1984: Totalitarismo, Literatura y Cine

1984: TOTALITARISMO Y LITERATURA

Rolando J. Núñez H


"El Ministerio de la Paz se ocupa de la guerra; el Ministerio de la Verdad, de las mentiras; el Ministerio del Amor, de la tortura, y el Ministerio de la Abundancia, del hambre. Estas contracciones no son accidentales, no son el resultado de la hipocresía corriente, son ejercicios de doblepensar. Porque sólo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible conservar el poder indefinidamente" (George Orwell/1984/Madrid/Editorial Mestas/p, 200) 

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     “Con aquellos chicos, pensó Winston, la desgraciada mujer debía llevar una vida terrible. Dentro de uno o dos años sus propios hijos podrían descubrir algún indicio de herejía. Casi todos los niños en ese tiempo eran horribles. Lo peor de todo era que las organizaciones, como la de los Espías, los convertían sistemáticamente en pequeños salvajes ingobernables, y, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo relacionado con él. las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instrucción militar infantil con fusiles de juguete, las consignas gritadas por todas partes, la adoración del Gran Hermano… todo ello era para los niños una suerte de juego estupendo. Toda su ferocidad se dirigía hacia fuera, contra los enemigos del Estado, contra los extranjeros, los traidores, los saboteadores y los criminales mentales. Era casi normal que personas de más de treinta años estuvieran más atemorizadas ante sus propios hijos. Y con razón, pues apenas pasaba una semana sin que el Times publicara unas líneas describiendo como alguna pequeña víbora – ‘heroica niño’  era el nombre usado oficialmente – había denunciado a sus padres a la Policía del Pensamiento contando lo que había oído en casa” (P. 35).



Creo pertinente comenzar mi intervención llamando la atención acerca de que, dentro de ese hermoso juego lingüístico que es el arte, la simbiosis que se da entre 1984 película y 1984 novela, es bastante satisfactoria, sin olvidar que son dos manifestaciones estéticas independientes que en ningún momento deben ser, una subsidiaria de la otra. La película, siempre dentro de sus registros, mantiene el espíritu de la obra que escribió Orwell, aunque es evidente que se disfruta y comprende mejor sin antes nos hemos paseado por la obra escrita. Es este un texto donde su autor hace: Mea Culpa, revisión de sus opciones existenciales fundamentales y denuncia lo inhumano que puede llegar a ser un régimen político que dice partir, y se presenta, como humanista.
Así, la narrativa orwelliana nos va a ir mostrando la vitrina de maldades y perversiones que reviste un sistema sociopolítico que ha sido calificado por autores y autoras,  Hannah Arent, por ejemplo, de Totalitario.
El Totalitarismo, según el DRAE, es un “régimen político que ejerce fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros partidos”. Lo que 1984 deja muy claro es que para lograr esa intervención y ese control, el Partido se servirá de un instrumento muy efectivo, que no es el otro que el “terror”. El terror asegurará la adhesión y la lealtad incondicionales. Estamos pues ante un estado totalitario y terrorista, esto es, que mantiene el control y ejerce en poder a costa de aterrorizar a la población mediante una serie de métodos y mecanismos de miedo que mantienen en jaque a los ciudadanos, hasta el punto, en muchos casos, de anular su capacidad de reflexión y de toma de decisiones.  Pero, ¿qué características y manifestaciones concretas tiene ese terror totalitario? Los vamos encontrando a lo largo de la obra.
En primer lugar todos tienen muy claro que EL GRAN HERMANO TE VIGILA. Él, todo lo sabe y todo lo ve; pero además, se encarga de que su presencia, a través de la tele pantalla, sea perenne; te está vigilando pero también te está arengando una y otra vez acerca de lo que es bueno, para la revolución, no para ti, pues si es bueno para la revolución, es bueno para ti, nunca al revés. Eso justifica que en todas partes haya telepantalla y cadena continua, cadena perpetua.
Aunque la revolución se hizo para “salvar” a los proles, en la práctica importa muy poco lo que estos digan o dejen de decir, pues el Partido, y el líder, siempre saben lo que más le conviene a todos.
Para que la revolución siga viva siempre habrá que odiar a alguien, eso es lo que propicia los dos minutos de odio que religiosamente hay que hacer cada día en cualquier sitio donde se esté. Eso explica también que Oceanía siempre esté en guerra con alguien, no importa con quien; algunas veces será con Eurasia, y otras veces será con Estasia, no importa, lo importante es promover el espíritu bélico en la población; que la gente esté siempre preparada para la guerra y en estado de guerra; de otra forma empezarían a rebelarse contra el Poder del
Partido.
Todo esto exige mucho adoctrinamiento; persistente y sistemático. La doctrina del partido por encima de cualquier cosa, incluso por encima de la familia y seres queridos. Este adiestramiento comienza en la casa, desde que los niños están muy pequeños y sigue luego en las organizaciones partidistas para niños, jóvenes y adultos.
En la novela de Orwell podemos leer: “Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto era seguramente mucho más horrible que la tortura y la muerte” (P. 43). Y es que otro de los rasgos característicos de un régimen totalitario es el empeño en borrar los acontecimientos pasados que no le convienen a su ideología o visión de realidad, pero es además el afán de reescribir o inventar la historia del país y de esa sociedad, para sus intereses. 1984 nos pinta en la ficción edificios enteros, llenos de funcionarios del Partido, dedicados a cambiar, cada día, noticias ya publicadas, archivos, libros, etc, de acuerdo a la realidad que se va inventando el poder para justificarse a sí mismo y perpetuarse; de modo que la verdad cambia cada vez que le conviene a la nomenclatura revolucionaria. “El que controla el pasado – decía el eslogan del Partido – controla también el futuro” (PP- 43 y 44).
Nos revela también el texto narrativo que “La revolución será completa cuando la lengua será perfecta” (P. 59). Y esta perfección será alcanzada en algún momento porque “Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la consciencia será cada vez más pequeño” (P. 59).


Podríamos detenernos mucho más en seguir perfilando los rasgos que del totalitarismo nos muestra 1984. Por razones de tiempo nos vamos a limitar a los arriba señalados. Parece oportuno concluir con la mención de que esta novela, que ha sido vista por algunos críticos como el testamento literario de George Orwell, expresa el camino intelectual pero sobretodo existencial de su autor, pues este creyó en su juventud, de manera irredenta y militante en el paraíso socialista prometido por Marx y sus seguidores, hasta el punto de apoyar como voluntario a los republicanos durante la Guerra Civil Española, que no dejó sino muertos y odios entre hermanos de patria. Los campos de trabajo de Stalin y los millones de muertos que produjo la desaparecida Unión Soviética sacaron de su ensueño a Orwell, quien no por eso corrió a refugiarse bajo las botas de un Hitler o un Mussolini. Quizá la revisión de esta obra sea una oportunidad para mirar a nuestro alrededor y preguntarnos hasta qué punto ha ido germinando en nuestra realidad e historia reciente esos brotes del totalitarismo que tan bien supo ver George Orwell.   



(El texto se presentó como ponencia en el "Cine-foro 1984" organizado por el Seminario de Literatura del Departamento de Castellano y Literatura de la UPEL-Maracay, el 14 de enero de 2012.

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