CÓMO REDACTAR UN ENSAYO: EL ENSAYO SOCIO FILOSÓFICO

EL ENSAYO SOCIO FILOSÓFICO O DE CÓMO PRODUCIR CONOCIMIENTO EN EL ÁMBITO EDUCATIVO
Rolando J. Núñez H[1].

“Quien no quiere razonar es un fanático;
Quien no sabe razonar es un tonto;
Y quien no se atreve a razonar es un esclavo” (William Henry).

            1.- Introducción.

            A lo largo de quince años hemos tratado, junto con nuestros estudiantes, de perfilar los rasgos definitorios de lo que pudiera ser el  “Ensayo Filosófico”, o ampliando un poco más, el “Ensayo Sociofilosófico”; nos decantamos por este último porque el horizonte de conocimiento sobre el que nos hemos movido ha pendulado en asignaturas, o cursos, tales como: Introducción a la Filosofía, Filosofía de la Educación, Ética y Docencia, Sociología de la Educación, Corrientes del Pensamiento Pedagógico (como cursos obligatorios), Seminario – Taller “Problemas de la Educación en Venezuela”, y Pedagogía (como cursos optativos o electivos).
 La pregunta recurrente entre docente y alumnos ha sido, en la experiencia de administrar los cursos antes mencionados: ¿cómo se hace un ensayo? ¿Qué pautas, criterios o parámetros usa el profesor a la hora de corregir los ensayos que pide? ¿Qué es un ensayo? Las respuestas a esto suelen ser propias de una Torre de Babel moderna y universitaria. Es decir, estas son preguntas necesarias por cuanto vamos a conseguir quien llame “ensayo” a lo que en realidad es un “informe” o hasta una monografía; vamos a hallar también quienes pretendan que hacen un texto ensayístico y les salga un “resumen”, o un vulgar “corte y pega”; esto cuando, en el peor de los casos, el texto no sea más que un plagio extraído de Internet o de algún texto peregrino que se haya atravesado en el azaroso transitar de quien ha sido “obligado” por su profesor a “escribir un ensayo”.   El trabajo que a continuación se presenta es el resultado de esa inquietud manifiesta, en la comunidad universitaria, frente a ese “texto escrito” que todos llamamos “ensayo” pero que no siempre estamos en la capacidad de definir, o de consensuar, como tal. La particularidad acá es que no vamos a reflexionar, y proponer, acerca del “Ensayo”, en forma universal y genérica; nos hemos interesado, y nos estamos ocupando, por el “Ensayo Sociofilosófico”,  en el campo pedagógico – educativo; a ese tipo de texto intentaremos caracterizar.
            Así, este trabajo es el resultado de una investigación que se ha nutrido del diario trajinar en las aulas de clases de la Upel y que cae dentro de lo que la Metodología de la Investigación considera Etnografía, puesto que surge de la reflexión y elaboración teórica que genera el ejercicio de proponer a los estudiantes que escriban y obligar, en consecuencia, al propio docente a que lea, evalúe y tematice luces y sombras de ese ejercicio escritural de los estudiantes. Notas que, en principio, no pretendían sistematicidad, sino más bien, dejar memoria de lo vivido y aprendido en estos años; esas notas han ido quedando olvidadas hasta que, ahora, vienen a hablarnos de una experiencia y de una vivencia, porque, a fin de cuentas, lo que ocurre en el salón de clases es mucho más que un ritual que busca cumplir con un programa o pasar un contenido, es, ante todo, un “acontecimiento vivido, sufrido o gozado”, según el caso y el momento. Se han ido tomando notas, a lo largo de los años, en libretas que compartían la función de albergar calificaciones acumuladas, observaciones hechas en las exposiciones realizadas por los estudiantes, etc. En este ir y venir del acontecimiento concreto del escribir, y/o estimular a hacerlo, han ido apareciendo las debilidades y fortalezas de ese desempeño escritural; se han conseguido constantes en cuanto a dónde se falla más a la hora de escribir, sobre todo cuando se es novato en esta tarea. Este trabajo es pues, fruto de la actividad académica concreta y, sin embargo, quiere prescindir de la jerigonza que exige todo un aparataje metodológico que, en muchas ocasiones, no hace sino volver intransitable e incomprensible el camino intelectual. La pretensión última es favorecer y facilitar a nuestros estudiantes de educación, y docentes, pistas, senderos no del tono delineados, trochas, que permitan ejercitan el pensamiento, la reflexión, la capacidad de ver más allá de lo aparente, de ir quitando esos velos, que decía Husserl, no nos permiten ver la realidad tal cual ella es: queremos compartir, pues, posibles caminos, para “desvelar”, para horadar en la roca dura de la ideología, de la opinión, de la verdad a medias… 
            2.- El ejercicio de incentivar a escribir dentro del aula o fuera de ella.


 “No llegaremos a ser filósofos
aunque hayamos leído todos los razonamientos de Platón y Aristóteles;
sino podemos dar un juicio firme acerca de las cuestiones propuestas,
pues, en ese caso, pareciera que hemos aprendido,
no ciencia, sino historia” (Descartes).

-          Intentando definir el Ensayo Socio filosófico y los rasgos que lo caracterizan
¿De dónde surge la necesidad de escribir? ¿No basta con conversar acerca de lo tratado en clase o leído antes de ésta? ¿Nuestros estudiantes, van a ser escritores o docentes? ¿No es dedicarse a escribir un pérdida de tiempo? El escribir sobre lo leído o discutido en clase me permite ordenar ideas, organizar razonamientos y dejar constancia de lo discutido, reflexionado y de lo dicho. El “escribir” implica además una diferencia substancial con el “copiar”, “transcribir” o “repetir” (esto último muy común en las pruebas “escritas”, aunque no necesariamente parte de su naturaleza, es decir, idealmente, pudiéramos pensar en una “prueba de razonamiento”.
            El imperativo de proponer a los estudiantes escribir está vinculado a una manera de entender la didáctica, en este caso del asunto Sociofilosófico. Es decir, enseñar filosofía a futuros docentes, y asignaturas asociadas, no es, en ningún caso, ni enseñar historia de la filosofía, ni transmitir unos contenidos para producir un erudito; no se pretende egresar ni a un filósofo ni a un sociólogo; de los que se trata es de “poner en situación” de problematizar la realidad; ayudar al participante de nuestros cursos a profundizar en aspectos de la vida cotidiana que parecen “naturales” y dados, cuando en realidad son, en palabras de Fernando Savater: “artificiales por naturaleza”. La postura desprevenida e ingenua ante lo que cotidianamente nos toca, en un nuestra sensibilidad, es la de “creer” casi que mecánicamente en lo que oímos o vemos. Sin embargo, una percepción más detenida y meditada de lo que acaece a nuestro alrededor, puede mostrarnos que no siempre las cosas son lo que parecen. De eso se trata la enseñanza de la filosofía, de ejercitar al aprendiz en la duda, en la sospecha, en la pregunta; no se trata tampoco de enseñarle al otro la pura especulación, el malintencionado prejuicio; quien piensa mal sin ningún tipo de criterio y parte de la maldad del otro, probablemente está partiendo de su propia maldad y de una visión deformada del mundo; todo lo contrario, la filosofía debe ayudar a la persona a sospechar, sobre cierta base, de quien solo ve taras y defectos en los demás.
            El ejercicio del escribir, pues, permite a quien cuestiona la realidad, la propia, en primer lugar, y con la que convive, a dar cuenta responsable de su reflexión y visión de mundo.

            ¿Qué nos conseguimos cuando le proponemos a los distintos grupos que entren en el ejercicio de la escritura? En primer lugar que vienen de una escuela, de un sistema escolar, que premia al que repite y castiga al que piensa; de una práctica de enseñanza en donde el aprendizaje se asocia a memorización y seguimiento de rutinas, de procedimientos mecánicos, a técnica. El escribir está vinculado a copiar, a repetir, y a algo aburrido, si lo tiene que hacer, el estudiante o el docente, o algo lejano e inalcanzable, si se trata del “escritor” consagrado. Al preguntarles a los estudiantes qué experiencias escriturales tuvieron en primaria y secundaria, en un altísimo porcentaje, por no decir la totalidad,  van a contestar que ninguna. Es decir, no saben qué es escribir o cómo hacerlo porque vienen de una experiencia de once años de escolaridad en donde nadie se lo ha enseñado, en primer lugar porque sus maestros y profesores tampoco lo hacen ni lo saben. A eso hay que sumar el hecho de vivir en una sociedad en donde lo escrito tiene muy poco valor, aunque nadie se atreva a reconocerlo en público, y si algún valor se le concede es uno fetichista y ajeno que entiende que el libro, el texto escrito es importante, pero que no se sabe muy bien porque.
            Así, en ese camino hecho, lo primero que hemos aventurado ha sido pedir a los estudiantes que escribieran, en sus casas, lo que en principio llamamos un “informe”, (esto por influencia de profesores de pregrado que manejaban esa noción del texto escrito de carácter argumentativo) expresión evidente de que en muchísimos casos, ni siquiera el profesor novel (y en muchos casos no tan novel) tiene clara la distinción entre un “ensayo” y un “informe”; esto sin olvidar que lleva a cuestas, además de los once años de Educación Básica y Diversificada, cinco años de estudios universitarios, en una carrera humanística, además. Sobre la marcha descubrimos que a lo que le estábamos llamando informe era en realidad un ensayo. En el ínterin la confusión va pasando de docente a alumnos. Al descubrir el ensayo, como un tipo de texto que permite la expresión escrita de manera bastante fluida y al mismo tiempo sistemático, se le han ido proponiendo, a los diversos grupos, rasgos característicos que definen el ensayo, en el ánimo no de teorizar sino más bien de facilitar el proceso de escritura.
            En ese presentar los “rasgos del ensayo” (Visión personalista, libertad de estilo, atenerse a una cierta “objetividad” – para no divagar o especular - , cuidar una cierta estética literaria en cuanto al uso de figuras retóricas, tener presente al posible lector, etc.), más que definirlo, para no encasillar en conceptos cerrados, lo que se consiguió fue una gran incapacidad, por parte de los estudiantes, para producir escritura propia y una fuerte tendencia a copiar, a repetir, resumir, sintetizar e incluso plagiar. Los temas propuestos para el ensayo fueron: lecturas previamente asignadas, situaciones escolares o extraescolares y en algunos casos películas vinculadas a la temática tratada a lo largo o en algún momento puntual del curso.
            Las maneras de sortear este escollo, ha tenido en los alumnos diversas manifestaciones; algunos han optado por la depresión, por el tirar la toalla, otros han tomado el camino fácil y se han marchado, otros han buscado copiar de algún lado para cumplir con la “tarea” y otros han mandado a hacer el trabajo pedido. Hay un último grupo que, pese a las dificultades iniciales han asumido el reto de escribir y hacerlo exitosamente, además. Este último grupo ha comprendido que escribir es asumir el mundo, pensarlo, reflexionar sobre lo que nos rodea y asumir una postura, que es fundamentalmente ética. Es decir, ante una escuela que se maneja con una ideología de fondo de la repetición y del acatamiento automático, estos estudiantes han decidido aceptar la invitación a pensar por sí mismos, a plantearse el problema, a cuestionarse acerca de las condiciones de posibilidad para que el asunto educativo se dé de una forma y no de otra. Al final del día, han entendido que ellos son actores, no utilería escolar; que son sujetos, no objetos de conocimiento, y que la escritura, inherente al texto ensayístico, nos permite expresar nuestra visión de mundo acerca de lo educativo, lo social, lo político y lo personal. Ante una escuela que no me da opciones porque es un dispositivo para el adoctrinamiento, la escritura ensayística me brinda una manera (que no la única) de tomar posición frente a la vida, frente al amor, frente al odio.

-          Recapitulando a la luz de la corrección de lo producido por los estudiantes. 
“El pensador tiene que salirse de la sociedad para volver a ella”
(Wittgenstein).

      ¿Qué es lo que nos conseguimos cuando “leemos” los textos escritos que han producido nuestros estudiantes? Evidentemente que no se pueden establecer tipos fijos pues eso conduciría a clichés odiosos e irreales, pero ciertamente que sí se consiguen, a lo largo de los años, algunos patrones que se repiten, o modos de hacer el trabajo, más o menos parecidos. Aparecen pues algunos aspectos que caracterizan el “ensayo filosófico” que nuestros estudiantes tratan de realizar. Veamos.
a)      Lo primero que aparece es una gran tendencia a “repetir”, a “copiar”. Pareciera que el estudiante medio está estructuralmente negado a producir un texto en donde él sea capaz de tomar las riendas de su pensamiento y del discurrir del texto. ¿Por qué decimos que esa negación a “pensar” por sí mismo es estructural? Thomas Kuhn dice que un paradigma es un conjunto de creencias, no analizadas, no criticadas, que rige el pensamiento de una determinada época, sociedad o comunidad científica. Es decir, esa manera de ver y entender el mundo se convierte en una “estructura mental” a través de las cuales las personas viven, conocen y piensan. Esta imposibilidad de nuestros estudiantes a asumir posturas y justificarlas pareciera estar asentada en el hecho de que han sido educados por una escuela y desde una pedagogía en donde lo que se hace, fundamentalmente, es “repetir” y exigir que se repita. Cuando el joven estudiante es puesto ante la posibilidad de reflexionar ante lo que le rodea no sabe qué hacer porque sencillamente nadie le ha enseñado cómo hacerlo, en consecuencia, para salir del trance, para cumplir, repite, copia, plagia. Esto nos está diciendo, a gritos además, que el ejercicio de una escritura autónoma y reflexiva no puede comenzar cuando nuestros jóvenes están entre los 17 ó 18 años, entrando a la universidad; esta exigencia debe comenzar a realizarse desde los primeros grados de la escuela primaria. Lucía Fraca de Barrera realizó hace unos 15 años un estudio en donde buscaba establecer cuáles eran los “tipos de texto” que enseñaban los maestros y profesores de lengua, habida cuenta de que estos géneros son básicamente cuatro: el narrativo, el descriptivo, el expositivo y el argumentativo. Lo que consiguió es que lo que fundamentalmente se muestra y enseña a los estudiantes de primaria y bachillerato es el “texto narrativo”, es decir, cuento y novela; se le enseña algo de descripción y algo de exposición, muy poco en realidad, quedando reducido casi a cero lo que tiene que ver con cómo desarrollar y articular un “texto argumentativo”, es decir, uno en  el que el estudiante adquiera el hábito de formular puntos de vista y justificarlos racional y empíricamente. Es lógico luego, que cuando se le pida al muchacho, en esos primeros años de estudio, o a nivel ya universitario, que estructure y plantee textos argumentativos, se le haga imposible, pues nadie puede dar lo que no tiene o no se le ha enseñado.
b)      Un segundo aspecto que aflora en la “escritura” de los estudiantes es la insistencia en idealizar y presentar buenas intenciones. Es decir, al pedírsele que hagan análisis de la realidad educativa o sociocultural venezolana, muchos de ellos se decantan por lo que “debería ser” o lo que ellos quisieran que fuera, dejando de lado los aspectos, vamos a llamarlos objetivos, que hay en juego; esto se acentúa si se trata de trabajar aspectos socioeducativos que implican temas políticos o ideológicos; ante esta posibilidad el estudiante manifiesta molestia, alegando, por ejemplo, que no quiere, o que no es “ético” hablar de lo político, o de lo ideológico, confundiendo así la reflexión sobre las consecuencias políticas de lo educativo con las militancias partidistas o el partidismo. Es más fácil, pues, evadirse, diciendo lo bonita que sería la educación, dejando de lado lo sustancial, que es ir a fondo en el análisis coyuntural y estructural de todo lo que tiene que ver con lo educativo y lo sociopolítico. He aquí otra de las implicaciones del hecho de escribir y tomar posiciones éticas en un texto ensayístico. El tipo de evaluación, y actividad escolar, que normalmente se realiza en la escuela, es una que tiende a la repetición, a la sumisión, y en último caso, a la pura “opinión”.  Instrumentos evaluativos como la prueba, el informe o el “trabajo”, encasillan el proceso cognoscitivo del estudiante a la repetición y a la mecanización de las formas de conocer. Esto tiene consecuencias muy graves, desde el punto de vista formativo, por cuanto el estudiante de hoy es el ciudadano del mañana, que con una escolaridad de este tipo no estará ni remotamente preparado para ejercer sus deberes y derechos ciudadanos. Así, cuando decimos que una sociedad democrática sólida y sostenible necesita una educación de calidad es porque la única manera que el ciudadano, en forma particular, y la sociedad, en general, no sucumba ante los demagogos, es mediante un sistema escolar que nos dote de un cierto instrumental teórico y conceptual para poder asumir posturas firmes ante las propuestas de los políticos; solo eso nos permitirá separa el trigo de la paja, las quimeras de lo real. ¿Permite el ejercicio de la escritura desarrollar este aparato crítico, necesario para ejercer como ciudadano autónomo? La escritura es parte de una didáctica que se inicia con el diálogo en el aula, poniendo al estudiante en la situación de plantearse preguntas, cuestionar acerca de las “condiciones de posibilidad” para que un evento, un pensamiento de un autor, o un acontecimiento sociocultural o histórico, se dé. Esa disposición para la pregunta, para la indagación prepara para la necesaria lectura de autores o temas fundamentales en la asignatura que se esté trabajando. Es bien sabido que unida a esta deficiencia estructural de nuestros estudiantes de no poder escribir está el no poder, o no saber leer; de modo que un segundo momento de este conjunto lo constituye el facilitar el acceso a la lectura de nuestros jóvenes; cómo leer, para qué leer, qué preguntas hacer al autor o al texto, qué ambiente propiciar para leer efectiva y exitosamente; todos estos aspectos hay que tenerlos en cuenta pues la realidad triste y cruel es que en Venezuela la población estudiantil egresa del bachillerato y no sabe leer; a duras penas, y en el mejor de los casos, decodifica signos, balbucea palabras y frases, pero leer, lo que se llama leer, que significa comprender el planteamiento genérico y particularizado del que escribe, eso, aún es una tarea por hacer. Ante la obligación de leer nuestros estudiantes no logran pasar de la primera o segunda página de los materiales asignados, esto porque se duermen, se aburren, no comprender lo que leen, etc. La experiencia docente, en el aula, lo que nos  arroja es que el estudiante termina desfigurando lo que expresa el autor y “fabricando” una lectura muy subjetiva y arbitraria. Refugiándose en un sofisma muy de moda en los tiempos que corren, el joven te pretende despachar el asunto diciendo que la lectura que cada uno hace es personal, es decir, caprichosa, sin detenerse a considerar que, lo que implícitamente está diciendo, y haciendo, es violentar la idea del autor del texto. Dada la cantidad enorme de tergiversaciones y prejuicios que hoy recorren el ámbito educativo, extirpar todos estos “lugares comunes” resulta muy cuesta arriba, pero es una de las titánicas tareas de quien se propone dejarles algo de utilidad a sus discípulos. Una vez pasado por estos dos primeros momentos, de cuestionamiento y aprendizaje de la lectura, habría que pasar a un tercer momento que es el comentario de texto, muy ligado al anterior. Esto significa que el lector entiende, tal como plantea Freire, que “leer no es pasear por las palabras; leer es releer el texto, e incluso reescribirlo” esta primera reescritura se da aún en el plano, personal primero, y relacional, o grupal, después; para luego concretarlo en la escritura del texto ensayístico.

3.- Elaborando Teoría del Ensayo Socio filosófico a la luz de lo vivido en el aula.
“Un intelectual puede decir lo que quiera,
Pero siempre tiene que justificarlo,
Dar razones suficientes”
(Julián Marías/Filósofo español).
            El confrontar la teoría del ensayo, que la didáctica del discurso escrito nos propone, nos ha permitido constatar las disonancias que hay entre el “ser” y el “deber ser”, en lo que a escribir ensayos socio filosóficos se refiere. La corrección que hemos hecho, sin poder deslastrarse totalmente del carácter punitivo que la define, se ha ido convirtiendo en un aprendizaje para el propio docente, en el sentido de que nos ha permitido identificar los aspectos que el estudiante no logra superar o satisfacer, de lo exigido para elaborar un ensayo, porque no posee las destrezas necesarias para ello. De modo que en este apartado vamos a insistir en los rasgos que habría que indicar al estudiante para que logre un producto escritural que se acerque a lo que la comunidad intelectual y académica, ha dado en llamar ensayo. Si el docente, desde un principio, tiene claro, que es lo que debe caracterizar el ensayo, tendrá luces, para poder orientar al estudiante y prevenir los posibles baches que el aprendiz de ensayista va a ir consiguiendo, considerando su preparación previa para la escritura y la toma de posición sustentada en la reflexión. Veamos pues cuáles serían estos rasgos.
            El ensayo es ante todo análisis y producción de conocimiento de ensayista o del estudiante, en este caso. Es toma de posición, postura ética. Por tanto, el ensayista debe tener muy claro que es lo que plantea el autor de un texto, o el problema que ha sido planteado y discutido en clase, para que después pueda tomar una postura personal sustentable. Dado que el esquema escolarizante al que hemos estado sometidos circula por otros rieles, los de las lecciones ordenadas y secuenciales, quien egresa del sistema escolar, no logra ver que el “mundo real”, pues el de la escuela suele ser bastante irreal, es decir descontextualizado, no opera tan secuencialmente. Dicho de otra manera, en  la escuela después de la primera lección, viene la segunda, y cuando esta última termine vendrá la tercera, así sucesivamente. El mundo real es el mundo de las contradicciones, de las paradojas; ahí las cosas no están tan “ordenaditas” como pretende la lógica escolar, cuando el muchacho se enfrenta a esa realidad se queda corto, y no es capaz de asumir posiciones, por eso evade, elude, evita la confrontación de ideas. El ensayo es la posibilidad de que el estudiante, sopese esas contradicciones que constituyen el mundo en el que vivimos y tome posturas; para ello tendrá que desmontar, de – construir (Derrida, Dixit) lo que ocurre a su alrededor y que obviamente le afecta, y tomar una posición.  La reflexión escrita nos permite sistematizar, ordenar y comunicar nuestra visión de mundo, justificándola, además.
            El ensayista debe establecer relaciones teóricas entre lo que consigue en un texto, o autor, y la realidad en la que él vive. El ensayo no es un diario íntimo ni una obra ficticia o romántica, que evita lo vivido. En el ensayo Sociofilosófico tengo que confrontar, contrastar con lo que he vivido y vivo cotidianamente. Solo así podrá el alumno “decir su palabra” en torno a lo que el mundo que lo rodea y constituye es. Si el ensayo parte, o llega, a contextos foráneos, pierde su carácter crítico concreto, un ensayo que se quede solo en generalidades seguirá girando en torno a esa visión de la modernidad, hija de Descartes, en donde lo que existe es “el hombre”, “la sociedad”, “la escuela”, en lugar de “este hombre concreto” (el venezolano), en nuestro caso, “esta sociedad venezolana” o “esta escuela venezolana”. Es muy común conseguir en los múltiples análisis hechos acerca de nuestras problemáticas locales, premisas extraídas de investigaciones o experiencias externas, que luego condicionan la visión y perspectiva que se tienen de nuestros  altibajos culturales e intelectuales. En este mismo orden de ideas, hay que llamar la atención acerca de la “pertinencia” de lo que se escribe. El hecho de que el ensayo sea un texto que permita la libertad en el estilo y en las visiones de mundo no significa que se pueda escribir de lo que sea y de cualquier manera. Un ensayo Sociofilosófico, enmarcado en la enseñanza de un pensamiento crítico y reflexivo, debe atenerse a la discusión hecha en las sesiones de trabajo que han generado la ocasión de poner por escrito la propia reflexión. Ese ensayo, aunque al final implique plasmar las ideas y perspectivas de quien escribe, debe pasearse por las discusiones, temáticas y subtemáticas que se hayan desarrollado; no puede en ensayista escribir desde su libre capricho y gusto, pues estaría obviando una temáticas y unas conclusiones comunes, fruto de la discusión grupal. Las ideas, situaciones y conclusiones que ha generado la discusión debe tenerse en cuenta, pues, a la hora de escribir, ya sea para solidarizarse con esas ideas o para refutarlas, sea del docente o de los compañeros; esto hablará del proceso personal hecho por quien escribe dentro de ese grupo.

            Con mucha frecuencia, el estudiante que escribe un ensayo, tiene en su cabeza la idea de que está cumpliendo con  una “tarea” asignada por el docente. Difícilmente lo ve como un ejercicio formativo que fomenta y cultiva su autonomía de pensamiento. Es por esto que normalmente escribe para el profesor y da por sentado que éste está al corriente de todo lo que se va a escribir. El ensayo en cambio, visto en forma mucho más amplia y formativa, debería estar pensado para que cualquiera que lo lea, y no solo el docente, lo pueda comprender, basta manejar los códigos fundamentales de lectoescritura y un cierto bagaje de cultura general. Así, al escribir el ensayo hay que ubicar al lector, puesto que el objetivo del ensayista es comunicar, hacer comprender a quien lea, su forma de pensamiento. “ubicar” pues significa hacerle saber cuál es la discusión, o temática, que se ha venido desarrollando; nombrar a los autores que se están manejando; reseñar, muy brevemente, la película, en el caso de que el ensayo parta de un cine-foro enmarcado en el curso desarrollado, etc.
            Un buen ensayo fundamenta lo que plantea, sino, caemos en el campo de las puras afirmaciones y postulados. Fundamentar implica sostener, echar bases para que la construcción teórica, que es el ensayo, no se derrumbe ante el primer vendaval. El análisis de la realidad que se asienta en prejuicios, en puros deseos, o en visiones ideologizadas, sesga la realidad que se quiere comprender y, lejos de iluminarla, la sume en penumbras, o sencillamente la deforma. Las visiones planas del pensamiento marxista, por ejemplo, enterraron por décadas, las perspectivas intelectuales de autores, y profesores, que solo veían relaciones socioeconómicas en la vida del hombre, fuera este europeo o no. Esa visión economicista, y luego perniciosamente panfletaria, dejó de lado una serie de aspectos de la realidad que se velaron hasta hacerse invisibles. El ensayo no es un panfleto, no es tampoco un pasquín; es ante todo un texto que quiere hacerse la pregunta, cuestionar, pero honestamente, sin prejuicios, sin segundas intenciones. La fundamentación, o argumentación, considera pues aspectos tales como la razón, es decir, que lo sostenido no sea caprichoso sino más o menos racional; tiene en cuenta también el apego a la realidad que todos vivimos; el hecho de que cada uno lo haga desde su subjetividad no significa que cada quien tenga licencia para “construir” esa realidad arbitrariamente, a conveniencia. Lo que se “construye” es, en todo caso, el saber, el aprendizaje.  
            Una de las dudas que le surge a todo el que tiene que realizar un ensayo, e incluso al que debe asignarlo, es acerca de la diferencia que hay entre “resumen” y “ensayo”. Según la enciclopedia libre Wikipedia, se entiende por resumen “una reducción de un texto, al que llamaremos texto original o de partida, el texto original es normalmente reducido al 25% del total, en el que se expresan las ideas del autor siguiendo un proceso de desarrollo. (…) favorece la comprensión del tema, facilita la retención y la atención, enseña a redactar con precisión y calidad. (…) se hace a partir de las ideas principales del autor las cuales son tomadas del texto original o de partida”. Como se ve, el resumen nos permite un punto de partida, que es comprender y demostrar que hemos comprendido lo que dice un determinado autor; el límite del resumen es que solo permite informar de lo que dice o expone un autor, no lo que decimos nosotros. Con frecuencia la pretensión de hacer un ensayo solo se queda en resumen; este sería solo una parte de la composición ensayística, pero no la más importante ni la única. El ensayo va mucho más allá, revela lo que piensa el ensayista y no solo el libro o al autor que este ha leído. De modo que el ensayo no es para nada “reducción”, es más bien ampliación, explicitación; el ensayo no solo favorece la retención de un tema sino además su significación profunda en proceso de aprendizaje del que estudia; se elabora no solo a partir de las ideas de un autor consagrado sino además, y sobre todo, a partir de las ideas del propio ensayista. En ciertos momentos, y ensayos, se hace hasta necesario el resumen breve y elegantemente parafraseado, elaborado, pero nunca el ensayo se puede reducir a mero resumen, pues esto es uno de los factores que cercena, que castra el pensamiento, o eso que llama Maturana la belleza del pensar  (La entrevista se puede consultar en la Web: http://po.st/ROBnxP  ). de modo que si en el ensayo realizan nuestros estudiantes, se debe hacer un resumen, este no debiera exceder de un párrafo breve.
            Ahora, ¿cómo se demuestra al lector que nuestro texto no es un batiburrillo de lugares comunes y frases hechas? Respondemos: citando a los autores, contrastando lo que afirmamos con la cotidianidad, con la vivencia, de quien escribe y de quien lee; manejando algunos datos, sin quedarnos en ellos; ejemplificando, etc.
            Un componente, a nuestro parecer, clave, es el título. En la práctica el que se ve obligado a escribir el ensayo coloca el mismo título que ha conseguido en el material leído, o en la película vista, etc. Habría que insistir aquí que el título viene a ser como el nombre propio de esa criatura que, socráticamente hablando, ha “parido” quien se ve en la circunstancia de producir un texto tipo ensayo. El ensayo es, o debería, hechura, producción, concepción de quien lo escribe. Es algo así como cuando tenemos un hijo y vamos a donde el cura a que lo bautice o a la autoridad civil a que lo registre; no es que le ponemos a nuestro hijo el primer nombre que se nos ocurre o que dice el primero que pasa; el nombre de las personas tiene una fuerte carga significativa que tiene que ver con la historia familiar, social o personal, etc. Así mismo, el ensayo es “hijo” de quien lo produce, y por tanto debe tener un nombre propio, una identidad. A este aspecto debería dedicarle un momento de reflexión el autor del ensayo, ha colocar un título que sugiera alguna idea, o imagen, de lo que contiene el texto que se ha escrito. El título no debería ser ambiguo o tímido, debiera ser más bien provocador, insinuante; no debiera mostrar todo pero al mismo tiempo empujar, incitar a la lectura del texto que hemos puesto a disposición de los lectores. Tendría que ser un enunciado categórico, preciso, enunciativo, que permite vislumbrar la idea que hemos sostenido en el texto. Aunque siempre lo colocamos en la primera línea de nuestro ensayo, esa primera línea debiera dejarse en blanco, escribir el texto, y solo después volver a ella para bautizar, para colocarle nombre, “título” a nuestro texto.

            El aspecto, vamos a llamarlo formal, es otra de las aristas que normalmente sufre lo indecible a la hora de pedirle al estudiante que redacte un trabajo ensayístico. Por “aspecto formal” vamos a entender acá todo lo que tiene que ver con la ortografía, redacción, uso adecuado de los signos de puntuación, cohesión y coherencia del texto, etc. Más de una vez hemos oído decir a nuestros jóvenes estudiantes que lo que importa es lo que se escribe, pues no estamos en lengua española, a lo cual le hemos replicado con un chiste malo que tiene una connotación clave en toda la reflexión que ha producido la filosofía del lenguaje a lo largo del siglo XX; Hemos planteado: no es lo mismo decir: “Sufro por la pérdida de mi esposa” a “Sufro por la perdida de mi esposa”. La primera reacción de los diversos grupos es la risa, pero después caen en la cuenta que lo que ha cambiado ha sido una simple tilde y, sin embargo, esa humilde tilde ha modificado todo el sentido de la oración. También en el manejo de este aspecto formal el estudiante tiende a jugar con la arbitrariedad, pero al así proceder pierde la perspectiva de que el lenguaje, y su uso oral, o escrito, debe atenerse a las convenciones establecidas previamente por la comunidad de hablantes de ese idioma que se hable en un contexto y momento determinado.  Así mismo, quienes se dedican a investigar el tema de la didáctica del discurso escrito recomiendan, especialmente a los que se inician en la escritura ensayística, escribir párrafos cortos, que plasmen ideas concretas, que no se pierdan en galimatías y mal uso de la gramática. Al escribir estos párrafos breves en aprendiz de ensayista estará asegurándose que la idea que quiere expresar va a quedarle clara a quien la lee. Es muy común toparnos con textos estudiantiles, pero también de algunos autores que se suponen ya experimentados, en los cuales nos enredemos sin comprender nada porque el periodo (sea oración o frase) que estamos leyendo carece de sujeto, o no cierra la idea; esto suele suceder por escribir párrafos excesivamente largos sin manejar adecuadamente la gramática, la sintaxis, entre otros aspectos lingüísticos. 

            4.- A modo de cierre.

“Escribir bien se reduce a
escribir expresiones exactas”
(José Antonio Ramos Sucre).
Si quisiéramos recapitular, o recoger algunas ideas de las que hemos ido desgranando, líneas arriba, tendríamos que acudir a lo que la filosofía medieval llamó la vía apofática, o vía negativa. es decir, debiéramos decir “qué no es un ensayo”, especialmente qué no es un “ensayo Sociofilosófico, o filosófico sin más. Así, queda claro que un ensayo no es un resumen; no es una mera síntesis; no es tampoco un informe científico, o de otra índole; el ensayo tampoco es una monografía, puesto que esta tiene otra extensión, fisionomía y finalidad. Y, como es obvio, nunca puede confundirse con un “trabajo especial de grado”, ni con una tesis o tesina. El ensayo es, más bien, y sin pretensiones definitorias definitivas, un texto, por lo general de breve extensión, que plantea la perspectiva y puntos del vista del ensayista, de quien escribe pues, sobre un determinado tema, situación o texto (texto que puede ser escrito, visual, de audio, o audiovisual; que puede ser también una vivencia, una experiencia o un hecho social o personal. Este es, quizá, uno de sus matices definitorios pues el ensayo desvela el alma del ensayista, sea el tema filosófico, literario o sociopolítico.
El texto ensayístico permite, a quien lo emprende, volver a situaciones presenciadas o vividas, leídas u oídas, para comprenderlas y reflexionar sobre ellas, y sobre el terreno de lo teórico e intelectual, sistematizar ideas, pensamientos y ordenarlos sobre el papel para poder compartirlos con el resto de la gente.
El ensayo filosófico y Sociofilosófico no agota nunca el tema, más bien, responde algunas preguntas y deja abiertas otras, para posteriores investigaciones y reflexiones. De modo que este tipo de texto es, de alguna manera, como la vida misma, inacabado, no conclusivo, ni concluyente; siempre abierto a la novedad, a integrar nuevos hallazgos y reflexiones. El ensayo es como el hombre mismo, que se define más por las preguntas que se hace que por las respuestas que se da. Esto no le quita profundidad ni valor frente a otros tipos de textos escritos, simplemente responde a otras necesidades y a distinta naturaleza que, por ejemplo una monografía o tesis de grado.

 Todo esto tiene, al final, el objetivo de ser capaces de tomar posición ética, vital, existencial, frente al mundo; tomar posturas, decidir; estrenarnos o reestrenarnos en el ejercicio real de la libertad, sumergirnos en aquellas aguas existenciales de la toma de decisiones; el dedicarse a escribir un ensayo nos invita, pero de alguna manera también nos obliga a hacer nuestra la convicción del filósofo danés Sören Kierkegaard de que el hombre no puede no decidir, pues aun cuando decida no decidir, ya ahí está decidiendo; esa es, el fondo, la tragedia, y al mismo tiempo la belleza, de la vida nuestra, solo que, la gran mayoría de las veces no nos damos cuenta, porque, tal como decía Albert Camus: “Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar”.
            5.- Posible esquema para elaborar un ensayo.  
            Esquemas, formas y modelos en realidad hay muchos. Vamos a esbozar acá algunas sugerencias que pudieran servir de punto de partida para que tanto docentes como alumnos se aventuren en la tarea de hallar, producir y descubrir otros, puesto que si el conocimiento es dinámico y en continuo hacerse, también las técnicas e instrumentos ensayísticos son una total apuesta por la novedad y reinvención.
            Lo primero que habría que señalar es que el ensayo Sociofilosófico debería rondar las tres cuartillas escritas a computadora (o la hoja, tamaño examen, cuando se opta por asignar el trabajo para realizarlo dentro del aula de clase, huyéndole a los plagios y ensayos hechos por encargo) en letra 12.
            La premisa es que este ensayo breve debe estar constituido por un esquema muy simple: datos de la institución y personales encabezando las primeras líneas, el título centrado, a continuación y luego el texto del ensayo propiamente dicho; adiós a las portadas y a la clásica hoja blanca, también llamada “hoja de respeto”. Se puede agregar un epígrafe (que es un pensamiento de algún autor destacado que resuma la temática o enfoque que se le está dando al texto) después del título, y se puede incluir también al final las referencias. Un ensayo de esta extensión y naturaleza no debiera llevar subtítulos.
             Una estructura textual, para el ensayo, bastante usada es la de dividir, sin colocar ningún subtitulo, insistimos, en Tesis, Antítesis y Síntesis. Dejando de lados las connotaciones ideológicas, de lo que se trata es de plantear en la Tesis nuestro punto de vista, como ensayistas; proponer lo que queremos demostrar. En antítesis paseamos por argumentos a favor y en contra al nuestro, a nuestra Tesis y, finalmente hacemos síntesis personal y reflexiva, sobre los argumentos analizados y esgrimidos.
            Otra manera de organizar nuestro ensayo es dividiéndolo en: párrafos iniciales o introductorios, párrafos de desarrollo y párrafos conclusivos o de cierre.

            Un último esquema (siempre mental, no físico) vendría a ser: una primera parte donde se presente el planteamiento global del autor leído, la película vista o la situación real analizada; y una segunda parte donde el ensayista tome posición frente a lo que el autor, el director de la película o los actores del evento estudiado planteen. Este ultimo esquema es, quizá, bastante simple, pero reviste una gran significación a la hora de formar, y formarse, como sujetos de nuestro aprendizaje y de nuestra propia historia.

5.- Referencias.

- AAVV (2004). La Composición Escrita (de 3 a 16 años). Barcelona: Editorial GRAO.
- AAVV (2012). Real Academia Española.( http://www.rae.es/rae.html).
- Ávila, F. (2001). Cómo se escribe. Bogotá: Editorial Norma
- Barrera, L. (2003). Discurso y literatura. Caracas: Editorial El Nacional.
- Bastidas, C. (2004). Didáctica de la puntuación en castellano. Bogotá: Editorial Magisterio.
- Berbín, C. (2009). La escritura escolar en cuanto objeto de enseñanza: descontextualización y fragmentariedad. Investigación y Educación, 1 (11), 111-135.
- Caminos, M. (2005). Aportes para la expresión escrita. Buenos Aires: Editorial Magisterio del Río de la Plata.
- Chevalier, B. (2000). Cómo leer tomando notas. Argentina: Editorial Fondo de Cultura Económica.
- Flores, G. (2005). Etimologías. Caracas: Editorial Aproupel.
 - Gómez-Martínez, J. (1992). Teoría del ensayo. México: UNAM (Versión digital de la segunda edición publicada en el dominio http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/gomez/).
- http://libroscolgados.blogspot.com/2012/06/entrevista-humberto-maturana-la-belleza.html
- Ríos, P. (2004). La aventura de aprender. Caracas: Editorial Aproupel.
- Semprúm, J. (2004). El libro que no se ha escrito. Caracas: Monte Ávila Latinoamerica.

(Este texto fue originalmente publicado en: AAVV (2012). Didáctica del Área Socio Filosófica. Cinco Ejercicios Para el Desarrollo Autónomo del Pensar. Caracas: Dirección de Publicaciones de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador)





[1] Licenciado en Educación, Mención Filosofía (UCAB). Magister en Lingüística (UPEL – Maracay). Doctorado en Educación de la UPEL – Maracay. Profesor (Asociado a Dedicación Exclusiva) en la Upel – Maracay, Adscrito al Área Sociofilosófica ( Departamento: Componente Docente).

Comentarios

  1. BUEN DIA PROFESOR ESTA EXPLICACION USTED LO REALIZO TIPO ENSAYO, ES DECIR ES UN MODELO A SEGUIR PARA REALIZAR EL ENSAYO, GRACIAS.

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