Política y Educación: ¿Cómo Formar para la Democracia?
¿Cómo formar para la democracia en una escuela
autoritaria?
Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso
“No hay democracia sin
educación”
(Fernando Savater/Filósofo).
Cuando, a mitad de la clase, la maestra empieza a sacar a
su grupo del salón para ponerlos en contacto con algunos adultos que les puedan
decir qué “entienden” por democracia, se le presenta la directora para
comunicarle que está prohibido por la dirección sacar a los niños del salón, y
menos aún del plantel, pues esto genera problemas de “orden y seguridad”. La
docente regresa al salón, con sus niños, e intenta otra forma de desarrollar la
clase: los divide en pequeños grupos para que discutan acerca de algunas
preguntas que luego pondrán en común en una plenaria. Una vez más se apersona
la directora para decir que de los salones cercanos se quejan porque hay mucho
ruido en esa aula. La maestra, resignada y obediente, opta por dictar el
contenido a los niños que, dócil y pacientemente, copian en sus cuadernos. La
maestra, mientras dicta, piensa resignada en otra oportunidad futura para hacer
su dinámica de “lo que nos gusta y nos disgusta sobre la democracia”.
La misma maestra de nuestra historia llega a su barrio y
se encuentra a algunos vecinos reunidos, a mitad de la deteriorada calle de su
cuadra, porque una vez más los malandros se han metido en una casa mientras los
dueños estaban trabajando. Alguien dice que el problema es el alcalde y el
gobierno que no resuelven los problemas y otro salta para refutar que la culpa
la tiene la televisión y el capitalismo por la violencia y el mercantilismo,
que ya no hay valores y que además los padres no cumplen con su función. La maestra
termina encerrándose en su casa y dedicando la tarde a ver las telenovelas que
transmiten de una a cinco de la tarde. Lo que quede del día será para los
quehaceres domésticos…
La
razón de iniciar con este relato, que puede ser simplemente un recurso figurativo,
o no – aunque ya sabemos que la realidad suele superar a la ficción –, es ubicar nuestro trabajo en un contexto, y
en una realidad, conocida por todos,
aunque no siempre concientizada. Todos, de alguna manera vivimos, o
hemos vivido, el contexto escolar y sociopolítico, presentado aquí de manera
anecdótica.
Revisemos
qué aspectos encontramos para la interpretación y para la comprensión del tema
que nos interesa profundizar. En primer lugar, de manera oficial y formal, la
“Escuela Oficial”, en sus distintos niveles y grados, ofrece, y siempre ha
ofrecido, un conjunto de informaciones y saberes, que pretenden formar política
y cívicamente al sujeto. En prácticamente todos los niveles y modalidades del
Sistema Educativo Venezolano conseguiremos “materias” y “cursos” que nos
quieren ilustrar, y se supone que formar, acerca de lo que son los sistemas
políticos, las instituciones y su funcionamiento, los derechos y deberes
ciudadanos, etc. Sin embargo, en la práctica, es muy frecuente constatar que dichas
nociones y conocimientos terminan siendo muy poco significativos en la vida
común del ciudadano de a pie para resolver, o entender, los problemas que
cotidianamente tiene que enfrentar, ya en lo personal, en lo familiar o en lo
social. Ejemplo claro de esto es la forma como los vecinos lidian con los
problemas comunes de la comunidad, en donde por lo general, las discusiones
circulan por la vía de los afectos, de los intereses personales o particulares
y donde si algo se resuelve es por la vía de los compadrazgos, del clientelismo
político o por la imposición de la visión de unos pocos; cuando no es que el
problema (de salud, de seguridad, de interés común) persiste en el tiempo
convirtiéndose en parte del paisaje).
Pero,
¿dónde pudiera estar el origen de todos los males? Hay algunos aspectos que
llaman la atención de la manera cómo se desenvuelve la clase que la docente de
la narración pretende desarrollar. Lo primero es que tiene que enseñar a sus
niños “democracia participativa” en un ambiente muy poco “democrático” y muy
poco “participativo”. En primer lugar, el instrumento intelectual que le provee
el “sistema”, es ya de por sí bastante autoritario puesto que el “texto único”,
deja muy poco espacio a la disidencia, a la dialéctica, entendida esta como
debate y confrontación de ideas. En la práctica, la historia de la educación
contemporánea venezolana siempre estuvo marcada por la presencia del “texto
único”, es decir, ese libro que es el que oficialmente aprueba el Estado, a
través del Ministerio de Educación, y que el docente usa para “transmitir” los
conocimientos válidos y “legítimos”, según el paradigma social comúnmente aceptado.
En la década de los ochenta y noventa esta manera de
manejar el conocimiento escolar registró una cierta flexibilización y se empezó
a exigir al magisterio venezolano que se sugiriera un texto pero que se le
diera libertad al estudiante de traer cualquiera que estuviera “adaptado” a los
programas oficiales establecidos por el Ministerio de Educación. De nuevo, la
flexibilidad aquí es solo aparente pues los “programas oficiales” marcaban cuál
era el conocimiento aceptado y cuál no. De todos modos, en la práctica, lo que
terminaba ocurriendo era que los alumnos, y sus representantes, se tomaban la
tarea de saber cuál era el texto que el profesor de la materia había
“sugerido”, e inmediatamente salían a buscarlo, pues estaban claros en que los
contenidos a evaluar saldrían de allí. Huelga decir que, nada más
antidemocrático que un texto único, impuesto ya sea por el Estado, la
institución o el profesor, ya que cualquier texto, por completo que sea (que
ninguno lo es) siempre tendrá una visión relativa y sesgada de la realidad y de
lo que acontece o ha acontecido. Este sucedáneo de lo que debería ser el
conocimiento intelectual se agrava cuando el docente, no contento con manejar
un texto único, en base a este, elabora “guías” para “facilitar” el aprendizaje
de sus estudiantes. La “guía” se convierte así en un instrumento domesticador
puesto que, por definición, es una herramienta para que el aprendiz repita en
vez de reflexionar. Este eficaz instrumento de adoctrinamiento, que ya cuenta
con una larga historia en nuestra escuela venezolana, termina siendo parte
estructural del sistema de pensamiento de nuestros estudiantes y profesionales.
Prueba de esto es que, cuando en estudiante llega a la universidad, recién
salido del bachillerato, y se le asignan materiales de lectura, inmediatamente
lo bautiza como “la guía” que el profesor mandó a leer. Por más que el docente
universitario insista (en el caso que lo haga) en que lo que está mandando a
leer no es una “guía”, el estudiante insistirá en hablar de “guía”, lo cual
significa que este constructo se ha convertido en parte constitutiva de su
estructura mental y, por tanto, de su manera de conocer y relacionarse con la
realidad intelectual.
Lo que el alumno, formado en una escuela que enseña a
repetir, es incapaz de ver, porque epistemológicamente no está preparado para
ello, es que la guía dirige, condiciona (o más propiamente dicho determina), y
encasilla el proceso de aprendizaje. Si profundizamos más veremos que esto no
es solo un problema de un alumno inmaduro que con el tiempo se dará cuenta de
su error, lo grave es que buena parte de los docentes (universitarios o no), formados
en ese mismo sistema escolar del cual provienen sus alumnos, tampoco se
preguntan acerca de la validez o connotación ideológica de la manoseada “guía”.
Esto nos dice que aquí no estamos tratando con un mero problema lingüístico, o
de uso; lo que tenemos acá es una concepción vinculada a un paradigma histórico
y filosófico, es decir, una estructura
mental que se rige por un conjunto de creencias no analizadas, no criticadas,
que rigen el conocimiento científico, e intelectual (en este caso escolar), de
una determinada época, cultura o sociedad, según la noción de paradigma que nos
dejó Thomas Kuhn en su célebre obra La
Estructura de las Revoluciones Científicas (1996). De modo que, el
conocimiento escolar así concebido se traduce en algo bastante vertical y
unidireccional, y por consiguiente, muy poco democrático, muy poco
participativo y muy poco protagónico.
Por
otra parte, la dinámica de funcionamiento que acá se revela nos habla de una
figura directiva que no pregunta, no indaga ni consulta con la docente acerca
de por qué saca a los niños del aula de clase. Lo que vemos es una directora
que transmite una decisión previamente tomada de que los niños no salen del
salón por razones de “orden y seguridad”.
Pese a que en los últimos años se ha introducido
en el funcionamiento de las
instituciones escolares la figura del “colectivo de docentes”, con la idea de
que quien toma las decisiones es el conjunto de la comunidad educativa. Así
mismo, más recientemente se han introducido los Consejos Escolares. En la
práctica, estas instancias no han pasado de ser modos de control político e
ideológico en las instituciones escolares que, lejos de democratizar el
conocimiento y el aprendizaje, lo cercenan y reducen a un puro adoctrinamiento,
es decir, más de lo que había venido ocurriendo pero más radicalizado, pues la
premisa de la que parte toda crítica a la escuela, y en nuestro caso particular
a la escuela venezolana, es que el poder ve en la educación una manera más de
controlar a la sociedad; esto se pone cada vez más en evidencia con estos
“dispositivos” - visto desde la semántica
foucaultiana de Vigilar y Castigar
(1995) -; esta premisa se hace cada vez más evidente y descarnada en las
políticas de estado para el sector educativo, en los aspectos que venimos refiriendo.
Un aspecto en el que es menester detenerse es en el
argumento de la directora de que los niños deben permanecer en el aula en aras
del “orden y la seguridad”. La pregunta es: ¿quién establece ese orden?, y ¿a
quién favorece ese orden y esa seguridad? ¿Cómo es que el mantener encerrados a
los niños en el salón garantiza el “orden”? los dispositivos de control, según
el análisis del ya citado Foucault no residen en nadie pero circula por todos,
es decir, según el pensador postestructuralista, no es que el poder será una
posesión de la directora, o de la maestra; el poder es una abstracción que
circula por todos los miembros e instancias institucionales y los sujetos (que
devienen, según este análisis en objetos) son conducidos por este poder, no al
revés. Si se le pregunta a un docente quién impone el uniforme, éste
seguramente dirá que no es ciertamente él, pero tampoco lo impone el director o
el jefe de zona.
El poder, que en última instancia para Foucault es
epistémico, impone el uniforme y todos entran por el aro que obliga a llevarlo
o a vigilar que se lleve correctamente. Pudiéramos abundar en ejemplos, pero el
expuesto no basta para concluir que el sistema escolar está armado por una
serie de prácticas, creencias y visiones que nadie cuestiona pero que todos
acatan, convirtiendo así el espacio escolar en un topos ontológico del
“acatamiento”, nunca de la reflexión, del diálogo y del debate. En un contexto
como este, educar para la vivencia y el ejercicio de lo político se torna muy
cuesta arriba, puesto que todas las condiciones se dan para que la escuela
premie al que repite y castigue al que piensa. Puestas las cosas así en
contexto es que podemos apuntar al fenómeno que nos interesa develar en este
texto, aunque sea de manera aproximativa, pues una escuela así concebida, diseñada
y vivida, no puede formar a un sujeto capaz de poner sobre una balanza los
eventos sociopolíticos, tomar decisiones, elegir gobernantes, etc., con un
mínimo de criterio.
Estudios realizados a nivel global y local concluyen
que el ciudadano medio que elige presidentes, gobernadores y alcaldes, no solo
en el contexto latinoamericano, sino incluso en países, considerados
desarrollados, como EEUU, por ejemplo, es del tipo “Homero Simpson”; es decir,
gente bastante mediocre, muy poco informada de lo que ocurre a su alrededor;
muy dependiente de lo que la sociedad, representada por el poder (político o
económico) pueda hacer de él. La sociedad venezolana, a nuestro modo de ver, no
escapa de esta realidad. En épocas electorales, asistimos a la experiencia
constante y difundida de que el tema político se aborda, y se vive, de manera
muy acrítica y superficial.
En
Venezuela, en los últimos años, politólogos e investigadores – aquí podemos
mencionar a Oscar Schemel, director de Hinterlaces; Luis Vicente León,
presidente de Datanálisis; Lorenzo Martínez, coordinador de Investigaciones de
International Consulting Services (ICS); Aníbal Romero, filósofo, politólogo y
profesor universitario; o Carolina Jaimes Branger, escritora y analista del
tema político, entre otros – de la coyuntura sociopolítica han constatado que
las propuestas populistas, demagógicas y generadoras de dependencia, tienen
mucha más impacto, y posibilidad real de triunfo (especialmente en las zonas
rurales, y algo menos en las zonas urbanas, más permeadas por el “desarrollo” y
la modernidad, en general) que aquellas que implican un mayor grado de
compromiso, realismo y desprendimiento de posturas cómodas o acomodaticias.
Veamos, brevemente, algunos de los planteamientos de los autores e
investigadores de lo empírico citados al inicio del párrafo, y que ilustran lo
que la investigación de campo (ya sea de corte cualitativo o cuantitativo)
revela acerca de las percepciones, preferencias y cosmovisiones del venezolano
en el plano sociopolítico. Así, Clodovaldo Hernández, en artículo publicado en
el diario El Universal, titulado “Todo lleva tu nombre, Bolívar” (2013),
sostiene: “El encuestador y analista político Oscar Schemel sostiene desde hace
tiempo la idea de que Chávez logró triunfar en las batallas lingüísticas, es
decir, controló la palabra y con ella el pensamiento, las percepciones, el
imaginario de la sociedad”
(http://www.eluniversal.com/opinion/130315/todo-lleva-tu-nombre-bolivar). Esto
significa que el gran logro de este líder se da en el plano de lo puramente
perceptivo, es decir, llega a la población y la seduce pero no porque resuelva
sus problemas o plantee ideas convincentes sino porque tiene un estupendo
manejo del discurso político y lo esa para mantenerse en el poder, basado en
que el electorado venezolano compra un discurso carismático aunque este tenga
poco, o ningún, contenido real.
En
este mismo orden de ideas, Luis Vicente León (2013) de Datanálisis, derivando
de sus estudios cuantitativos, afirma:
Lejos de lo que muchos creen, la popularidad de Maduro
no ha caído, pese a la fuerte crisis que enfrenta el país. Se mantiene igual al
momento de la elección de abril, aunque la última encuesta Datanálisis si
muestre un deterioro en los principales indicadores de evaluación de gestión
específica, en aspectos claves como abastecimiento, inflación, seguridad e
infraestructura, que se traduce en un incremento en la percepción negativa
sobre la situación económica del país, la cual se ubica en 58%. Es un reto para
el pensamiento lineal que la gente vea al país mal, pero todavía no culpe a su
líder (http://www.eluniversal.com/opinion/130728/la-popularidad-de-maduro).
.
De nuevo nos conseguimos con una paradoja, según el
análisis de este investigador, pues ante una pésima gestión gubernamental, la
población sigue manteniendo simpatías y estima por gobernantes que no dan la
talla, dese el punto de vista gerencial, desde los resultados económicos que
registran dos devaluaciones y un altísimo costo de la vida en menos de un año.
Aparece, otra vez, la premisa según la cual la población se deja atrapar por
discursos demagógicos en vez de resultados positivos en el plano económico y de
bienestar general. Así mismo, Lorenzo Martínez (2013), coordinador de
Investigaciones de International Consulting Services (ICS) 75 por ciento de los
venezolanos calificaron entre regular, buena y excelente la gestión de gobierno
del presidente Nicolás Maduro, esto pese al desabastecimiento, la dificultad
para acceder a divisas extranjeras tanto de viajeros como comerciantes y
empresarios y, además, los problemas de inseguridad, salud, educación y
vialidad, que a lo largo de catorce años se han agravado, y de que este, lejos
de ser un gobierno nuevo, tiene continuidad administrativa, tal como lo
estableció el Tribunal Supremo de Justicia. También el analista Aníbal Romero
(2013), de manera bastante descarnada y directa, hace la siguiente aseveración:
El punto es simple: Pienso que el pueblo, entendiendo
por tal a la masa empobrecida que ha sostenido a Chávez durante catorce años de
oprobio, no valora el peso de la verdad y por lo tanto no “merece la verdad”.
Es más, lo que merece, luego de votar reiteradamente por un personaje ruin y
funesto como Chávez, y de avalar las tropelías, abusos y mentiras, aparte de la
crueldad contra Franklin Brito, Iván Simonovis y María Afiuni, entre miles de
otros, lo que merece ese pueblo –repito– es a Maduro y Cabello. Al fin y al
cabo estos sujetos representan la continuidad de lo que el pueblo ha respaldado
durante años de decadencia y dolor
(http://www.el-nacional.com/opinion/Merece-pueblo-verdad_0_143987184.html).
Lo que acá Romero refiere, como podemos ver, es una
población votante que no se detiene en los aspectos, llamémoslos objetivos,
sino en el aspecto emocional y afectivo que lo vincula con un líder, con una
ideología y con un grupo político específico, no con un ideario, no con una
gestión de gobierno eficiente y mucho menos con una concepción de sociedad, y
de país, en donde el electorado está incluso obligado a exigir resultados
positivos y eficiencia a quien detenta el poder. Para concluir con este
muestreo de lo que analistas e investigadores han conseguido, citemos a
Carolina Jaimes Branger, para quien la sociedad venezolana ha optado, a lo
largo de su historia, por la dependencia sociopolítica, más que por la
emancipación real, aunque sí mil veces voceada y esgrimida. A este respecto la
autora plantea:
La
Independencia no nos sirvió de mucho: siempre hemos dependido de alguien. Entre
1819 y 1830 dependimos de Bogotá, más para lo malo que para lo bueno. Razón
tuvo Páez en salirse de la Gran Colombia. Entre 1830 y 1922 dependimos de las
veleidades y corruptelas de caudillos, caudillotes y caudillejos y de lo poco
que producían el café y el cacao. Entre 1922 y 1975 dependimos de las
transnacionales petroleras. Entre 1975 y 2002 dependimos de los precios
internacionales del petróleo. Desde 1999 dependemos de Cuba. Ahora también de
Rusia, Bielorrusia, Irán, Brasil, Argentina... Y hoy, en 2012, dependemos de
China hasta en la manera de caminar. ¡Tremenda independencia! Cuando hemos
tenido más recursos para habernos sacudido todas las subordinaciones y
sumisiones, optamos por sacar a relucir todos nuestros complejos y nos entregamos
a nuevos yugos
(http://www.eluniversal.com/opinion/120709/504-anos-dependiendo).
.
Según lo que esta analista expone, en
la cita hecha, la sociedad venezolana, siempre ha buscado un anclaje del cual
depender, que evidentemente no le permite desarrollarse como sociedad, como
cultura y como nación. Esa dependencia está, como podemos notar, muy vinculada
a las decisiones y formas políticas asumidas, pues si opta por un gobernante, o
un líder, muy carismático pero muy poco eficiente en el manejo de lo público,
obviamente, como sociedad, estoy optando por la dependencia y por el atraso. La
autora remata sosteniendo que hoy “dependemos más que nunca de las limosnas del
gobierno” (http://www.eluniversal.com/opinion/120709/504-anos-dependiendo).
Es también común conseguir a profesionales, o gente a
mitad de su formación, pero con un número significativo de años de estudios ya
realizados (es el caso de nuestros estudiantes universitarios) decir que no les
“gusta” la política. ¿Será el tema político un asunto de “gusto”? Pareciera
pues que la manera de habérselas con lo político está bastante condicionada con
los gustos, con las emociones y con la desconexión con la realidad (o una
determinada realidad) y con la información de lo que ha sucedido y sucede a
nuestro alrededor. Si esto lo decimos de quien tiene una cierta formación
académica, qué decir del grueso de la población que tiene en su haber una
formación escolar y educativa deficiente, o precaria, porque no han podido
completar la Educación Básica, que es la que se supone que nos da las
herramientas y medios para desempeñarnos políticamente. Esto nos genera algunas preguntas.
¿Nos prepara la educación oficial, pública o privada,
para el ejercicio de nuestros derechos políticos y ciudadanos? ¿Por qué cuesta
tanto al ciudadano común en Venezuela “decir su palabra” en torno a los
problemas que nos aquejan en el ámbito público? ¿Por qué la tendencia
mayoritaria es a que se elijan a los gobernantes en función de su simpatía y
carisma y no en base a sus propuestas y coherencia discursiva? ¿Hay comunión
entre el topos cultural venezolano y las formas políticas tradicionales,
legadas por la modernidad? ¿Es la misma política y la misma educación la que
manejan los líderes y dirigentes y la que comprenden y viven los ciudadanos de
a pie? ¿Cómo afecta, en fin, la dimensión sociopolítica de las personas el
fracaso escolar y cómo, de vuelta, este fracaso escolar incide en el perfil
político y ciudadano de los sujetos y de la sociedad?
Para comprender el fenómeno al que nos venimos refiriendo
nos planteamos la pregunta acerca de las posibilidades reales que la Educación
Oficial Venezolana tiene para formar al hombre-político en la sociedad y, más
allá, en la cultura venezolana. Es
decir, ante la tarea fundamental de la Escuela de formar “políticamente”
(entendiendo “político” en el sentido originario griego de que el político es
el ciudadano, el que vive en la “polis”, es decir, en la “ciudad”, por lo cual,
todo ciudadano es de por sí “político”), tal como lo establece La Constitución
Nacional venezolana, en su artículo 102: “El Estado, con la participación de
las familias y la sociedad, promoverá el proceso de educación ciudadana de
acuerdo con los principios contenidos de esta Constitución y la ley” (P. 44).
Nuestro norte, como maestros, como investigadores,
como ciudadanos, debería ser indagar acerca de si realmente está el aparato
educativo venezolano en situación de cumplir con esta tarea desde el punto de
vista epistemológico, ontológico, axiológico y antropológico. O sea, se trataría
de investigar el cómo se da, y se ha dado, el conocimiento, en las aulas de
clase; cuál es la realidad del acontecer educativo venezolano en relación al
ejercicio de lo político; qué valores políticos se viven en las aulas de clase
y, finalmente, qué concepción de hombre emerge de la práctica educativa
concreta en el sistema educativo venezolano. Hablamos, pues, en primer lugar, de
la política como práctica de ciudadanía, como expresión de esa naturaleza
humana de la que habla Aristóteles en La
Política (2000): “El hombre es por naturaleza un animal político” (P. 39).
Comentarios
Publicar un comentario