DUNKERQUE: HÉROES COTIDIANOS QUE NO SE RINDEN...
DUNKERQUE:
HÉROES COTIDIANOS QUE NO SE RINDEN, QUE NO SE EXCUSAN, QUE NO BUSCAN CULPABLES
Rolando Núñez
Desconcierto,
desubicación, sensación de no saber por dónde va la historia; esa es, quizá, la
primera impresión que llega al comienzo de la película Dunkerque (2017). La
preceden elogiosas críticas de opinadores locales que la presentan como una
pieza digna de ver por ser de Christopher Nolan (Sí, el mismo de Batman) y por
no ser una película de guerra más sino un drama que merece atención; también
dice alguno de los cinéfilos de los medios que en una película de muy pocas
palabras, con esta referencia el espectador se espera una película casi
chaplinesca que escarba en lo más hondo de la tragicomedia humana.
Superado este tramo iniciático del viaje (Mircea Eliade,
dixit) de cine – espectador ya te vas metiendo en la trama y vas dejando atrás
spoilers y reseñas.
Desde el principio te han metido en la carrera angustiada
de unos soldados que huyen por su vida y de unas balas que acosan a unos chamos
que te recuerdan a los adolescentes asesinados por la Guardia Nacional
Chavomadurista. Los que huyen a duras penas logran repeler al “enemigo” sin
rostro que parece estar por todos lados y dispuesto a “dar de baja” a todo
aquel inglés y francés que se ponga por delante. Una playa fría, desolada e
inhóspita parece ser su única tabla de salvación (o de perdición). Contrasta
con esa idea de aliados que luchan unidos contra el enemigo, diabólico y común,
la imagen de los militares ingleses expulsando de sus barcos a los franceses a
la voz de “ustedes tienen sus propios barcos”.
Largas filas de soldados esperan a la orilla de la playa
las embarcaciones milagrosas que les debe enviar la armada inglesa para
rescatarlos de las garras fascistas pero en su lugar llegan aviones enemigos
que bombardean inclementemente aquella playa dantesca y deprimente.
Poco a poco ese cuadro gris que no
cesa de castigar nuestro espíritu se va tornando una gesta de hombres (y niños)
comunes que sienten el llamado de compatriotas que necesitan de ellos; es el
héroe anónimo, el héroe cotidiano que no se queda inmóvil, que no voltea a
mirar hacia otro lado, aún a costa de su propia comodidad, incluso de su propia
vida.
La historia se va construyendo en
base a veredas, o estelas más bien, de personajes paralelos que, en algún
momento, convergen en un punto y fin común, echar una mano a los que necesitan
de su apoyo, un filón ético que nos hace pensar en los existencialistas
franceses que, no casualmente, hablaron, y pensaron, de compromiso y libertad
en tiempos de guerra y de tragedia humana. “Héroes” que aun en medio de la
desesperación y un enemigo poderoso, invencible, hacen su parte, cumple con lo
que les corresponde.
Dos aspectos, de los muchos que
ofrece la película, que llaman especialmente la atención: el rostro siempre
oculto del enemigo que no deja de disparar y bombardear. Ciertamente el mal no
siempre muestra su rostro aunque lo conozcamos y tengamos evidencia cierta de
su existencia y presencia; normalmente, cuando la maldad se apropia del poder
suele volverse omnipresente, o por lo menos esa es la sensación que produce.
El otro filón que parece llamativo
es que en la película de Nolan no son los militares los que rescatan a los
civiles, que es lo “normal”, especialmente en sociedades de talante
militarista; aquí son los civiles los que vienen a rescatar a los militares;
esa es otra manera de hacer historia…
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