El Hotel de Pérez Jiménez en Choroní

En las Ruinas del Hotel Santa Bárbara


Rolando  J. Núñez H.



            Años y años oyendo del famoso hotel construido por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en una zona montañosa de Choroní, pero siempre a lo lejos, desde la distancia; pues bien, nos decidimos a subir, animados por alguien que conoce la zona y ya ha hecho el camino al Hotel “Santa Bárbara”, o lo que queda de él. El baquiano nos advierte que son por lo menos dos horas para subir y una hora y media para bajar; al principio me parece que la caminata se hace en menos tiempo, aunque después me daré cuenta de que no es así.
Empezamos a ascender por el sector La Loma, que está un poco antes de llegar a la entrada del pueblo de Choroní. Al principio, una cuesta algo exigente, con casas de residencia y vacacionales. A cierto punto termina la calle de asfalto y comienza un sendero que nos llevará hasta las puertas del cuasi abandonado hotel; en ese punto se incorpora a nuestro grupo de caminantes una compañera inesperada, una perrita blanca que sale de la nada y que nos acompañará en el trayecto de ida y de regreso, con un entusiasmo proverbial.

 Todo lo que podemos saber de la edificación, y su historia, viene por vía oral, a través de la tradición que ha llegado desde la época en que fue construido; hasta ahora, que sepamos, hay poco escrito, por no decir nada, de esta obra que pretendía ser un destino turístico enclavado en la montaña y a unos minutos (en un proyectado teleférico o por la carretera de la que hoy quedan solo vestigios en la vereda que transitamos para ascender a nuestro destino) del mar. ¿Cuánto hay de cierto en las historias y testimonios que nos llegan a través de pobladores o de gente oriunda de la zona que hace años vive en Maracay, o en otros sitios? Difícil saber. Este es el costo de vivir en un país donde las instituciones son débiles y el patrimonio histórico y cultural se valora muy poco.
            Caminamos pues, cerro arriba entre una vegetación que nos protege de las inclemencias del sol. Es una subida que tiene sus exigencias pero que, si se hace poco a poco, es placentera y reconfortante. Mientras caminamos vamos conversando, la tertulia hace aún más amena la inmersión en esta zona que te aleja del ruido y del agite de la ciudad, e incluso del pueblo de Choroní, que hemos ido dejando atrás. El avance nos permite, además, entrar en contacto con una naturaleza rica en verdes y en olores a tierra mojada por la lluvia de la noche reciente.
Vemos, al pasar, gamelote, bejucos, orquídeas de montaña, pequeños insectos (en mi caso, de regreso, no solo veo esos diminutos insectos sino que, al querer agarrar una planta silvestre me pica en el dedo meñique un "Taritari" que me hace ver chispas y sentir escalofríos del dolor, pero al cabo de un rato ya ni me acuerdo). Nuestro guía nos va diciendo que esos cerros, tan desolados ahora, estuvieron habitados hace poco más de sesenta años por gente que cultivaba las tierras cercanas y mandaba a sus niños a la escuela de Choroní, a una hora, o más, camino abajo. También nos informa nuestro cicerone algo que no estaba en nuestra memoria sobre la historia del hotel, y de esta ruta; nos dice que en las cercanías del hotel se construyeron unas cuarenta “quintas” (como las llaman la gente del pueblo) vacacionales y que aún se pueden ver algunas en medio de matorrales y árboles (después otra voz vecina nos dirá que eran casas de recreo para los militares del régimen perejimenista, o sea que el chavomadurismo no ha inventado nada nuevo, solo lo ha reeditado).
En efecto, después de hora y media de camino divisamos la primera; abriéndonos paso a través de bejucos, ramas y espinas, logramos entrar a una de estos chalets que estaban acondicionados para pernoctar y pasar unos días de retiro en la paz de estas soledades. Conseguimos sus paredes en pie y su techo aún en su sitio aunque muy deteriorados por la humedad; invadidas por la vegetación circundante dan cuenta de cómo fueron desvalijadas por los lugareños para llevarse todo lo que pudiera serles útil en sus propias casas.
Al avanzar por el camino que llevamos veremos dos viviendas más de estas, el resto, al parecer, están más inmersas en la montaña. Después de un par de horas, llegamos a una explanada que nos deja ver, al fondo, el edificio de cuatro pisos que después de sesenta años se mantiene en pie como si el tiempo, y la desidia de los distintos gobiernos (incluido el "revolucionario" que más de una vez ha manifestado su admiración por la dictadura de Pérez Jiménez), no hubiesen hecho mella en él; al entrar en él, veremos que obviamente las inclemencias del tiempo y el abandono si han hecho lo suyo, aunque la construcción resiste con estoicismo.

            Nos recibe una redoma, y un lobby bastante clásico con un gran dibujo de una auriga desnuda que conduce un corcel, blanco como su cochera. A pesar de las filtraciones y el nulo mantenimiento el granito del inmenso hall se mantiene intacto. Nos llama la atención que el abandonado hotel no nos recibe en soledad; un grupo de personas desayuna y se pasea por las instalaciones, cuando subimos a ver las habitaciones, descubrimos que muchas tienen candados. Nos explican que algunas personas de La Loma suben y pasan temporadas de vacaciones allí, otros tienen conucos en las cercanías y frecuentan el lugar. En todo caso nos reciben amablemente y nos manifiestan que el lugar es para que lo visite todo aquel que quiera hacerlo. Damos unas vueltas y vamos descubriendo una edificación con rasgos bastante modernistas que pese al paso de los años se mantiene en pie; el poco aseo que le brindan los lugareños le da algo de calidez. En la fachada interior nos topamos con una plataforma circular que no logramos definir si es mirador o un pequeño helipuerto. Lo cierto es que la vista que, desde distintos sitios de la construcción, se tiene de Choroní, y del mar, es impresionante.
Bajamos por una bucólica y romántica escalera de caracol hacia lo que en su día fue el área de la piscina; desde arriba solo se ve monte tupido y nadie se imagina que allí pudiera haber una piscina, mas, al internarnos en el matorral nos topamos con un curvilíneo estanque que, aun hoy, sería el anhelo de cualquier amante de estos balnearios artificiales. Presidida por una fuente en su centro que la alimenta, la pileta (como dirían los sureños) nos da testimonio de la envergadura del complejo vacacional que en aquel sitio quisieron hacer; hoy, después de tantos años, sigue llena de agua, una agua verde e insalubre, llena de animalitos muertos que, según nos dice Ramón García, nuestro guía, aun se traga vacas extraviadas o venados que huyen de los perros de caza.
Subimos a las habitaciones y podemos disfrutar de las distintas perspectivas del paisaje que nuestra privilegiada atalaya nos ofrece: podemos ver el pueblo y el mar, desde el ala contraria podemos admirar las montañas y desde un extremo podemos admirar la hondonada del río vecino que en su tiempo fue represada y durante cierto periodo permitió a turistas y propios de Choroní subir con balsas a navegar en esa represa pedida al río. Nos llama la atención también lo amplio de las habitaciones, que incluyen dos suites.

Al terminar nuestro feliz y curioso recorrido comemos un tentempié para iniciar el retorno. De regreso no dejamos de preguntarnos: ¿Por qué se abandonó una obra que estaba prácticamente terminada? (solo quedaron inconclusas la mayoría de las habitaciones del último piso) ¿Desidia? ¿Falta de institucionalidad? ¿Miopía económica y patrimonial? Como  ya hemos dicho, poca documentación se conoce sobre este hotel y su historia, por lo que solo queda lugar para la especulación, para las suposiciones. Otra pregunta que nos espolea: ¿Realmente llegó a funcionar, a prestar sus servicios? Tampoco en este sentido la gente del lugar aporta muchas luces (algunos dicen que sí pero con poca convicción; nuestro guía manifiesta que ha oído decir que allí se celebraron bodas; otra persona dice que fue inaugurado en 1956, dos años antes de la caída del dictador. Esta persona testimonia que ella vivía a la orilla de la carretera que, desde Choroní, se construyó para llegar al hotel; recuerda de niña haber visto, los fines de semana, como subían los carros al Santa Bárbara, que incluso llegó a contar con tendido y alumbrado eléctrico.
Así mismo nos asegura que la idea era construir una vía de acceso por Ocumare, pues la distancia era más corta y amigable que la vía a Choroní); si hay registros y datos al respecto deben estar bien escondidos en algún rincón de un ministerio o biblioteca que tenga tanto moho y deterioro como el hotel “Santa Bárbara” mismo. ¿Posibilidades de recuperación? De nuevo los comentarios y rumores dicen que ya han ido especialistas y han concluido que sale muy costoso; habría que preguntarse si el valor a recuperar es histórico – cultural o meramente crematístico. Lo que sí es cierto es que este paseo, que comenzó a las siete y media de la mañana y concluyó a la una de la tarde, nos proveyó de naturaleza, de historia y de reflexión. Vale la pena volver.
















Comentarios

  1. HERMOSA OBRA DE ARQUITECTURA REALIZADA EN UN GOBIERNO NACIONALISTA ,LA CUAL SE ABANDONADA POR EGOISMO POLITICO.

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    1. Sí, a este país le falta perspectiva, visión amplia de nación, de res-pública. No puede ser que cada grupo que llegue al poder eche al abandono lo que los que le precedieron hayan construido. Hay que enseñar a la gente, y a los políticos, el sentido de lo que es el estado, las instituciones, cosa que el chavismo se ha dedicado a destruir, profundizando así males que ya arrastrábamos.

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