Meta Teoría y Educación: Positivismo y Neopositivismo
Positivismo: ¿Método o Doctrina?
Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso
De lo que no se puede hablar es mejor callar.
(L. Wittgenstein).
Entre
1830 y 1842 se publican los seis tomos del Curso
de filosofía positiva, quizá la obra más importante del llamado padre de la
sociología y del positivismo, Augusto Comte (1798 – 1857); en ella está ya
bastante clara su idea de una organización científica de la sociedad.
Comte
propondrá, en su filosofía, o anti filosofía, depende como se vea, una
concepción global de la realidad, que pretenderá dar cuenta de todo
conocimiento, científico o no, y que terminará intentando entrar incluso en el
terreno de la propia religión, al plantear la
fundación de la “religión positivista”, con él como Sumo Pontífice, ¡vaya
ocurrencia!
Dirá
el autor francés que la “humanidad” pasa, o atraviesa, por tres grandes
estadios, o momentos, cuya metáfora puede ser las etapas por las que atraviesa
el hombre a lo largo de su vida. De este modo la humanidad ha tenido, a lo
largo de su historia, niñez, juventud y adultez. Así, la niñez de la humanidad
será el estadio religioso o teológico, en donde el hombre, primitivo por demás,
según Comte, le va a dar explicaciones míticas, mágicas e ingenuas, así, tal
cual el niño que se porta bien para que San Nicolás le traiga regalos. Esta
primera etapa tendrá a su vez unas fases: totémica, politeísta y monoteísta.
Después, siempre según el autor, aparece la etapa de juventud, que es la de la
rebeldía, de las preguntas; este sería el momento filosófico y metafísico, tan
incompleto e insuficiente como el anterior. Será la tercera, y última etapa, la
que llevará a su máximo desarrollo al occidente, esta es la etapa científica o
positivista; aquí el único conocimiento valedero será el que me viene del dato,
de lo dado directamente a los sentidos, los conocimientos anteriores serán
simplemente inútiles. Como se puede ver, sería difícil llegar a mayores
extremos de determinismo histórico, epistemológico y ontológico, y sin embargo…
Esta
visión de mundo tiene en el siglo XIX sus adversarios y adherencias, pero será
en el siglo XX cuando tome un gran auge en lo que conocemos como “Neo –
positivismo” o “filosofía analítica”, que recupera los postulados fundamentales
del positivismo comteano hasta radicalizarlos en una concepción puramente
lingüística de la filosofía y de la realidad.
Así, para el Círculo de Viena, que asume como manifiesto metodológico el
Tractatus, obra maestra del primer
Wittgenstein, la filosofía debe dejar atrás toda mención y referencia a la
metafísica y dedicarse, única y exclusivamente, a depurar el lenguaje
científico, de tal modo que la filosofía se pone al servicio de la ciencia pura
y aséptica, abandonando campos tan vitales como la ética, estética y la
ontología. Para estos autores el lenguaje no debe ser sino reflejo de la
realidad empírica y constatable en los puros datos; el resto será, según los
neo-positivistas pérdida de tiempo y especulaciones que a nada conducen y que
restan a la ciencia, en su sentido más restringido y limitado, espacio y
tiempo.
Será el mismo Wittgenstein, en la segunda fase de su pensamiento, uno
de los que planteé, que las cosas no son tan en blanco y negro como pretendían
los filósofos del lenguaje que se olvidaron que no toda realidad humana es
comprobable, demostrable y empíricamente palpable. También el neo-positivismo
en breve tiempo empieza a hacer aguas, como las había hecho el positivismo comteano.
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