Episteme y Educación: ¿Diálogo o Desencuentro?
EPISTEME Y EDUCACIÓN: ¿DIÁLOGO O DESENCUENTRO?
Rolando J. Núñez H.
La
verdadera filosofía
es
reaprender a ver el mundo” (Merleau – Ponty).
Resumen
La educación oficial ha sido
uno de los instrumentos más eficaces para la legitimación y circulación del pensamiento
moderno que tiene su epifanía con Descartes pero que había empezado a gestarse
en el seno de la así llamada Edad Media. Ya desde la Colonia en América Latina
la educación transmitió saberes, técnicas y modos de ver y comprender la vida,
desde esa perspectiva racional que caracteriza a la modernidad. Este trabajo
quiere hacer hermenéutica del proceso que ha vivido y sufrido la educación en
el contexto latinoamericano y venezolano, y quiere preguntarse por los matices
generadoras de conocimiento que han permitido las dinámicas pedagógicas,
educativas y didácticas en nuestro contexto. Pesquisa clave acá será la
pregunta por la relación que podemos establecer entre episteme, educación y
sociedad. Ante la sospecha filosófica de la existencia de distintas epistemes
en coexistencia, es inminente plantearse la pregunta: ¿generan las distintas
epistemes distintas maneras de educación? ¿Puede la educación producida por una
determinada episteme servir para educar a los sujetos transidos por otra
episteme? Desde el presupuesto de que una episteme está generada por un
determinado mundo de vida surge la pregunta: ¿Qué relación hay entonces entre
episteme y mundos de vida? Lo aquí expuesto surge como resultado de años de
investigación y desmontaje crítico no sólo del aparato educativo institucional
sino además de la revisión y re-lectura del pensamiento filosófico occidental a
la luz de la realidad latinoamericana.
Palabras claves: Episteme,
educación, cultura, pueblo, mundo-de-vida.
La Meta Teoría que sostiene las prácticas educativas habituales
“La
educación”, desde que occidente tiene memoria,
siempre ha estado en el ojo del huracán. Es quizás con los griegos con
quienes se comienza una reflexión sistemática acerca de esa realidad que, de
una u otra forma, nos toca a todos. Prácticamente todos los autores, a partir
de los presocráticos, tienen una palabra sobre el tema educativo. Dada la
cercanía que ese hecho tiene con todo lo que nos ocurre en nuestra vivencia
cotidiana es inaplazable el que en algún momento nos topemos con él.
Seguramente es esta entonces la razón que a lo largo de toda la historia del
pensamiento lo educativo se haga presente una y otra vez.
La
cuestión es: ¿Cómo ha sido abordado este problema a lo largo de la historia?
¿Qué tratamiento le han dado los autores en sus distintos momentos históricos?
¿Será lo mismo hablar de educación en la
Grecia de Platón que en la Europa de Rousseau? ¿Será aplicable la pedagogía
rousseauniana a la realidad suramericana posterior a 1810 como pretendieron los
intelectuales latinoamericanos del siglo XIX, Simón Rodríguez, por ejemplo?
¿Qué hay detrás de cada una de esas concepciones y prácticas educativas que
hallamos expuestas en los libros de historia de la educación? ¿Qué fundamentos
epistemológicos subyacen? ¿Qué condiciones epistémicas sustentan lo educativo?
¿Qué topos culturales y vivenciales soportan lo que un determinado pueblo
concibe como educación? Este trabajo quiere aproximarse a estas interrogantes y
a sus posibles respuestas
Breve mención histórico a los griegos
Veamos,
aunque sea someramente y en vuelo rasante, cómo se ha concebido y practicado el
asunto educativo, desde Grecia hasta nuestros días.
Ya
hablar de una “educación griega” es inexacto, pues aunque tradicionalmente nos
han acostumbrado a pensar en los griegos como una sola realidad, la verdad es
que esta civilización tiene tantas facetas que necesariamente hay que
estudiarla en distintos momentos. Así, para la Grecia que pudiésemos denominar
como homérica la educación va a implicar “Nobleza y Areté”. El ideal de hombre
educado podemos contemplar en La Ilíada
y La Odisea es el hombre virtuoso por
valiente, por heroico, que tiene que beber los valores de la nobleza en
contacto con la figura de los dioses, héroes y guerreros; morir en el campo de
batalla es más encomiable que vivir en lo apacible de la cotidianidad; ese es
en el fondo el mensaje que recibe Aquiles de su madre.
El niño griego tendrá que ser educado entonces
para ser el héroe del futuro, a imagen y semejanza de los dioses, titanes y
héroes; la familia humana moldeada según la familia divina, según la
interpretación de Mircea Eliade.
Una
familia en donde el Padre va a jugar un papel crucial; esta será una constante
en la cultura griega y también en la occidental. Así, en Prometeo encadenado, será
el padre Zeus el que imponga castigo a quien ha desobedecido sus órdenes; la
enseñanza es clara: el peor delito es desobedecer al Padre, al padre de la
familia divina y humana, al padre de la civilización.
Los maestros presocráticos, por su parte, sin poder
desprenderse totalmente de la tradición olímpica (cabría aquí la pregunta de si
realmente se querían desprender o ésta constituye parte esencial de su
herencia) buscan dibujar una cosmovisión de su mundo que, partiendo de la
observación de la naturaleza y comprendiendo desde su ethos concreto, exprese
no sólo el aspecto religioso sino también el racional. Es esto, aunque no sólo,
lo que expresan los textos que conservamos de Empédocles, Parménides y
Heráclito; es eso también lo que la escuela pitagórica nos lega.
Pero habría que
preguntarse cuáles son las condiciones de posibilidad reales para que en la
historia del pueblo griego surja una escuela como la naturalista. Heráclito
como Parménides, por nombrar sólo a dos, asisten a una coyuntura histórica
incontestable; el viejo y tradicional modo de vida de la aristocracia está
empezando a ser minado por el de los mercaderes, que va imponiendo prácticas,
formas de pensamiento, percepciones de la realidad. Ante esto la tradición, y
el poder que le pueda representar, no se puede quedar de brazos cruzados, por
eso dirá Parménides, recurriendo a la Diosa, en el poema a la naturaleza: “Oh
joven, acompañado de inmortales cocheros y de yeguas que te traen, al llegar a
nuestra casa, te saludo (…). Y veo necesario que conozcas todas las cosas,
tanto el corazón inquebrantable de la Verdad de hermoso círculo como las
opiniones de los mortales para los cuales no hay garantía de verdad. Pero
aprende tú no obstante también éstas, porque es preciso que todas las cosas
aparentes que a través del todo penetran todas las cosas existan en el nivel de
la opinión”.
La pedagógica inherente a este texto nos da cuenta de ese
Ser que estable, Uno y que no pasa. Es la defensa del topos cultural y
epistémico que se siente amenazado; es el mensaje contundente a la juventud de
que los cambios que traen consigo los mercaderes no son sino mera apariencia.
Surge aquí la necesidad de justificar la permanencia de la tradición y de una
manera de concebir el mundo y por eso aparece la Metafísica: “El Ser es y el
no-ser no es”.
El otro gran maestro de este tándem es Heráclito, quien
pareciera estar en las antípodas del pensamiento parmenídeo. Heráclito es
probablemente mucho más consciente que Parménides de que los cambios propios de
la “dinámica” de cualquier grupo humano sencillamente no se detienen por
“decreto”; de ahí que acepte que el cambio es “real” sin embargo, sus textos
apuntan a que no es que comparta esos cambios que se van introduciendo, así
leemos en el fragmento XLIX: “Un hombre vale para mí como diez mil, si es el
mejor”. No es la aristocracia el gobierno de los “mejores”? En el fragmento IX
ha dicho: “los asnos preferirían la paja al oro”. Por eso para Heráclito “Es necesario que los
filósofos se informen de muchísimas cosas” (Fragmento XXXV). Pues es la única
modo de entender que aunque “En los mismos ríos nos bañamos y no nos bañamos;
somos y no somos” (fragmento XLIX a), no obstante “Es prudente escuchar al
Logos, no a mí, y reconocer que todas las cosas son uno” (fragmento L).
De manera que no
están tan lejanos estos dos autores, el uno del otro, como nos han hecho ver
tradicionalmente; aunque haya cambios el Ser permanece; este es el legado que
hay que preservar, y si la educación es la última palabra de la filosofía,
entonces la educación debe enseñar esto, según este pensamiento.
Este hilo conductor no se va a perder en el periodo que
muchos han llamado el esplendor de Grecia, especialmente con Sócrates, Platón y
Aristóteles. Refiriéndose a la educación de los futuros ciudadanos Platón dirá
en el Libro VII de La República, explicando a Glaucón “la alegoría de la
caverna” lo siguiente: “Lo que importa es que el alma pase de la región de las
tinieblas a la de la verdad; entonces se producirá la ascensión hacia el ser, a
la que llamaremos la verdadera filosofía”. La educación, en este contexto,
tendrá como fin mostrar el camino a la aristocracia intelectual, a los mejores.
Ya antes había dicho el padre de la mayéutica que la verdad era una, de ahí su
rivalidad con los maestros sofistas.
A lo que asistimos en el periodo helénico es precisamente
al desmoronamiento de ese Logos y de ese Ser que Aristóteles había tratado de
salvar a toda costa y que obviamente no había logrado su fin; es precisamente
uno de sus discípulos más famosos, el gran Alejandro, el encargado de rearmar
los pedazos de una unidad que se hizo insostenible; de eso surgió otra cosa.
Las llamadas escuelas de la decadencia, de alguna manera, dan cuenta de ese
apocalipsis del mundo antiguo griego. Epicúreos, escépticos, hedonistas,
cínicos y neoplatónicos, enseñan una verdad ética que busca recuperar, de algún
modo, ese mundo que se diluye como agua entre las manos. Así la educación de
esta compleja y rica cultura da cuenta de toda una realidad que está detrás y
que. Por más que quiera, no se puede negar a los cambios.
La pregunta es, a estas alturas, ¿es esto epistémico?,
¿no pudiese ser un asunto meramente sociológico, como bien lo ha interpretado
el marxismo, pura lucha de clases? La crítica el camino hecho en los últimos
años por las Ciencias Sociales en general y por la filosofía en particular,
parece indicar hacia otro lado.
¿Qué estamos entendiendo acá por episteme? Es hora de
algunas definiciones. Para los griegos, especialmente Platón y Aristóteles, es
ciencia, conocimiento, verdad que se opone a la opinión. Así se mantuvo más o
menos incólume hasta bien entrado el siglo XX. Con Michel Foucault, y su
visionario análisis del poder y sus dispositivos, la episteme pasa a ser el
conjunto de reglas generales para el conocer de una determinada época o
contexto histórico.
Alejandro Moreno Olmedo, su obra El aro y la trama episteme, modernidad y pueblo (2005), define, o
re-define (estos términos para el autor son siempre insuficientes y limitados),
episteme como “la matriz generadora de conocimiento” desde la cual conoce un
mundo-de-vida concreto y situado, más allá de lo planteado por autores como
Wittgenstein, Habermas, Husserl y otros. Desde Moreno no se puede entender la
episteme sino se tiene en cuenta su emergencia radical del mundo-de-vida y lo
que el autor ha denominado “practicación”, para distinguirlo de práctica, de
praxis y para expresar la dinamicidad de la vivencia, del grupo humano que
forma ese mundo-de-vida.
Desde acá, y aunque no es fácilmente identificable una
episteme del mundo griego, por su ya referida complejidad y, además, su
conocida lejanía en el tiempo (podemos hacer un esfuerzo hermenéutico por
pensar el mundo griego, pero debemos estar conscientes de que esa es una tarea
titánica y en muchos sentidos negada al hombre moderno), pudiésemos aventurar
la posibilidad de proponer una episteme griega aristocrática definida por lo
logocéntrico y la Polis que ese Logos implica; todo lo que no sea Logos, y por
tanto griego, va a ser caos, no razón, y la educación, en Homero, Parménides,
Platón o Plotino, va a significar formar, instruir y civilizar, para esa
episteme aristocrática y locentrica.
La Educación en la Feudo Aristocracia
¿Qué decir de la educación en la era cristiana? Para
Moreno eso que la Ilustración llamó Edad Media, y que la modernidad posterior
se esforzó por seguir tildando de oscurantista,
vendría a ser un mundo-de-vida transido por la relaciones jerárquicas;
su episteme vendría a ser la feudo-aristocrática. Toda la educación del periodo
cristiano, desde las llamadas Escuelas para lideres, allá con San Isidoro de
Sevilla, va a tener como finalidad formar, educar al hombre que valore y viva
desde esta relación, relación que, como es lógico, termina y se justifica en
Dios: de ahí que el ideal educativo de la feudo aristocracia será el formar al
“hombre santo”.
Modernidad, Episteme y Educación
También la Educación Moderna que justifican autores como
Jean-Jacques Rousseau (con su Emilio),
Makarenko (con su Poema Pedagógico)
tiene entonces un trasfondo epistémico, con muchas epistemologías desplegadas
en la superficie. Sabemos que Descartes ha sido considerado padre de la
modernidad. Es él precisamente el que ha puesto la piedra fundacional del
pensamiento que da sentido y contenido a esta llamada episteme de la
modernidad. El “pienso, luego existo”, cartesiano preanuncia una episteme del
individuo en donde todo (política, sociedad, economía, ciencia, etc) va a ser
comprendido desde el “yo”; a esto, como es de esperar, no escapa la educación.
La escuela, concreción objetiva de la educación moderna,
va a ser el artefacto por excelencia para formar, moldear y mantener al “hombre
moderno” centrado en la racionalidad – individualista que se revela en el
Renacimiento, pero que ya venía minando las bases de la episteme feudo
aristocrática desde el siglo XI. Las grandes líneas pues que debía vehicular la
escuela moderna debían ser el pensamiento cientificista, racional,
individualista y universal. Esta es la escuela que, con sus luces y sus
sombras, por lo menos el plano de lo teórico, tenemos en la actualidad. Con
matices y remozamientos postmodernos, el armario escolar sigue siendo más o
menos el mismo. El asunto acá no es ni satanizarlo ni endiosarlo, ese es el que
tenemos.
La pregunta necesaria aquí es: ¿ha dado respuestas ese
sistema escolar a los problemas del “hombre contemporáneo”? (en el caso de que
esta noción tenga alguna concreción).
La novedad que conseguimos en el planteamiento epistémico
de Moreno Olmedo es que en el se cuestiona la convicción de que desde Descartes
hasta hoy tengamos un solo horizonte epistémico. Lo que propone precisamente es
que cada mundo – de – vida posee su propia episteme. De ahí surge la necesidad
de plantear el conocimiento, no como un universal, sino como particular de cada
pueblo, de cada cultura. En ese sentido, el esfuerzo que se hizo en América
Latina por plantear una filosofía desde nuestro continente, tendría sus serios
cuestionamientos puesto que América Latina son muchos pueblos, multiplicidad de
mundos-de-vida, de Otredades, en el sentido más radical del término. Si esto es
así, necesario es replantearse el pensamiento y sus productos en el contexto de
cada pueblo, de cada topos.
Así, la investigación desarrollada por Moreno nos lleva a
la conclusión de que no tendría ningún sentido hablar de una episteme
latinoamericana, pues los contextos y realidades son diversos. De eso se
pudiera hablar si la investigación empírica así lo corroborase. En lo concreto,
la investigación arroja que en el caso de Venezuela la episteme del
mundo-de-vida popular venezolano es “relacional”, con una familia, que es su
base, matricentrada o matrilineal. es decir, la familia real acá dista mucho
del modelo que, especialmente la escuela, nos ha transmitido. Esto genera,
según el autor, una cultura, una vivencia y una realidad totalmente distinta a
la moderna. Las consecuencias lógicas de esto serían, ni más ni menos, repensar
las instituciones, la sociedad, y por supuesto la educción.
Este planteamiento para nada obvia los aportes que la
modernidad, y la escuela moderna ha hecho a nuestros pueblos. No se trata por
tanto de destruir para comenzar de cero. Eso sería quimérico e irresponsable.
No es una utopía lo que acá se plantea, es más bien una heterotopía, es pensar
desde otro “lugar” epistemológico; esto para nada significa negación al
diálogo, al reconocimiento del otro; antes bien.
La episteme
relacional es estructuralmente abierta al diálogo, y desde allí se entiende
también su concepción educativa, que para el hombre popular venezolano es
“crianza”, que pone ante todo la convivencia y la relación (con sus pro y sus
contra). Esto no significa que lo académico no tenga su espacio y que la
escuela, en general, no haya promocionado socialmente al hombre popular
venezolano. Toda cultura, toda episteme y toda educación tiene sus vacíos y sus
riquezas. De eso se trata.
A modo de cierre
Lo que estamos diciendo pues, en nuestra conclusión, es que no podemos confundir reconocimiento de
lo cultural desde la escuela con rechazo o banalización de lo que la escuela,
como tal, nos puede aportar. Quizá sirva como ilustración el testimonio de un
docente en ejercicio de cara a su vivencia cotidiana en la docencia y los
modos, en muchos casos, demagógicos de asumir el tópico educativo, veamos: “Acabo
de terminar la corrección de un Trabajo de aula, una actividad en parejas
(aunque nuca falta alguno que pregunta: ‘¿Pero y no puede ser de tres?’;
siempre hay que insistir en que las parejas son de dos). El sabor amargo de los
resultados vuelve infaltable y no puedo dejar de preguntarme: ¿cómo es que
estudiantes universitarios que aspiran además a ser docentes pueden cometer
tantos errores ortográficos, de redacción, de comprensión? ¿Qué han aprendido
en once años de estudios en escuelas y liceos? El asunto no termina ahí,
tampoco puede el profesor indagar sobre contenidos y conocimientos
supuestamente manejados en los años anteriores; el saldo en este caso también es
rojo, rojito… nunca mejor dicho”.
Para aquellos que hace rato pasamos la línea de los 30 y
nos acercamos irremediable a los 40, no son ninguna novedad las fallas y
lagunas de nuestro Sistema Escolar; es bien sabido que la calidad fue
lentamente extinguiéndose en la escuela del llamado periodo democrático que va
de 1958 a 1999. Lo trágico es que en los últimos años, eso que en el pasado era
una falla, un vacío, un problema a ser resuelto, en los días que corren se ha
convertido en un modo de ser, una manera de estar, dicho filosóficamente, una
condición ontológica. Pareciera que ya no es un problema el que la educación no
eduque, el que las instituciones de formación ya no formen, especialmente a
aquellos que luego van a acompañar en su proceso de crecimiento intelectual y
humano a las futuras generaciones. Es así como en muchas instituciones, medias
y superiores, el profesor “chévere” es el que exige poco, enseña menos y casi
nunca va a trabajar. Es común oír decir: “es que yo no me doy mala vida”, o
“Ahora de lo que se trata es de aprender a aprender”. Por estos, y otros muchos
caminos, vemos como un sin número de aulas de clase se convierten en una
parodia de lo que debería ser un ámbito de aprendizaje, de intercambio de
saberes y de producción de conocimientos.
Es comprensible, aunque nunca justificable, el que el
estudiante, sea del nivel que sea, por su situación misma de estar en proceso
de formación, tienda a preferir al docente menos exigente; lo que no es
racional, desde ninguna óptica, es que, paulatinamente, un grupo grueso de
docentes, y de instituciones educativas, vayan engrosando este contingente que
pretende “premiar la mediocridad y castigar la búsqueda de la calidad, de lo
óptimo”.
Más grave aún es que esta concepción y práctica de lo
educativo se convierta en política de Estado. Hemos visto como últimamente se
reparten títulos y certificados como si de caramelos en una piñata se tratara.
Se han satanizado las pruebas internas de admisión en las universidades y la
prueba del CNU ya es historia pasada. ¿Resultados? A nuestros centros
universitarios ingresan estudiantes con gravísimas fallas de desempeño
lingüístico, hábitos de estudio y capacidad intelectual; predispuestos además
contra todo aquel que pretenda exigir un poco de disciplina académica. ¿A
alguien se le habrá ocurrido pensar en las altas esferas de poder que al
enfermo se le aplican tratamientos y terapias en lugar de matarlo para resolver
sus problemas de salud? Hasta ahora, lo que hemos constatado es que para salir
del trance se ha pretendido matar al mensajero, a aquel que ha querido alertar
sobre las deficiencias se le ha tildado de soberbio, de “rígido”, de
intolerante, incluso de anti humanista. ¿No será que el que deshumaniza es
aquel que trata con lástima al estudiante con el argumento de que es pobre o
viene mal preparado? ¿No será eso una excusa para justificar las propias fallas
o las pocas ganas de trabajar del maestro? Desde una visión heterotópica de la educación
lo que se propone es poner unos cuantos puntos sobre la ies, en el sentido de
que los problemas de nuestra educación no se resuelven ni banalizando el saber
que aporta la modernidad, antes bien hay que estudiarlo en profundidad, ni se
resuelve tampoco pretendiendo que la raíz de todos los males está en el asunto
técnico, didáctico o metodológico, aunque estos aspectos puedan tener una
incidencia en un determinado momento: el conocimiento, real y concreto, debe
ser problematizado, re-interpretado y cuestionado a cada momento… esa es la
cuestión.
REFERENCIAS
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( El artículo fue originalmente publicado en la Revista Heterotopía (Año XIII, N° 38) en Caracas, Enero-Abril de 2008.
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( El artículo fue originalmente publicado en la Revista Heterotopía (Año XIII, N° 38) en Caracas, Enero-Abril de 2008.
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