Apostillas a "En el Café de los Existencialistas" de Sarah Bakewell

Apostillas a "En el Café de los Existencialistas" de Sarah Bakewell

Rolando Javier Núñez Hernández
UPEL - Maracay

“El hombre de hoy tiene su cabeza llena de datos y opiniones, pero adquiere las opiniones prefabricadas, son de otros, no pensadas. Y la avalancha de datos que lo aturde, más que acercarlo al conocimiento lo aleja de él” Jain Echeverry/Miembro de la Academia Nacional de Educación de Argentina


Resumen
A continuación se presenta una aproximación al tema de educar en y para la libertad, desde la visión de la corriente fenomenológico – existencialista,  que nace en el siglo XIX pero que cristaliza y se consolida en el siglo XX. Nos proponemos revisar, muy someramente, el recorrido que hace el tema de la libertad, en algunos de los existencialistas más destacados, para luego recoger, desde nuestro interés filosófico – educativo, los aportes que esta tendencia filosófica nos puede dar. Para llegar a esa meta, recurrimos a una obra que busca ser una historia del existencialismo; hemos ido apostillando, tomando notas, haciendo notas al margen, en la medida que leíamos y confrontábamos con nuestra vivencia, con nuestra realidad individual y social y con lo que del existencialismo ya traíamos en el equipaje. Al final, hemos podido ver, entre otras cosas, que el existencialismo, y la fenomenología, nos brindan una serie de herramientas que nos permiten pensar en una “Educación para la libertad” en nuestras escuelas que nos saque del círculo vicioso: contenidos – ideología – repetición.
Palabras Clave: existencialismo, fenomenología, libertad, educación, autenticidad.
                 

En algún momento del año 1932, se encontraban Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvior y Raymond Aron tomando cócteles de albaricoque en un café parisino, tres jóvenes filósofos que andaban buscando nuevas formas de pensar, de situarse ante la realidad. Venían de una formación universitaria obcecadamente kantiana, según ellos creían y pugnaban por nuevas sensibilidades, otras formas de hollar el camino. A cierto
punto de la conversación Aron les dice que ha estado estudiando fenomenología en Alemania y que con esa filosofía – método se puede filosofar hasta con el refresco que tienen delante. Para un joven rebelde como Sartre, en aquel momento tendría unos veintisiete años, aquello cayó cual rayo sobre su cabeza, según testimonia Simone de Beauvior, de quien sabemos lo llegó a conocer mejor que nadie. Figuras como Sartre llegaron a ser emblema de nuevas formas de situarse ante el mundo precisamente porque vivieron un momento de quiebre, de crisis de conciencia, que ya se gestaba en la década de los treinta, y ya desde principios del siglo XX, pero que se agudizaría con el advenimiento de los totalitarismos, la II Guerra Mundial e incluso con los estragos y conflictos de la postguerra.
            Inmediatamente Sartre decide irse un año a aprender alemán y poder beber la fenomenología de su fuente. Sara Bakewell dice que “Cuando volvió, al final de aquel año, trajo consigo un nueva mezcla: los métodos de la fenomenología alemana combinados con ideas del filósofo danés Sören Kierkegaard y otros, realzado todo con el aderezo inconfundiblemente francés de su propia sensibilidad literaria” (p. 16). Este acontecimiento es importante puesto que marca un hito en dos tendencias del pensamiento que tendrán especial relevancia en buena parte del siglo XX: el existencialismo y la fenomenología; corrientes que, dicho sea de paso, cargaran sus tintas en el tema de la libertad. La libertad como ontología, pues la realidad, individual y social, será concebida como decisión, como pregunta por el sentido de la vida, como postura existencial, cada autor desde sus matices, pero siempre volviendo a la pregunta por ese Ser que opta, que duda, que elige.
            Es preciso, claro, preguntarse porque surge esta preocupación, esta sensibilidad por la libertad, en las primeras décadas del siglo XX. Viene, esta nueva inquietud filosófica del agotamiento de: la razón como panacea, de la ciencia moderna como paradigma único, del poder como leviatán que decide por todos y moldea formas de pensar y ver el mundo y de las grandes religiones como gríngola moral y espiritual.
            Pues bien, Sarah Bakewell, escritora y académica inglesa, se propone, a lo largo de 527, hacer una historia del existencialismo del siglo XX, en el cual se pasea por sus autores más representativos (aunque siempre deja a algunos fuera) y nos hace un tour por novelas, obras de teatro, ensayos y manifiestos que reflejan este novedoso, para la época, modo de filosofar, de reflexionar y emancipar el pensamiento. Hay que aclarar que no es una tarea fácil la que se propone la autora pues no todos los que meditaron filosóficamente y escribieron a lo largo del siglo XX, por más que se le vincule al existencialismo, se reconocen como tales; incluso los hay que no se les ubica en esta corriente aunque tienen muchas afinidades, cronológicas y temáticas, que es el caso de una Hannah Arendt, por ejemplo.
            Lo que sí es cierto es que este ensayo, titulado En el Café de los Existencialistas. Sexo, Café y Cigarrillos o Cuando Filosofar Era Provocador (2016), que, como hemos señalando, quiere ser una historia del existencialismo, bien pudiera ser también adjetivada como una historia de la teoría, y de la vivencia, de la libertad; la libertad no como un absoluto metafísico, aunque a ratos corra el peligro de terminar siendo eso, sino como una vivencia, como una experiencia y como insumo para la reflexión y para la narración en textos no solo filosóficos sino también, y especialmente, literarios.
            “Eres libre, por tanto, inventa”, la máxima sartreana es desarrollada por Bakewell en sus múltiples aristas y exponentes. Simone de Beauvior, inseparable de Sartre y siempre solidaria con sus militancias pero emancipada de él en distintos momentos y sentidos; de la misma manera irán apareciendo nombres como el de Mauricio Merleau – Ponty, Raymond, Karl Jaspers, Albert Camus, Simone Weil, Jean Genet e Iris Murdoch, entre otros. No se deja de echar de menos, en ese catálogo, entre lo biográfico y lo temático, a Violette Leduc, una de las cercanas al círculo de Sartre y Beauvior, que más usa el tópico de la libertad como instrumento para visibilizar los derechos y reivindicaciones de la mujer en un contexto que pugnaba por seguirla relegando a lo doméstico y subalterno. Paralelamente, aunque con esporádicas líneas de fuga, la obra comentada nos presenta esa otra línea de pensamiento que nace con Brentano, se muestra con Husserl, se dispersa con Heidegger y luego se despliega con autores como Levinas, Jan Patocka o Hannah Arendt.  
            De modo que estamos ante una pléyade de figuras que, a lo largo de un siglo, se cuestionan acerca de cómo romper esos esquemas rígidos, o en todo caso convertidos en normas, y en normalidad, para pensar la realidad, construir lo político e incluso vivir la propia existencia.
            En la medida en que avanzamos por las páginas del libro de Bakewell, buena parte de la sensibilidad de los que nos hemos formado bajo el influjo de la filosofía contemporánea, de fuerte cuño existencialista, va aflorando, y a la luz de las ideas y debates que se dieron al abrigo de las ideas de estos autores, arriba mencionados,  no dejamos de preguntarnos: ¿qué queda del tema de la libertad? ¿Es libre el hombre de hoy desde el punto de vista del pensamiento? ¿Pensamos libremente o seguimos atados a esquemas e ideologías que nos imponen un formato para mirar y relacionarnos con la realidad? Con frecuencia tenemos la impresión de que el existencialismo, como muchas otras tendencias, se convirtió en una moda más, y como moda un cliché que pasó a ser un accesorio, una indumentaria para lucir en sociedad pero que perdió ese empuje, ese soplo vital que invitaba a desmontar mitos, a abrir nuevas sendas y a asumir esa honradez desesperada camusiana como bandera y como brújula. De modo que una filosofía que le dio vigor a movimientos y luchas reivindicativas quedó como uno más de los objetos para exponer en el museo filosófico occidental. Así, uno de los figurones de eso que en algún momento dio en llamarse postmodernidad, Jean Baudrillard, se pregunta: ¿A quién le importa la libertad, la mala fe y la autenticidad, hoy en día?”
            Nos parece que esta interrogante amerita ser retomada, no como una manera de liquidar las grandes preocupaciones de los autores que apostaron por los “senderos de libertad” (parafraseando al escritor español Javier Moro) sino como un reelaborar la pregunta interpelados por los acontecimientos que continuamente se dan a nuestro alrededor. ¿Es nuestro pensamiento hoy más libre que ayer? Hay muchas señales en nuestra cotidianidad parecen decirnos que no. Globalmente, la gran queja es contra los mecanismos manipuladores del capitalismo y el liberalismo; más localmente nuestras penurias, espirituales, intelectuales y materiales parecen venir de la margen contraria: los supuestos procesos liberadores de izquierda, una y otra vez, parecen terminar siempre en lo mismo: pretensión de control sobre lo que dice y piensan aquellos que se suponía iban a ser liberados. Día a día convivimos con familiares, amigos y conocidos que asumen los moldes que el poder difunde para pensar problemas tan vitales como la alimentación, la salud, la educación y la seguridad personal y social. De modo que, sea cual sea la tendencia que detenta el poder, esta va a pugnar por conducir lo que se piensa, cómo se piensa y para qué se piensa.
¿Qué hacer para escapar de esto que pareciera un destino, un fatum ya preestablecido? Todo nos indica que el camino sigue siendo la educación, una que recupere algunos de esos planteamientos que nos legaron los autores antes citados, no como doctrina, no como dogmas, más bien como propuesta abierta que exige releerlos y repensarlos desde nuestro contexto y desde nuestra realidad. Así, cada uno de los mencionados arriba nos podría proponer un programa abierto y flexible, evidentemente no nos podemos, en el espacio del que disponemos, detener en cada uno de ellos. Sí, podemos, no obstante, recuperar algunos rasgos que aparecen una y otra vez, con vista a una propuesta educativa que busque formar para la libertad.
            Un autor en el que Bakewell se detiene poco, por estar en el siglo XIX y representar un existencialismo de otro matiz, es Kierkegaard; sin embargo, no deja de mencionarlo porque, como buena historiadora (que pretende ser) y como buena filósofa, sabe que es el danés quien siempre la semilla y, de alguna manera, sienta las bases de una filosofía que integra la vida, la existencia concreta, a su reflexionar.
Kierkegaard insistirá en que el hombre es, más que esencia, existencia concreta, pero que esa concreción cristaliza en unos estadios que no son necesariamente deterministas ni secuenciales, esto es, no es que viene uno después del otro sino que más bien se están dando en nuestra vida, en nuestro acontecer existencial, de modo simultáneo, siempre y cuando el hombre, en esa búsqueda de sentido, sepa equilibrarlos. Esos estadios, para Kierkegaard, son tres: el estético, el ético y el trascendental. La necesidad, la urgencia de una educación que promueva la formación de un pensamiento reflexivo, crítico, filosófico, surge por cuanto lo que el danés dice es que la gran mayoría, la “masa”, como él la llama, tiende a vivir, predominantemente, en esa fase “estética”, en las apariencias, en lo que se ve, en cómo te presentas en lo externo. Ojo que el autor no está negando el valor de ese plano estético, él le reconoce importancia porque es la manera de reconocernos, de interactuar a nivel genérico e inmediato; además, la estética, desde el punto de vista artístico implica el goce y apreciación de la obra de arte, que, de nuevo, no se agota en la pura apariencia. El problema es, pues, que la gran mayoría se queda allí. Un segundo estadio, es el ético, que viene a significar las grandes decisiones del hombre, la elección de estado (¿me caso, no me caso?), de profesión, etc., pero incluso, más allá, para Kierkegaard, este estadio define (si es que eso es posible) en buena medida al hombre: los seres humanos, según él, “no podemos no decidir”, porque aún en el caso de aquel que no quiere tomar decisiones en su vida, por inmadurez o por lo que sea, ya ahí ha tomado una decisión.
Habría que señalar que hoy día oímos con mucha frecuencia que las personas sostienen que sus decisiones son tomadas con total libertad de pensamiento porque la época de la esclavitud pasó, pero la verdad es que, con frecuencia, decidimos en base a lugares comunes, a opiniones del común convertidas en dogmas. En todo caso, Kierkegaard sostiene que al acceder, al ejercitar esta fase el hombre es un poco más auténtico que en el estadio estético aunque aún no llega a plenitud. Esa tercera dimensión, es, hoy en día, mucho más controversial que en la época de Kierkegaard: nos referimos al estadio trascendental o religioso; y es polémica porque en el siglo XIX el tema de la fe en Dios era bastante simple pues la gran mayoría creía; hoy sabemos que el ateísmo, el gnosticismo y el sincretismo religioso tiene tan buena prensa, o más, que la fe en el Dios judeo – cristiano. Ese es también un punto álgido del debate entre los existencialistas del siglo XX y seguramente la cantera donde se gestan los derechos y reivindicaciones de creyentes y no creyentes. En todo caso, Kierkegaard nos sugiere un camino para educar, no instruir no adoctrinar, en y para la libertad. De hecho, este autor no solo teoriza sobre la importancia de tomar decisiones para llegar a ser auténticos, además rompe con las normas y formas de su época y clase social (la burguesa), lo que lo convierte en una suerte de apestado para quienes habían esperado otra cosa de él: sumisión y acatamiento del statu quo.  
Sabemos que los existencialistas del siglo XX, tema central del texto aquí comentado, se decantan, en la gran mayoría de los casos, por el existencialismo más ateo, pero, también ellos, en esa tradición que inaugura Kierkegaard (y que algunos quieren remontar hasta San Agustín), van forjando una escuela de pensamiento que insiste en formar, en cultivar para la libertad. Es también un rasgo común, en esa dimensión pedagógica, implícita o no, desde Kierkegaard, en los existencialistas, el elemento de la comunicación; de lo que se trata es de comunicar mis angustias, mis titubeos y mis convicciones a los demás, y ahí está un filón didáctico estupendo para ser explotado, una veta que nos  ofrece una riqueza inmensa a quienes nos planteamos el tema de cómo llegar al otro en el ámbito educativo.
De ahí que la respuesta a esa pregunta que plantea Baudrillard, en la actualidad, sea muy clara: por supuesto que hay gente, en esta sociedad de hoy, a quien le interesa el tema de la libertad, la pregunta por la autenticidad y lo que llama Sartre la “mala fe”. Es claro que quien no tiene una meta en su vida no puede hablar de libertad, y por allí, probablemente debe comenzar esa “Educación para la libertad” que vehicula una familia, una escuela y una sociedad que pretenda formar hombres y mujeres verdaderamente integrales. Si no tienes un objetivo en la vida te vuelves esclavo de tus caprichos, del azar, de la manipulación de los demás. En ese orden de ideas, la pregunta por el sentido de la vida, tan cara a los existencialistas, es tan importante en la formación de nuestros niños y jóvenes. El asunto es que, como señala Sartre, por citar un nombre, los proyectos, los planes y metas de cada uno, no pueden estar marcados por espejismos ideológicos o prejuicios.
Cuando revisamos los preconceptos que manejan nuestros estudiantes de temas tan diversos y vitales como el amor, la verdad, el bien, la política, la religión o la sexualidad (entre tantos otros) descubrimos que la gran mayoría de ellos han venido recorriendo por el camino una cantidad enorme de clichés, lugares comunes, creencias y prejuicios que sencillamente no le permiten ver lo que realmente tienen delante, pero que además constituye su espacio vital. Es aquí donde cobra tanta significación ese estupendo maridaje que inaugura Sartre, luego de ir a Alemania a estudiar con los fenomenólogos, puesto que, partiendo de su intuición de que primero es la existencia y luego es la esencia, se apropia del método fenomenológico para ir quitando velos, para ir desvelando de prejuicios lo que constituye mi existencia concreta. Es a partir de allí que creemos se puede construir una escuela, una educación, que forme a partir del sujeto, de su realidad, de su contexto. Eso sería, para nosotros, una escuela para la libertad, para la emancipación del pensamiento. Una escuela que plantee preguntas y a partir de allí dialogue en vez de decretar, que proponga en lugar de adoctrinar, que explore temas en lugar de transmitir contenidos; que presente debates y enseñe a discutir, a llegar a consensos y respetar disensos.    
Referencias
Bakewell, S (2016). En el café de los existencialistas. Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador. Barcelona: Ariel.
Canals, F (2002). Textos de los grandes filósofos. Edad Contemporánea. Barcelona: Herder.
Copleston, F (2004). Historia de la filosofía (Tomo VII). Barcelona: Ariel.
Fernández, C (1976). Los Filósofos Modernos. Selección de Textos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.  
Mora, F (2004). Diccionario de Filosofía (Tomo III). Barcelona: Ariel

(Este texto fue presentado como ponencia arbitrada en el II SIMPOSIO DE FILOSOFÍA: "Ontología y Hermenéutica de la Libertad", organizado en Caracas por la UPEL-IPC y la Sociedad Venezolana de Filosofía el 17 de noviembre de 2017).

Nota Biográfica

Licenciado en Educación, Mención Filosofía (UCAB). Magíster en Lingüística (UPEL). Doctor en Educación (UPEL). Profesor Ordinario, a Dedicación Exclusiva, en UPEL – Maracay, con la categoría de Asociado. Adscrito al Área Socio filosófica del Departamento de Componente Docente. Profesor de: Introducción a la Filosofía, Filosofía de la Educación, Ética y Docencia, Dimensión Socio Política del Fracaso Escolar (Pregrado). Meta Teoría, Epistemología y Socio Política (Doctorado). Investigador en las áreas de filosofía, lingüística, Socio-política y educación. Publicaciones en revistas especializadas y obras de Autores Varios.


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