Política y Educación: ¿Cómo Formar para la Democracia?

¿Cómo formar para la democracia en una escuela autoritaria?


Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso

“No hay democracia sin educación”
(Fernando Savater/Filósofo).


           
La maestra se pasa la mañana explicando a los niños los primeros puntos del tema “Misión Ciudadanía”, que trae el libro de texto (distribuido gratuitamente por el gobierno nacional, a través del Ministerio del Poder Popular para la Educación, en septiembre del 2011) Venezuela y su Gente 6° (2011), dentro del área de conocimiento de Ciencias Sociales en el Nivel de Educación Primaria del Subsistema de Educación Básica. Siguiendo la “guía” del texto mencionado, que en la práctica se vuelve “texto único”, dada la orientación ministerial de que éste tenga prioridad sobre los que distribuyen las editoriales privadas, la docente se pasea por puntos tales como: “Escenario de la Democracia Participativa”, “Donde la Palabra Nosotros Adquiere Sentido”, “Nuestro Compromiso con la Cultura”, “Una Amenaza Contra el Derecho a la Vida”, “Tenemos Derechos Ambientales”, “Unida con Lazos que el Cielo Formó” y “La Paz, un Anhelo de la Humanidad”. Como está iniciando el tema, la maestra aclara que posteriormente se profundizará en cada uno de estos aspectos.
            Cuando, a mitad de la clase, la maestra empieza a sacar a su grupo del salón para ponerlos en contacto con algunos adultos que les puedan decir qué “entienden” por democracia, se le presenta la directora para comunicarle que está prohibido por la dirección sacar a los niños del salón, y menos aún del plantel, pues esto genera problemas de “orden y seguridad”. La docente regresa al salón, con sus niños, e intenta otra forma de desarrollar la clase: los divide en pequeños grupos para que discutan acerca de algunas preguntas que luego pondrán en común en una plenaria. Una vez más se apersona la directora para decir que de los salones cercanos se quejan porque hay mucho ruido en esa aula. La maestra, resignada y obediente, opta por dictar el contenido a los niños que, dócil y pacientemente, copian en sus cuadernos. La maestra, mientras dicta, piensa resignada en otra oportunidad futura para hacer su dinámica de “lo que nos gusta y nos disgusta sobre la democracia”.
            La misma maestra de nuestra historia llega a su barrio y se encuentra a algunos vecinos reunidos, a mitad de la deteriorada calle de su cuadra, porque una vez más los malandros se han metido en una casa mientras los dueños estaban trabajando. Alguien dice que el problema es el alcalde y el gobierno que no resuelven los problemas y otro salta para refutar que la culpa la tiene la televisión y el capitalismo por la violencia y el mercantilismo, que ya no hay valores y que además los padres no cumplen con su función. La maestra termina encerrándose en su casa y dedicando la tarde a ver las telenovelas que transmiten de una a cinco de la tarde. Lo que quede del día será para los quehaceres domésticos…
            La razón de iniciar con este relato, que puede ser simplemente un recurso figurativo, o no – aunque ya sabemos que la realidad suele superar a la ficción –,  es ubicar nuestro trabajo en un contexto, y en una realidad, conocida por todos,  aunque no siempre concientizada. Todos, de alguna manera vivimos, o hemos vivido, el contexto escolar y sociopolítico, presentado aquí de manera anecdótica.

            Revisemos qué aspectos encontramos para la interpretación y para la comprensión del tema que nos interesa profundizar. En primer lugar, de manera oficial y formal, la “Escuela Oficial”, en sus distintos niveles y grados, ofrece, y siempre ha ofrecido, un conjunto de informaciones y saberes, que pretenden formar política y cívicamente al sujeto. En prácticamente todos los niveles y modalidades del Sistema Educativo Venezolano conseguiremos “materias” y “cursos” que nos quieren ilustrar, y se supone que formar, acerca de lo que son los sistemas políticos, las instituciones y su funcionamiento, los derechos y deberes ciudadanos, etc. Sin embargo, en la práctica, es muy frecuente constatar que dichas nociones y conocimientos terminan siendo muy poco significativos en la vida común del ciudadano de a pie para resolver, o entender, los problemas que cotidianamente tiene que enfrentar, ya en lo personal, en lo familiar o en lo social. Ejemplo claro de esto es la forma como los vecinos lidian con los problemas comunes de la comunidad, en donde por lo general, las discusiones circulan por la vía de los afectos, de los intereses personales o particulares y donde si algo se resuelve es por la vía de los compadrazgos, del clientelismo político o por la imposición de la visión de unos pocos; cuando no es que el problema (de salud, de seguridad, de interés común) persiste en el tiempo convirtiéndose en parte del paisaje).
            Pero, ¿dónde pudiera estar el origen de todos los males? Hay algunos aspectos que llaman la atención de la manera cómo se desenvuelve la clase que la docente de la narración pretende desarrollar. Lo primero es que tiene que enseñar a sus niños “democracia participativa” en un ambiente muy poco “democrático” y muy poco “participativo”. En primer lugar, el instrumento intelectual que le provee el “sistema”, es ya de por sí bastante autoritario puesto que el “texto único”, deja muy poco espacio a la disidencia, a la dialéctica, entendida esta como debate y confrontación de ideas. En la práctica, la historia de la educación contemporánea venezolana siempre estuvo marcada por la presencia del “texto único”, es decir, ese libro que es el que oficialmente aprueba el Estado, a través del Ministerio de Educación, y que el docente usa para “transmitir” los conocimientos válidos y “legítimos”, según el paradigma social  comúnmente aceptado.
En la década de los ochenta y noventa esta manera de manejar el conocimiento escolar registró una cierta flexibilización y se empezó a exigir al magisterio venezolano que se sugiriera un texto pero que se le diera libertad al estudiante de traer cualquiera que estuviera “adaptado” a los programas oficiales establecidos por el Ministerio de Educación. De nuevo, la flexibilidad aquí es solo aparente pues los “programas oficiales” marcaban cuál era el conocimiento aceptado y cuál no. De todos modos, en la práctica, lo que terminaba ocurriendo era que los alumnos, y sus representantes, se tomaban la tarea de saber cuál era el texto que el profesor de la materia había “sugerido”, e inmediatamente salían a buscarlo, pues estaban claros en que los contenidos a evaluar saldrían de allí. Huelga decir que, nada más antidemocrático que un texto único, impuesto ya sea por el Estado, la institución o el profesor, ya que cualquier texto, por completo que sea (que ninguno lo es) siempre tendrá una visión relativa y sesgada de la realidad y de lo que acontece o ha acontecido. Este sucedáneo de lo que debería ser el conocimiento intelectual se agrava cuando el docente, no contento con manejar un texto único, en base a este, elabora “guías” para “facilitar” el aprendizaje de sus estudiantes. La “guía” se convierte así en un instrumento domesticador puesto que, por definición, es una herramienta para que el aprendiz repita en vez de reflexionar. Este eficaz instrumento de adoctrinamiento, que ya cuenta con una larga historia en nuestra escuela venezolana, termina siendo parte estructural del sistema de pensamiento de nuestros estudiantes y profesionales. Prueba de esto es que, cuando en estudiante llega a la universidad, recién salido del bachillerato, y se le asignan materiales de lectura, inmediatamente lo bautiza como “la guía” que el profesor mandó a leer. Por más que el docente universitario insista (en el caso que lo haga) en que lo que está mandando a leer no es una “guía”, el estudiante insistirá en hablar de “guía”, lo cual significa que este constructo se ha convertido en parte constitutiva de su estructura mental y, por tanto, de su manera de conocer y relacionarse con la realidad intelectual.
Lo que el alumno, formado en una escuela que enseña a repetir, es incapaz de ver, porque epistemológicamente no está preparado para ello, es que la guía dirige, condiciona (o más propiamente dicho determina), y encasilla el proceso de aprendizaje. Si profundizamos más veremos que esto no es solo un problema de un alumno inmaduro que con el tiempo se dará cuenta de su error, lo grave es que buena parte de los docentes (universitarios o no), formados en ese mismo sistema escolar del cual provienen sus alumnos, tampoco se preguntan acerca de la validez o connotación ideológica de la manoseada “guía”. Esto nos dice que aquí no estamos tratando con un mero problema lingüístico, o de uso; lo que tenemos acá es una concepción vinculada a un paradigma histórico y filosófico, es decir,  una estructura mental que se rige por un conjunto de creencias no analizadas, no criticadas, que rigen el conocimiento científico, e intelectual (en este caso escolar), de una determinada época, cultura o sociedad, según la noción de paradigma que nos dejó Thomas Kuhn en su célebre obra La Estructura de las Revoluciones Científicas (1996). De modo que, el conocimiento escolar así concebido se traduce en algo bastante vertical y unidireccional, y por consiguiente, muy poco democrático, muy poco participativo y muy poco protagónico.
            Por otra parte, la dinámica de funcionamiento que acá se revela nos habla de una figura directiva que no pregunta, no indaga ni consulta con la docente acerca de por qué saca a los niños del aula de clase. Lo que vemos es una directora que transmite una decisión previamente tomada de que los niños no salen del salón por razones de “orden y seguridad”.
Pese a que en los últimos años se ha introducido en  el funcionamiento de las instituciones escolares la figura del “colectivo de docentes”, con la idea de que quien toma las decisiones es el conjunto de la comunidad educativa. Así mismo, más recientemente se han introducido los Consejos Escolares. En la práctica, estas instancias no han pasado de ser modos de control político e ideológico en las instituciones escolares que, lejos de democratizar el conocimiento y el aprendizaje, lo cercenan y reducen a un puro adoctrinamiento, es decir, más de lo que había venido ocurriendo pero más radicalizado, pues la premisa de la que parte toda crítica a la escuela, y en nuestro caso particular a la escuela venezolana, es que el poder ve en la educación una manera más de controlar a la sociedad; esto se pone cada vez más en evidencia con estos “dispositivos” - visto desde la semántica  foucaultiana de Vigilar y Castigar (1995) -; esta premisa se hace cada vez más evidente y descarnada en las políticas de estado para el sector educativo, en los aspectos que venimos refiriendo.
Un aspecto en el que es menester detenerse es en el argumento de la directora de que los niños deben permanecer en el aula en aras del “orden y la seguridad”. La pregunta es: ¿quién establece ese orden?, y ¿a quién favorece ese orden y esa seguridad? ¿Cómo es que el mantener encerrados a los niños en el salón garantiza el “orden”? los dispositivos de control, según el análisis del ya citado Foucault no residen en nadie pero circula por todos, es decir, según el pensador postestructuralista, no es que el poder será una posesión de la directora, o de la maestra; el poder es una abstracción que circula por todos los miembros e instancias institucionales y los sujetos (que devienen, según este análisis en objetos) son conducidos por este poder, no al revés. Si se le pregunta a un docente quién impone el uniforme, éste seguramente dirá que no es ciertamente él, pero tampoco lo impone el director o el jefe de zona.
El poder, que en última instancia para Foucault es epistémico, impone el uniforme y todos entran por el aro que obliga a llevarlo o a vigilar que se lleve correctamente. Pudiéramos abundar en ejemplos, pero el expuesto no basta para concluir que el sistema escolar está armado por una serie de prácticas, creencias y visiones que nadie cuestiona pero que todos acatan, convirtiendo así el espacio escolar en un topos ontológico del “acatamiento”, nunca de la reflexión, del diálogo y del debate. En un contexto como este, educar para la vivencia y el ejercicio de lo político se torna muy cuesta arriba, puesto que todas las condiciones se dan para que la escuela premie al que repite y castigue al que piensa. Puestas las cosas así en contexto es que podemos apuntar al fenómeno que nos interesa develar en este texto, aunque sea de manera aproximativa, pues una escuela así concebida, diseñada y vivida, no puede formar a un sujeto capaz de poner sobre una balanza los eventos sociopolíticos, tomar decisiones, elegir gobernantes, etc., con un mínimo de criterio. 

Estudios realizados a nivel global y local concluyen que el ciudadano medio que elige presidentes, gobernadores y alcaldes, no solo en el contexto latinoamericano, sino incluso en países, considerados desarrollados, como EEUU, por ejemplo, es del tipo “Homero Simpson”; es decir, gente bastante mediocre, muy poco informada de lo que ocurre a su alrededor; muy dependiente de lo que la sociedad, representada por el poder (político o económico) pueda hacer de él. La sociedad venezolana, a nuestro modo de ver, no escapa de esta realidad. En épocas electorales, asistimos a la experiencia constante y difundida de que el tema político se aborda, y se vive, de manera muy acrítica y superficial.
            En Venezuela, en los últimos años, politólogos e investigadores – aquí podemos mencionar a Oscar Schemel, director de Hinterlaces; Luis Vicente León, presidente de Datanálisis; Lorenzo Martínez, coordinador de Investigaciones de International Consulting Services (ICS); Aníbal Romero, filósofo, politólogo y profesor universitario; o Carolina Jaimes Branger, escritora y analista del tema político, entre otros – de la coyuntura sociopolítica han constatado que las propuestas populistas, demagógicas y generadoras de dependencia, tienen mucha más impacto, y posibilidad real de triunfo (especialmente en las zonas rurales, y algo menos en las zonas urbanas, más permeadas por el “desarrollo” y la modernidad, en general) que aquellas que implican un mayor grado de compromiso, realismo y desprendimiento de posturas cómodas o acomodaticias. Veamos, brevemente, algunos de los planteamientos de los autores e investigadores de lo empírico citados al inicio del párrafo, y que ilustran lo que la investigación de campo (ya sea de corte cualitativo o cuantitativo) revela acerca de las percepciones, preferencias y cosmovisiones del venezolano en el plano sociopolítico. Así, Clodovaldo Hernández, en artículo publicado en el diario El Universal, titulado “Todo lleva tu nombre, Bolívar” (2013), sostiene: “El encuestador y analista político Oscar Schemel sostiene desde hace tiempo la idea de que Chávez logró triunfar en las batallas lingüísticas, es decir, controló la palabra y con ella el pensamiento, las percepciones, el imaginario de la sociedad” (http://www.eluniversal.com/opinion/130315/todo-lleva-tu-nombre-bolivar). Esto significa que el gran logro de este líder se da en el plano de lo puramente perceptivo, es decir, llega a la población y la seduce pero no porque resuelva sus problemas o plantee ideas convincentes sino porque tiene un estupendo manejo del discurso político y lo esa para mantenerse en el poder, basado en que el electorado venezolano compra un discurso carismático aunque este tenga poco, o ningún, contenido real.
            En este mismo orden de ideas, Luis Vicente León (2013) de Datanálisis, derivando de sus estudios cuantitativos, afirma:
Lejos de lo que muchos creen, la popularidad de Maduro no ha caído, pese a la fuerte crisis que enfrenta el país. Se mantiene igual al momento de la elección de abril, aunque la última encuesta Datanálisis si muestre un deterioro en los principales indicadores de evaluación de gestión específica, en aspectos claves como abastecimiento, inflación, seguridad e infraestructura, que se traduce en un incremento en la percepción negativa sobre la situación económica del país, la cual se ubica en 58%. Es un reto para el pensamiento lineal que la gente vea al país mal, pero todavía no culpe a su líder (http://www.eluniversal.com/opinion/130728/la-popularidad-de-maduro).
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De nuevo nos conseguimos con una paradoja, según el análisis de este investigador, pues ante una pésima gestión gubernamental, la población sigue manteniendo simpatías y estima por gobernantes que no dan la talla, dese el punto de vista gerencial, desde los resultados económicos que registran dos devaluaciones y un altísimo costo de la vida en menos de un año. Aparece, otra vez, la premisa según la cual la población se deja atrapar por discursos demagógicos en vez de resultados positivos en el plano económico y de bienestar general. Así mismo, Lorenzo Martínez (2013), coordinador de Investigaciones de International Consulting Services (ICS) 75 por ciento de los venezolanos calificaron entre regular, buena y excelente la gestión de gobierno del presidente Nicolás Maduro, esto pese al desabastecimiento, la dificultad para acceder a divisas extranjeras tanto de viajeros como comerciantes y empresarios y, además, los problemas de inseguridad, salud, educación y vialidad, que a lo largo de catorce años se han agravado, y de que este, lejos de ser un gobierno nuevo, tiene continuidad administrativa, tal como lo estableció el Tribunal Supremo de Justicia. También el analista Aníbal Romero (2013), de manera bastante descarnada y directa, hace la siguiente aseveración:

El punto es simple: Pienso que el pueblo, entendiendo por tal a la masa empobrecida que ha sostenido a Chávez durante catorce años de oprobio, no valora el peso de la verdad y por lo tanto no “merece la verdad”. Es más, lo que merece, luego de votar reiteradamente por un personaje ruin y funesto como Chávez, y de avalar las tropelías, abusos y mentiras, aparte de la crueldad contra Franklin Brito, Iván Simonovis y María Afiuni, entre miles de otros, lo que merece ese pueblo –repito– es a Maduro y Cabello. Al fin y al cabo estos sujetos representan la continuidad de lo que el pueblo ha respaldado durante años de decadencia y dolor (http://www.el-nacional.com/opinion/Merece-pueblo-verdad_0_143987184.html).
Lo que acá Romero refiere, como podemos ver, es una población votante que no se detiene en los aspectos, llamémoslos objetivos, sino en el aspecto emocional y afectivo que lo vincula con un líder, con una ideología y con un grupo político específico, no con un ideario, no con una gestión de gobierno eficiente y mucho menos con una concepción de sociedad, y de país, en donde el electorado está incluso obligado a exigir resultados positivos y eficiencia a quien detenta el poder. Para concluir con este muestreo de lo que analistas e investigadores han conseguido, citemos a Carolina Jaimes Branger, para quien la sociedad venezolana ha optado, a lo largo de su historia, por la dependencia sociopolítica, más que por la emancipación real, aunque sí mil veces voceada y esgrimida. A este respecto la autora plantea:

La Independencia no nos sirvió de mucho: siempre hemos dependido de alguien. Entre 1819 y 1830 dependimos de Bogotá, más para lo malo que para lo bueno. Razón tuvo Páez en salirse de la Gran Colombia. Entre 1830 y 1922 dependimos de las veleidades y corruptelas de caudillos, caudillotes y caudillejos y de lo poco que producían el café y el cacao. Entre 1922 y 1975 dependimos de las transnacionales petroleras. Entre 1975 y 2002 dependimos de los precios internacionales del petróleo. Desde 1999 dependemos de Cuba. Ahora también de Rusia, Bielorrusia, Irán, Brasil, Argentina... Y hoy, en 2012, dependemos de China hasta en la manera de caminar. ¡Tremenda independencia! Cuando hemos tenido más recursos para habernos sacudido todas las subordinaciones y sumisiones, optamos por sacar a relucir todos nuestros complejos y nos entregamos a nuevos yugos (http://www.eluniversal.com/opinion/120709/504-anos-dependiendo).
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            Según lo que esta analista expone, en la cita hecha, la sociedad venezolana, siempre ha buscado un anclaje del cual depender, que evidentemente no le permite desarrollarse como sociedad, como cultura y como nación. Esa dependencia está, como podemos notar, muy vinculada a las decisiones y formas políticas asumidas, pues si opta por un gobernante, o un líder, muy carismático pero muy poco eficiente en el manejo de lo público, obviamente, como sociedad, estoy optando por la dependencia y por el atraso. La autora remata sosteniendo que hoy “dependemos más que nunca de las limosnas del gobierno” (http://www.eluniversal.com/opinion/120709/504-anos-dependiendo).
Es también común conseguir a profesionales, o gente a mitad de su formación, pero con un número significativo de años de estudios ya realizados (es el caso de nuestros estudiantes universitarios) decir que no les “gusta” la política. ¿Será el tema político un asunto de “gusto”? Pareciera pues que la manera de habérselas con lo político está bastante condicionada con los gustos, con las emociones y con la desconexión con la realidad (o una determinada realidad) y con la información de lo que ha sucedido y sucede a nuestro alrededor. Si esto lo decimos de quien tiene una cierta formación académica, qué decir del grueso de la población que tiene en su haber una formación escolar y educativa deficiente, o precaria, porque no han podido completar la Educación Básica, que es la que se supone que nos da las herramientas y medios para desempeñarnos políticamente.  Esto nos genera algunas preguntas.
¿Nos prepara la educación oficial, pública o privada, para el ejercicio de nuestros derechos políticos y ciudadanos? ¿Por qué cuesta tanto al ciudadano común en Venezuela “decir su palabra” en torno a los problemas que nos aquejan en el ámbito público? ¿Por qué la tendencia mayoritaria es a que se elijan a los gobernantes en función de su simpatía y carisma y no en base a sus propuestas y coherencia discursiva? ¿Hay comunión entre el topos cultural venezolano y las formas políticas tradicionales, legadas por la modernidad? ¿Es la misma política y la misma educación la que manejan los líderes y dirigentes y la que comprenden y viven los ciudadanos de a pie? ¿Cómo afecta, en fin, la dimensión sociopolítica de las personas el fracaso escolar y cómo, de vuelta, este fracaso escolar incide en el perfil político y ciudadano de los sujetos y de la sociedad?
Para comprender el fenómeno al que nos venimos refiriendo nos planteamos la pregunta acerca de las posibilidades reales que la Educación Oficial Venezolana tiene para formar al hombre-político en la sociedad y, más allá, en la cultura venezolana.  Es decir, ante la tarea fundamental de la Escuela de formar “políticamente” (entendiendo “político” en el sentido originario griego de que el político es el ciudadano, el que vive en la “polis”, es decir, en la “ciudad”, por lo cual, todo ciudadano es de por sí “político”), tal como lo establece La Constitución Nacional venezolana, en su artículo 102: “El Estado, con la participación de las familias y la sociedad, promoverá el proceso de educación ciudadana de acuerdo con los principios contenidos de esta Constitución y la ley” (P. 44).


Nuestro norte, como maestros, como investigadores, como ciudadanos, debería ser indagar acerca de si realmente está el aparato educativo venezolano en situación de cumplir con esta tarea desde el punto de vista epistemológico, ontológico, axiológico y antropológico. O sea, se trataría de investigar el cómo se da, y se ha dado, el conocimiento, en las aulas de clase; cuál es la realidad del acontecer educativo venezolano en relación al ejercicio de lo político; qué valores políticos se viven en las aulas de clase y, finalmente, qué concepción de hombre emerge de la práctica educativa concreta en el sistema educativo venezolano. Hablamos, pues, en primer lugar, de la política como práctica de ciudadanía, como expresión de esa naturaleza humana de la que habla Aristóteles en La Política (2000): “El hombre es por naturaleza un animal político” (P. 39).

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