POLÍTICA Y EDUCACIÓN: DIMENSIÓN SOCIO POLÍTICA DEL FRACASO ESCOLAR
DIMENSIÓN SOCIO POLÍTICA DEL FRACASO ESCOLAR
Rolando Javier Núñez Hernández
rolandonunez70@hotmail.com
@Sisifodichoso
“Los problemas de la
pedagogía no son pedagógicos” (Michelet).
I.- Introito.
La opinión simplista,
permítasenos la redundancia, concibe a los hombres desde una sola perspectiva,
y en base a ello solemos decir que fulano es “pura razón” o mengano “puro
corazón”. Al tener esta “visión de mundo” procedemos así en las distintas
facetas en las que nos desenvolvemos, siempre partiendo de la premisa de que
esas aristas de nuestra vida son aisladas, incomunicadas entre sí. Así que,
desde esos presupuestos es común oír afirmaciones tales como: “Yo no soy una
persona sentimental”, o “yo soy un tipo de acción y no de reflexión”. Otros te
dicen: “Yo no tengo que ver con las creencias y eso de la fe” y sobran también
los que afirman: “Yo no soy político” o “no quiero saber nada de política”.
Estas posiciones parceladas acerca de la realidad y de nuestra propia vida son
bastantes pobres y desconocen la riqueza rizomática que implica la vida de cualquier hombre o mujer
que conviva con otros que comparten la multidimensionalidad que es la persona.
En su obra Política de la Educación. Politeya, Paideia (1994)
Octavio Fullat sostiene que esa multidimensionalidad que nos caracteriza tiene,
por lo menos, cuatro manifestaciones: el sentir, el hacer, el saber y el
decidir. Esto habría que tenerlo en cuenta en todas las esferas en las que nos
movemos, incluida la educativa, que es la que aquí más nos interesa, pues es lo
que nos va a permitir salir de esa visión fragmentada, departamentada y falsa
que tanto daño nos ha hecho en lo que tiene que ver con la educación, la
escuela y el conocimiento; en buena medida, el “fracaso escolar”, al que nos
vamos a referir, viene precisamente de atiborrar al estudiante de unas serie de
contenidos que no lo conectan con esa realidad multifactorial y compleja; la
consecuencia de esto es que la escuela aparece, en sus nociones y fines,
desconectada de la cotidianidad de la gente. De aquí que lo social, lo
político, lo económico, exija ser abordado como un todo, no como departamentos
estancos.
Reflexionar sobre la
“dimensión sociopolítica del fracaso escolar” pasa por hacerse la pregunta por
qué entendemos por “social” y qué entendemos por “política”. Para los griegos
estas dos realidades eran en verdad lo mismo, de modo que cuando Aristóteles
decía que el hombre era un “animal político” y que el “conocimiento (o la
filosofía) es política” lo que está diciendo, para nuestros oídos
contemporáneos, es que el hombre es un animal social y que el conocimiento (sea
este filosófico, científico o literario) solo se produce en sociedad. De modo
que, desde los presocráticos, política y social vienen a ser sinónimos. Hay que
recordar que los griegos vivían en la “polis”, que significa ciudad, y en la
ciudad o vives en sociedad o no vives; así, vivir en la polis, en la ciudad, es
vivir con otros, convivir, ponerse de acuerdo; esa es nuestra naturaleza, vivir
en sociedad, en polis. Marx dirá, ya en el siglo XIX, que el hombre es ser
social y los que, en buena medida nos definen son las relaciones sociales de
producción que establecemos con los otros.
Visto así, lo que nos
proponemos en este ensayo es esbozar un marco referencial que nos permita
ubicar la problemática del “fracaso escolar” desde una visión macro social;
revisar sus manifestaciones y alcances a nivel global, regional y local. Se
quiere además sopesar las acciones que se implementan y sus efectos en la
prosecución y permanencia de los educandos en el sistema educativo.
Para llegar a esta meta
nos vamos a centrar en cuatro aspectos que serán someramente desarrollados en
el contenido de este texto, a saber: a) enfoques sociopolíticos que explican la
aparición y persistencia del fracaso escolar; b) causas sociopolíticas y
socioculturales del fracaso escolar a nivel global; c) persistencia y gravedad
del problema a nivel mundial y local y d) políticas, programas, medidas
específicas y/o alternativas que se desarrollan, así como su pertinencia y
efecto.
II.- Enfoques sociopolíticos que explican la aparición y persistencia
del fracaso escolar.
“Educación es lo que
sobrevive cuando se olvida lo que se ha aprendido”
(Burrhus Frederic).
Si asumimos, pues, que
lo “sociopolítico” es todo lo que tiene
que ver con lo que interesa al hombre que vive en la polis, es decir, en la
sociedad, tenemos que asumir también que el acontecimiento educativo es también
político, en cuanto que el ir, y “vivir
la escuela” implica lo social y lo político; la experiencia escolar, con sus
blancos y sus grises, la vivimos junto a otros, con otros y desde los otros,
nunca en soledad, y esto, a fin de cuentas, es lo “sociopolítico”, más aún, lo
“político”, aunque como veremos más adelante, las raíces últimas, el hontanar
que nos permite comprender esto sea el cultural, la vida misma en su cotidianidad
y en su diario realizarse.
Para repasar los
enfoques críticos contemporáneos que buscan, no solo explicar y comprender el
“fracaso escolar”, sino además superarlo, partamos de una somera clasificación que de
estas tendencias hace Jaume Trilla en la introducción de su obra Ensayos sobre la escuela (1985). En el
texto citado el autor sostiene que las críticas a la institución escolar pueden
ser divididas en externas e internas, es decir, críticas que vienen de
disciplinas ajenas al quehacer pedagógico y propiamente educativa; en este
sentido se puenden mencionar áreas del conocimiento como la psicología, la
sociología, la filosofía e incluso la economía, para referirnos a esas visiones
teóricas foráneas a la escuela y a su diario acaecer; el otro discurso crítico
es el que proviene desde dentro de la propia escuela. Para Trilla, ambos
abordajes son necesarios puesto que el pedagogo maneja datos y significados de
primera mano pero corre el peligro siempre de no ver más allá de su propio
entorno, mientras que los discursos venidos de otras visiones conceptuales
tienen la posibilidad de ver el asunto desde la perspectiva global, panorámica.
En base a esto el autor menciona algunas escuelas y enfoques que aparecen en el
pensamiento contemporáneo de fines del siglo XIX y se consolidan en la segunda
mitad del siglo XX.
Hay que tener en cuenta que esos enfoques y modos de
entender y hacer “escuela” no se dan nunca en estado puro; puede que uno
predomine sobre los otros en determinadas épocas y contextos, en forma
coyuntural pero, en la práctica, esas filosofías de la educación aparecen
entremezcladas y difusas en las instituciones escolares de países, regiones y
del mundo. Nosotros, considerando la taxonomía hecha por Trilla y reelaborando
algunos aspectos nos referiremos a cinco enfoques,
tal como a continuación se desglosa:
a) Enfoque tecnocrático. La Revolución Industrial puso
a los grupos de poder de la época (el económico, el político, etc) en el dilema
de cómo preparar mano de obra calificada para la producción manufacturera a
gran escala. Esta es una de las razones de que aparezca la institución escolar
con la caracterización con la que hoy la conocemos. Hasta ese momento la
educación y crianza había estado, fundamentalmente, en manos de la familia; las
artes y oficios eran pasados de padres a hijos bajo una tradición que dejaba al
margen cualquier esfuerzo sistemático y masificado en el plano educativo. Las
familias aristocráticas, primero, y las burguesas, después, se aseguraban una
formación cultural para sus vástagos mediante el pago a maestros privados. La
tarea educadora de la Iglesia batallaba contra muchos obstáculos y siempre
estaba muy supeditada a lo pastoral. Los primeros amagos de escolarización de
la población lucen en los cuadros y retablos de la época como desordenados y
heroicos, en manos de aquellos que vieron en la “escuela” un espacio para la
formación y el aprendizaje.
Todo esto nos indica una escuela diseñada para instruir
al hombre necesario para satisfacer las demandas laborales de una sociedad que
se industrializaba primero en Europa, luego en Norteamérica y posteriormente en
Asia y Latinoamérica. Autores como
Everett Reimer evidencian, en su ya clásica obra La Escuela ha Muerto (1974), que “Las escuelas producen los sujetos
de un mundo en que reina la tecnología”
(P.9). Parte del problema, para este autor, “radica en la ineficiencia de las
instituciones modernas, incluidas las escuelas. La mayor parte se basa en la naturaleza
ilimitada de la promesa de progreso” (P. 10). ¿Dónde está el problema? Primero
en que, desde una visión humanista, el hombre no es “puro trabajo”, como
pretendió, entre otros, Marx, al definirnos de esa forma en la “Tesis Once
Sobre Feuerbach”. No somos una tuerca más del gran aparato de producción
industrial, somos mucho más que eso. He allí porque una institución escolar
centrada en lo estrictamente productivo fracasa, porque se centra solo en la
faceta de trabajador del sujeto y olvida sus otras dimensiones. Pero es que
además, incluso aquellos que asumen una antropología centrada en la pura
producción fabril, se convencen, ya en la década de los sesenta, e incluso
antes, que esa escuela que se propone como prioridad capacitar operarios para las
fábricas, fracasa porque no satisface las demandas de la gran industria, se
queda rezagada y se convierte en una carga. Esto genera, según la tecnocracia,
una enorme contradicción puesto que una escuela que había sido creada para
fabricar operarios, abejas trabajadoras, se va quedando rezagada y se vuelve
obsoleta, repitiendo contenidos que no se adaptan a las dinámicas
sociopolíticas productivas y quedándose en la retaguardia de una sociedad
compleja y cambiante. A propósito de esto Reimer propondrá: Las contradicciones
de ese mundo se están haciendo evidentes. El mejor ejemplo de ellas lo da la
escuela, y la mejor manera de corregirlas es liberando a la educción de la
escuela, de manera que la gente pueda aprender la verdad acerca de la sociedad
en la que vive” (P. 11).
Nadie en su sano juicio podrá negar el valor de una
institución escolar que prepare adecuadamente para ganarse la vida eficaz y
eficientemente y al mismo tiempo aportar a la sociedad nuestro grano de arena,
pero centrar la misión de la escuela en la pura preparación para el trabajo es
el otro extremo que no hace sino deshumanizar a los hombres y a la sociedad en
la que les toque vivir. Una escuela que quiera sortear el escollo del fracaso
tendrá que formar profesionales capaces y al mismo tiempo educar integralmente
al sujeto para la vida, para la felicidad y para la convivencia.
b) Enfoque Ideológico. Para esta postura crítica la escuela no es más que un “aparato en
manos del poder”. Quien detente el poder político querrá manejar la escolarización
de los ciudadanos para inyectar unos determinados valores y formas de ver y
hacer las cosas. Todo gobierno quiere convertirse en el monopolizador de lo que
se enseña y deja de enseñarse, y eso lo hace a través de las instituciones que
el estado le proporciona; claro que en este afán de control de lo que la
sociedad piense, o no piense, hay grados, puesto que habrán gobiernos con
tendencias más democráticas que moderaran su intervencionismo en el asunto
educativo, y así mismo habrán gobiernos menos democráticos o abiertamente
totalitarios que pugnaran por tener el control total sobre la escuela,
curriculum y todo lo que tenga que ver con enseñanza. En este último caso la
intervención es abierta, descarada; se impone la censura y el texto único; el
maestro es un instrumento que tiene que transmitir lo “políticamente correcto”.
¿Cómo se da este
proceso? En Venezuela, por ejemplo, podemos identificar, a lo largo de su
historia, esta presencia ideológica, que está en los contenidos que hay que
enseñar a los niños, pero que sobretodo se percibe en el espíritu pedagógico de
cada época, en su didáctica. En la Venezuela que nace en 1498, y que se traduce
en más de tres siglos de conquista y colonización, hay una concepción y una
práctica educativa que persigue la formación de un súbdito al servicio de la
corona española; de modo que las “formas educativas” de la época apuntan a una
enseñanza para los blancos (incluso criollos y blancos debían tener preparación
académica distinta, pues los primeros constituían la clase “burguesa” - en
términos marxistas – y los segundos la clase dirigente), una para los pardos y
otra para esclavos e indígenas. La ideología predominante era la sumisión a la
corona española y la aceptación de una sociedad dividida en clases jerárquicamente
divididas. Esa escuela, en manos de la Iglesia, básicamente, empieza a
“fracasar” cuando la oligarquía criolla quiere dejar de ser “nobleza de
segunda” para pasar a ser “nobleza de primera”. Esa será la segunda etapa de la
educación venezolana vista como instrumento de poder, pues la clase de los
libertadores, de “nuestros próceres” también verán en la institución escolar
una vía para vehicular las ideas de emancipación y libertad, que motorizaron la
guerra de independencia que libraron contra España. Basta leer el ideario
educativo de Bolívar para entender el papel fundamental y político que el
Libertador le concede a la Educación Pública.
Luego, la
Venezuela republicana, que aparece a partir de 1830, mantendrá una idea y una
práctica educativa conservadora, sostenedora de una sociedad que se jugada en
términos poco igualitarios, desde el punto de vista social, económico y
político; es este un momento en el que la institución escolar sigue brillando
por su ausencia y el recibir cultura y ciencia es un privilegio de pocos; falta
mucho aún, en ese momento, para que el no saber leer y escribir deje de ser un
impedimento para ejercer derechos políticos y ciudadanos. Cuarenta años
después, en 1870, Antonio Guzmán Blanco decretará la Educación Pública “gratuita
y obligatoria”, pero tendrá que pasar casi un siglo para que esto sea una
realidad que llegue a todos. Durante todo el siglo XIX, y buena parte del XX,
pues, la educación oficial continuará siendo la de unos pocos, teniendo, en
gran medida, una concepción ideológica dominante que corresponde a una casta
militar que se concibe a sí misma como la heredera de los libertadores y la
llamada, por naturaleza y derecho, a gobernar, a tener todos los privilegios;
eso sostiene en el poder a mandatarios (¿o mandones?) como los Monagas, Guzmán
Blanco, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez. Los libros de
texto dan cuenta de esto pues nuestra historia patria es una historia de la
gesta militar, un catalogo de batallas y epopeyas hechas por lo castrense y
nada, o casi nada, por lo civil.
En Venezuela, en
el periodo que conocemos como Era Democrática, y que va de 1958 a 1998,
asistimos a un proceso que ha sido considerado como de popularización y
masificación de la Escuela Oficial; cualquiera pudiera decir que eso fue un
éxito y para nada un fracaso, y hasta cierto punto podemos, y debemos estar de
acuerdo, pero no deja de ser menos cierto que, en esos cuarenta años, los
grupos que se turnaron en el poder, insistieron en imponer una ideología, dentro
de un marco relativamente democrático, bastante democrático, podríamos decir,
pero a fin de cuentas el Estado siempre se reservó el manejo y monopolio de lo
que es educación y de lo que no lo es. También aquí vamos a conseguir que el
fracaso se da en partida doble. En primer lugar porque una escuela puesta al
servicio de la ideología dominante es una escuela que no promueve el éxito de
los ciudadanos sino el del poder; quien aquí fracasa es la gente, el pueblo. En
segundo lugar, el fracaso se da porque, en Venezuela, lo que nos dice la
historia de nuestra educación es que por más que el poder de turno ha intentado
establecer modos y formas de pensar, una y otra vez ha fracasado; la ideología
dominante una y otra vez se estrecha con el muro de la cultura, es decir, del
modo como vive, piensa y hace las cosas el venezolano de a pie. A continuación
lo veremos en más detalle.
c) Enfoque cultural. Andrés Ortiz-Oses ha dicho
que “la cultura es el modo de habérnoslas con la realidad”, pero en la
práctica, la noción de “cultura” suele ser ambivalente, difusa, y puede, y
suele suceder, que cada quien la use según le convenga, como suele pasar con
buena parte del lenguaje. Hay quien entiende cultura como sinónimo de “bagaje
intelectual”, es decir como el cúmulo de saberes y conocimientos que alguien va
acumulando producto de lecturas y estudios realizados; esto tiene mucho que ver
con una concepción enciclopédica de lo cultural. Hay también quien entiende el
término cultura como significante de folclore, es decir, bailes, tradiciones y
celebraciones vinculados al pasado rural y regionalista de una sociedad. Ambos
modos de gestionar el constructo son reduccionistas y sesgados. Si volvemos a
Ortiz-Oses, podemos acordar que “cultura es todo lo que hace, dice y piensa un
pueblo en un determinado contexto; allí, evidentemente, entran los saberes
enciclopédicos o estéticamente elevados (como música, cine, pintura, etc), y
entran también las expresiones folclóricas. Pero se entiende también que entra
a formar parte de lo cultural lo cotidiano, lo existencial, lo bueno y lo malo.
Dicho esto
podemos transitar la crítica a la escuela desde una perspectiva cultural. Para
este enfoque la escolarización de las personas, y las sociedades, implica la
“transmisión” y “asunción” de un sistema cultural que significa la modificación
de la subjetividad y la sociabilidad del grupo humano que es sometido a dicha
escolarización. Esto supone que la escuela está diseñada desde los fundamentos
de una determinada cultura, que para unos es, en nuestro caso, la occidental, y
para otros la modernidad. Esto va mucho más allá de la ideología puesto que
debiera implicar la inoculación de valores, costumbres, creencias, técnicas,
etc., que operan, y funcionan, en esa cultura que ha diseñado la escuela. Lo
que normalmente queda al margen es que los destinatarios de esa escuela también
tienen, y viven, una cultura. Esto o se desconoce o se le concede existencia
desde la noción ya mencionada de cultura entendida como folclore.
Lo que tenemos
entonces es una escuela que fracasa porque trata de imponer una cultura (y con
ella una ideología, una visión de mundo, etc.) y un pueblo (grupo humano
concreto que se vive y se piensa de una determinada manera) que se resiste,
silenciosamente, casi siempre, a dejarse arrebatar su propia cultura, esto con
las luces y las sombras que dicha cultura no reconocida, pueda tener. La salida
pudiera ser, entonces, esforzarse por construir una escuela que crea y
practique el “diálogo cultural”; esto es lo que vendría a significar el
“reconocimiento de otro” del que hablan autores tales como Enmanuel Lévinas,
Martin Buber, Enrique Dussel o Alejandro Moreno Olmedo.
d) Enfoque Psicológico. La psicología moderna, que
es la que tenemos, pues es la que ha elaborado discurso, teoría, es una psicología
que hunde sus raíces, y su sentido, en la individualidad que legitimó Descartes
con su “Pienso, luego existo”; no dice por ninguna parte “Nosotros pensamos”;
la premisa es el individuo, no la sociedad, no la polis. En este sentido la
psicología de la que disponemos es una que se caracteriza por su individualismo
y por su racionalismo. No es gratuito el énfasis que hace la psicología oficial
(sea ella clínica, educativa, laboral o social), en sus distintas tendencias y
orientaciones, en el tema de la “autoestima”.
Es sabido que en la modernidad la “psique” sustituyó al “alma”, pues se
consideró que esta última era ambigua y poco científica, y esa psique es la de
la subjetividad del individuo que necesita aprender a vivir con otros, por eso
tiene que llegar a acuerdos, a arreglos; es aquí donde entra la escuela, la
cual se supone que tiene que instruir, formar y capacitar al “sujeto
individual” para que se desenvuelva en sociedad, sin renunciar nunca a su
individualidad. Ya decía el psicólogo norteamericano B.F. Skinner, en su obra Más allá de la libertad y de la dignidad, que la culpa de todos los males
sociales contemporáneos la tenían los padres puesto que no habían sabido educar
a sus hijos y, por tanto, correspondía a la escuela, asumiendo una psicología
del aprendizaje conductista, enmendar la plana a los padres, y educar
adecuadamente al individuo que necesitaba la sociedad contemporánea, esto en
consonancia, además, con ese enfoque tecnocrático, que exigía a un sujeto que
engranara en esa cadena de montaje que significaría, a la larga, el éxito
económico e industrial de la sociedad norteamericana.
En Venezuela, el
ya clásico texto del Manuel Barroso, “La
Autoestima del Venezolano”, sostenía precisamente que el único camino que
teníamos, para resolver problemas de autoestima, productividad, afectividad,
etc., era el escolar. ¿A dónde ha conducido esta noción de escuela?
Ha conducido al ”fracaso” puesto que la pedagogía moderna, en coherente conexión con la visión
de hombre y de mundo cartesiana, es una escuela para el individuo, de ello dan
clara cuenta la teoría pedagógica de autores modernos como Comenio y Rousseau,
pero resulta que en un contexto como el venezolano ese proyecto sociopolítico y
educativo no cala, puesto que la cultura no circula por las coordenadas del
individuo sino de la “relación”. Mientras que para Aristóteles la relación
había sido una categoría más, lo que se consigue en le venezolano popular es
que la relación no es sino central, sustancial, estructural, nunca accesoria o
complementaria. De modo que una escuela que exalta y cultiva al individuo no
puede más que fracasar, y por eso han naufragado los distintos planes
educativos que a lo largo de la historia republicana del siglo XIX y XX se han
ensayado. La cultura popular venezolana, lógicamente, rescata algunos aspectos
instrumentales de la modernidad, pero los sustanciales los desecha, así el homo
sapiens del racionalismo y del idealismo pasa de largo ante una cultura
venezolana que no se define como razón”; el “homo faber”, o el “homo
economicus” de Marx, tampoco tendrán espacio. No quiere esto decir que el
venezolano no piense o no trabaje, simplemente que estas acciones no lo definen
antropológicamente. Lo que parece definirlo, más bien, es su continua vocación
y tendencia a la convivencia, a la relación, tal como lo ha planteado Alejandro
Moreno Olmedo, en su obra El Aro y la
trama.
e) Enfoque ético – religioso. Por muy
secular, e incluso ateo, que se pretenda ser, es bastante cuesta arriba negar
el impacto, para bien y para mal, que la religión ha tenido en el hacer
educativo y en la reflexión acerca de este. Es un acontecimiento histórico
innegable que después de la caída del imperio romano, las instituciones en
Europa quedaron destruidas, y fue la iglesia la que, de alguna manera, sostuvo
la cultura occidental; dentro de esta labor de conservación y restauración
entró la educación. Desde aquel momento hasta nuestros días, el enfoque
educativo centrado en lo axiológico mucho le debe a la visión religiosa. Desde
esta perspectiva, los fines de la educación tienen como norte la formación en
valores, en principios morales que le den un piso espiritual, y humano, al ciudadano,
al profesional, al funcionario, etc. Hay que decir que la labor de la Iglesia
Católica, en este sentido, ha sido encomiable a lo largo de los siglos, sin
negar, por supuesto, las zonas grises de una concepción educativo – religiosa
que a ratos se ha casado con el poder o con el conservadurismo; pero también de
su propio seno han salido ideas y movimientos que han generado cambios y golpes
de timón, en lo pedagógico y en lo educativo.
En Venezuela, la
religión llegó con la colonización y la conquista, y desde ese momento practicó
una labor educativa que se ha mantenido hasta nuestros días. En la medida que
la Iglesia ha ido renovándose, en sus perspectivas teológicas y pastorales, la
educación inspirada en ella, ha ido también auto revisándose y dando respuestas
a las necesidades sociales y políticas. En la Venezuela de la primera mitad del
siglo XX, en la que no existían instituciones escolares regadas por todo el
país, producto del periodo democrático que va de 1959 a 1999, en esa Venezuela
rural de principios de siglo, insistimos, la Iglesia construyó internados para
poder responder a las necesidades educativas de una población que quería
formarse para prosperar y aportar a la sociedad que surgía con el boom
petrolero. Estos internados se ubicaron en las zonas más pobladas y a ellos
llegaban estudiantes de los más remotos pueblos de Venezuela, gente para nada
adinerada, más bien hijos de campesinos humildes que, de otra manera, no
hubieran tenido posibilidad alguna de darles educación a sus hijos. Con el
advenimiento de la democracia, y la masificación de la educación que,
insistimos, se dio a partir de 1959, estos internados fueron perdiendo sentido
y dejaron de existir, sin embargo, la labor educativa de la Iglesia se mantuvo
hasta nuestros días. Esta labor, como hemos asomado, obviamente ha tenido sus
vaivenes y altibajos. Un ejemplo de esto es que, en algún momento de este
proceso que hemos señalado más arriba, ciertas congregaciones y órdenes
religiosas dedicadas a la educación, pensaron que educando a las élites
asegurarían una sólida formación (en valores, fundamentalmente) a quienes luego
serían los integrantes de la clase dirigente; la tenaz corrupción que erosionó
el sistema democrático en la segunda mitad del siglo XX hizo reflexionar a estas
congregaciones perdido el norte acerca de quiénes eran los destinatarios de su
misión pastoral y educativa. Ese proceso que se enmarcó dentro de todo el
movimiento de la teología y filosofía de la liberación los llevó a lo que en su
momento la Iglesia denominó la opción por los pobres y la popularización de las
instituciones educativas religiosas. Esta vuelta a la misión original (que de
por sí la Iglesia nunca había abandonado del todo) abrió las puertas a los
niños, y jóvenes, de zonas y clases menos favorecidas socioeconómicamente.
Muestra de esto, en la actualidad, son las distintas obras educativas en
diversas zonas del país de Fe y Alegría, de los Salesianos, de los Jesuítas,
etc., etc.
La pregunta
sería: ¿ha sido exitosa la escuela conducida desde esta filosofía de la
educación cristiano – católica? Habría dos miradas; la visión de una sociología
secular dirá que la escuela fracasa desde el mismo momento que pone valores
religiosos y espirituales como fin último de su actuar. En Venezuela podemos mencionar
la postura crítica a este respecto de Orlando albornoz, quien piensa que la
educación en manos de la Iglesia en medio y no fin, y para él esto es un error.
La otra postura, la de optar por una educación religiosa que apuesta por una
formación profesional que no descuida ni lo humano ni lo divino, puede en este
momento estar ante la disyuntiva: ¿qué ha pasado en Venezuela con la educación
en valores, no solo la religiosa sino también la civil, que no ha podido frenar
la ola de de “pérdida de valores” actual? Pues habría que decir que,
ciertamente, en la Venezuela de los últimos tiempos, el Estado, ha descuidado
sobradamente, su labor de garante de una educación en valores dentro y fuera de
la escuela, y lo que cada día vemos es que, más bien, se viene oficializando la
“normalización social” de los antivalores. En este sentido hay que decir que la
educación oficial ha fracasado en su labor. No obstante, si miramos la labor
que la Iglesia realiza, en el ámbito educativo, vemos ejemplos patentes de éxito
en la acción de formar en valores y profesionalmente, incluso contando con
menos recursos que el Estado.
De lo dicho podemos
concluir, y entender, la razón por la cual autores como Juan Manuel Escudero
Muñoz, en su trabajo “Fracaso Escolar, Exclusión Educativa: De Qué Se Excluye y
Cómo?” (2005), sostenga que el término “fracaso escolar” sea ambiguo y borroso,
pues dependiendo de quién lo defina y desde donde, así se va a entender el
fracaso o el éxito de un proceso escolarizado. Es pues una cuestión que se
juega en el campo de la “libertad”, es decir, según el planteamiento de Sören
Kierkegaard, en el plano de las decisiones, de las opciones, yo opta por un
tipo de escuela, que implica unos fines educativos específicos, y de acuerdo a
eso, tendré que concluir qué es fracaso y qué es éxito en la escuela. No
obstante, en lo que sigue, vamos a intentar algunas caracterizaciones
generales, en torno a lo que es el fracaso escolar y su impacto sociopolítico.
III.- Causas o Coyunturas
Sociopolíticas y Socioculturales del Fracaso Escolar.
Las
Ciencias Sociales han comprendido, apuradas por la crítica de las últimas
décadas, que el simplista esquema de causa y efecto para analizar los fenómenos
sociopolíticos es reduccionista y deformante. Hoy día se prefiere hablar de
realidades o coyunturas policausales o multicausales, para expresar que
cualquier realidad social, y en nuestro caso concreto educativa, no es para
nada simple, sino más bien siempre compleja. De ahí que lo que tradicionalmente
hemos entendido como causa, sea entendido como una coyuntura que responde a un
espacio y un tiempo específicos que deben ser comprendidos en su contexto. Es
por esto que el autor peruano Ramón Abarca, en su artículo “Escuela y fracaso:
escuela del castigo” (2009), sostiene que “Las causas que determinan el
denominado fracaso escolar son múltiples, sin embargo, las más observadas y
estudiadas por los especialistas son dos: los trastornos del aprendizaje y los
trastornos emocionales”. Un espectro que
abarca tanto aspectos externos como internos al educando, instituciones y
personales. No obstante el autor se decanta por señalar las siguientes causas
puntuales: 1) la irregularidad en la escolaridad, lo cual genera inconsistencia
en el proceso de aprendizaje; 2) El uso de métodos inadecuados; 3) el exceso de
materias y deberes; 4) la falta de manejo de métodos y técnicas de estudio; 5)
la masificación escolar que genera sobrepoblación en las aulas y 6) un
inadecuado actuar del maestro o profesor.
Esto,
desde una visión general, nos da un marco amplio, de las causas generales que
pueden explicar el fracaso escolar en cualquier parte del planeta, pero, más
allá, tendríamos que plantearnos la pregunta por las causas reales y singulares
que pudieran dar cuenta del fracaso escolar venezolano.
Partamos
del testimonio de un docente universitario que lleva adelante un curso
precisamente sobre el “fracaso escolar”. Sus alumnas, en principio, son unas
veinticinco jóvenes que estudian Educación Especial en la Universidad
Pedagógica; están ya en el séptimo semestre y la mencionada asignatura es una
Optativa de Profundización. En la primera sesión de trabajo el docente les
propone, a las estudiantes, enfocar el curso desde la metodología del
seminario, es decir, un espacio en donde previamente se lean unos textos y
materiales referidos a la temática, y luego, en la clase, se presenten los
resultados de esa lectura, es decir, cada participante exponga el planteamiento
del autor leído y tome posición al respecto. A partir de ahí se debería generar
una discusión y sacar algunas conclusiones. En consonancia con este
planteamiento, vamos a llamarlo didáctico, se le propone también a las jóvenes
un plan de evaluación consistente en cinco (5) talleres y cinco (5) ensayos,
realizados todos dentro del salón y producto de la discusión y conclusiones
hechas en clase. Al terminar de plantear
esto y pedir pareceres de parte de las estudiantes es cuando a este docente se
le viene el mundo encima; todas reclaman y se arma la gran algarabía. Las voces
que se dejan oír en forma clara rechazan categóricamente la propuesta y el
resto hace coro de protesta. El docente les pide a todas y cada una que exponga
sus argumentos para rechazar el plan de evaluación. Del conjunto se recogen las
siguientes “razones” como las que más se repiten:
-
“No estamos acostumbradas a tanta evaluación”.
-
“Nadie
nos había evaluado así”.
-
“Mi
fuerte no son los ensayos” o “No he tenido una buena experiencia al hacer
ensayos”.
-
“Son
muchas evaluaciones”.
-
“Es mejor hacer otra cosa”.
-
“Esa
es nuestra opinión y nos la tiene que respetar”.
Es claro, para el lector más o
menos informado, que ninguno de estos “argumentos” aguanta el más mínimo
análisis. Es decir, estas razones, evidentemente, se nos presentan como carentes
de todo fundamento dado que se basan en excusas más que en razonamientos
sopesados. Pero entonces vale la pena preguntarnos: ¿y qué hay debajo o detrás
de estos sofismas? ¿Qué esconden estas superficiales respuestas? A nuestro modo
de ver, esconden las razones socio – políticas y socio – culturales del fracaso escolar venezolano.
Nos referiremos, en primer lugar
a esa totalidad que estamos llamando lo socio – político. Venezuela devino en
una realidad social, desde principios del siglo XX, pero ya preanunciada desde
el XIX, que se acostumbró a que lo público se gestara desde el poder político,
es decir, las grandes decisiones se dejaron a los políticos, a los gobernantes,
y la política se convirtió en algo ajeno. El venezolano de a pie se refugió en
el chiste, en la resolución de los problemas inmediatos y cotidianos, y las
líneas gruesas, las que afectaban a todos quedaron en manos de unos pocos. De
modo que el esfuerzo por ver un poco más allá, por profundizar en los problemas
o incluso la visión de la vida que tenemos, terminó sonando a “enrollarse”
demasiado. Por eso, en un curso como el que estamos mencionando, que es, según
el diseño curricular y el programa del curso, de “profundización”, ante los
cuestionamientos del docente, una de las alumnas dice: “es que ese profesor es
muy enrollado”. Esta manera de pensar, y vivir, la sociedad y lo político,
pareciera venir de esa dinámica caudillesca que predominó en la mentalidad de
los políticos y dirigentes venezolanos desde Bolívar hasta nuestros días; y
esto, aunque desagrade a los apologetas dogmáticos de lo popular, de alguna manera
caló en, sino en toda, en parte de la población. A esto habría que agregar el componente de
una sociedad, y una política, sustentada en la producción y ganancia petrolera.
La mentalidad de que somos un país rico, de que no hay que esforzarse demasiado
para obtener las cosas, más allá de adular al partido y caudillo de turno, nos
llevó a pugnar por el “mínimo esfuerzo y máximo rendimiento”. El problema en muchas sociedades llamadas
“desarrolladas” es que la gente trabaja demasiado, de modo que incluso deben
las instituciones buscar mecanismos para que trabajen menos o se ocupen en
actividades recreativas alternativas; ese es el caso de Japón, Alemania,
Canadá, etc. En Venezuela el problema es diametralmente opuesto, y es que diera
la impresión que tenemos demasiadas vacaciones, las de diciembre, por ejemplo,
a nivel escolar, duran prácticamente un mes, aunque en la ley, y calendario
oficial, se reconozca menos. A este respecto, las jóvenes de nuestra historia,
se debían reincorporar, según calendario académico, de conocimiento público, el
día 09 de enero, después de estar sin clase desde el 12 de diciembre. Pues
bien, el 09 de enero solo se presentaron 07 de 25 y tal como estaba pautado, y
acordado en el Plan de Evaluación que finalmente aceptaron, tras el análisis y
desmontaje respectivo de las “razones” arriba señaladas, el profesor les pidió,
a las que asistieron ese día que desarrollaran el taller. A la semana
siguiente, las inasistentes de la clase anterior llegaron reclamando repetición
de evaluación, alegando como razón el que la mayoría no había asistido. De
nuevo, esto nos habla de unos integrantes de la sociedad venezolana que no ven
la necesidad de justificar mayor cosa sus peticiones, exigen porque consideran
que es un derecho adquirido, sin importar si tiene razones válidas, o no. ¿Será
esto producto de la demagogia y el populismo con el que se ha conducido el
destino del país a lo largo de décadas? Es claro que el político venezolano
promete lo que sabe que no va a cumplir y eso, en la población, o parte de
ella, cala.
Dentro de este estado de cosas,
la escuela venezolana, ciertamente que creció en número desde el nacimiento de
la democracia a finales de los 50 y principios de los 60, pero todo indica que
decreció en calidad. En la década de los 80 y 90 era muy frecuente la crítica a
la escolaridad en Venezuela en el sentido de que la educación que se impartía
era sumamente repetitiva, fragmentaria y desfasada y que se debía buscar con
urgencia modos de introducir aspectos reflexivos y de análisis en los programas
y diseños curriculares. Con el advenimiento de la llamada “revolución chavista”
partimos de la presuposición de que se mejorarían las fallas del sistema
escolar y se conservarían las fortalezas de la escuela que hasta ese momento se
había tenido. Pero la ruta fue otra, pues la “revolución educativa” ha
pretendido barrer todo lo que no sea socialista, chavista y bolivariano,
dándole a este último término una significación ajustada a los intereses y
visión del gobernante y el partido de turno. De modo que lo poco bueno que
tenía la escuela venezolana- entre otras cosas que aquellos docentes, e
instituciones, que se esforzaban por hacer un buen trabajo educativo, lo podían
hacer sin ser perseguidos- ha quedado en el limbo. Este tipo de estudiante del
que venimos hablando es resultado, precisamente, de una escuela que no les ha
facilitado las herramientas para que aprender las funciones intelectuales
fundamentales, según lo sostenía Angel Rosemblat en su obra “La Educación en
Venezuela”: leer, escribir, sumar, restar,
multiplicar, dividir, reflexionar, comunicarse eficazmente. Cuando se
les pregunta a nuestros alumnos quiénes de sus maestros o profesores le
pusieron a escribir y luego hacían un seguimiento concienzudo de ese ejercicio,
invariablemente, y salvo honrosas excepciones, responden que ninguno.
Evidentemente, cuando a nivel universitario se le propone escribir sobre lo
leído, reflexionado y discutido, no pueden estar en condiciones de responder
exitosamente.
El tema del fracaso escolar en
Venezuela se agrava aún más en la actualidad, dado que las políticas educativas
del gobierno venezolano, desde 1999, y durante estos últimos catorce años, se
ha orientado a “graduar” gente, pero dejando de lado todo lo que tiene que ver
con calidad y contenidos. Hemos llegado al extremo de que se les prohíba a los
docentes el “aplazar” porque eso, supuestamente “excluye” a los estudiantes.
Cuando lo que en realidad vemos es que, cuando los padres descubren que los
estudiantes son promovidos sin haber reunido méritos para ello, buscan la
manera de inscribir a sus hijos en colegios privados, no por refinamientos o
por exceso de riqueza en sus presupuestos personales, sino porque estas
instituciones privadas son las que, pese a la persecución y acoso oficial, más
o menos garantizan procesos de aprendizaje medianamente respetables. Esto se da
no solo en primaria, sino también en secundaria y a nivel universitario. Es
decir, lo que se consuma es un fracaso de la sociedad pues tienes una sociedad
con muchos titulados y pocos realmente preparados.
Desde el punto de vista “socio –
cultural”, hay que tener en cuenta que en Venezuela, el ejercicio de la lectura
y la escritura nunca ha sido un valor cultivado por las mayorías. Ya en el
decir popular “el leer mucho vuelve loco a la gente”, y eso pesa en las
creencias y visiones de nuestros estudiantes. Es ese uno de los aspectos de
nuestra cultura que necesariamente hay que trabajar para poder tener
estudiantes que “estudien”, que valoren los libros y el mundo de la escritura y
de la lectura. Nuestra tradición es fundamentalmente oral, aspecto muy bueno
por cierto, pero que debe ser complementado con el ejercicio de lo escrito. El
otro aspecto de nuestra cultura, a considerar, tiene que ver con la
constitución antropológica de nuestro pueblo, esencialmente volcado a los
otros, y no a su individualidad. Esto es clave puesto que para poder dedicarse
a la lectura y a la escritura, debe haber una cierta predisposición hacia el
aislamiento, la soledad, y eso, al venezolano, que se vive para los demás, no
para sí mismo, es algo difícil. De modo que lo académico, en Venezuela, para
lograr superar eso que estamos llamando “fracaso escolar”, entre otras cosas,
debe tener en cuenta este aspecto antropológico y la exigencia propia de la
actividad de lectoescritura que está implicada en el estudio.
Una razón clave para comprender
en, buena medida, el fracaso de la educación
en Venezuela, hoy, está en lo que señala el investigador venezolano
Mariano Herrera, en su artículo “¿La Educación es un problema?” (2013), cuando
sostiene que, en quince años, el proceso educativo en la escuela oficial
venezolana no ha sido evaluado. El gobierno “revolucionario solo se ha dedicado
a realizar cambios compulsivos, pautados por lo ideológico y por el afán de
desmontar todo lo anterior; introduciendo misiones, normativas y universidades
fantasmas, sin medir las consecuencias de esas acciones y mucho menos valorar
los resultados cualitativos que esos cambios han producido. El único criterio
ha sido mostrar cifras que creen la ilusión, en la población y en la comunidad
internacional, de que la educación llega a todos y que la inclusión es total. Así, en 2005 se declaró a Venezuela
“Territorio libre de analfabetismo”, pero en 2011, solo seis años después, la
verdad y transparencia de esta rimbombante proclama es fuertemente cuestionada
puesto que la “encuesta en hogares” realizada por el propio gobierno (a través
del Instituto Nacional de Estadísticas) arrojó que 5,4% de la población es
analfabeta, esto, en números viene a ser, nada menos y nada más que un millón
99 mil 522 personas. Así, vemos que otra de las causas centrales para el
fracaso escolar en nuestro país, viene a ser la poca seriedad y veracidad del
gobierno, autodenominado revolucionario y humanista, y unido a esto, la poca
disponibilidad de ese mismo gobierno para evaluar cualitativa y
consistentemente el sistema escolar venezolano bajo su responsabilidad desde
1999.
Esto nos lleva a que, una escuela
que no te enseña eficazmente a leer, a escribir, a pensar y a debatir, no te
enseña a ser ciudadano y no te prepara para activar políticamente en la sociedad
en la que te toca vivir, puesto que para tomar decisiones, para participar,
para elegir al más apto, debes manejar criterios, saber y poder hacer juicios de valor, responsabilizarte por tus
opciones, tanto personales como públicas. Y este es, a nuestro criterio, el mayor
fracaso de la escuela, que no te prepare políticamente, que no te enseñe a ser
un ciudadano de la polis.
IV.- Las nefastas
consecuencias del “fracaso escolar”.
Son múltiples las secuelas del
fracaso escolar de los sujetos, de las instituciones y de las sociedades. Tiene
repercusiones sociales e individuales, económicas y culturales, y,
evidentemente, políticas.
Desde el punto de vista personal
el estudiante que fracasa ve frustrados sus sueños y proyectos de realizarse
personalmente y como ser llamado a realizarse vocacional y profesionalmente.
Esto genera complejos y conflictos no resueltos que a veces se arrastran a lo
largo de toda la vida.
En lo institucional y público el
fracaso significa una población a la que la escuela no dota de los recursos
mínimos para desenvolverse en la tareas que esa sociedad le debe asignar;
mientras más preparación tenga un pueblo, más posibilidad tendrá de prosperar,
de avanzar, de ser más sólido e independiente.
En lo económico el fracaso de la
escolaridad significa menos posibilidad de riqueza y más dependencia del
estado, de la renta, en nuestro caso, petrolera. Competir dentro y fuera del
país significa no ser lacayo ni de unos ni de otros; mientras más preparado sea
un pueblo más diversificada será su producción económica y más oportunidades de
empleo, de promoción brindará a sus ciudadanos, pero si las profesiones y la
especializaciones quedan para unos pocos que logran superar la escolaridad,
habrá que acudir a otros países, a tecnología importada, etc., dependiendo casi
exclusivamente del sector económico primario que es el que reporta materia
prima, pero que algún día dejará de producir, se agotará.
Desde el punto de vista cultural
también el fracaso tiene un impacto negativo, pues si bien es cierto que el
pueblo venezolano cuenta con una cultura rica en manifestaciones y vivencias,
también es cierto que si una cultura se cierra sobre sí misma, si no se nutre
de lo que otros hacen, piensan y viven, en algún momento aquella cultura se
seca y perece, o es asimilada de manera muy poco ventajosa, y la escuela que
tiene éxito en su misión es la que valora los rasgos de la propia cultura y
reconoce también los de las otras culturas, tanto los esenciales como los
instrumentales.
Y, finalmente, desde el punto de
vista político, a nuestro modo de ver, el aspecto más neurálgico, la
repercusión del fracaso del sistema escolar suele ser nefasto; pues como
plantean autores como Fernando Savater, una de las misiones fundamentales de la
escuela es formarnos políticamente, es decir, la escuela debe darnos
herramientas profesionales y personales, y al mismo tiempo debe formarnos en el
valor de la democracia, de la participación; debe proveernos de criterios
firmes para decidir por quién votar y a quien revocar en su mandato; a quien
apoyar y a cual dejar de lado. Nos parece que nuestra escuela fracasa porque,
en el mejor de los casos dota de una profesión y un título a los egresados,
pero no les dota de un aparato crítico para tomar decisiones más allá de
simpatías, intereses, visceralidades u opiniones basadas el rumores o campañas
sesgadas por parcialidades. Es muy frecuente oír a nuestros estudiantes
universitarios, e incluso a profesionales egresados ya de nuestras casas de
estudio decir “A mi no me gusta la política” o “Yo no me meto en política
porque si no trabajo no como”. Esto sin considerar para nada que en nuestra
vida cotidiana todo está vinculado con la política, desde la arepa que
desayunamos (pues su distribución y precio depende de las políticas económicas
que se establezcan) hasta el campo de trabajo en el que nos desenvolvemos; y
esto, es más acentuado aun, en un país como el nuestro en el que un altísimo
porcentaje de las actividades están vinculadas con el estado y con el gobierno
de turno. Estas afirmaciones, antes mencionadas, son quizá el mejor ejemplo de
lo que Marx llamaba alienación, puesto que son una manera muy rudimentaria de
aislarnos de la realidad en la que vivimos y nos movemos cotidianamente. Y ha
sido la escuela la que no ha sabido enseñarles a estos estudiantes y
profesionales que vivir en la “polis”, en la “ciudad”, en la “sociedad”, es,
como decía Aristóteles, ser “animales políticos”, no por brutos sino por
“animados”, para distinguirnos de las piedras y de las plantas. El carácter
sociopolítico del fracaso escolar se lo da precisamente el hecho de que tiene
su origen en lo social y tiene su fin último también en lo social.
V.- ¿Qué hacer para superar el
fracaso escolar en Venezuela?
Los autores coinciden en señalar
que los países que han logrado superar el fenómeno del “fracaso escolar” en sus
sociedades lo han hecho desde la convergencia de fuerzas y voluntades; esto es,
desde la sinergia que pueden propiciar los distintos actores sociales
involucrados en el tema. Requiere, en primer lugar, de un estamento político
que no esté centrado única y exclusivamente en las batallas y disputas
partidistas por el poder. La clase política debe convencerse que su labor es
ante todo el servicio y la gestión de lo público y no el usufructo del poder
por el poder; puede que suene utópico pero es perentorio; la educación debe
dejar de ser vista por los políticos como un coto de caza más desde donde se
ideologiza o se mantienen nichos clientelares en vista a las próximas
elecciones ni los salones dispositivos para inocular la “ideología oficial”.
Luego, requiere que la familia se
integre en esta labor educadora, que sea apoyo y soporte de trabajo escolar, y
esto implica a su vez que la escuela se abra suficientemente sus puertas para
que los padres puedan tener un cierto grado de participación en los procesos de
enseñanza y de aprendizaje, desde su ser educadores por naturaleza, no para ir
a entorpecer el trabajo académico.
Solicita también de un cambio de
visión del estudiante, que hoy por hoy sabe muy bien reclamar sus derechos pero
no quiere reconocer que tiene deberes. Si comparamos, dentro de nuestro propio
país, cómo se conducen los inscriptos en diversas casas de estudios, vamos a
conseguir notables diferencias que nos hablan, ante todo, de autoexclusión.
Así, podemos conseguir a un estudiante de medicina, de una de nuestras
universidades autónomas, que renuncia a sus vacaciones decembrinas porque, al
regresar a clase tiene exámenes y evaluaciones que presentar, por eso decide
encerrarse en su casa a estudiar; al lado conseguimos a una estudiante de
educación que después de casi un mes de vacaciones recibe como una ofensa la
petición del docente de que dé cuenta de la lectura hecha a un material
asignado mes y medio antes. Esto nos habla de un futuro médico que saldrá
verdaderamente preparado y de una futura docente que saldrá pésimamente
formada. El éxito del primero está asegurado y el fracaso de la segunda
también. Es muy frecuente que estas conductas negadas al estudio y al esfuerzo
se vean reforzadas por ambientes que cultivan y promueven una concepción de lo
educativo basada en el juego, en lo ligero y en el facilismo.
Y, como es obvio, la superación
de del fracaso escolar, implica la presencia de un docente comprometido,
convencido de que su labor es fundamental para generar cambios positivos en la
sociedad. Aunque a lo largo de este trabajo nos hemos esforzado por destacar
esa multicausalidad, o presencia de diversos factores en el problema del
fracaso escolar, no obstante, estamos perfectamente conscientes del papel clave
que todo este proceso juega el docente. El éxito de nuestra educación, de
nuestra escuela y de nuestros estudiantes depende en gran medida de un docente
que esté convencido de que él debe poner todo de sí para que sus estudiantes
tengan al mejor profesor, al mejor maestro. Un docente comprometido con esta
tarea lee, estudia, se prepara todos los días; le dedica tiempo a sus
estudiantes, no escamotea el tiempo dedicado tanto a la preparación como al
desarrollo de su clase; solo un docente que no vea la profesión como un “resuelve”
sino como la razón de ser de su desempeño laboral, podrá apoyar esta labor de
la sociedad venezolana de superación del fracaso escolar que implica a su vez
la superación de la exclusión, de la pobreza y eso que han dado en llamar el
subdesarrollo.
VI.- Referencias
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- https://www.lapatilla.com/2018/07/27/escuelas-venezolanas-se-quedan-sin-alumnos-y-sin-maestros/
- https://www.lapatilla.com/2018/07/27/escuelas-venezolanas-se-quedan-sin-alumnos-y-sin-maestros/
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J (2009). Temas de Formación Sociopolítica. El Sistema de Partidos venezolano,
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Trilla, J (1995)
Ensayos
sobre la escuela. Editorial: Laertes. Barcelona.
Este texto fue publicado en: AAVV (2013). Política y Educación. O de la Política en la Educación. Maracay: Ediciones de la Subdirección de Extensión de la UPEL-Maracay.
“El fracaso de nuestro sistema educativo afecta a la Filosofía y la Historia de forma particularmente grave”. Entrevista a José Calvo Poyato, autor de “El último tesoro visigodo”, en @Todoliteratura. https://t.co/Qu7A9HWAOo https://t.co/G9TiuWpG4n
ResponderBorrarhttps://www.abc.es/sociedad/20141204/abci-educacion-preescolar-desigualdad-social-201412041715.html
ResponderBorrarhttps://maestrapetrallamas.blogspot.com/2012/09/la-reprobacion-escolar-es-el-sintoma-no.html?m=1
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