Cine, Política y Religión: Esclavos de Dios o Esclavos del Odio.

“ESCLAVOS DE DIOS” O “ESCLAVOS DEL ODIO”



Rolando J. Núñez H.
rolandonunez70@hotmail.com


Difícil no tomar partido para cualquier director que se aventure a poner sobre celuloide el conflicto que castiga a judíos y palestinos desde la creación del estado de Israel.
O te pones de parte de los árabes ante los métodos y modos de los sionistas o te pones de parte del llamado “pueblo elegido” frente a los radicalismos de grupos que ponen bombas y muertos, sin importar a quien se lleven por el camino. Sin embargo, de fondo, en este thriller policíaco, Joel Novoa, en su opera prima “Esclavo de Dios” (2013), nos deja ver el conflicto existencial de dos hombres que llevan en su sangre, en su vida y en su fe, una historia personal hecha de tragedia, el peso de los recuerdos, la pérdida de seres queridos y el enfrentamiento de dos pueblos que pugnan por imponer sus derechos por encima de los derechos de ese “otro” que no se muestra sino como enemigo.
            Ambos han perdido un ser querido en esa guerra que es política, es religiosa, es racial y es económica. Ambos parecen dispuestos a renunciar incluso a lo más querido, la familia, en esa cruzada contra un enemigo tan feroz como ellos mismos; no parecen haber términos medios; cualquier sacrificio, o acción, es justificable. Y, sin embargo, parece que, a fin de cuentas, la apelación a vida, a la persona, al otro, nunca puede ser definitivamente sacada de la ecuación.
En una batalla en donde una deformada fe en Dios parece justificarlo todo, al final ese Dios que se encarna, pone al sujeto en la situación de decidir, de optar, de tomar decisiones. Se revelan, ambos personajes, no como esclavos de Dios, no como títeres, sino como hombres que pueden tomar decisiones, que pueden trastocar ese fatum que les ha sido endilgado en nombre de una fe que lejos de liberar, de humanizar, pone bombas, asesina inocentes, secuestra, caza y mata a personas.


Al final, se desdibujan los esclavos, los sirvientes del odio, y se da la epifanía del hombre que conserva bondad, libertad en su interior. Al final, Novoa, como director, opta por la vida, toma partido por la esperanza, por el libre albedrío que nos hace humanos, personas. La película, en fin, parece decirnos con Albert Camus: “En la vida hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

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