Historias Mínimas: Manuel Mendoza y sus muertos

Manuel Mendoza y sus muertos


Rolando J. Núñez H.
@Sisifodichoso



Canoabo es un amigable lugar agreste del occidente de Carabobo. Ahí todo el mundo se conoce y los que han visitado el pueblo no dejan de recordar la calidez de sus habitantes.  Sin embargo, hasta el corazón más tierno tiene sus asperezas, y Canoabo no es la excepción.

Nunca falta un  canoabero que le cuente al que llega de visita la historia de Manuel Mendoza, el hombre que “pagaba con real  a la gente que mataba”. Unos hablan de diecinueve, otros de treinta y otros de cuarenta muertos. Lo cierto es que lo que refieren los lugareños es que la familia tenía bienes de fortuna y se les volvió una costumbre matar a cualquier hijo de vecina por puro capricho. La cosa le venía a Manuelito de herencia, porque se dice también que el padre, sin llegar a matar tantos como él, se había despachado a diecisiete cristianos.
En los “bailes” todo el mundo estaba pendiente de si se aparecía Mendoza, porque si llegaba, eso era “muerto seguro”.
Una noche de sábado, después de una buena cosecha de café, celebraban el bautizo del nieto de Don Claudio. Las muchachas se habían puesto sus mejores galas para ir a zapateá con el arpa de Aníbal, las maracas de Nicanor y el cuatro de Juvencio. Los adolescentes que ya espigaban bigote no tardaron en llegar y el ambiente se animó. Como a las once de la noche se apareció Manuel Mendoza, en el medio del patio, y todo el mundo se puso a buen resguardo, pero el sarao siguió. Manuel Mendoza sacó a Isabel a bailar y ésta, temblando, lo siguió hasta la sala donde joropeaban las parejas.  Desde hacía rato, en unos de los rincones de la sala, bailaba, solo, Agapito, porque ninguna muchacha había querido bailar con él. Al verlo Mendoza sacó su pistola y le disparó tres veces dejándolo en el sitio y diciendo al mismo tiempo: “Eso le pasa por bailá tan feo; ahí tienen esas morocotas pa’ que paguen el entierro y le den a la familia”.

Lo cierto fue que con el tiempo, a Manuel Mendoza se le fue acabando el dinero… y el poder. Sus tropelías se acabaron el día que mató a otro inocente cerca de la plaza del pueblo y la gente se tomó la ley en su mano: acabaron con él con lo que tuvieron a mano y se dice que la “urna de caridad”, que generalmente se le prestaba a los más pobres para llevarlos hasta el cementerio y luego se regresaba a la Casa Comunal, ese día se quedó con Mendoza en el cementerio.


Nota: Este texto fue publicado en “Últimas Noticias” (diario venezolano de circulación nacional), el 11 de julio de julio de 2010, en la sección “Echa Tu Cuento”.
 


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