Positivismo y Autoritarismo: Política e Ideología
LAS IDEAS POLÍTICAS DE LOS PENSADORES POSITIVISTAS
VENEZOLANOS COMO SUSTENTO DE LA CONCEPCIÓN AUTORITARIA
DEL ESTADO.
Rolando J. Núñez H.
UPEL- Maracay
rolandonunez70@hotmail.com
RESUMEN
El presente trabajo analiza
el tema de cómo las ideas políticas de los pensadores positivistas venezolanos
sustentan la concepción autoritaria del Estado en Venezuela. Los objetivos
propuestos son, a saber: 1) indagar en los fundamentos históricos y
epistemológicos de la filosofía positivista; 2) caracterizar la filosofía
política que aparece como consecuencia de la visión que de la realidad tiene el
positivismo y 3) interpretar cómo ese pensamiento filosófico – político
positivista impacta la teoría y la praxis política venezolana. La metodología
utilizada es fundamentalmente la investigación documental de autores y textos
que se han ocupado de este tópico.
La
investigación ha demostrado que el planteamiento positivista no sólo ha
sustentado la práctica política autoritaria y personalista sino que aún hoy
sigue presente en una buena parte de la intelectualidad y del imaginario
difundido por la historia oficial.
Palabras claves:
positivismo, ideología, filosofía, política, autoritarismo, evolución,
gendarme.
INTRODUCCIÓN
Para el historiador venezolano
Elías Pino Iturrieta (2007), “EL PERSONALISMO ES UN FENÓMENO CONSTANTE en la
historia de Venezuela” (p. 9). Así, si hacemos un recorrido que parta desde la
I República y llegue al llamado gobierno bolivariano de Hugo Chávez de los
últimos años, vamos a conseguir esa marca indeleble del personalismo político
venezolano. Si en Italia, hoy día cae el Primer Ministro, el país, la política
y el Estado siguen su marcha sin ningún tipo de traspiés; en Venezuela eso es y
ha sido impensable.
¿Qué genera esta particularidad
de nuestra cultura y praxis política? Muchos podrían ser los factores a
considerar desde el punto de vista sociológico, político, psicológico e incluso
antropológico. No nos vamos a detener en todos ellos. Nuestro tema o problema
de estudio acá va a ser el papel justificador que jugó, y de alguna manera aún
juega, la filosofía positivista importada de Francia en el siglo XIX, para
darle piso ideológico a ese personalismo que en la práctica política nuestra se
ha convertido en “autoritarismo”, es decir, en la justificación filosófica,
política y socio-cultural, de la existencia de una persona determinada, que en
un momento dado ostente el poder y lo maneje según su propia visión del mundo y
según sus intereses y los de aquellos que le rodean.
La filosofía política
positivista, que analizaremos más adelante, en el pensamiento de los
intelectuales comteanos venezolanos, se convierte en la cédula de ciudadanía
del personalismo y del autoritarismo que de aquel deriva.
Nuestro punto de partida es la
“de-construcción crítica” de la tesis de que el venezolano es desorganizado e
inmaduro por naturaleza, y que siempre necesitará a un gendarme que lo premie o
castigue, según sea el caso. Las élites venezolanas que históricamente han
gobernado el país, sean ellas de derecha o de izquierda, han demostrado una
gran desconfianza y un gran desprecio para con el pueblo venezolano; esto ya
desde el mismo Bolívar, para quien Venezuela no estaba preparada para una
verdadera democracia y mucho menos para un sistema federal, esto es
descentralizado, de gobierno. Esta manera de percibir al país consiguió en el
positivismo la justificación perfecta para todos los males y fracasos que como
país y como cultura habíamos tenido, pudiésemos decir que desde la colonia. ¿Es
esto realmente así? ¿Es la naturaleza del venezolano el desorden y la anarquía?
¿No es esta una visión altamente arbitraria de la realidad? ¿Está condenado
(sartreanamente hablando) el pueblo venezolano a la sumisión política e
ideológica? Es lo que queremos indagar.
Como ya hemos apuntado el
primer problema con el que el tema del autoritarismo se vincula es con el del
personalismo, pero hay otros, que tienen que ver, por ejemplo, con el tema del
militarismo, como constante en nuestro quehacer patrio; aparece también el
problema de la corrupción y el mal funcionamiento de las instituciones. Ligado
está también el tópico de la no continuidad en las políticas sociales,
económicas y nacionales en general. En este ensayo, aunque no perdamos de vista
estas problemáticas apuntadas, nos vamos a centrar en el autoritarismo como
síntoma y como manifestación y en su justificación epistemológica.
Se propone entonces: 1)
indagar en los fundamentos históricos y epistemológicos de la filosofía
positivista; 2) caracterizar la filosofía política que aparece como
consecuencia de la visión que de la realidad tiene el positivismo y 3)
interpretar cómo ese pensamiento filosófico – político positivista impacta la
teoría y la praxis política venezolana.
Las fuentes que se han
empleado provienen de la reflexión filosófica e historiográfica asentada en
nuestro contexto venezolano. Para ello hemos acudido a los pensadores
positivistas venezolanos más destacados en el siglo XIX y XX. Con esos
materiales se ha hecho un ejercicio hermenéutico de interpretación y de
comprensión de los textos y de los contextos para tener un acercamiento a lo
que el positivismo ha significado y significa para el hombre político
venezolano presente, pasado y futuro.
FUNDAMENTACIÓN HISTÓRICA Y
EPISTEMOLÓGICA DEL POSITIVISMO
Ninguna
concepción
puede conocerse bien sino es por su historia.
Augusto Comte
1. Visión global de la filosofía positivista
En la visión de realidad, de
sociedad y de cultura, es decir, en la concepción ontológica que Comte
representa, la historia es una sola, citado por Canals (2002), el padre del
positivismo dirá: “La evolución fundamental de la humanidad, como el conjunto
de la jerarquía animal, presenta, en todos los aspectos, una armonía más y más
completa a medida que se aproxima a los tipos superiores” (P. 118). Ésta no es
otra que la historia de occidente, de manera que todo lo que haya ocurrido, y
ocurra, en el ámbito occidental tiene que ser paradigma de los procesos,
cualquiera que ellos sean, que se gesten en cualquier otro lugar del planeta.
El pensamiento moderno, del cual es subsidiario el positivista, ni siquiera se
plantea la posibilidad de que la noción de “historia universal”, asumida y
aceptada como presupuesto epistemológico, o más aún, epistémico, no sea más que
una construcción del hombre europeo que piensa la realidad de una manera
particular a partir de autores como René Descartes, por nombrar sólo a uno que
es, entre otras cosas, considerado como el padre de la modernidad.
En este orden de ideas, las
consecuencias teóricas y prácticas que el enfoque positivista implica son bien
precisas: lo científico, lo religioso, lo estético, lo económico, la existencia
concreta y lo socio – político van a ser
considerados desde esa concepción global que entiende al hombre desde el
desarrollo progresivo y determinado hacia un “estadio superior” y más perfecto
que los anteriores.
Esto nos lleva entonces a que
cualquier aproximación que queramos hacer a la noción de positivismo como
justificación del poder en la historia política venezolana debe pasar por un
necesario examen de lo que el positivismo significa desde sus presupuestos
filosóficos.
2. El organismo humano como metáfora
Augusto Comte, citado por
Canals (2002), entiende la historia de occidente como el proceso de la “marcha
progresiva del espíritu humano” (P. 93). Pudiésemos decir que para Comte la
metáfora más adecuada para explicar este progreso es la vida de cualquier
hombre o cualquier mujer que nos topemos por la calle. Todos nosotros
atravesamos por tres grandes momentos a lo largo de nuestra vida: niñez,
adolescencia y adultez. Cada una de estas etapas son momentos o estadios, en
donde la aparición de uno de ellos significa la superación del anterior y, por
tanto, un no retorno, si alguien regresa de la juventud a la niñez diríamos, a
la luz de la psicología contemporánea, que esa persona ha “involucionado”.
¿Cuáles son las características de cada una de esas etapas?
En la niñez damos explicaciones ingenuas,
fantasiosas a los eventos que nos ocurren; les atribuimos rasgos mágicos,
misteriosos a las cosas. Ordinariamente son los adultos los que, generalmente,
cuentan historias irreales a los niños para explicar situaciones que tienen
aspectos engorrosos desde el punto de vista de su complejidad, o por sus
implicaciones sexuales o de prejuicios, etc. Así, el niño va a creer en el
“viejo del saco” o en el “coco”, o el “loco”; en su imaginario también va a
estar “El niño Jesús” o “Santa Claus”, “La cigüeña” que traerán regalos la
noche de navidad o niños, etc. En la medida en que el tiempo pase el niño se
dará cuenta de que estas historias no son verdaderas e irá descubriendo los
motivos reales de todos estos eventos.
Ese niño pasará luego a la
etapa de la juventud. Lo propio de ese periodo es la rebeldía, el rebelarse contra
todo aquello que en la niñez representó verdad absoluta; la juventud viene a
ser el momento de las preguntas, de las interrogantes, de la duda, de la
especulación incluso. Habitualmente las actitudes de rebeldía son recordadas
luego por la gente con cierta simpatía y hasta con condescendencia pero nunca
con actitud de aprobación; el adulto con regularidad se recrimina a sí mismo
muchas de las cosas que hizo de joven
Viene luego la adultez y con
ella el conocimiento seguro de la realidad; la solidez aparece como expresión
de madurez, de solidez.
Este esquema que, como
sabemos, no es tan lineal ni tan simplista como aparece arriba descrito, es el
que le permite decir a Comte que también la humanidad pasa por estos momentos;
más aún, para Comte la “humanidad” ya ha pasado por estos estadios y ha
arribado al último estadio, positivo; o sea según el autor en 1844, que es
cuando escribe El discurso sobre el
espíritu positivo, ya este proceso gradual ya se había dado. Pero, ¿qué
entiende Comte por “humanidad”, o “historia de la humanidad”? Para Comte, desde
su visión moderna, y por tanto universalizante y eurocéntrico, de la realidad,
Humanidad va a ser Europa; ha sido la cultura, o la civilización europea la que
ha pasado ya por esos momentos. En ese tránsito la humanidad europea ha tenido
líderes, gobernantes, dirigentes, que le han llevado a ese momento glorioso y
perfecto que es el culmen de la modernidad para el positivismo comteano.
De modo que la niñez de la
humanidad vendría a ser lo que Comte llama el estadio “teológico” o
“supersticioso”. Allí el hombre primitivo se asombra y aterroriza ante los
fenómenos naturales tales como la lluvia o la erupción de un volcán; en un
primer momento le atribuirá a estos portentos cualidades de espíritus de la
naturaleza, adorará objetos, animales, fetiches en general; por eso llama Comte
a este primera fase “fetichista”; después el hombre centrará sus creencias en
diversos dioses; prácticamente todos los pueblos antiguos adoraron dioses,
ídolos, etc. A esta fase la llamará el filósofo “politeísta”; acá incluso se
puede incluir a la Grecia
llamada Arcaica. Y finalmente sobreviene
la fase “monoteísta” en clara referencia al pueblo hebreo y a la tradición
cristiana.
La juventud de la humanidad, y
la lógica superación del estadio “teológico”, será denominada por el
positivismo clásico momento “filosófico” o “metafísico”. Acá la humanidad deja
atrás todos esos meta relatos cándidos y se planteará la pregunta por el porqué
de las cosas, buscará ir más allá y en base a esa requisitoria elaborará un
conocimiento teórico que denigrará del mito, de lo religioso y abstraerá
esencias que pretenden explicar la realidad; también acá la alusión es clara al
pensamiento griego, desde sus orígenes en las colonias griegas de Asia Menor
hasta su decadencia en los estertores del helenismo.
“Comte consideraba al
positivismo como última etapa en el proceso evolutivo de la humanidad” (P.
167), Según la apreciación de De la Vega (1998). Inexorablemente, según Comte,
sobrevendrá el tercer y definitivo estadio; que viene a ser la edad adulta de
la humanidad, de la modernidad. Dirá Comte, en cita de Canals (2002):
En fin, en el estado positivo, el espíritu
humano, reconociendo la imposibilidad de obtener nociones absolutas, renuncia a
buscar el origen del universo y a conocer las causas íntimas de los fenómenos,
para aplicarse únicamente a descubrir, mediante el empleo bien combinado del
razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones
invariables de sucesión y de semejanza (P. 94).
Este
estadio denominado “científico” o “positivo” sólo se fiará de lo observable, de
lo palpable, de aquello que se puede ver, oír, gustar, tocar y/o oler, dejando
atrás toda especulación metafísica y mucho más atrás toda referencia a lo considerado por Comte supersticioso. Conviene
a estas alturas puntualizar pues la connotación que el término “positivismo”
asume desde este discurso, en el sentido epistemológico, pues “positum”, de
donde viene positivo, se referirá única y exclusivamente a lo que puede ser
obsevable; lo positivo viene a ser pues el “dato”, lo que no sea dato
observable simplemente no existe, es pura ilusión.
FILOSOFÍA POLÍTICA POSITIVISTA
El culto de los
hombres verdaderamente superiores
forma así parte esencial del culto a la
humanidad.
Augusto Comte.
1. El autócrata civilizador
Principios rectores para que
se dé este proceso histórico postulado por Comte serán el “orden” y el
“progreso”; sin estos dos preceptos no hay perfeccionamiento posible.
Obviamente la cabal y adecuada ejecución de estos aspectos deberá ser
responsabilidad y atribución de los gobernantes.
Pero, ¿qué ocurre con esos
pueblos que no hayan entrado en este proceso de “cientifización” o
“positivización”? Para Comte la respuesta es muy sencilla. Debe haber en medio
de esos pueblos, siempre puesto que eso es una ley de la historia, un jefe, un
caudillo, un autócrata, en fin, un gobernante, lo suficientemente fuerte, sabio
y carismático, que dirija a su pueblo a la “civilización”, a la “modernidad”.
Este debe ser un personaje que sepa castigar cuando corresponda y sepa premiar
cuando sea el caso.
Habrá pueblos que sean más
dóciles y maleables y habrá otros a los que le costará menos desarrollarse
rápidamente, y habrá otros que se mostrarán más reacios a los cambios y al
progreso; esos tendrán que ser tratados de manera más dura y enérgicamente.
Todo va a depender de en que estadio se encuentre ese pueblo o esa cultura,
mientras más “teológico” o “metafísico” más atrasado será, puesto que estará
más alejado de la modernidad, de la utopía de civilización formulada por Comte.
Es desde esta visión desde la que se ubica el orden político, económico,
social, tecnológico y cultural en general. En el fondo esta perspectiva se
convierte en paradigma epistemológico que ni siquiera cuestionamos puesto que,
“ingenuamente”, todos coincidimos en que
el “desarrollo” y el “progreso” son necesarios y, en último término, si es
necesario que nos “disciplinen” (externamente) un poco pues habrá que asumirlo.
De ahí precisamente va a nacer
en América Latina la tesis del “gendarme necesario”, tesis según la cual el
latinoamericano, y muy especialmente, por ser nuestro caso, el venezolano, es
desorganizado por “naturaleza”. Esto, como es natural, implica que este sujeto
desorganizado va a necesitar un gendarme, esto es, un policía, que lo vigile,
lo premie y lo castigue continuamente, porque de otra forma se portará mal.
Esto lógicamente nos ubica en el momento teológico. La otra cuestión es que esa "desorganización" está en la naturaleza del hombre latinoamericano, y venezolano;
si está en su naturaleza está en su esencia, en su estructura antropológica y
cultural, de lo cual se sigue que en el momento en que este sujeto deje de ser
desorganizado pasará a ser otra cosa distinta a latinoamericano o venezolano. O
sea esta tesis implicaría la negación del hombre latinoamericano en su “ser”;
esto en el caso de que sea cierta dicha tesis.
Es común oír en Venezuela, a
un grupo importante de la población, decir que son los gobiernos militares los
que resuelven los múltiples problemas sociopolíticos de la sociedad; esta
afirmación se hace basándose, primero, poniendo como ejemplos las dictaduras
militares que ha habido en el país en el siglo XX (Juan Vicente Gómez y Marcos
Pérez Jiménez), en las cuales, según esta versión todo ha sido progreso y
pulcritud; segundo, en la creencia de que
los militares son disciplinados, ordenados y responsables por formación.
La pregunta que surge es
¿tiene esta creencia popular algún sustento histórico y filosófico? Vamos a
intentar investigar esto a continuación.
Hay que tener muy en cuenta
que en Venezuela la organización del Estado, y todo lo que él implica,
históricamente fue manejado por grupos muy precisos, que concebían una
determinada concepción de la realidad y según esa visión particular de las
cosas organizaron instituciones, leyes, ciudades, etc. La aparición, en la
segunda parte del siglo XIX, de la filosofía positivista en Venezuela, le dio a
estos grupos elitescos armas intelectuales para pensar el escenario
sociopolítico y cultural según sus reglas de ordenar la realidad. Esa forma de ver el mundo y querer diseñar la
vida del pueblo venezolano no se siempre se ha correspondido con la realidad.
En cualquier caso ese ha sido el sueño, la utopía de los conquistadores, de los
libertadores, de conservadores y liberales, de los militares en el poder y de
los gobernantes de la democracia, diseñar una sociedad moderna y
“desarrollada”, el positivismo prometía eso y mucho más. La situación dejada
por la guerra de independencia, que no es otra que pobreza, desorientación,
improductividad del campo, pesimismo, etc., prometía desde el positivismo
tornarse en prosperidad y bienestar; se le ofrecía a las élites intelectuales
un proyecto de país.
El norte de estas élites
post-independentistas era distinguirse de, no parecerse más a España, y, según
el Diccionario Multimedia de Historia de Venezuela de la Fundación Polar.
(1997): “El afán de ser otros,
distintos de los españoles, lleva a asumir el positivismo como el fundamento
del nuevo paradigma de pensamiento y el vehículo hacia la adquisición de la
fisonomía propia de las sociedades modernas en sus formas de producción y en su
pensamiento y cultura”. La noción de paradigma adquiere acá todas las
connotaciones derivadas del planteamiento de Thomas Kuhn, en el sentido de que
el positivismo viene a ser el esquema mental general para analizar, comprender
y construir la realidad venezolana decimonónica y del siglo XX. De modo que el
pensamiento comteano se manifestará en áreas tales como: la historia, las ciencias (naturales ante todo pero
también en las sociales), en la estética, en las letras, en el derecho, en la
política, de manera muy marcada en la educación y obviamente en la sociología.
Para ciertas interpretaciones
historiográficas las ideas positivistas tienen sus antecedentes en el ideario
filosófico – político de figuras tales como Simón Rodríguez (por su insistencia
en aquello de “o inventamos o erramos” y en el papel preponderante que le da a
la educación en los procesos sociales de cambio), Andrés Bello (por la manera
como entiende éste el estudio y la enseñanza de la historia) y Simón
Bolívar (por su propuesta de
constitución para Bolivia, una de las más centralistas y autoritarias que se
haya conocido).
2. Génesis y evolución del positivismo en Venezuela
Según nos refiere el Diccionario Multimedia de Historia de
Venezuela de la Polar ,
antes citado, la génesis del movimiento positivista en nuestro país data de 1863,
y los nombre más destacados son: Adolfo Ernst, Rafael Villavicencio, Luis López
Méndez, Alejandro Urbaneja y Lisandro Alvarado. Se impulsará, desde esta
corriente, la creación de asociaciones y círculos que propaguen las ideas de la
nueva escuela tales como: La
Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, el Instituto
Venezolano de Ciencias Sociales y la Sociedad de Amigos del Saber, entre otras.
Así mismo son los trabajos de autores tales
como Pedro Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz, César Zumeta y José Gil
Fortoul los que ofrecerán un patrón de interpretación, desde el positivismo, de
la historia de Venezuela y del fenómeno socio – político conocido como
caudillismo. Serán ellos los que echarán las bases para la justificación del
nombrado “Cesarismo Democrático”, magistralmente humanizado en Gómez y su
política dictatorial, visto por estos intelectuales como una fase necesaria en
la evolución de la sociedad venezolana hacia el progreso, puesto que el
gomecismo aseguraba el orden y la disciplina en los planos socio-político y
económico. Gómez les demostraría sobre el terreno que su proyecto no era el de
los positivistas, y muchos de ellos, en un lapso corto de tiempo, se rebelan
contra Gómez, lo que les cuesta la libertad y en algunos casos la vida; otros,
como Vallenilla Lanz, prefieren seguir serviles al régimen hasta el final. Este
movimiento intelectual tiende a desaparecer en la etapa postgomecista pero un
buen conjunto de ideas, juicios, o prejuicios, visiones de la realidad y
sobretodo opiniones del positivismo pasan a formar parte de la manera de pensar
del venezolano en general y de los grupos de poder, élites, dirigencia en
particular.
3. Ideas rectoras del positivismo venezolano
Dos son las ideas que
motorizan la tendencia positivista venezolana: primero, el “evolucionismo” que nos
viene de los ingleses Stuart Mill (1806 – 1863) y Spencer (1820 – 1903). Desde
esa perspectiva los positivistas venezolanos consideraran a la sociedad como un
“organismo vivo”, sometido a leyes naturales determinadas. Desde esta
perspectiva es lógica la fe ciega en la evolución progresiva de la sociedad (de
la venezolana, en este caso) hacia grados cada vez más perfectos; esta
evolución ha de ser el resultado de las fuerzas integrativas sobre las
disgregativas; los positivistas venezolanos se entretendrán ampliamente en el
estudio de estas fuerzas, concluyendo con cierta frecuencia que la
disgregativas son imputables a la inmadurez, desorganización y anarquía
características del pueblo venezolano; es por esto que la unificación social
que garantiza la evolución del pueblo exige el paso por estipuladas etapas de
la maduración en ese complicado cuerpo vivo.
Fieles a los postulados del
filólogo francés, sostienen que la ciencia que nos puede dar un conocimiento
cierto y seguro de la realidad es la que Comte llamó “física social” o
Sociología; este sería el conocimiento que descubriría la estructura social y
el modo para reformarla, en forma práctica, de acuerdo al grado de evolución en
que se encuentre cada grupo social. Desde una perspectiva histórica, critican a
los que hasta ese momento habían pretendido resolver los problemas nacionales
con remedios que correspondían a sociedades que estaban en estadios distintos
al nuestro.
Desde este enfoque está
totalmente justificada la existencia de las dictaduras y de un Estado
autoritario puesto que para establecer el orden social, erradicar de una vez
por todas la “anarquía disgregativa” y afirmar el progreso como vía directa
hacia la auténtica libertad se hace obligatorio el “César Democrático”, el
“Gendarme necesario”, también llamado “Tirano honrado”; su existencia no será
sino manifestación de una necesidad en la “evolución” del organismo social
venezolano desde el viejo orden colonial a la civilización, a la modernidad.
La segunda idea clave que
soporta el positivismo venezolano tiene que ver con lo que se denomina
“inmigración y educación”. Comte había dicho ya que las crisis sociales
proceden de la coincidencia de dos movimientos: uno de “desorganización” y el
otro de “reorganización”. El primero se daría en el seno de la “época
orgánica”, que es aquella en la que la sociedad se basa en un sistema de
creencias fijo y firme y tiende a la conservación de un orden heredado; en el
momento en el que ese sistema fijo pierde vigencia se encamina hacia su
destrucción y aparece entonces el movimiento de “reorganización”, que orienta
todo hacia una nueva “época orgánica”. En palabras de García y Fernández
(1992): “La crisis social que vive Comte, y ante la cual reacciona, es una
sociedad teológico – militar que
dará paso a otra época que en definitiva será la científico - industrial o positiva”
(P. 8). Para Comte, según esto, todas las épocas descansan en un “sistema de
creencias”, o cosmovisión intelectual que es lo que hay que cambiar en primer
termino; de lo que se trata pues es de una radical reforma intelectual. Para
las élites intelectuales venezolanas, casadas con el positivismo, ese paso de
una sociedad teológico – militar a una industrial implicaba (además de la
construcción de vías de comunicación, nuevos edificios, saneamiento ambiental y
modernización económica) “un proceso de transformación de las gentes cuyo
sustrato étnico contiene una herencia cultural y unos instintos políticos que
determinan la conducta de los pueblos y hacen irrealizables los mejores proyectos
sociales establecidos en las constituciones y leyes escritas”, según lo podemos
leer en el Diccionario Multimedia
de Historia de Venezuela de la Fundación
Polar. (1997).
Para poder “evolucionar” hacia sociedades más
desarrolladas los positivistas venezolanos proponen dos aspectos: a) la
“inmigración” de europeos, pues suponían que estos traerían una cultura
superior y b) la educación como instrumento orientado a abrir las mentes a los
hallazgos de la ciencia natural que dejan de lado la comprensión del mundo
aportada por la metafísica y la teología, puesto que éstas no hacen sino
entorpecer, e incluso detener, el progreso científico de la sociedad.
Cabe preguntarse si estos
teóricos no reparan en la contradicción implícita en el asunto inmigratorio que
proponen pues ellos han planteado que Venezuela, en aquel momento, no
necesitaba soluciones que respondiesen a otras realidades, pero es evidente que
los europeos que viniesen traían toda una concepción de mundo, del trabajo y de
la vida, que no había sido producido precisamente en nuestro contexto; así, el
positivismo continuamente postulará la importancia de lo propio, de lo
autóctono, de la voluntad popular, pero en la práctica repetirá esquemas que
ellos mismos han descalificado ya como pertenecientes al “viejo régimen”; la
visión de mundo seguirá siendo la misma, epistémicamente, las “reglas generales
para conocer”, de las que ya nos habló Foucault, seguirán siendo las mismas. En
este sentido todos los dispositivos (sociales, culturales, políticos,
intelectuales, etc.) que se produzcan, con la excusa de modernizar,
desarrollar, hacer evolucionar, etc., no serán sino sostén del poder de las
instituciones estatales que circulará por todos los hombres, cuerpos, objetos y
entidades[1].
El otro aspecto a resaltar es
el educativo, que para los positivistas adquiere una importancia capital puesto
que la ven ya como un instrumento propagandístico al servicio de una
determinada tendencia de pensamiento; la escuela se convertirá de esta manera
en un ambiente donde, sólo en apariencia se enseña neutral y balanceadamente el
conocimiento “universal” y se forma al sujeto, pero en la práctica será el
panóptico, sobre el que también nos alerta Michel Foucault, que permite
transmitir, plantar y mantener las ideas positivistas en boga. Esto, como
sabemos, se convierte en imposición de ideología, fenómeno que luego será
reproducido por los distintos grupos en
el poder y que en los tiempos que corren está más vigente que nunca en las
escuelas venezolanas.
Del fallecido historiador y
político venezolano, Jorge Olavarría (2007), podemos leer en un artículo
reeditado recientemente por el diario El Nacional: “La gestión administrativa
de Guzmán Blanco en los 12 años que comprenden el septenio y el quinquenio
fueron sobresalientes. (…) y creó la estructura más centralista que se había
vivido en Venezuela hasta ese momento” (P.6).
EL PENSAMIENTO POSITIVISTA COMO BASAMENTO DEL
AUTORITARISMO EN VENEZUELA
El hombre no es
libre de obrar
sino sujeto a las leyes infranqueables de su
organización,
y dentro de esta
misma esfera,
no puede emplear
una facultad
cuyo uso, o no
posee o no conoce.
Rafael Villavicencio
- El análisis historiográfico
El historiador arriba citado enumera una serie
de obras realizadas por el llamado “Autócrata civilizador”, lo que le permite
afirmar que su obra de gobierno fue brillante pero al mismo tiempo nos informa
que el poder que este gobernante aglutinó en sus manos fue incalculable, para
ello hizo una serie de cambios en las leyes e instituciones que componían el
Estado, de alguna manera un Estado a su medida. ¿Por qué hablar en este punto
de Antonio Guzmán blanco? Porque en la época de Guzmán Blanco está presente, en
las últimas tres décadas del XIX, ese enfoque del poder, de lo político y de su
ejercicio que concibe al caudillo con un mal necesario para poder modernizar al
país. Se le atribuye a Guzmán la frase de que “Venezuela es como un cuero seco,
que si no se levanta por un lado se levanta por el otro”.
Al respecto dice Carrera Damas
(2005):
El ingenio político y la
elocuencia del general Antonio Guzmán Blanco le permitieron sacar gran provecho
de la conmemoración de Centenario del nacimiento de Simón Bolívar. Para este
fin no tuvo empacho en cambiar al héroe nacional de consecuente adversario del
liberalismo reformista y de la democracia, reunidos en el federalismo, en la
estrella norteña del federalismo y la federación, que el general pretendía
personificar, para legitimar con ello su política autoritaria nominalmente
federalista y en los hechos crudamente centralista, puesto que era practicada
teniendo como eje una autocracia desembozada (P. 25)
.

Las influencias europeas y
vientos de cambio se perciben en la Universidad en la que estudiará Guzmán en lo que
la historiadora venezolana María Elena González Deluca llama tímidos reformas,
tales como clases dictadas en Castellano y no en Latín, como era la tradición. Esta influencia del pensamiento positivista
se consolidará, como es obvio, en Guzmán en sus estudios de Derecho.
En el periodo que va de 1870 a 1899, Antonio Guzmán
Blanco gobierna a Venezuela, esté en la presidencia o no lo esté, cuando esto
último ocurra gobernará a través de sus títeres. En ese tiempo desarrolla a pie
juntillas los postulados comteanos tales como gobernar con mano de hierro para
hacer avanzar a la sociedad, modernización (sobre todo física) de las ciudades,
Caracas fundamentalmente; énfasis en la enseñanza de las ciencias naturales y
relegación de las disciplinas escoláticas tales como la filosofía y la
teología; exclusión de lo político y de lo público del clero, que hasta ese momento
había administrado y atendido sectores tan vitales como la educación, la salud,
cementerios, etc., puesto que el Estado nunca se había ocupado de estas áreas. Una constante que vamos a conseguir en todos
estos regimenes justificados por los intelectuales positivistas va a ser que
detrás de cada medida populista y/o supuestamente a favor de los sectores
populares va a estar un conjunto de medidas, leyes y decisiones autoritarias y
de afianzamiento en el poder; así Guzmán decreta en 1870 la educación pública y
gratuita y luego introduce una serie de cambios y reformas que no buscan sino
perpetuarlo en el poder, es así como ya antes hemos mencionado, se queda tres
décadas en él.
En Venezuela, según el análisis
del historiador Blanco Muñoz (2007), “El positivismo se hermana con el
liberalismo, presente en nuestro esquema político desde los inicios de las
labores independentistas, fines de la Guerra
Federal , y hasta el presente ha prevalecido aquí la unidad
positivismo-liberalismo” (P.G.4). Antonio Leocadio Guzmán, padre del Antonio
Guzmán Blanco, es nada menos y nada más que el fundador del partido liberal en la
IV República ; esa es precisamente la
herencia intelectual y política que recoge “El ilustre americano”.
Hay que tener muy en cuenta
que es liberalismo el que representa esperanzas de cambios y de progreso
populares, se suponía, y muchas interpretaciones historiográficas actuales, aún
suponen, que los liberales eran más afines y cercanos al pueblo; sin embargo,
los hechos nos demuestran después que la tendencia liberal no hizo sino
aglutinar a los descontentos con los conservadores porque, o no se le había
abierto un espacio en la Oligarquía
Conservadora , o porque se les había expulsado de ella; de ahí
que monten tienda aparte y se hable entonces también de Oligarquía Liberal; es
decir, dos élites pugnando por el poder, ni más ni menos.
Para Casanova (2007), del
Instituto Centroamericano de Estudios Políticos, nuestra herencia es una cultura
política caudillista; según este investigador estamos habituados a tener en
nuestras instituciones un “jefe supremo”, un jefe que lo controla todo. Por
eso, plantea el autor: “se confunde el liderazgo con el caudillismo político,
lo que ha hecho que la población elija gobiernos de estilo autoritario y
militar” (P. J 6). Los intelectuales venezolanos positivistas han sostenido que
este es nuestro “modo de ser” y por esa vía han justificado la sempiterna
presencia de hombres fuertes en el poder.
Se le atribuye a Rafael
Villavicencio (1838 – 1920) la introducción del pensamiento positivista en
Venezuela, así lo explica Kohn (1970), en su obra Tendencias positivistas en Venezuela: “Villavicencio se ocupará de
explicar sistemáticamente el pensamiento de Comte, tanto desde la cátedra como
en las diferencias conferencias y discursos dictados y publicados a largo de
los tres últimos decenios del siglo pasado. A él, en particular, se debe el
conocimiento directo que los venezolanos tuvieron del filósofo francés” (P. 89).
Sobre esos discursos pronunciados entre 1866 y 1869, de los que habla Kohn, hay
que puntualizar, siguiendo lo que se expone Monografías.com (2007) que “no solo
perseguía trasmitir las ideas conceptuales del Positivismo sino que se deja
entrever un mensaje político, la búsqueda de una Filosofía que vigorice con sus
principios el progreso del país dentro del orden y estabilidad institucional en
momentos de grave disolución”.
Es clarísimo aquí como el progreso
positivista europeo, sustentado en el “orden” y en la “estabilidad” es
trasvasado a la realidad venezolana. La pregunta que no se plantea por ningún
lado es, ese orden ¿a quién beneficia?, ¿desde qué categorías ontológicas y
antropológicas está planteado? ¿Desde qué lógica se enuncia? Evidentemente
desde la racionalidad moderna, de donde procede el positivismo, no desde la
realidad venezolana del momento que es (des) calificada de desorganizada,
anárquica y disoluta.
2. El “Cesarismo democrático” de Vallenilla Lanz
El autor que mejor recoge y
sintetiza esa visión sociopolítica que modela el positivismo en nuestra patria
es probablemente Laureano Vallenilla Lanz, padre oficial de la tesis del
“Gendarme Necesario”. Esta tesis ya venía siendo planteada por el autor en
artículos y conferencias, pero será en 1919 cuando la elabore en forma orgánica
al publicar, por vez primera, su conocida y comentada obra Cesarismo democrático. Allí escribirá Vallenilla (1919):
Si
en todos los países y en todos los tiempos – aún en estos modernísimos en que
tanto nos ufanamos de haber conquistado para la razón humana una vasta porción
del terreno en que antes imperaban en absoluto los instintos – se ha comprobado
que por encima de cuantos mecanismos institucionales se hayan hoy establecido,
existe siempre, como una necesidad fatal ‘el gendarme electivo o hereditario de
ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira el temor y que por
el temor mantiene la paz’, es evidente que casi todas estas naciones de Hispano
América, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha
constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el
fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de la
integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La
elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen
un proceso posterior (P. 165)
.
Desde
estas premisas Vallenilla justificará, por ejemplo, la figura de José A. Páez.
Un hombre que, sin haber sido formado para el ejercicio de la política, dirigió
los destinos del país de manera tal que logró mantener la paz y el orden en la
sociedad venezolana. Incluso el autor llega a justificar a Bolívar cuando éste,
frente a la insubordinación y rebeldía de Páez, lejos de condenarle, le
perdona; para Vallenilla es claro que Bolívar sabía que retar a al Centauro de
los llanos era llamar a otro enfrentamiento civil; bastaba ya con el de la
guerra de independencia, que había dejado 14 años de muerte y desolación, según
el enfoque de Vallenilla.
Ahora,
el autor va mucho más allá de afirmar que son los hombres fuertes los que
pueden dirigir el Estado en nuestro país. Vallenilla (1919) denigra de los que
“creían en la panacea de las constituciones escritas sin sospechar siquiera la
existencia de las constituciones orgánicas que son las que gobiernan las naciones”
(P.166). En la cultura política del venezolano – del culto en una gran mayoría,
del medianamente culto y del nada culto – es bastante difícil conseguir
personas que sepan hacer la distinción entre Estado y gobierno, nociones que
para la política moderna y para cualquier europeo actual, medianamente
informado, están bien delimitadas. Según Vanni, citado por Gómez (2004), Estado “es un pueblo con territorio
determinado, ordenado jurídicamente bajo un poder supremo para conquistar la
capacidad de querer y obrar como un todo para fines colectivos, a fin de
constituir así una personalidad distinta” (P. 108). Gobierno, por su parte, es
definido por el mismo Gómez (2004) como “el conjunto de funcionarios, electos o
nominados, sobre los cuales recae la dirección, administración y manejo de los
intereses públicos” (P. 108). En Venezuela lo que conseguimos es una
consubstanciación de ambas entidades al punto de que hablar de gobierno y de
estado es todo lo mismo. Desde la guerra de independencia, pasando por personajes
como José A. Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan V. Gómez, Marcos Pérez Jiménez,
Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez o Hugo Chávez, por nombrar a algunos de
los más representativos, lo que conseguimos son caudillos, carismáticos y
autoritarios, que, en lugar de amoldarse al Estado, convierten a este último en
instrumento de sus utopías, de sus riquezas y de sus miserias. Todo esto
consigue plena justificación desde la tesis formulada por Vallenilla (1919), puesto que:
Como
el bárbaro germano en el antiguo mundo, el llanero venezolano al entrar en la
historia introdujo un sentimiento que era desconocido en la sociedad colonial,
vivo reflejo de la sociedad romana, según lo observó Don Andrés Bello. El
llanero, como el bárbaro, como el nómada en todos los tiempos y en todas las
latitudes, se caracteriza por ‘la afición a la independencia individual, por el
placer de solazarse con sus bríos y su libertad en medio de los vaivenes del
mundo y de la existencia; por la alegría de la actividad sin el trabajo; por la
afición a un destino azaroso, lleno de eventualidades, de desigualdad y de
peligros; tales eran sus sentimientos dominantes y la necesidad moral que ponía
en movimiento aquellas masas humanas. Mas a pesar de esta mezcla de brutalidad,
de materialismo y de egoísmo estúpido, el amor a la independencia individual es
un sentimiento noble, moral, cuyo poder procede de la humana inteligencia (…)”
(PP 185 y 186).
Una
idiosincrasia como esta no puede sino ser conducida por un caudillo que se
identifique con él, que lo sepa premiar o castigar, según sea el caso. Visto
así, la naturaleza de la institución del Estado, que por definición es
metafísica pues trasciende a hombres y épocas, se ve sometida al carácter
autocrático de un gobernante; en cualquier caso acá lo que pasa a ser
institución es el carácter autoritario que deben tener los gobernantes. Esto es
clarísimo en la cantidad de cambios y constituciones que hemos tenido desde
1830 para acá; ese fue el caso de Guzmán Blanco, de Gómez – que la modificó
siete veces – y de Hugo Chávez más recientemente, cuyos partidarios, con cierta
frecuencia le atribuyen el fracaso de las políticas públicas implementadas por
la administración actual, no a la mala gestión del presidente sino a la
desorganización de las comunidades, a la apatía del venezolano o la mala
voluntad de la oposición; cualquier cosa justifica al “tirano honrado” que no
quiere sino “lo mejor para su pueblo”; ese pueblo, que según Gil Fortoul(1980),
en su texto Filosofía Constitucional de
1906, debe pasar por el proceso siguiente: “Del estado anárquico primitivo los
grupos humanos se elevan por grados sucesivos, pasando por los estados
despótico, teocrático, monárquico, hasta llegar al estado constitucional. Desde
aquel envilecimiento hasta la cima de la civilización, dice Buckle, hay una
larga serie de grados consecutivos, en cada uno de los cuales se desprende algo
del imperio de la fuerza para entrar en la autoridad del pensamiento” (P. 473). Se nos pudiese argumentar que esto lo
planteaba Gil Fortoul a principios del siglo pasado y que la realidad y la
visión de las élites (hoy devenidas en vanguardias revolucionarias) han
cambiado, pero llama poderosamente la atención el análisis, o constatación, de
la realidad que se hace en las Líneas Generales del Plan de Desarrollo
Económico y Social de la Nación
2007-2013; allí se puede leer:
“La
necesidad del nuevo proyecto ético Socialista Bolivariano parte de la
constatación de una realidad cuyos rasgos dominantes son:
·
La
confrontación entre un viejo sistema (el Capitalismo) que no ha terminado de
fenecer, basado en el individualismo egoísta, en la codicia personal, y en el
afán de lucro desmedido, y un nuevo sistema (el Socialismo) que está naciendo y
cuyos valores éticos, la solidaridad humana, la realización colectiva de la
individualidad y la satisfacción racional de las necesidades fundamentales de
hombres y mujeres, se abre paso hacia el corazón de nuestra sociedad.
·
La
pobreza material y espiritual en la cual permanecen aún millones de
venezolanos, por lo mismo, imposibilitados de satisfacer sus necesidades
primarias y desarrollar la espiritualidad inherente a toda persona.
·
La
sustitución de la cultura del trabajo creador y productivo por la subcultura de
la corrupción y el soborno como medios de acelerada acumulación de bienes y
riqueza monetaria, extendida en importantes sectores de la sociedad.
·
El
uso y la promoción de la violencia sicológica y material que los medios de
comunicación utilizan como factor para configurar en la subjetividad del
ciudadano, la convicción de la imposibilidad de vivir en paz, en democracia y
en la confianza de que es posible la realización común”.
El perfil que
acá se elabora del pueblo venezolano nos lo presenta como egoísta, pobre (sino miserable), tanto en lo material
como en lo espiritual, sumido en la subcultura de la corrupción y el soborno,
violento e imposibilitado para vivir en paz y democracia. Si esta es la
realidad, seguimos siendo percibidos por los gobernantes igual de bárbaros que
a finales del XIX y principios del XX. Dicho de otra manera, seguimos tan
necesitados de un gendarme necesario como hace siglo y medio; esto
evidentemente justifica toda clase de autoritarismo. Para muestra, sólo un
botón. El actual mandatario nacional ha llegado a decir, en su programa
dominical, “Alo, presidente”, para justificar la reelección indefinida
introducida en la “reforma constitucional” por el propuesta (impuesta para
muchos analistas), que él no puede dejar el poder puesto que es él como el
pintor que ha comenzado el cuadro, y sólo él sabe por donde va el trazo, como
va a terminar la pintura. Quizás por esto, Rodríguez (1982) piensa que “La
mentalidad positivista domina todavía en muchos hombres en América Latina. Las
proliferaciones de una mentalidad positivista son fecundas y variadas;
presentan una gama compleja de colores y matices diferentes" (P. 23).
CONCLUSIONES
Para Kant
(2004): “Todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a
desarrollarse alguna vez de manera completa y adecuada” (P. 42). Este
planteamiento kantiano nos está diciendo que más allá del positivismo, el
pensamiento moderno, como tal, ya de por sí parte de una concepción del mundo
eminentemente evolucionista, desarrollista dirán los críticos de la Sociología
en América Latina en la década de los noventa, del siglo XIX. El positivismo no
viene sino a reconfirmar un planteamiento que está muy a la base de las
instituciones y prácticas de la modernidad, que es la que, a fin de cuenta,
moldea y diseña el quehacer político latinoamericano y venezolano, cuando menos
en la teoría.
En Venezuela
pareciera que la creencia, devenida en institución, de que, según Morón (1974):
“El hombre fuerte era necesario en la sociedad” (P. 469.) llega para quedarse.
Son los hombres fuertes y autoritarios los que parecen estar justificados en el
poder, ideológicamente hablando; esto incluso pasa, de alguna manera, al
imaginario popular expresado en la afirmación: “Aquí lo que hace falta es un
militar para que arregle esto”. Los últimos nueve años, probablemente hayan
modificado, en alguna medida, esta percepción que el venezolano popular tiene
sobre lo político.
Hemos querido
pues, contrastar la teoría filosófica positivista con su repercusión en la
praxis política venezolana a lo largo de su historia y constitución como
república y como sociedad. Como se ha visto, son numerosos los análisis,
justificaciones y argumentaciones en ese sentido.
Es evidente
pues, luego de este recorrido, que el positivismo ha venido como anillo al dedo
a este afán por justificar una visión de la realidad que podemos resumir en dos
términos: a) un pueblo inmaduro y desordenado y b) unos gobernantes y una
manera de gobernar autoritaria, personalista e incluso despótica. Este fenómeno
aparece ya en el proceso de independencia y se mantiene hasta nuestros días. El
mesianismo político es su más viva expresión.
Como
consecuencia de esto tenemos una relación de los gobernantes con la población
sumamente distante y divorciada de la realidad popular venezolana. Los análisis
de los intelectuales, científicos sociales y líderes políticos en general (sea
ellos de derecha o de izquierda) siempre va a apuntar hacia la conclusión de
que el líder es magnánimo y justo y el
pueblo anárquico y bárbaro. Si no basta mirar la justificación que se hace por
estos días ante lo que ha ocurrido con la Reforma curricular de la educación
bolivariana; en el momento en el que el Presidente de la República decide
frenar su aplicación, sus defensores y simpatizantes, intelectuales o no, han
salido a decir que esto ocurre porque el gobernante ostenta una profunda
vocación democrática, aunque en la práctica haya dado muestras reiteradas y
palmarias de lo contrario. A muy pocos se les ocurre señalar que ha sido la
vocación democrática popular la que se ha impuesto, porque pareciera que detrás
está esa visión positivista de que el pueblo popular venezolano no es capaz de
elegir, y encima hacerlo bien y acertadamente.
El resultado
del trabajo nos mueve necesariamente hacia los interrogantes siguientes: ¿Qué
noción de pueblo manejan nuestras élites intelectuales y dirigentes? ¿Realmente
es inmaduro un pueblo que se ha mantenido en pie de lucha defendiendo cultura,
vivencia e incluso, por qué no, manera de pensarse a sí mismo, aunque no siempre
esto sea explícito en el discurso racional? ¿Qué formas y prácticas políticas
habría que generar a partir de la antropología venezolana popular? ¿Es la
visión evolucionista y reduccionista del positivismo en particular, y de la
modernidad en general, la única existente? ¿No habrá llegado la hora de pensar
una sociología del conocimiento popular venezolano que nos permita
deslastrarnos de los modelos sociológicos, económicos y políticos foráneos?
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El texto fue publicado en la Revista Heterotopía (Año XII. N° 34/35/36) en Caracas, Diciembre de 2007. Pp 197 - 220.
[1] Para una exposición más detallada del tema se
pueden consultar: 1) Foucault, M. (1995). Vigilar
y castigar. Nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI y 2) Foucault, M.
(2000). Un diálogo sobre el poder.
Madrid: Alianza.
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