Cine y Filosofía: La Forma del Agua o de Cómo Reconocer Otredades

La Forma del Agua o de Cómo
Reconocer Otredades

Rolando J. Núñez H.

“Incapaz de percibir tu forma
te encuentro a mi alrededor.
Tu presencia llena tu mirada con tu amor,
doblega mi corazón,
 pues estás en todas partes” (La Forma del agua).

Somos hostiles con aquello que no comprendemos, según el parecer de algunos autores. ¿Tenemos la tendencia a ir contra personas o cosas que no entran en nuestros esquemas mentales y ante los cuales nos sentimos amenazados? La Forma del Agua (2017), The Shape of Water, por su título en inglés, es una fábula hermosísima que no deja de interpelarnos y empujarnos a pensar en esas percepciones, en esos modos de relacionarnos con el mundo que nos rodea, como si todo fuera obvio y la realidad tuviera un solo modo de comprensión. Hay que reconocer, para empezar, el ingenio de Guillermo del Toro, primero para construir el guión, junto Vanessa Taylor, tan redondo, y luego la sensibilidad para dirigir una película que observa aquello que la gran mayoría no vemos, o no queremos ver.
El común de las personas tiende a invisibilizar a quien se dedica, silenciosamente, a hacer lo que siente que es su deber, a vivir su vida y tratar de disfrutarla lo más que pueda. Quien no lleva un carro último modelo, quien no arma escandalo o atrae luces, pareciera no existir. Al mismo tiempo, quien desde su silencio se muestra “otro” sin pretensiones ni aspavientos, corre el peligro de ser estigmatizado, etiquetado y vilipendiado por aquel que maneja malamente una pequeña, o grande, cuota de poder.
Así, la película de Guillermo del Toro transita magistralmente por los intersticios de tramas humanas que piden a gritos silenciosos reconocimiento, derecho a ser, existir y aparecer desde sus condiciones particulares, desde sus otredades, desde su derecho a ser reconocidos como un “otro” que no deja de dialogar y convivir con la “normalidad” que suele ser mayoría y obviedad. Esta historia llena de fantasía y poética se mete en las entrañas de otredades que tienen que ver con eso que en algún momento se llamó “razas”, preferencias sexuales, “compromisos cognitivos, físicos o mentales”, confesión religiosa e incluso opciones políticas. Al final, nos queda la sensación de que los existencialistas del siglo XX siguen teniendo razón en el sentido que no nos salvan las ideologías ni el poder político, sea este del cuño que sea; nos salva la persona concreta y la opción por ella. La “mismidad” como visión y dispositivo del poder, y de la asfixiante “normalidad” (social y moralista), se alimenta de prejuicios, de lugares comunes, de frases hechas y mitos deshumanizantes. El reconocimiento del “otro” (no del “diferente” pues este parece ser un matiz “tolerado” por la mismidad, por la modernidad subyacente)  se nutre de diálogo, del encuentro, de la aceptación de ese otro que no obstante también puede venir a mi encuentro y puedo decidir convivir con él; un encuentro que no necesariamente tiene que implicar un “dejar hacer, dejar pasar” absolutamente todo; la convivencia con el otro admite decir “sí” e implica también decir “no”; no es de relativismo sin más de lo que estamos hablando. Ese escenario bellamente turquesa que nos monta el director Guillermo del Toro parecerá estarnos sugiriendo la urgencia del reconocimiento de esas “otredades” ocultas/evidentes que nos invitan a visitarlas y a convivir con ellas, porque con la “otredad”, más allá de la “diferencia” (tímida y conservadora) te consigues en el “cara a cara”, en el rostro del “otro” (Levinas, dixit), en el “nosotros” que redescubre Buber en fuentes y hontanares bíblicos; no basta quedarse en la abstracción de los conceptos, en las soledades monologales o en las casi siempre unidireccionalidades de un libro. La alteridad entre humanos, parece decirnos Elisa Expósito, la protagonista, se da incluso, y  a veces especialmente, desde el silencio
Un segundo tema subyace, muy vinculado al que arriba hemos torpemente atisbado: el de la “bioética”. La pieza artística del mexicano Del Toro abre una puerta que nos descubre, una vez más, cómo la racionalidad moderna extrema, en su hija más predilecta, la ciencia positiva, necesita dividir, diseccionar, fragmentar, e incluso liquidar la vida, para poder estudiarla y no necesariamente comprenderla; explicarla, no interpretarla. Lo triste es que en ese sentido parecieran estar de acuerdo (en lo que el film muestra de la historia contemporánea) izquierdas y derechas, capitalistas y socialistas; y de nuevo ese “respeto a la vida”, que pone de relieve hoy la importancia de la sensibilidad que hace aflorar el tema “bioético”, surge no de las ideologías sino de los sujetos concretos que rescatan el valor de la existencia concreta (teniendo como mediación una ciencia humanizada, la amistad, el amor) y que reivindican el que no haya que asesinar ni torturar para estudiar la biología, la fisiología, o el alma de un ente.

La ciencia moderna convirtió al hombre en “objeto” de estudio y de ese modo lo trocó en cosa, lo “cosificó”; al hacer eso le quitó su dignidad como humano, lo convirtió en una cosa más; por supuesto que el hombre/el pensador/el científico, debe volverse sobre sí mismo para entenderse, para comprenderse, pero sin perder nunca su ser sujeto, ser persona y lo mismo aplica para el resto de los seres vivos y ese afán de llegar incluso a la exterminación para poder estudiar la vida. Por supuesto, si sometes la preocupación científica a los intereses, y visión, de las armas, de lo político, o de lo económico, el tema bioético siempre correrá el riesgo de quedar de lado y entonces siempre quedará latente la pregunta: ¿quién es el monstruo, “El Activo” en la película, o los que lo consideran como tal? ¿No nos llegamos a convertir en monstruos cuando nos ubicamos desde los supuestos preconcebidos de la realidad, de la ciencia, de la religión o de la cultura? ¿Podemos llegar a ser monstruos éticos en nombre de nuestros dogmas?    


Comentarios

  1. Gracias, no solo nos invita a ver este Films con atención sino que también nos invita a encontrarnos con un sí o un no, en los detalles de su apreciación en cuanto a la convivencia desde lo empírico, desde la ciencia moderna. y como la sociedad verdaderamente se convierte o en héroes de sus vida al abrir el corazón donde cambia la percepción. Algunos seres sus propios carceleros o los de otros desde el manejo del "El poder" y a su conveniencia propia, Ideales con ciertos esquemas. El descubrimiento entre eso que es casi imperceptible, pero al abrir los sentidos cambia la senda, acaso sería una nueva verdad para mi visión actual de la verdad?

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    1. Gracias por la lectura y por el comentario. Abrir los sentidos, abrir esa razón que no es puramente instrumental ni absoluta, abrir la razón al diálogo y a la convivencia con las emociones, con otras subjetividades, con otras culturas, con otras sensibilidades; plantearme la pregunta por la seguridad de mis convicciones, por la solidez de mis creencias. Mauricio Merleu-Ponty tiene una reflexión que a mi me parece de lo más hermosa: "La verdadera filosofía es reaprender a ver el mundo", creo que ahí está el punto. Saludos!

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