“Hannah Arendt” y la importancia de “pensar” el mal.
“Hannah Arendt” y la importancia de “pensar” el mal.
Rolando Javier Núñez Hernández
La “Hannah Arendt” (2012) de Margarethe
von Trotta no es exactamente la misma que perfila el argentino Mario Diament en
“Un Informe Sobre La Banalidad del Amor”. En esta última se dramatiza la
relación amorosa entre la filósofa de origen judío y Martín Heidegger. Mientras
que el drama de Diament se centra en la tormentosa relación de los dos
filósofos, mediada por el ejercicio del pensamiento, la película de la alemana
se vuelca al juicio que se le sigue a un criminal de guerra en Israel, en la
década de los sesenta, y que la genial pensadora intelectualiza para dejarnos
una pieza de reflexión que trasciende guerra, raza e intereses políticos y
económicos.
La película nos presenta a una ya
madura y descollante Hannah Arendt que, luego de haber escapado de las fauces del
nazismo, encontramos en EEUU, como profesora universitaria y reconocida
pensadora, dedicada a la enseñanza, a la
tertulia intelectual y al romance otoñal en una relación que no deja ver
fisuras. En ese momento los servicios secretos israelíes apresan a Adolf
Eichmann y comienza un juicio en Jerusalén que producirá una de las obras más
controversiales de Arendt: “Informe sobre la Banalidad del Mal”.
Arendt se ofrece como corresponsal
del New Yorker para cubrir el proceso y sobre la marcha empieza a decantar una
comprensión distinta, y a contracorriente, sobre la figura del “terrible
criminal” que todos imaginan como una mente privilegiada y psicopática al
servicio del régimen hitleriano. Ella ve más bien a un hombre pusilánime e
insignificante que, ante las acusaciones, se limita a repetir que solo cumplió
órdenes y era parte de un sistema que tenía distintos departamentos. Ante esta
forma de presentar el asunto todo el mundo se pone en contra de la ex discípula
de Heidegger, a quien acusan de hacer apología de Eichmann.
Obviamente, la filósofa contra
argumenta, muy lúcidamente, por cierto, que, aunque el hombre es culpable, la gran
tragedia es que, este, en un momento determinado, se negó a “pensar”, y solo se
limitó a cumplir una función asignada, negándose así a la posibilidad de
distinguir entre el bien el mal; es decir, renunció a su vocación como hombre
de reflexionar éticamente y elegir una moral.
(Este texto fue publicado en: diario "Tal Cual" , el miércoles 04 de diciembre de 2013, p. 15).
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