su auspicio con el tutelaje del clero que era el que en realidad aportaba a los maestros y profesores, puesto que, como se ha apuntado, el emperador mismo carecía de toda instrucción y fue el primero que se puso a recibir la enseñanza de la escuela palaciega. Dicha escuela tenía la misión de formar a los hijos del gobernante, a los hijos de la aristocracia que vivían en palacio y, en general, a los futuros funcionarios del gobierno del emperador. Esta escuela pronto se convirtió en un centro cultural de altísimo prestigio en toda la Europa medieval y reunió y formó a grandes maestros y eruditos que irradiaron conocimiento al resto del mundo. Todo este acontecimiento cultural que va de la Temprana a la Alta Edad Media nos habla de cómo se fue recuperando el legado clásico pero como también se fue reelaborando a la luz de las realidad sociopolítica, dándole de nuevo la razón a la premisa de linaje aristotélico de que el conocimiento es político es cuanto es producido por una “polis” que se piensa y se repiensa a la luz de lo vivido, de la coyuntura que habla de lo que va definiendo, y redefiniendo, a una cultura, a una mundo, a una concreción vital que se traduce en personas y grupos humanos concretos que necesitan ponerse de acuerdo para convivir y para mantener su tradición a través de un sistema educativo que conserve y al mismo tiempo recree lo conocido y lo vivido; es ahí donde precisamente se da la fusión, el maridaje entre política y educación. No se puede negar, es evidente, que al igual que en el mundo grecolatino, en la Feudoaristocracia, la visión política de la educación fue elitesca y clasista; también allí se expresa la mentalidad de la época y la manera de entender el mundo, es decir, la educación, la política y la totalidad de la cultura, pero también es verdad que este estado de cosas reafirma la tesis de que precisamente allí se hace presente la unión inevitable de política y educación, puesto que la manera de organizarse y ordenar la polis, la ciudad, era reflejada en la educación y la educación, a su vez, es usada para mantener este estado de cosas.
     Este matrimonio tan bien avenido también lo vemos muy claro en el paso de lo medieval a lo moderno que representa el Renacimiento. Las universidades, que son instituciones educativas de clarísima factura medieval son, no obstante, expresión y hechura de esa burguesía que nace en el seno de le Edad Media y se va revelando paulatinamente a partir del siglo XI. En una tardía Edad Media que empieza a desplazar el régimen feudal por el modo de producción burgués, ve aparecer los sindicatos que congregan a la totalidad de cada uno de los gremios que se dedican a una determinada actividad. La universidad será la que aglutine a la “totalidad de los estudiantes”, al gremio de los estudiantes, a la “Universitas Studiorum”, que sustituirán a abadías, monasterios y escuelas palatinas como centros de saber. Ese contexto será cuna para que aparezca todo un clima y un movimiento como lo es el Renacimiento, que no es más que la vuelta a los grandes valores y temas intelectuales de lo grecolatino pero es también la apertura a ese nuevo hombre moderno que, por todos los medios, se quiere desprender del tutelaje teológico de la Iglesia. La educación será entonces en manos de autores como Juan Amos Comenio (1592 – 1670) y Juan Jacobo Rousseau (1712 - 1778) un medio para formar al individuo burgués de la modernidad. Ambos insistirán en una educación popular- entendiendo por popular quien pertenezca a la clase emergente burguesa, en contraposición a la aristocracia y al clero- e individualista, tal como lo sintetiza Rousseau en su Emilio o de la Educación (1972), en donde afirma que el discípulo ideal es un niño huérfano, hijo de familia acaudalada y no contaminado por los prejuicios de la sociedad tradicional, es decir, medieval, época que, aunque cronológicamente llega hasta el siglo XIII, e incluso el XIV, como forma de pensamiento y de cultura, permanece, mucho tiempo después, al punto de que incluso hoy tenemos prácticas, creencias y visiones de mundo que se corresponden con una mirada medieval, si no, miremos un rito tan apreciado e intocable como los son los “actos de grado” en nuestras “modernas” universidades: todo el ritual y todo el protocolo, incluyendo el vestirse de toga y de birrete, es medieval. Contra eso pretende activar la pedagogía moderna representada en los dos autores antes mencionados. Si revisamos el contexto que rodea la obra pedagógica de ambos, veremos que ella está articulada con una visión paradigmática que pretende sustituir los grandes valores cristiano – feudales por los valores modernos que se desvelan en el pensamiento filosófico y científico, y obviamente político, con autores como Guillermo de Occam (1280 – 1349), Francisco Suárez (1548 – 1617), René Descartes (1596 – 1650) y Nicolás Maquiavelo (1469 – 1527). Estos autores van a inaugurar una visión de la sociedad, de la política y de la educación basada en la individualidad, la fe, ya no en Dios, sino en la razón, la ciencia y el progreso, la constitución de los estados nacionales. Pero ¿cómo se da esta relación entre política y educación en el mundo contemporáneo, cómo se desarrolla en la Venezuela del siglo XX y, especialmente, en los últimos 15 años? El pensamiento contemporáneo del siglo XX, y lo que va del XXI, es una eclosión de distintas corrientes y tendencias que desembocaran en lo que hoy conocemos como “postmodernidad”, aspecto que trataremos como tema específico.
     
El punto es que Hegel (1770 – 1831), para bien o para mal, marca un antes y un después de todo el pensamiento occidental posterior al Renacimiento, “Por esto es Hegel, en cierto sentido, la madurez de Europa” (p. 308), dirá Julián Marías en su conocidísima Historia de la Filosofía (1978). Al plantear esto estamos refiriéndonos a que Hegel elabora todo un “sistema filosófico” que permite organizar todo el edificio del pensamiento moderno de manera lógica, racional y monolítica. Esto generará, luego, que la tradición filosófica europea incluso pueda deslindarse en dos grandes tendencias, pues muerto Hegel se bifurcará su pensamiento en lo que hoy se conoce como “Hegelianos de Izquierda” y “Hegelianos de Derecha”. Los primeros se van a reunir en torno al grupo que, en alguna medida, son fieles a la filosofía hegeliana pero destacando los puntos más radicales de su pensamiento, defendiendo lo que se denomina una posición “progresista” en política y proponiendo una mayor independencia del poder civil frente a la religión, es decir, apostando por un Estado laico; a partir de aquí se va a gestar todo el pensamiento y doctrina marxista y sus sucedáneos en los llamados “Socialismos reales”, volveremos sobre ellos luego en lo que respecta a la diada “política y educación”. Los “hegelianos de derecha”, por su parte, también llamados “viejos hegelianos”, son los discípulos o sucesores de Hegel que hacen una lectura mucho más conservadora de este, destacando las intuiciones más tradicionales, tanto en lo político como en lo social, camino por el cual terminan legitimando al Estado Prusiano y decantándose por el Sistema Económico Capitalista. Esta opción, como es normal suponer, lleva consigo una filosofía política, y de la educación, coherentes con ese pensamiento conservador de derecha. En todo caso, sea de derecha o de izquierda, el sistema hegeliano que le dio forma definitiva a la modernidad, se manifestará en ambas vertientes y en la multitud de manifestaciones rizomáticas que conocerá el siglo XX (idealismo, existencialismo, personalismo, psicoanálisis, marxismo, anarquismo, estructuralismo, positivismo, liberacionismo latinoamericano y postmodernidad).
Esto es algo que no hay que perder nunca de vista: aunque en la superficie los “ismos” y bifurcaciones epistemológicas son diversas y hasta de apariencia incompatible, en el fondo, provienen de un tronco epistemológico común, la modernidad, que les hermana y define. Es la lectura, y relectura, a la luz de las diversas realidades y contextos, lo que puede dar una cosmovisión distinta de esos abordajes de problemáticas y cuestionamientos. Así, el siglo XX ve la luz heredando las grandes utopías y las grandes frustraciones de la modernidad que fueron cristalizando en el siglo XIX, como producto de un proceso de gestación que se había iniciado en plena Edad Media, en el siglo XI, como producto de esas Cruzadas a Tierra Santa que no logran su objetivo de rescatar los lugares sagrados pero van dejando burgos (ciudades) por los caminos que permiten que surja una nueva clase social, la burguesía, que, en el afán de desplazar a la aristocracia, irá elaborando un pensamiento, una política, una educación, etc., que permita moldear otra sociedad, la burguesa, la moderna. Es por esto que a principios del siglo XX, el optimismo del pensamiento moderno tenía unos planes que la realidad se encargaría de desbaratar, tal como lo recoge Nelson Rivera, en El Cíclope Totalitario (2009) cuando expresa:

"Muy pocos europeos, hacia 1900 y en los años posteriores, vislumbraron el mal que crecía en la trastienda de la culta Europa. Transcurrían por el sueño de la modernidad, por la convicción de que el mundo sería mejor en un futuro muy próximo. Eran tiempos que privilegiaban la razón. Habían conservadores que temían al progreso, que discutían el modo de implantarlo, pero no lo negaban: la ratio del idealismo liberal era el credo más extendido entre artistas, escritores, profesionales, científicos, gobernantes y políticos de cualquier signo. A la pregunta sobre la pobreza extendida, la respuesta se emitía sin titubeos: con la educación será superada. Creían, confiaban" (p. 51). El autor con esto se refiere a la cantidad de conflictos bélicos, atentados y ejecuciones reales contra millones y millones de vidas inocentes, que cayeron en las dos guerras mundiales (campos de concentración alemanes, bombas atómicas, etc) y en las diversos conflictos bélicos que se ha dado a lo largo del siglo y que tanto daño han hecho a la dignidad humana (Guerra de Corea, Guerra de Vietnam, Guerra del Golfo, Guerra Balcánica, sin contar los conflictos y muertes que han producido recientemente la llamada “primavera árabe”), además del sospechoso éxito que ha tenido la modernidad, y la racionalidad, para resolver los males humanos, y de modo particular, la política y la educación para sacar al mundo actual de la pobreza. Esto nos abre a la pregunta: ¿ha fracasado la política moderna? ¿Perdió vigencia y legitimidad la educación como vehículo para promocionar y humanizar cada vez más a los hombres? A eso nos queremos referir en otras entradas de este blog...

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